El Uruguay es un pequeño país, que tradicionalmente se ha ubicado entre los grandes en un aspecto: la defensa irrestricta de los derechos humanos.
Históricamente –-salvo los períodos en que nos gobernaron dictadores-- nuestros gobernantes descollaron en el concierto internacional en esa área, En ese sentido, en 1945 una delegación diplomática uruguaya integró la Conferencia de San Francisco, cuyo objetivo era la creación a la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En esa ocasión, haciendo caso omiso a todo tipo de presiones, nuestro delegado presentó una ponencia suscripta por el Ministerio de Relaciones Exteriores, en la cual se condenaba las persecuciones raciales y se solidarizaba con el pueblo judío. Otras delegaciones participantes calificaron esa moción de “imprudente”.
En la misma línea de conducta, cuando en 1948 la ONU proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Uruguay estaba entre los 48 países que la suscribieron. Asimismo, en 1965 fue el primero en reconocer al genocidio armenio. Es de resaltar que lo hizo veinte años antes que cualquier otro gobierno lo hiciera oficialmente. Mediante la aprobación de una ley, el Estado uruguayo reconoció su existencia, lo condenó y recordó a las víctimas. En su momento constituyó un acto inédito, sin precedentes a nivel mundial. Lo cual demuestra que prevalecía un sentido bien entendido de los derechos humanos y de la Justicia.
Esta situación comenzó a cambiar con el advenimiento de la izquierda al poder, durante la primera presidencia de Tabaré Vázquez (2005-2010). Así lo demuestra su condescendencia hacia regímenes claramente violatorios de los derechos humanos, con son Cuba y Venezuela. Pero adquirió ribetes francamente indecentes, bajo la administración de José “Pepe” Mujica (2010-2015).
En el período en que Mujica fue mandatario, era imposible alegar ignorancia acerca de lo que estaba sucediendo en tierras venezolanas. Desde la época de Hugo Chávez, se ha subordinado el Poder Judicial a la voluntad arbitraria del presidente; se controla y hostiga --directa e indirectamente-- a los medios de comunicación; se reprime con armas de fuego a manifestantes pacíficos; y se encarcela, tortura y posiblemente asesina a líderes opositores o a simples estudiantes por constituir un factor “desestabilizador” del status quo vigente. Así lo han denunciado organizaciones defensoras de los derechos humanos como Amnistía Internacional, Human Right Watch, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y la Organización Mundial Contra la Tortura, entre otras de reconocido prestigio internacional.
A pesar de esa realidad que rompe los ojos, Mujica con una retórica ambigua, sofismas y ominosos silencios, respaldó con gestos y dichos a la brutal dictadura que asola a los venezolanos. Se escudó en el argumento de “no injerencia” en los asuntos internos de otros estados. La última perla de este collar, fue su participación el 23 de marzo pasado en una manifestación de solidaridad con el régimen chavista.
Sin embargo, el tercer gobierno de la izquierda encabezado nuevamente por Tabaré Vázquez (2015-2020), parece decidido a retornar al camino honorable que ha sido la nota característica de nuestro país. Así lo denota las recientes declaraciones públicas de nuestro actual canciller Rodolfo Nin Novoa.
En un programa radial, Nin dijo observar “con mucha preocupación algunos acontecimientos que no condicen con la excelencia democrática” que están sucediendo en Venezuela. Expresó que “en Uruguay sería impensable que un día un gobierno se lleve a un intendente de su despacho con fuerzas policiales, derrumbándole la puerta y a los empujones. Se lo dijimos a la canciller venezolana y al propio embajador. Acá, si hay algún problema con la Justicia, se lo cita a un juzgado, va y declara y se cumple con las garantías del debido proceso (…) La prisión de opositores es un tema preocupante, por cierto”.
Desde la misma postura moral, cuestionó la autorización del gobierno venezolano para que los militares utilicen armas de fuego para reprimir a los manifestantes. Expresó que es “un exceso a todas luces”. Además, dio a conocer que durante la reunión de la Unasur que tuvo lugar en marzo en Ecuador, planteó que la Cruz Roja ingresara a las cárceles venezolanas. El objetivo era conocer de primera mano, la situación en que se encuentran y el trato que reciben los opositores en una prisión militar. Subrayó que “el silencio fue la respuesta”. Y agregó, “Uruguay insistirá en este punto”.
Nin consideró “enormemente preocupante” lo que está ocurriendo allí, fundamentalmente para un país como Uruguay, que hace unos treinta años sufrió “las mismas condiciones que están viviendo parte de los venezolanos ahora”, razón por la cual, “tuvimos que salir al mundo a pedir ayuda”. Puso especial énfasis, en que los derechos humanos son “la única materia en la cual el argumento de la no injerencia en los asuntos internos no es válido. Los derechos humanos se defienden todos en todas partes del mundo”.
Mujica es mundialmente admirado por “ser el presidente más pobre del mundo”. Esa postura se basa en un hecho innegable: al ex mandatario uruguayo no le interesa en gran medida el dinero. Por cierto que ése es un rasgo de su personalidad que es llamativo y poco común, pero en modo alguno constituye una virtud.
En esencia, la virtud es una condición adquirida del ser humano que lo lleva a buscar el bien común. Se enraíza en aquellos valores éticos que contribuyen a que la vida en comunidad sea respetuosa. Se manifiesta mediante el recto pensar y obrar. Es decir, en la disposición habitual para hacer el bien.
La virtud está íntimamente ligada a la decencia. Este último término significa honradez y rectitud en sentido amplio. O sea, incluye también a la honestidad intelectual.
Los Derechos Humanos constituyen el horizonte ético y la conciencia moral de la humanidad. Son el conjunto de valores básicos e irrenunciables, cuyo núcleo es el reconocimiento de la dignidad intrínseca de cada persona. La dignidad así expresada, ejerce una función orientadora dado que establece lo que es justo y bueno para todo hombre.
Como uruguaya, no puedo menos que congratularme de que nuestros gobernantes hayan retornado a la senda que fue la nota característica de nuestro país. Lo cual demuestra que la decencia y la dignidad, no son patrimonio de la izquierda ni de la derecha… sino de los hombres de bien.