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Archivo por Junio 2007

Sarkozy, gracias a su fuerza política y su gran habilidad, acaba de lograr, en las discusiones sobre el Tratado Constitucional europeo, que la promoción de la libre competencia no esté dentro de los objetivos políticos y administrativos de la Unión. De este modo, asegura Sarkozy, se podrá avanzar hacia la creación de colosos empresariales europeos. Esto incluso ha asustado a observadores de la más pura estirpe europeísta, quienes han llegado a advertir que, por causa de esto, será mucho más difícil para la Unión combatir el proteccionismo o las políticas nacionales de promoción empresarial.

Sarkozy, convencido de la necesidad de intervenir para crear grandeza, parece ser más un gaullista de pura sangre que un "nuevo Thatcher". Así se comportó cuando fue ministro de finanzas siguiendo con fidelidad la idea de que el gobierno debe promover una especie de gran capitalismo nacional: ayudar a las grandes empresas locales, impedir las adquisiciones por parte de empresas foráneas o las fusiones con estas, defender ciertos sectores "estratégicos", etc. Idea que yace detrás de esta jugada.

La desgracia de América Latina se debe en buena parte a la adopción del lema “el interés general priva sobre el interés individual”. Esa frase debe continuar “pero no sobre el derecho individual, porque es de primordial interés general que prive el derecho individual”. De lo contrario, no tendremos derecho alguno. Tendremos un régimen de legalidad pero no un régimen de derecho. 

Me inclino por un mal Doha

Publicado por Andres Mejia-Vergnaud

En respuesta a la inquietud planteada por Juan Carlos Hidalgo en una nota reciente en este mismo blog, mi opinión es que un acuerdo de poco alcance es preferible a un fracaso abierto de las negociaciones de Doha. Este fracaso llegaría en medio de amargas recriminaciones mutuas, que no harían más que seguir dificultando el alcance de un acuerdo sustancial.

¿Por qué prefiero un acuerdo de poco alcance a un fracaso? Porque tengo la esperanza de que las condiciones que impiden hoy un acuerdo sustancial sean pasajeras, o puedan superarse.

En medio de las tormentas, muchas veces la mejor estrategia es aferrarse a un objeto estable, por mínimo que sea, y esperar que la tormenta pase. Y creo que es posible que, terminada la administración Bush, y superado el año electoral en Estados Unidos, parte de la animosidad política contra el libre comercio amaine. Un liderazgo renovado de Estados Unidos en materia comercial, con nuevos bríos, sería suficiente para al menos hacer que todas las partes se pongan en movimiento. Y tras años de señalamientos, no descartaría yo que la Unión Europea pueda ser un poco más flexible en materia de subsidios. De hecho, las noticias que llegan de Potsdam parecen indicar que esta vez los inflexibles fueron Brasil y la India. De hecho, Estados Unidos y Europa coinciden en esto. Coinciden en algo y eso ya es un avance.

Creo, por otra parte, que un fracaso de la Ronda de Doha sería un golpe casi fatal para el ideal de comercio multilateral, que considero es la mejor esperanza real que tenemos los amigos del libre comercio. El mundo se entregaría a los sueños de Bono y Jeffrey Sachs y tendríamos que esperar un par de décadas y soportar nuevas frustraciones, hasta que vuelva a haber conciencia de la importancia del comercio para el desarrollo.

Cajita Social ListaYo soy de la generación que creció coleccionando los juguetes que venían en la cajita feliz ("happy meal") de Mc Donald's. En Venezuela los niños en las escuelas públicas de Caracas ahora reciben algo un poco distinto: "la cajita social lista". Es de color rojo y el papel en el que están envueltos los alimentos dice "Con Chávez, un solo gobierno". El secretario de educación dice que no se trata de un intento de adoctrinamiento puesto que ese lema no va dirigido a los niños.

McDonalds cajita felizSeguramente, esta cajita que contiene una galleta semidulce, una gaseosa y un cuarto de leche no logrará destronar a la cajita feliz. Es lamentable que algunos padres de familia no tengan cómo evitar el adoctrinamiento de sus hijos. "Yo no tengo dinero para enviar a mis niños a un colegio privado y entonces tengo que soportar este burdo intento de manipulación", dice una madre de familia. Yo creo que ella no tiene mucho de qué preocuparse por ahora, sospecho que los niños seguirán prefiriendo la cajita feliz por sobre la cajita "sociallista".

En países como Venezuela, Bolivia y Ecuador se ha estado hablando mucho de esto. En Venezuela el gobierno dice que con el cierre de RCTV se han democratizado los medios. Esta medida que reduce a un mínimo la libertad de expresión en Venezuela ha recibido el aval de intelectuales tales como Ignacio Ramonet y otros que profesan para otras sociedades lo que no se practica en las sociedades libres en las cuales suelen vivir.

Todavía no encuentro un defensor de esta tesis de la "democratización de los medios" que explique en términos sencillos y concretos qué significa, en la práctica, eso de la "democratización". En Ecuador dicen nuestro Presidente y otros miembros de su gobierno que esto es necesario para que los "intereses económicos" no sigan manipulando a la opinión pública. Sin embargo, ¿qué hay de los intereses políticos? ¿Acaso no son suceptibles también al interés de manipular la opinión pública los grupos de presión política?

Teniendo un mercado libre de información, ¿no somos los ciudadanos lo suficientemente libres para decidir en cuáles fuentes de información creemos?

Por eso coincido con lo declarado ayer por Mario Vargas Llosa en Quito:

Cada vez que los gobernantes han hablado de democratizar los medios, la libertad de expresión ha entrado en receso y ha desaparecido. Lo que necesitamos es que haya libertad para que proliferen los medios de comunicación independientes. Los medios se democratizan solos. Cuando hay libertad, hay órganos que expresan distintos puntos de vista, que compiten entre ellos, que defienden opciones diferentes. Eso es la democratización.

Las negociaciones por la ronda de Doha en la Organización Mundial del Comercio se acercan a un punto crítico en las próximas semanas. A partir de mañana, representantes del G-4 (Estados Unidos, Unión Europea, Brasil e India) se reúnen en Potsdam, Alemania, con el fin de desentrabar las negociaciones, especialmente en el tema agrícola que ha probado ser el nudo gordiano en todo el proceso iniciado en el 2001. Si las negociaciones continúan estancadas, existe la gran posibilidad de que la ronda se suspenda hasta después del 2009, ya que las elecciones estadounidenses e indias harían casi que imposible un acuerdo.

Un fracaso en finalizar la ronda de Doha tendría repercusiones bastante serias: Los países intentarán aumentar el acceso a mercados extranjeros a través de la litigación en el sistema de resolución de disputas de la OMC, lo cual enaltecerá los ánimos dentro del foro. Además, los países en desarrollo tendrán la impresión de que la OMC no responde a sus intereses, ya que en el pasado han cedido en campos de interés para los países ricos —como la propiedad intelectual— mientras que la tan esperada liberalización comercial agrícola contemplada en Doha no fructifica.

Todo esto me lleva a pensar de que es mejor una mal ronda de Doha que la alternativa: nada. La OMC sufriría un golpe mortal de fracasar Doha. Es mejor lograr resultados modestos pero viables, que disparar a las estrellas y traerse abajo un sistema multilateral de comercio que tantos resultados ha dado en los últimos 10 años. ¿Qué les parece?

Después de su espectacular victoria en las presidenciales francesas, Sarkozy ha logrado una abrumadora mayoría en las elecciones legislativas. Desde Pompidou, en 1969, ningún político francés había acumulado tanta auctoritas y potestas en sus manos. Los ciudadanos del Hexágono, en palabras de Presidente de la República, le han un mandato de cambio nítido. Francia se encuentra en una situación similar a la del Reino Unido a finales de los años setenta del siglo pasado. Se ha convertido en el “enfermo de Europa” y salir de ese estado supondría aplicar una terapia similar a la implementada por Margaret Thatcher hace más de tres décadas. Sarkozy se enfrenta al dilema de introducir transformaciones radicales en el modelo socio-económico galo o realizar ajustes parciales que le den un balón de oxígeno pero que no resuelvan los problemas de fondo. Ahí va a estar el éxito o el fracaso de su gestión.

Francia es el país más estatizado de la OCDE. El gasto público absorbe más de la mitad del PIB, los mercados están cuajados de una maraña de regulaciones, el sistema de seguridad social es de una generosidad extrema, la fiscalidad sobre la renta y sobre las sociedades es la más alta de los países desarrollados...Los ejemplos podrían multiplicarse. El resultado es una economía con un bajo potencial de crecimiento anclada en una estructura institucional que desincentiva la creación de riqueza e incompatible con las demandas de un mundo globalizado. En una década, el PIB per cápita francés ha pasado de ser el séptimo más alto del mundo a colocarse en el puesto número diecisiete. El Hexágono presenta un perfil de decadencia acelerada y necesita reformas profundas, por no decir una verdadera revolución.

Ante ese cuadro clínico, las propuestas planteadas por Sarkozy en su plataforma programática van en la dirección correcta pero resultan insuficientes para atajar el mal francés. Al mismo tiempo, algunas de sus iniciativas –defensa de los campeones nacionales, preferencias comerciales etc.- tienen un aroma proteccionista inquietante, así como lo son sus ataques a la política del BCE, que parecen culpar a esta institución de la parálisis económica francesa. Este cóctel de ideas contradictorias entre si plantea interrogantes sobre cual será la política que el nuevo Presidente francés pondrá en marcha. ¿Predominará el Sarkozy liberal o el estatista? Esa incógnita se verá despejada con rapidez. El estado de gracia de los gobiernos dura poco y las reformas han de implantarse antes de que las fuerzas del statu quo reaccionen y se conviertan en un formidable frente opositor. De ahí que el tono de la Presidencia de Sarkozy lo van a dar sus primeras medidas. En este marco, la historia ofrece algunas lecciones importantes.

En 1986, la derecha francesa ganó los comicios legislativos con un ambicioso programa de cambio bajo el rótulo “La Unión Liberal”. Chirac fue el Sarkozy aquel momento pero su impulso reformista sucumbió ante la presión de la calle. En 1995, Alain Juppé intentó introducir modestas transformaciones en el Estado del Bienestar que provocaron una marea de protestas y su salida del gobierno. Todas las intentonas liberales realizadas hasta el momento por el centro-derecha galo se han saldado en un fracaso. Esas experiencias son parecidas a las de Ted Heath. El líder conservador británico obtuvo su victoria electoral de 1970 con un proyecto de ruptura con el consenso estatista que dominaba la escena británica desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Su falta de coraje y de convicción le impidieron conseguir ese objetivo. Fueron necesarios cinco años de desastre laborista y el “invierno del descontento” para que Thatcher hiciese el trabajo que su antecesor fue incapaz de acometer (ver Jenkyns S., Thatcher & Sons, Penguin Books, 2006).

En este contexto, la pregunta es muy simple: ¿Sarkozy es Heath o es Thatcher? ¿Ha interpretado el deseo de cambio de los franceses como una invitación a desmantelar el rampante y esclerótico estatismo francés? Esta es la cuestión central. La Dama de Hierro fue mucho más radical en su gestión de gobierno que en el manifiesto electoral que la llevó al Número 10 de Downing Street en 1979. Tuvo el coraje y la visión precisas para acometer contra las vacas sagradas del statu quo británico y vencerlas. Esto desplazó el consenso de la sociedad y de la política británicas del estatismo a la libertad. Los laboristas sólo volvieron a ser elegibles cuando abandonaron sus ideas del pasado y de algún modo se hicieron “tacheritas”. Esta es la oportunidad de Sarkozy y la duda es si tendrá el liderazgo y la voluntad suficientes para aprovecharla. Como diría De Gaulle, esa es su cita con el destino.

¿Aceptaría la sociedad francesa una estrategia de cambio radical? Hasta el momento, su conservadurismo apuntaría a una respuesta negativa. Sin embargo, este diagnóstico es superficial y estático. En el Reino Unido, a izquierda y a derecha, nadie o, al menos, pocos consideraban posible acabar con un estado de cosas consolidado durante medio siglo de socialismo. La coyuntura francesa no es muy diferente y, en consecuencia, las posibilidades de éxito de una terapia “tacherita” son considerables. En cualquier caso y siguiendo al viejo Shakespeare, el temple de los hombres se ve en las situaciones difíciles.

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