Había una vez, en una tierra cálida y de sol, una enorme empresa en la que los empleados se burlaban de sus jefes y accionistas. Cuando se animaban a presentarse, llegaban tarde al trabajo. Se aprovechaban con descaro de los recursos de la empresa, adquiriendo bienes que solo los favorecerían a ellos y no a los millones de accionistas que la empresa tenía como último fin beneficiar. Algunos, tenían la desvergüenza de llegar borrachos a su trabajo, y con excusas que casi nadie creía, lograban huir de las consecuencias de sus bochornosos actos.
A los encargados de las cuentas de la empresa, se les habían acabado los polvos mágicos del sentido común y parecían no haber aprobado ningún curso de finanzas al permitir que los gastos fueran muchísimo mayores que los ingresos, apoyándose en una deuda sobre otra. El problema, seguramente, se debía a que nunca le entendieron bien el concepto de deuda a sus profesores, y seguramente se imaginaban que equivalía a un pozo mágico e infinito de dinero que no había que devolver nunca. La mayoría de gastos además, no iban dirigidos a apoyar las actividades productivas: cuando más se necesitaba aumentar las capacidades de producción e invertir en nuevas y mejores máquinas, se gastaba en pintar los edificios, y comprar inmobiliario de oficina. También se destinaban bastantes fondos en complacer los deseos y caprichos de muchos de los amigos de los empleados, con el fin de quedar bien con ellos, prefiriendo eso a cumplir con sus deberes frente a los accionistas de la empresa.
Sin necesidad de continuar con el cuento, que más parece historia de terror, cualquier lector podría imaginarse que la empresa no iba en el rumbo del éxito, sino de la perdición total. En este cuento, al que le sobran las brujas y dragones, y que carece de héroes, parecería además que los accionistas, y por lo tanto, jefes, se merecen los malos tratos de los que son víctimas por el letargo de ingenuidad y apatía en el que se encuentran sumergidos y que los deja inertes ante los abusos y saqueos que se efectúan con sus contribuciones.
La ventaja de este cuento es que, aunque parece fácil de prever, el final no está escrito todavía. Depende en gran medida de que de despierten los accionistas del letargo de cuento de hadas en el que se han encontrado desde hace muchos años permitiendo en mayor o menor medida los horrores antes descritos. Depende de que algunos de estos accionistas se vuelvan héroes, dispuestos a hacer las cosas de diferente manera y venzan las tentaciones del poder con las armas de los ideales. Depende de que al salir del letargo, los accionistas se decidan a ser más activos en la supervisión de sus empleados. Depende de que los empleados que incumplieron reglas importantes paguen las consecuencias, para sentar un precedente y que el cuento se convierta en la amenaza con la que hacen comer a los niños y no en el contenido diario de los periódicos.
Este cuento, que no es más que la triste realidad en la que se encuentra el país, tiene como protagonistas y autores a la ciudadanía, los verdaderos accionistas de la gran empresa que implica sacar adelante a El Salvador. Solo falta que salgamos del letargo, del que no nos va a sacar el beso de ningún príncipe, sino la responsabilidad ciudadana y la concientización sobre nuestros derechos. Este es un cuento, en el que el “felices para siempre”, depende de nosotros. ¡Feliz 2012!
Publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 8 de enero de 2012.