En realidad, salvando ciertas distancias, lo que ocurre en buena parte Europa y EE.UU., no difiere en el fondo de las causas ni las consecuencias de lo que viene sucediendo en tierras griegas. Las deudas públicas astronómicas, los gastos siderales, el déficit superlativo, las regulaciones asfixiantes que incluyen disposiciones laborales que expulsan a trabajadores del mercado, desmedida presión tributaria y reiteradas manipulaciones monetarias en el contexto de un sistema bancario insolvente de reserva fraccionaria, han hecho crujir las economías. Los barquinazos que primero sobresalen son en colosos industriales, comerciales y bancarios que amenazan con despidos masivos, convocatorias de acreedores y quiebras. Luego viene el pánico que pretende ocultarse con “salvatajes”, es decir, como los recursos no vienen del aire, con transferencias coactivas sustraídas a las actividades económicas que no cuentan con poder de lobby. Entonces irrumpen los “indignados” que sufren los efectos encarne propia, pero, paradójicamente, como en su mayoría provienen de sistemas educativos sumamente deficientes, reclaman más de lo mismo.
Simultáneamente a lo consignado, aparecen en la vidriera calurosos debates que presentan dos variantes de igual genealogía: ajustar o continuar con el derroche y las promesas de imposible cumplimiento. Naturalmente, tarde o temprano, igual que en una familia, esto último agrava la situación puesto que, como ha indicado Einstein, no pueden obtenerse resultados distintos insistiendo en las mismas causas.
Respecto a lo primero, la batalla por equilibrar las cuentas sin importar el nivel de succión de recursos de la población también agrava el problema, especialmente cuando viene acoplado a medidas absurdas como la postergación de la edad jubilatoria (como si el esquema actuarial se resolviera postergando el problema), la congelación de sueldos en la administración pública (a sabiendas que los burócratas tarde o temprano revertirán la situación para subsistir) y la poda de funciones (que como en la jardinería, la planta crece con mayor vigor, en lugar de eliminar reparticiones inútiles y contraproducentes).
Sin duda que la eliminación de ministerios, secretarias y direcciones son objetadas por intereses creados y los antedichos “salvatajes” son apoyados enfáticamente, no solo por los gobiernos que adoptan las medidas sino por rentistas que desean mantener sus ingresos sin importarle las mermas en el fruto del trabajo ajeno, las propias empresas beneficiadas con los subsidios, los “compañeros de ruta” que repiten lo del riesgo sistémico sin percatarse del agravamiento de la crisis y buena parte de los administradores de carteras que temen perder clientes.
El caso de Grecia tiene características propias que se pusieron de manifiesto en el comienzo mismo de la eurozona al ingresar en base a estadísticas en su mayoría falsas y ahora se descubren dislates como que por cada maseta en jurisdicción de la administración pública hay cincuenta jardineros. Por más eurobonos emitidos, se teme el efecto arrastre de un default total decidido en Atenas, especialmente en España, Irlanda y Portugal pero que afectará también a Italia y Francia y, si esto fuera así, repercutiría en la vacilante economía estadounidense debido a su vinculación comercial con Europa.
Como ha reiterado Ron Paul, el candidato a la presidencia por el Partido Republicano (junto al delantero Mitt Romney), tal vez haya llegado el momento de prestar debida atención a la tradición de la Escuela Autríaca de Economía iniciada por Carl Menger y continuada por Eugen Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises y el premio Nobel en economía Frriedrich Hayek, en el sentido de reconsiderar toda la política financiera y monetaria junto con severas limitaciones a los aparatos estatales en oposición a las recetas keynesianas.
Publicado originalmente en Ámbito Financiero (Argentina) el 25 de mayo de 2012.