Existe una mitología de las nacionalizaciones, donde la metáfora dominante es la del débil y pequeño David que se enfrenta al enorme y sanguinario Goliat. Es la desigual lucha entre el pobre país subdesarrollado y la inmensa empresa transnacional, la cual durante años ha explotado algún tipo de recurso natural, quitando la vida a un pueblo sometiéndolo a la pobreza. La imagen de Drácula chupando la sangre de la bella e inocente doncella.
Sin embargo, el siglo XX vivió varias experiencias nacionalizadoras. En cierto modo la misma Asamblea General de las Naciones Unidas les dio su bendición cuando el 6 de mayo 1974 declaró que la nacionalización era “una expresión de plena soberanía permanente del Estado”. Evidentemente, en el momento de la nacionalización de una empresa, la sociedad experimenta una auténtica euforia colectiva de nacionalismo y patriotismo. Sin embargo, más allá (o más acá) de esas expresiones de sensibilidad, cabe la pregunta si los países ganan o pierden con los procesos de nacionalización, entendida como el traspaso a la propiedad estatal de las empresas privadas, generalmente de propiedad extranjera. Ya entrados en el siglo XXI es perfectamente posible realizar un balance de las experiencias históricas de las nacionalizaciones, y en tal sentido explorar las condiciones bajo las cuales una nacionalización puede derivar en ganancias para el país, o también determinar las condiciones bajo las cuales un proceso de nacionalización puede tener un balance negativo al término de varios años.
En 1960 el Congo Belga fue declarado país independiente. Luego de un período de inestabilidad política se hizo del poder el general Joseph Désiré Mobutu, quien instaló un régimen de partido único que le permitió detentar el poder hasta 1997. Tres fueron los principios en los que se sustentó la ideología del régimen: el nacionalismo, la revolución y la “autenticidad” expresadas en 1967 en el Manifiesto de N’Sele. La autenticidad se refería al rescate de los valores culturales de las etnias africanas, y el rechazo a las prácticas occidentalizantes que introdujo la colonización belga. En tal sentido, Mobutu se cambio el propio nombre a Mobutu Sese Seko, le cambio el nombre a las ciudades (por ejemplo, la capital Léopoldville pasó a llamarse Kinshasa), cambio el signo monetario (de franco a zaire), al rio Congo (río Zaire), para culminar cambiándole el nombre al país: República de Zaire (denominación que tuvo hasta 1997, cuando pasó a denominarse República Democrática del Congo).
Zaire es un país rico en recursos naturales y uno de ellos el cobre. Por ello, en 1924 la compañía belga Union Miniére empezó a operar en el país. Lo mismo ocurrió en el país vecino Zambia, donde también se comenzó a explotar cobre desde 1926. Rápidamente, ambos países entraron al club de los principales países productores de cobre del mundo. En particular la Unión Miniére producía el 6,8% del total mundial en 1925, y esa participación subió al 8,4% en 1960. En la década de los años 50, Zaire aportaba a la producción mundial de cobre con el 7,3% mientras que Zambia lo hacía con el 12,3%.
Evidentemente, la explotación del cobre se volvió fundamental para la economía de Zaire, tanto por la generación de divisas como por los ingresos fiscales que generaba. Sin embargo, que las empresas que operaban en el sector fueran extranjeras lastimaba los sentimientos nacionalistas de muchos congoleños. Por ello, y en plena sintonía con las ideas de la época, el gobierno de Mobutu decidió, a fines de 1966, expropiar los bienes de la Union Miniére y transferirlas a la estatal Société Génerale Congolaise de Minerais, Gecomin, que luego sería llamada Gécamines. En la misma época el gobierno de Zambia también nacionalizó el cobre, y unos pocos años después lo hizo Salvador Allende en Chile. Para 1980, las tres empresas estatales del cobre era las líderes mundiales: Codelco (Chile) producía el 13% del mundo, Gécamines (Zaire) el 8,9% y Zimco (Zambia) el 5,9%.
La minería del cobre de Zaire y Zambia experimentó su mayor expansión en los años 60. En tal época, el aporte a la producción mundial de estos países fue del 6,2% y 12,6%. Sin embargo, para las décadas siguientes, ya como sectores nacionalizados, empezaron a sufrir una merma en su importancia mundial. Para la década de los 90, sus aportes eran del 1,1% y 3,6%, respectivamente. Para el 2007 el aporte de Zambia se redujo al 3,39% de la producción mundial, y Zaire ya no figuraba en la lista de los doce países con mayor producción de cobre del mundo.
Lamentablemente, se hace evidente que la minería del cobre de estos dos países africanos entró en un proceso de decadencia después de sus nacionalizaciones. ¿Cómo se explica esto? En particular, el caso de Zaire es importante, pues el mismo presidente que llevó adelante la nacionalización se mantuvo en el poder muchos años después. O sea, a diferencia del caso chileno, donde hay una ruptura del enfoque de la política económica muy marcado (al nacionalismo de Allende le suceden los "neoliberales" pinochetistas), en Zaire se tiene una continuidad política que permite visualizar mejor la problemática implícita.
Hasta 1965 se tenía un reducido oligopolio en el mercado mundial del cobre. Sin embargo, la industria se enfrentaba a dos hechos estructurales: la oferta era inelástica a los precios en el corto plazo pues básicamente la producción depende de la capacidad instalada, mientras que la demanda era inelástica a la caída de los precios mientras que era elástica al aumento de los precios debido a las posibilidades de sustitución con el aluminio. Si bien hasta los precios hasta inicios de los años 60 habían mostrado cierta evolución estable, luego se entro en un período de inestabilidad. Para enfrentar la creciente volatilidad del precio del cobre, las grandes empresas aplicaron algunas acciones estratégicas: una aumentar el grado de integración vertical realizando inversiones en las empresas que usan el cobre como materia prima y establecer contratos a plazo. Pese a esto, se hacia evidente que la industria entraría en una zona de turbulencias al final de los años 60.
En tal escenario, los gobiernos de Zaire, Zambia, Perú y Chile llevaron adelante procesos de nacionalización. Esto generó un ambiente de gran incertidumbre política y jurídica y las empresas se volvieron cautas a la hora de realizar inversiones en los países del tercer mundo, prefiriendo ampliar sus actividades en países más seguros, muchos de ellos los propios países de origen, aunque el rendimiento de las minas fuera menor. Por otra parte, la demanda mundial del metal se contrajo en virtud del shock de los precios del petróleo y la recesión mundial que generó. La cotización internacional del cobre se desplomó en los mercados internacionales.
A la caída de los precios internacionales se sumo la incapacidad de las empresas estatales de llevar procesos de integración vertical, pues a diferencia de las transnacionales, no podían aspirar a una internacionalización, y sus economías eran muy pequeñas para industrializar el cobre. Además, tuvieron problemas para acceder al financiamiento internacional. En el plano político, los gobiernos utilizaron las empresas estatales como fuentes de financiamiento para propio gobierno o para comprar lealtades mediante la concesión de prebendas, descuidando las necesidades de inversión. La salud económica de las empresas estatales se sacrificó a las necesidades y urgencias de la lucha política.
Hoy, la República Democrática del Congo, ex Zaire, con más de 50 millones de habitantes, es uno de los países más pobres del mundo. Su tasa de mortalidad infantil es de 83 por mil, la esperanza de vida al nacer es de unos 54 años, el sida afecta al 4,2% de la población adulta, la tasa de analfabetismo es del 14,5%. Ocupa la penúltima posición con el PIB per cápita más bajo del mundo (300 $us anuales con PPC) y la antepenúltima posición con el Indice de Desarrollo Humano más bajo del mundo. Definitivamente, la nacionalización del cobre no sirvió para que Zaire salga de la pobreza.