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Archivo por Febrero 2013

Un liberal sostiene que la libertad es el valor fundamental sobre el cual debe organizarse la sociedad y que la Libertad es aquella situación en la cual las personas no se hallan sujetas al uso de la violencia contra ellas y sus bienes.

Para un liberal el Estado es, ni más ni menos, un mal necesario, porque los gobernantes son y han sido los más propensos a usar la violencia contra los ciudadanos y sus propiedades. Sólo es posible tolerar la existencia del Estado si --y sólo si-- asume la responsabilidad de protegernos contra la violencia de otras personas. Si el Estado no cumple con esa función, pierde su razón de ser y sólo representa el permanente riesgo de que los gobernantes usen ilegítimamente la violencia contra sus ciudadanos. Por ello, la preocupación fundamental de un liberal es limitar el poder del Estado a lo estrictamente necesario para la protección de las personas y sus bienes. Otorgarle más poder al Estado es simplemente dotarlo de armas para que esclavice y agreda a los ciudadanos.

El Estado no genera prosperidad alguna. Todo lo que el Estado le entrega a un ciudadano se lo ha quitado previamente a otro. En efecto, el Estado se limita a apropiarse ilegítimamente de los bienes de los ciudadanos para luego entregarlos en manos de gobernantes que diseñan políticas públicas y planes de gobierno cuyo objetivo fundamental es mantener en el poder al partido o clase gobernante. En el mejor de los casos, el Estado organiza unos servicios públicos deficientes y paga una burocracia parásita que se organiza en sindicatos que tratan de incrementar sus beneficios laborales mediante huelgas y otros mecanismos violentos, olvidando que quien paga sus salarios no es el gobernante de turno, sino el conjunto de los ciudadanos a quienes se expolia en beneficio de esa burocracia paquidérmica. En el peor de los casos, el Estado se dedica a organizar ejércitos que jamás batallan, que libran guerras injustas o que, simplemente, se corrompen para vulgar beneficio de los gobernantes y sus amigos.

¿Cómo ocurre esa apropiación por parte del Estado de los bienes de los ciudadanos? En la mayoría de los países a través de los impuestos. En forma descarada, el Estado les arrebata a sus ciudadanos aproximadamente la mitad de la riqueza que generan. En otros países, como Venezuela, el Estado combina los impuestos con la apropiación total y permanente de la fuente principal de la riqueza nacional, en nuestro caso, el petróleo, situación que jamás es cuestionada porque los ciudadanos creen que son propietarios colectivos de esa riqueza, cuando la realidad es que sus únicos propietarios son aquellas personas a quienes ingenuamente eligen para dirigir el Estado.

¿Por qué los ciudadanos toleran semejante estafa? Básicamente porque los políticos han sembrado por siglos la semilla de la envidia y el resentimiento contra los ricos, los cuales comprenden desde el dueño de la bodega del barrio hasta el magnate transnacional. Asumimos que el Estado les arrebatará parte de su riqueza la cual creemos ilegitima adquirida e ingenuamente pensamos que nos va a tocar nuestra parte en ese robo. Y si finalmente nada nos toca por lo menos queda la satisfacción del daño que se le hizo a los adinerados.

No obstante, la simple envidia y el resentimiento no hubieran servido para consolidar ese modelo de Estado. Era necesario un barniz intelectual que le diera fundamento “científico” a la supuesta ilegitimidad de la riqueza del empresario. Para eso llegó el Marxismo con su falaz tesis de la apropiación de la plusvalía por parte del capitalista. Asumida esa verdad “científica”, cualquier impuesto no sólo es justo sino también condescendiente porque lo que el empresario merece es la pura y simple confiscación de sus propiedades.

Desmontar toda esa envidia, ese resentimiento y esa falaz tesis económica, es una labor imprescindible si la humanidad no quiere hundirse en el fango de la miseria. Se trata de una tarea titánica. Desde la TRINCHERA LIBERAL de CEDICE (Venezuela) sólo aspiramos a poner un grano de arena semanalmente. Quizás jamás logremos que la mayoría se convenza de la ilegitimidad de la actuación del Estado, pero a lo mejor podemos convencerlos de que el capitalismo sin adjetivos redunda en mayor prosperidad para todos, aunque nos resulte antipático.

Publicado originalmente en Notitarde (Venezuela) el 12 de febrero de 2013.

La evidencia sigue poniendo a los sindicatos contra las cuerdas. Los trabajadores siguen manifestando un creciente rechazo a unas organizaciones que supuestamente reflejan sus intereses y aspiraciones, y ni se afilian a los sindicatos ni les pagan. Con lo cual, los mal llamados "agentes sociales" se parecen cada vez más a meras burocracias políticas, ineficientes y opacas, como todas las burocracias. Sus "éxitos" estriban en perjudicar a los trabajadores, en impedir que acudan a sus puestos de trabajo o, como en el caso de Iberia, en poner en riesgo la existencia misma de las empresas y el mantenimiento de miles de empleos. Se dirá: tienen que ser más transparentes. Es verdad, sobre todo cuando, como sucede también con los gobiernos y los partidos políticos (a los que, no por casualidad, los sindicatos se parecen cada día más), los ciudadanos son obligados a pagar de su bolsillo a unos supuestos representantes a los que, todo indica, no aprecian en absoluto. Pero no es toda la verdad: además, los sindicatos deben renovar un discurso izquierdista populista y pueril, que los suma a la agitación profesional y los resta de la opinión de aquellos que dicen representar: las trabajadoras y los trabajadores.

Publicado originalmente en La Razón (España) el 22 de febrero de 2013.

El 25 de enero de 2013 en un discurso pronunciado en la Casa Rosada, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo "Además está demostrado por el paso de la historia que obligar, acordar, esas cosas no sirven, es el propio usuario y consumidor el que tiene que hacer valer sus derechos". Sin embargo el 4 de febrero, diez días después, el Secretario Guillermo Moreno acordó un congelamiento de precios con las principales cadenas de supermercados.

Más allá de la abierta contradicción entre los dichos de la presidenta diciendo que "acordar, obligar, esas cosas no sirven" y el nuevo intento de "congelamiento" es necesario analizar tres cuestiones.

  1. El congelamiento en el fondo implica un aumento por cuanto las cadenas de supermercados dejarán de publicar rebajas del 15%, 20% y 30% como lo hacían habitualmente hasta el último fin de semana.
  2. El objetivo del congelamiento es "calmar el agua" dado que los meses de febrero, marzo y abril son muy febriles en términos de negociaciones paritarias. Y aquí el gobierno tiene dos problemas. Por un lado, fuertes aumentos de salarios puede inducir a las empresas a ajustar aún mas los precios a la suba. Por otro lado, las paritarias del sector público implican un serio riesgo para la situación fiscal ya seriamente comprometida.
  3. El control de precios, fue, es y será siempre un fracaso. La historia argentina es lapidaria.

Entre febrero de 1967 y noviembre de 1989 transcurrieron 24 ministros de economía y 274 meses. Solo en el 10% de ese tiempo hubo libertad de precios. El resto del tiempo los precios estaban controlados, concertados, pautados o administrados por la autoridad pública. Sin embargo, la inflación fue devastadora en todo el período.

El régimen de precios de ese período se distribuye de la siguiente manera.

30 meses con precios libres 10,9%
57 meses con precios vigilados 20,8%
45 meses con precios concertados 16%
76 meses con controles de precios 27%
26 meses con precios pautados 9%
95 meses con precios máximos 35%
36 meses con precios congelados 13%
Fuente: FIEL. Por coexistencia de mecanismos la suma no es 100%.

El fracaso fue total e incuestionable. Esta batería de mecanismos no evitó que aquello que costaba 1$ m/n en 1967  llegara a costar en 1989 nada menos que 3.945.977.971,92 $ m/n. (eso sí expresados en australes).

De esos 23 años, en sólo uno la inflación anual fue menor al 10%. Durante catorce años la inflación anual superó el 100%. El final, en 1989, fue la trágica hiperinflación, que muchos ya olvidaron.

Ni el nazismo ni los soviéticos

Los nazis quisieron controlar el precio de la carne y no pudieron. El 26 de noviembre de 1936 establecieron un control de precios que fijaba los precios (entre ellos la carne) al 17 de octubre de dicho año. La coincidencia con el día peronista es solo casual.  Tiempo después, el jerarca nazi responsable del planeamiento económico Herman Goering, siendo prisionero confesó que:  “Si intentan controlar precios y jornales, es decir el trabajo del pueblo, deberán controlar la vida de las personas y ningún país puede intentarlo a medias. Yo lo hice y fracasé. Asimismo, una nación tampoco puede imponer un control absoluto. Yo lo intenté y también fracasé”. 1

Los soviéticos vieron fracasar el mas cruel sistema de control de precios, vidas y personas. Para mitigar las nefastas consecuencias del control en términos de desabastecimiento y hambrunas, los soviéticos popularizaron una adivinanza: “¿Que cosa mide cincuenta metros de largo y come papas? El pueblo ruso haciendo la cola para comprar carne.”

1. Robert Schuettinger y Eamonn F. Butter. 4000 años de controles de precios y salarios (Buenos Aires: Editorial Atlántida/The Heritage Foundation, 1979).

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