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Archivo por Noviembre 2012

¿Recuerdan que en mayo de este año Paul Krugman describió al modelo económico de Argentina durante la última década como una "notable historia de éxito"?

Ayer La Nación de Buenos Aires reportó que Argentina tendrá el peor desempeño en términos de inflación y crecimiento entre países sudamericanos en 2012. La economía argentina crecerá solo 1% este año y la inflación estará por encima de 20%, mientras que el resto de la región goza de un crecimiento saludable y tasas bajas de inflación.

Argentina si es una historia notable. Pero no necesariamente una de éxito como Krugman dijo.

El odio a la caridad

La donación del destacado empresario gallego Amancio Ortega a Cáritas animó el habitual el recelo políticamente correcto frente a las empresas. Personas que jamás se preocupan del empobrecimiento de los ciudadanos a causa de la coacción de los poderes públicos, sostuvieron, contra toda evidencia, que Inditex no es sinónimo de bienestar, empleo y prosperidad, sino de miseria y explotación.

Jamás dicen que la miseria y la explotación son características del socialismo. Del socialismo, de hecho, no hablan mal nunca: lo malo son las empresas y el capitalismo, siempre sospechosos, siempre dudosos. Condenan la deslocalización, como si en su ausencia gozaríamos de menos pobreza y menos paro. Mientras los estados en todo el mundo son cada vez más grandes, poderosos e intrusos, insisten en la patraña del “secuestro del poder político por el económico”. Y fue manifiesto el odio a la caridad. Se llegó incluso a reclamar a Cáritas que renuncie a los 20 millones de euros de Amancio Ortega. La solución, proclaman, es la justicia, no la caridad. Pero llaman “justicia” a que el poder arrebate por la fuerza la riqueza a quienes la producen. Y atacan la caridad con argumentos sectarios y falaces: “La caridad no crea riqueza, solo pone parches a la pobreza. Poner parches a la pobreza con dinero de quienes la causan es totalmente inadmisible”. Jamás aplican este argumento allí donde es válido: en el intervencionismo político y legislativo. Odian la caridad porque odian la libertad.

Publicado originalmente en La Razón (España) el 27 de noviembre de 2012.

Con la esperanza de que en algún lugar allá afuera exista un republicano que lea el blog de Cato, aquí están algunas de mis reflexiones acerca de las elecciones de ayer:

  1. El conservadurismo social al estilo de los señores Murdock y Akin no tiene cabida en un partido político moderno. La oposición al aborto no justifica comentarios trastornados acerca de la “violación legítima” y de embarazos por violación “deseados por Dios”. Lo mismo se aplica a la oposición a la igualdad ante la ley para los homosexuales. Los referéndums en Maine y Maryland son señales de lo que está por venir. El electorado cada vez se vuelve más tolerante de la homosexualidad y crecientes números de electores sienten que prohibir que los homosexuales se casen es una discriminación —así de sencillo.
  2. Es tonto atacar a los latinos durante las primarias y luego sorprenderse cuando ellos respaldan en números masivos a su adversario. La demografía es el destino y el voto latino se volverá cada vez más importante en las próximas elecciones. El Partido Republicano debería adelantarse y proponer una reforma migratoria integral que incluya un camino hacia la legalización para los electores indocumentados antes de que lo haga Obama.
  3. Los estadounidenses están cansados de una política exterior patriotera y mientras que muchos electores están espantados por los ataques en Paquistán con aviones no tripulados por parte de la administración de Obama, pocos están listos para otra guerra a gran escala en el Oriente Medio, o en otra parte del mundo.
  4. Los principios importan. Durante su carrera política, Mitt Romney estuvo en ambos lados de cada asunto, haciendo campaña como un republicano centrista y moderado para el senado en Massachusetts y como un conservador ortodoxo durante las primarias del Partido Republicano. En realidad, nadie podía estar muy seguro de lo que él creía o cuál era su posición.

Las derrotas pueden ser difíciles, pero si proveen una oportunidad para la renovación. Con G.W. Bush, el Partido Republicano se adhirió a un socialdemócrata fiscal y conservador social que le hizo un daño masivo a la reputación del partido. Con Mitt Romney, el Partido Republicano optó por un hombre que era todo para todos al mismo tiempo. Tal vez la próxima vez, el partido escoja a una persona que refleje las preferencias políticas de la gran mayoría de los estadounidenses: la probidad fiscal combinada con apertura social.

Ayer entró en vigencia el Tratado de Libre Comercio entre EE.UU. y Panamá. EE.UU. cuenta ahora con acuerdos de libre comercio con Canadá y once países latinoamericanos que van desde México hasta Chile. Mi colega Bill Watson tiene una visión menos entusiasta del TLC con Panamá aquí.

La semana pasada, durante el tercer debate presidencial, Mitt Romney habló sobre cómo EE.UU. no ha aprovechado por completo las oportunidades comerciales con América Latina. Algunos expertos, como Ted Piccone del Brookings Institution, señalaron rápidamente que el llamado de Romney a expandir el comercio con América Latina no es muy realista considerando que Washington ya tiene tratados de libre comercio con todos los países latinoamericanos que desean un acuerdo comercial con EE.UU., mientras que aquellos que no tienen un TLC con EE.UU., como Brasil y Argentina, no están interesados en uno. Sin embargo, eso no significa que no haya espacio para promover una agenda comercial significativa en el hemisferio.

Como podemos ver en el cuadro de abajo, los países de las Américas con los que Washington tiene un TLC también tienen acuerdos similares entre ellos. Hay algunos eslabones que faltan por aquí y allá, pero en general, estos países ya han creado una versión fragmentada de un área de libre comercio de las Américas. Un problema con esto es lo que Jagdish Bhagwati ha denominado el “efecto del tazón de spaghetti”, ya que todos estos tratados de libre comercio cuentan con reglas de origen distintas, diferentes calendarios de eliminación de aranceles y distintas barreras no arancelarias, lo cual muchas veces más bien termina entorpeciendo el comercio internacional, no facilitándolo.

ALCA fragmentada

Se están llevando a cabo algunos esfuerzos para abordar este problema. Por ejemplo, México tiene TLCs individuales con cinco países centroamericanos, pero ahora está negociando con ellos para fusionar todos estos acuerdos en uno solo. México también ha anunciado la creación de la Alianza del Pacífico, un bloque comercial que incluirá a Colombia, Perú y Chile.

EE.UU. debería liderar un esfuerzo por fusionar todos estos TLCs regionales en una sola Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) para aquellas naciones que deseen ser parte de ella. Las negociaciones también podrían ayudar a completar esos eslabones que faltan en el complicado rompecabezas del comercio hemisférico. Una vez que se materialice el proyecto, esta ALCA podría dejar la puerta abierta a otros países latinoamericanos que quieran unirse en el futuro (los candidatos más probables serían Uruguay y Paraguay dado su creciente descontento con Mercosur).

Aunque EE.UU. no ganaría mucho en términos de acceso de mercado con un ALCA como este, armonizar las reglas comerciales a lo largo del continente ciertamente ayudaría a promover el comercio en las Américas. Además, el costo político sería mínimo dado que Washington ya tiene TLCs con todos estos países.

Bill Clinton propuso la idea de un Área de Libre Comercio de las Américas en 1994, aunque la abandonó rápidamente a pesar del amplio interés que había en ese entonces en América Latina. Las negociaciones finalmente se lanzaron en 2001 pero se desmoronaron en 2005 luego de que se volvió obvio que países como Brasil, Argentina y Venezuela ya no estaban interesados. Pero esto no significa que el objetivo de un área de libre comercio hemisférica no merezca ser promovido de una manera distinta. Hay buenos argumentos a favor de construir un ALCA con aquellos países que estén dispuestos a ser parte de ella.

El Acuerdo de Promoción Comercial entre EE.UU. y Panamá entró en vigencia ayer. Idealmente, los acuerdos comerciales promueven el libre comercio obligando a cada país involucrado a remover las barreras a las importaciones de productos provenientes del otro país. Este acuerdo hace justamente eso y la base de datos de votos sobre el comercio del Cato Institute (en inglés) cuenta un voto a favor de implementar este acuerdo como un voto en oposición a las barreras comerciales. Pero la historia de este acuerdo y la actual falta de ímpetu acerca del libre comercio dificultan que uno se emocione.

Este acuerdo fue firmado hace más de cinco años en junio de 2007 pero no fue ratificado por el congreso sino hasta diciembre de 2011. ¿Por qué demoró tanto? Para poder hacer el acuerdo más agradable para ciertos grupos de intereses especiales, los líderes del congreso y la administración de Obama retardaron una votación hasta que acuerdos suplementarios adicionales y otras garantías fueron aceptados por Panamá. Estos incluían una ley laboral de 2009 que restringe los derechos de los trabajadores no sindicalizados en Panamá y un acuerdo de 2010 que le da al gobierno estadounidense acceso a las cuentas bancarias que los ciudadanos estadounidenses tienen en Panamá. Incluso el acuerdo original contenía obligaciones contenciosas no relacionadas al comercio que estaban diseñadas para favorecer grupos específicos de intereses especiales; la última legislación que Panamá implementó este otoño era para expandir sus leyes de derechos de propiedad intelectual y para proveer patentes para las plantas.

El acuerdo si reduce las barreras al comercio de productos y servicios y abre el mercado de contratación pública en ambos países, pero el costo de esto son los acuerdos cariñosos y generosos regalos para Hollywood, las empresas agrícolas estadounidenses, y los grandes sindicatos laborales. El hecho de que este acuerdo se enfrentara a tantos obstáculos es una mala señal para el futuro de los acuerdos comerciales en EE.UU., especialmente considerando que la economía de Panamá tiene aproximadamente el tamaño de Dakota del Norte. Los obstáculos que retardaron y frustraron este acuerdo tienen muy poco que ver con el comercio en sí y probablemente resurgirán en el futuro cercano en cualquier debate relacionado a las negociaciones e implementaciones de acuerdos de libre comercio.

(Incluso si el objetivo es solamente promover las exportaciones, el gobierno estadounidense tiene mejores maneras de hacerlo que meterse con las normas de propiedad intelectual de Panamá. La expansión del Canal de Panamá planificada desde hace mucho terminará en 2014; si el congreso seriamente quiere promover el comercio, debería trabajar para asegurarse de que los puertos estadounidenses puedan recibir a los nuevos barcos tamaño Panamax que estarán atravesando el canal.)

EE.UU. ha firmado 12 acuerdos de libre comercio con 17 países entre el 2000 y 2007 y ninguno desde ese entonces. El presidente Obama está trabajando en la Alianza Transpacífica, que actualmente incluye a otros 10 países —pero ya tenemos acuerdos con todos menos cuatro de ellos. El gobernador Romney ha propuesto firmar más acuerdos con países en América Latina, pero no hay muchos países que quedan en la región que estarían interesados. Un acuerdo de libre comercio genuino con Brasil sería excelente, pero probablemente requeriría una reforma en EE.UU. a los subsidios agrícolas— algo difícil de vender y que requiere de coraje político y un compromiso con la liberalización comercial.

La entrada en vigencia del acuerdo con Panamá ayer irónicamente marca un punto bajo en la salud del consenso acerca del libre comercio. Es muy revelador que los acuerdos de libre comercio ahora se llaman “acuerdos de promoción del comercio” o simplemente “alianzas”. El lenguaje del libre comercio está muy necesitado de un renacimiento para estar seguros de que estos acuerdos no se conviertan en herramientas para que los exportadores promuevan sus intereses especiales. Expandir las exportaciones, mejorar la innovación en EE.UU. y crear trabajos debería ser mencionados como (algunos de) los beneficios del libre comercio, no como los objetivos de la política del comercio administrado. El libre comercio debería ser el único objetivo.

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