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Archivo por Enero 2013

Estado y lealtad

En twitter (@rodriguezbraun), algunos seguidores me apuntaron:

Si la sanidad privada desvía enfermos graves a la pública, ¿no es eso competencia desleal, porque se quita de encima pacientes poco rentables?

Ya resumí mis puntos de vista en twitter, pero quizá resulte de interés responder de forma más extensa, para aclarar esa y otras falacias antiliberales de modo más concluyente de lo que es posible en 140 caracteres. Mi respuesta a la cuestión planteada es que no se puede hablar en sentido estricto de “competencia” (ni, por cierto, tampoco de “colaboración”) entre el Estado y el mercado, que son antitéticos, aunque estén entrelazados.

¿Por qué se conduce de esa forma en algunas ocasiones la sanidad privada? La respuesta es: porque puede y es legal. Pero puede porque existe la pública, porque la pública obliga a todo el mundo a pagar, y se escuda en que también se compromete a curarnos. Quienes hacen negocios en esas condiciones peculiares, y pueden bajar sus costes derivando enfermos legalmente, lo harán. Pero no es obvio que la competencia desleal sea la del sector privado, porque éste tiene un competidor que monopoliza la coacción legítima, y puede forzar a la gente a pagar. Ninguna empresa puede hacer eso. Y eso no es competencia muy leal, desde luego.

También se habla en ocasiones de la deslealtad de quienes somos liberales pero acudimos al socorro del Estado, y se supone que eso quebranta nuestros principios. Otra vez, quienes así nos critican ignoran la existencia misma del Estado, que no es un agente más de la sociedad, ni una empresa más, ni una institución cualquiera, sino el monopolista por excelencia. Si uno ignora eso, se verá abocado a conclusiones absurdas como, por ejemplo, que como el Estado es el que fabrica la moneda, entonces los liberales no deberíamos usarla, y en salvaguarda de la coherencia y pureza de nuestros valores deberíamos…¡dedicarnos al trueque!

Me preguntó un seguidor: “¿Renunciaría usted al Estado si tiene un accidente y viene el Estado a ayudarlo? Si no renuncia, es que el sector público es bueno”. Le respondí: renuncio, siempre que el Estado renuncie a cobrarme impuestos. El error, por consiguiente, estriba en identificar al Estado con la sociedad civil, ignorando su característica más sobresaliente: el monopolio de la coacción legítima. Todos los argumentos de ese estilo, como “si usted no renuncia a circular por las carreteras, entonces no puede criticar al Estado”, caen en la misma falacia. Uno puede, efectivamente, no circular por vías públicas, y de hecho puede no usar ningún servicio del Estado: pero no puede renunciar a pagarle, porque no pagar impuestos puede llevarnos nada menos que a la cárcel. Ninguna otra entidad puede usar la violencia de esa manera para forzar a los ciudadanos a pagar.

De modo que la forma de probar que el Estado es efectivamente bueno sería permitir que los ciudadanos lo eligiésemos libremente, teniendo la alternativa de no hacerlo. Eso es algo que jamás consideran los críticos del liberalismo. En efecto, en lugar de pensar en la posibilidad de la libertad, lo que suelen hacer es partir de la base de su imposibilidad. Así, por ejemplo, aseguran que el argumento liberal no se tiene en pie porque si el Estado no interviniese en el dinero, entonces no habría dinero. O alegan, como un seguidor, que sin Estado viviríamos como en “una isla desierta”. Estos razonamientos, por extendidos que estén, pecan de la insuficiencia lógica de dar por sentada una premisa y negarse a considerar ninguna premisa alternativa. Toman, así, lo contingente por lo necesario. He llamado a eso “la falacia del Estado que está”.

La falacia del Estado que está sostiene que como el Estado está, y hace cosas, entonces esas cosas que el Estado hace porque está no se harían si el Estado no estuviera. A partir de ahí ya nos aseguran que sin Estado no habría riqueza, ni justicia, ni defensa, ni servicios públicos de ningún tipo, etc. etc., y de hecho no habría sociedad: ¡viviríamos en islas desiertas! Eso no es intelectualmente riguroso, ni tampoco leal.

Otra crítica habitual es la equiparación entre liberalismo y dictaduras. No me refiero sólo a la vieja ficción de izquierdas y de derechas que afirma que como no somos libres en el mercado…entonces tiene que venir el Estado a proteger nuestra libertad…quebrantándola con impuestos, regulaciones, multas y prohibiciones variopintas. Me refiero al manido ejemplo de la dictadura de Pinochet y al papel de Milton Friedman. ¡Es un fascista!, proclaman, como cerrando la discusión. Friedman estuvo una vez con Pinochet y le recomendó tres cosas para la política económica chilena: controlar la inflación, privatizar empresas públicas y abrir los mercados. Esto, nótese, es muy contrario al fascismo, que es esencialmente intervencionista en economía. Pero supongamos que, en efecto, el consejo que dio Friedman a Pinochet lo convierte en un fascista. Problema: tiempo después de su única reunión con el dictador chileno, Friedman viajó a China a entrevistarse con las autoridades del régimen comunista, a las que aconsejó…¡las mismas tres cosas que había recomendado a Pinochet! Por lo tanto, siguiendo la misma lógica, entonces Friedman es un comunista. Parece evidente que la acusación hace agua. Entonces algunos intentan resolverlo alegando: Friedman no es un demócrata. Esto tampoco se tiene en pie, porque aconsejó a gobiernos impecablemente democráticos en varios países del mundo, empezando por Estados Unidos y el Reino Unido. Y, obviamente, no se lo podría acusar de fascista o comunista en algunas ocasiones, y no reconocer con la misma lógica que es un demócrata si asesora a o es homenajeado por autoridades democráticamente elegidas. Dos notas adicionales sobre este asunto. Es interesante que la identificación entre liberalismo y dictadura sea tan jaleada, y en cambio no lo sea la identificación entre socialismo y dictadura, que resulta aplastante. Por otro lado, si nos ponemos puristas con Milton Friedman, ¿qué haríamos con tantos economistas que aconsejaron (y bien, por cierto) al régimen franquista? ¿También los tacharíamos de fascistas? En suma, si aquí la cualidad de demócrata exige la ausencia de todo contacto, complicidad, reconocimiento o aplauso de cualquier tipo con regímenes no democráticos de cualquier color ideológico, entonces…nos sorprenderíamos de muchos que dan lecciones de democracia sin título habilitante…

Por fin, otro reproche clásico es que los liberales no podemos trabajar para el Estado. Se nos dice: un liberal no puede ser funcionario, porque tal cosa también entra en contradicción con sus ideas y principios. Es un argumento curioso: quienes lo esgrimen están encantados con él porque les parece que es la prueba irrefutable de la debilidad del liberalismo. Pero su tesis es insostenible. En primer lugar, históricamente: aunque es verdad que las Administraciones Públicas han crecido hasta volver irreconocible el viejo funcionariado decimonónico, la institución del funcionariado no solo no es incompatible con el liberalismo sino que fue creada por políticos liberales del siglo XIX con la idea de arrebatar a la aristocracia el monopolio de la gestión pública, entregándola a profesionales que ingresan en la Administración mediante pruebas abiertas, objetivas y no discriminatorias. Pero, además: ¿qué pretenden los que nos vituperan a los funcionarios liberales? ¿Acaso que los liberales no podamos presentarnos a las oposiciones, de modo que todas las plazas sean ocupadas por “los socialistas de todos los partidos”, en palabras de Hayek? Como evidentemente no van a postular la prohibición de que los liberales firmemos oposiciones, lo que hacen es trasladarnos a nosotros la responsabilidad. Como yo soy catedrático de Universidad, me dicen: “no es usted coherente”. Otra vez, como vengo denunciando desde el principio, el error estriba en confundir el Estado con la sociedad, algo característico de los recelosos de la libertad. No se puede ignorar el hecho de que el Estado existe, es enorme, y condiciona de muchas maneras la actividad de los ciudadanos. No se puede seriamente argumentar que la coherencia estriba en pagar impuestos, y después actuar como si ese mismo Estado que nos cobra a la fuerza no existiera, y como si no ocupara la mayor parte de los servicios educativos. Eso sí que resulta poco coherente. Una dimensión interesante de este argumento sobre la coherencia es que rara vez es llevado a su conclusión lógica, que es la siguiente. Si los que defendemos la libertad y el sector privado no debemos trabajar en el público por coherencia, tampoco deberían trabajar en el sector privado los intervencionistas que creen en el sector público, porque ¡no serían “coherentes”! Espero haber contribuido –con lealtad, faltaría más– a despejar dudas sobre lo que en mi opinión constituyen errores habituales en la crítica del liberalismo.

Hasta ahora, no ha existido un índice global que mida la libertad humana desde una perspectiva del liberalismo clásico. Hoy, como parte del proyecto de Libertad Humana auspiciado por el Cato Institute, el Fraser Institute y el Liberales Institut, publicamos el primer intento de tal índice (en inglés y en formato .pdf), diseñado por mi colega Tanja Stumberger y por mi. El índice es un capítulo en el libro Towards a Worldwide Index of Human Freedom (publicado por Fraser y Liberales, en inglés y en formato .pdf).

Utilizando indicadores consistentes con el concepto de la libertad negativa –entendida como la ausencia de coerción— hemos tratado de medir hasta qué grado la gente es libre para gozar de libertades clásicas en cada país: libertad de expresión, de religión, libertad individual para la toma de decisiones económicas y las libertades de asociación y de reunión. El índice de libertad está compuesto de 76 variables distintas incluyendo mediciones de seguridad, la libertad de movimiento, y libertades de relacionarse como aquella de reunirse o la discriminación legal en contra de los homosexuales.

En este índice preliminar Nueva Zelanda se ubica como el país más libre en el mundo, seguido de Países Bajos y luego Hong Kong. Australia, Canadá e Irlanda son los siguientes, ubicándose EE.UU. en séptima posición. En la posición No. 16 encontramos a Chile, el país más libre de América Latina.

Como decimos en nuestro ensayo, "El objetivo de realizar este ejercicio es explorar con mayor cuidado lo que entendemos por libertad, y para mejorar nuestro entendimiento de su relación con un sinnúmero de fenómenos sociales y económicos. De igual importancia es que este trabajo podría mejorar nuestra apreciación de la forma en que las libertades se relacionan entre ellas".

El índice por lo tanto nos permite observar cuáles libertades están siendo más amenazadas en qué partes del mundo, la relación entre la libertad económica y la libertad personal en distintas etapas del desarrollo, y la relación entre la libertad humana y la democracia, para mencionar solamente algunos ejemplos.

Nos hemos beneficiado de aportes de varios académicos alrededor del mundo, quienes han participado en varios seminarios que fueron parte de este proyecto, muchos de los cuales también han contribuido con capítulos al libro publicado hoy. Fred McMahon provee un buen resumen de la literatura acerca de la definición de la libertad (en inglés y en formato .pdf) que sirve como una buena introducción al tema. Nuestro índice está siendo actualizado y revisado de acuerdo a las recomendaciones que hemos recibido desde que esta versión fue redactada. También le agradecemos a Bob Lawson y a Josh Hall por proveer críticas (publicadas en este libro) del índice, gran parte de las cuales compartimos. Son más que bienvenidas adicionales recomendaciones y críticas conforme continuamos refinando este trabajo en progreso.

"Rompiendo el tabú"

Publicado por Gabriela Calderón de Burgos

Les recomiendo el documental "Rompiendo el tabú", sobre el fracaso de la guerra contra las drogas y la necesidad de considerar políticas alternativas para abordar el consumo, la producción y distribución de drogas. Una parte considerable del documental se enfoca en cómo países latinoamericanos --particularmente Colombia, Brasil y México-- están llevando la carga pesada de esta guerra. El conocido actor mexicano Gael García Bernal, quien narra la versión en español de este documental, dice: "Desde que el ex presidente Calderón le declaró la guerra a las drogas en 2006, se han producido más de 47.000 homicidios vinculados a las drogas en México. . . El gobierno está empezando a perder el control de regiones enteras".

Otra porción del documental trata de cómo la guerra contra las drogas está perjudicando a los mismos ciudadanos estadounidenses que la política de la prohibición pretendía beneficiar. Al final del documental se presentan políticas alternativas para abordar el asunto de las drogas, políticas que han demostrado ser más efectivas para reducir el daño colateral del consumo abusivo de drogas y que no tienen el efecto secundario de generar la violencia que están sufriendo varios países latinoamericanos gracias a la prohibición. Vale la pena verlo.

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