Básicamente hay dos formas de proceder en la vida: para impresionar a los demás o para acatar los dictados de la propia conciencia. Sin duda que pueden existir actitudes que tengan efectos cruzados. La conducta que sigue los preceptos de la honestidad intelectual también impresiona en un sentido o en otro a los demás y los actos que solo buscan caer en gracia a terceros repercuten en la conciencia del sujeto actuante. Sin embargo, los dos procedimientos son en su raíz de naturaleza sustancialmente distinta puesto que tienen diferentes nortes. Uno busca el aplauso y otro apunta a un objetivo interior, este último se guía sin vueltas ni dobleces por lo que le dice el espejo cuando se ve reflejado.
En un caso, las más de las veces, se vive para caer simpático, en el otro se da prelación a la arqueología interior, a lo que se estima es bueno. En la primera situación descripta la bondad o maldad del acto resulta irrelevante, mientras que en la segunda se considera vital la diferencia.
Son dos maneras de vivir absolutamente distintas y opuestas. La persona que tiene poco o nada dentro suyo, la que no cuenta con una personalidad arraigada, la que se siente amparada por lo que hacen y dicen los demás, esa persona basa su conducta en el “que dirán” y lleva a cabo todos los zigzagueos necesarios en sus procederes para conformar a los de afuera. En cambio, la persona que está bien alimentada espiritualmente, la que revela una marcada personalidad, la que en verdad tiene autoestima y dignidad, se maneja con los dictados de la propia conciencia y considera que hacer el bien le hace bien y lo engrandece y si fuera a dejarse llevar por la corriente de opinión que prevalece siente que sucumbe, se degrada y, lo que es peor, se traiciona a si mismo.
Y no es que quien lleva una vida decente no deba escuchar otras opiniones. Muy por el contrario, una persona de integridad moral busca estar informada, no se conduce a tontas y a locas. Es conciente de la propia ignorancia por lo que está atenta a la incorporación de nuevos elementos de juicio pero, al actuar, lo hace con la frente alta y convencido de que lo que realiza es lo mejor. Su meta es la excelencia y el mejoramiento. No se avergüenza de cambiar de posición cuando percibe el error.
Quienes hacen y dicen lo que hacen y dicen los demás se convierten en los demás y terminan con diversos grados de vacíos existenciales y, muchas veces, en el diván del psicoanalista para que le digan quienes son. En realidad le dan la espalda a la condición humana, se niegan a utilizar las herramientas del libre albedrío y prefieren seguir sumisamente las decisiones de otros en una secuencia que no encuentra el centro de gravedad. Al no optar por la conducta que saben es el bien se niegan a si mismos y se infringen daño porque hacer lo bueno no es para hacerle un favor a alguien exterior a cada uno sino a uno mismo.
En última instancia la vida es una prueba para ver como somos y a que categoría moral pertenecemos. La decisión está en las manos de cada uno pero el espejo no engaña, refleja lo que ve, mientras que las alabanzas o las condenas de otros pasan por filtros diferentes al siempre fiel espejo.
Todos actuamos en nuestro interés personal, lo cual es una perogrullada ya que si lo que hacemos no está en nuestro interés ¿en interés de quien hacemos lo que hacemos? Está en el interés de la madre el cuidado de su hijo, está en interés del filántropo su filantropía, está en interés del asaltante el éxito de su delito etc. El asunto consiste en detectar con claridad que el interés coincida con lo que le hace bien al sujeto actuante. Escribe el médico y ex profesor de psicoanálisis en la Universidad de Cornell, Masao Miyamoto, en su Straitjacket Japan, que resulta muy destructivo para las personas que respetan sus autonomías individuales la educación japonesa en gran medida basada en la perversa noción de la presión del messhí hoko que significa sacrificarse en pos del grupo, lo cual, claro está, hace que “las personas de talento resulten víctimas” con las consecuencias negativas, precisamente, para el grupo, es decir, mirando los contrafácticos, imaginarse los mejores resultados si se respeta la condición humana de la individualidad que para nada contradice la capacidad de formar equipos y la necesaria cooperación social, siempre sustentada en el interés personal. La obligación y la imposición de sacrificarse para otros destroza la dignidad y la autoestima. La sociedad abierta está cimentada en que cada uno en busca de su interés personal necesita servir a su prójimo tal como nos enseña Adam Smith, filosofía tan bien resumida por Nathaniel Branden en su Honoring the Self. Incluso, como hemos apuntado en otras oportunidades, Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica afirma respecto al precepto de “amarás al prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo moldeado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo” (2da.2da., q. xxvi, art. iv ). Por otra parte, el que se odia a si mismo es incapaz de amar puesto que, como queda dicho, el amor a otro debe satisfacer a quien ama.
Como tan acertadamente dice la canción A mi manera, escrita por Paul Anka y tan bien cantada por Frank Sinatra: “¿Qué posee un hombre si no es a si mismo si no dice lo que verdaderamente siente y no las palabras de uno que se arrodilla?”. El espejo es infalible: se pronuncia sin condescendencias de ningún tipo y especie. No hay engaño ni ficción posible y si lo que revela es un timorato incapaz de decir en voz alta lo que piensa es la verdad, la condena es segura e inmisericorde, ese veredicto es inapelable y es el único que vale porque como dice el aforismo “en gran medida la vida es como un espejo, nunca devuelve más ni menos de lo que se le ofrece”. El fallo del espejo es irreversible (lo hecho, hecho está), solo podemos modificar el futuro para que el reflejo descubra otras aristas.
También es pertinente apuntar que el espejo pone al desnudo los estados de ánimo: la alegría y la tristeza. Lo primero constituye un ingrediente esencial para vivir, el sentido del humor es clave (especialmente la capacidad de reírse de uno mismo), pero la tristeza es también un estado anímico muy respetable y objeto de consideración. Nada hay más estúpido que los que consideran que todo debe presentarse como estallidos irrefrenables de algarabía “hay que pasarla bien” (nunca enfrentar problemas y no hablar seriamente porque puede arruinar la fiesta), “hay que divertirse” (es decir desviarse de lo central). Estos papanatas que siempre tuvieron fuegos artificiales en el seso fenecen sin saber porque vivieron y habitualmente le escapan al espejo, no vaya a delatar una preocupación medular o una reflexión sustancial con algún viso de infortunio.
El espejo también sirve para interrogarse mirándose a los ojos y para constatar la evolución (o involución) de la figura reflejada. Mario Benedetti decía que “cuando creía tener todas las respuestas, me cambiaron las preguntas”, una posibilidad cierta que a cada rato se nos presenta…el ejercicio de plantearse nuevos cuestionamientos es saludable para estar atento a la incorporación de conocimientos y aplacar nuestra ignorancia. Pero tengamos presente que la educación no significa asistir a la escuela (puede ser el antónimo de educación), recordemos que Borges, que fue educado en su casa hasta mucho más allá de la edad convencional, escribió: “Tuve que suspender mi educación para asistir a la escuela”.
El tiempo en que vivimos es corto y no hay espacio para vacilaciones, en las manos de cada uno de nosotros está la decisión. Se cuenta que una vez, un joven intentó engatusar a un maestro en la India y planeó llevar escondido en sus manos un pájaro y le preguntaría a su interlocutor que tenía y si acertaba le preguntaría si estaba vivo o si estaba muerto con lo que consideró era imposible que diera en la tecla porque si decía que estaba vivo lo estrangularía y si decía que estaba muerto lo dejaría volar. Llegado el momento y después que el maestro dijo con firmeza que llevaba un pájaro, frente a la pregunta clave, el sabio respondió “eso está en tus manos”.