Argentina es un país que ha sido privilegiado por natura. Cuenta con inmensos pastos y tierras fértiles que históricamente han hecho de ese país una potencia agrícola y ganadera en América Latina. Además, la Argentina es una nación prácticamente inmune a desastres naturales. Ahí no llegan los huracanes, ni ocurren sismos de gran intensidad. Sin embargo, dicha nación ha sido víctima de una calamidad peor que cualquier sequía o terremoto: el peronismo, y en particular la versión Kirchner.
Basta con leer una nota publicada en The Economist la semana pasada para ver la magnitud del daño que el intervencionismo estatal impulsado por la pareja presidencial argentina ha inflingido en el sector agrícola de dicho país.
Como señala el artículo, las políticas fiscales expansivas y clientelistas de Néstor Kirchner a mediados de la década conllevaron a un aumento desproporcionado de la inflación. El gobierno quiso en un principio maquillar esto, y por lo tanto intervino el instituto de estadística con el fin de "masajear" las cifras de inflación. De esta manera, según el gobierno, el aumento en el costo de vida en los últimos años ha sido de alrededor del 9%, sin embargo diferentes entes no oficiales calculan que la inflación real ronda el 20% o incluso más.
Maquillar las cifras no fue suficiente para Kirchner, ya que el impacto en los bolsillos de los argentinos era evidente, por lo que procedió a "atacar" la inflación arremetiendo contra los empresarios por subir desproporcionadamente los precios a los productos de consumo. Esto es como culpar a los capitanes de los barcos por el hecho de que sus embarcaciones suban durante la marea alta. Uno de los grupos que generó más ataques del gobierno fue, por supuesto, los ganaderos. Cualquiera que haya ido a Argentina sabe lo importante que es la carne en la dieta local. De tal forma que la administración Kirchner procedió a limitar severamente la exportación de carne argentina, bajo el supuesto de que más carne quedándose en el país iba a generar que el precio de esta cayera.
No tan rápido. Los ganaderos argentinos reaccionaron limitando su producción. En su lugar decidieron dedicar sus tierras a la siembra de soja y otros granos, cuyos precios iban en constante aumento debido a la demanda de China. Esto condujo a un hecho insólito: en el 2008 Uruguay, con un equivalente del 6% del territorio argentino, exportó más carne que su gigante vecino. E incluso algunos pronósticos señalan que en 18 meses Argentina dejará de exportar carne del todo. ¡Pronto dicho país se convertirá en un importador de carne!
Pero ahí no acaba la historia. Los altos precios de la soja, y los gruesos ingresos que reportaban los agricultores argentinos, llamaron la atención de Cristina Fernández, la esposa de Kirchner, quien llegó al poder en el 2008. Es así como la flamante presidenta, en su apetito incontrolable por más recursos para financiar su gasto desmedido, impuso aranceles de exportación sobre la soja de hasta el 35%. Como lo reportara en su momento el matutino bonaerense La Nación, con estos nuevos tributos el agricultor promedio argentino trabajaba entre 200 y 300 días al año para pagar todos sus impuestos.
La consecuencia ha sido obvia: Muchos agricultores han dejado de sembrar del todo. La cosecha de trigo ha caído un 50% con respecto al año anterior, y es posible que el próximo año Argentina tenga que importar el grano por primera vez desde la década de 1870. Una potencia agrícola y exportador natural de granos se ve ahora reducida a importarlos.
La lección del agro argentino es importante en dos sentidos: Por un lado vemos cómo una intervención estatal conlleva a distorsiones que luego justifican más intervención estatal, terminando siempre en una espiral sin fondo. Solo falta que ahora salgan algunos culpando al mercado por el colapso de la agricultura argentina. Segundo, es un capítulo más en la larga y triste historia del descenso de Argentina hacia el subdesarrollo. Lo ocurrido en dicho país es quizás único en la historia mundial. Una nación que a inicios del siglo XX se encontraba dentro de los países más ricos del mundo ha caído--y continúa cayendo--en el subdesarrollo. Un caso de "des-desarrollo" sin paragón.
Claramente, me quedo con los huracanes y los terremotos.