Sabido es que San Pablo ponderó la caridad por encima de las otras virtudes teologales: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Cor 13, 13).
Dicha virtud, la del amor a Dios y al prójimo, es la que el propio Jesús nos ordenó: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 35). Una de las pruebas más contundentes de la desmoralización que promueve el intervencionismo es que esta virtud se ha convertido en sospechosa.
Lo hemos vuelto a ver a propósito de la reacción indignada de la extrema izquierda ante la noticia de que Amancio Ortega iba a donar una cuantiosa cantidad de dinero a la sanidad pública para adquirir equipos de última tecnología para el tratamiento del cáncer.
La Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de Aragón declaró: “Nuestra comunidad no tiene que recurrir, aceptar, ni agradecer la generosidad, altruismo o caridad de ninguna persona o entidad. Aspiramos a una adecuada financiación de las necesidades mediante una fiscalidad progresiva que redistribuya recursos priorizando a la sanidad pública”.
Los representantes de la misma asociación en Canarias, por su parte, ante el hecho de que el gobierno autónomo estaba dispuesto a aceptar la donación del creador de Inditex, proclamaron: “no podemos sino sonrojarnos de vergüenza ajena”.
Y añadieron: “quien siendo el mayor accionista de una de las mayores empresas y fortunas personales del Estado tendría que demostrar no su filantropía sino su obligación de contribuir al erario público de forma proporcional a sus beneficios y en la misma proporción que el resto de los contribuyentes. Como la Fundación Amancio Ortega, si tan preocupada está por la salud, teniendo en cuenta que su ropa se elabora en gran parte deslocalizada en países como Marruecos o Bangladesh, que mejore las condiciones de trabajo de las personas que directamente o mediante subcontratas trabajan en condiciones de explotación y grave riesgo para su salud y su vida, y que trabaje para corregir las violaciones de los derechos humanos que se producen en la cadena de producción textil”.
Podemos, típicamente, despreció la donación de Ortega. Es “una limosna de millonario”, sostuvo el líder de la formación en Baleares, Alberto Jarabo. Y la portavoz de Podemos en el Parlamento de Navarra, Laura Pérez, aseguró, que querían “menos filantropía barata”.
En otras palabras, la izquierda quiere el dinero de Amancio Ortega, pero se lo quiere quitar a la fuerza, no acepta que el empresario lo entregue libremente. Es decir, lo que ataca es el fundamento de la caridad: que es libre. Nótese que, si es forzada, la virtud desaparece. Por eso el intervencionismo es inmoral, porque propicia la coacción, disfrazándola de buenos sentimientos. No quieren los progresistas a la Madre Teresa de Calcuta, sino a la Agencia Tributaria.
De ahí el odio al empresario, sobre todo si ha creado su riqueza trabajando duro y empezando como tendero a los catorce años, que fue lo que hizo Amancio Ortega. Por eso lo tachan de explotador y le lanzan otras consignas antiliberales, como las señaladas antes, que son falsas: Amancio Ortega es un creador de empleo, riqueza y bienestar en muchos países.
Quienes lo critican no han creado un átomo de bienestar jamás. Y a quienes se ponen estupendos con los “derechos” contra la “caridad” hay que recordarles que esos derechos, al revés de la caridad, se satisfacen siempre con impuestos, es decir, mediante la fuerza de la ley.
Por fin, a quienes aseguran que el capitalismo explota hay que recordarles que nada en el mundo explota más que el no capitalismo. Y nunca se violan más los derechos humanos que cuando el capitalismo es suprimido.
Confiemos en Dios y en el prójimo, que, por cierto, dio varias bellas lecciones a la izquierda reaccionaria. Fue el caso de la enferma de cáncer que, tras su sesión de quimioterapia se compró un bolso en Zara, con el que se fotografió y colgó la imagen en Facebook (por cierto, el fundador de Facebook es un gran filántropo).
La enferma dijo lo que hay que decir: gracias. Porque la caridad no solo es virtuosa en quien da, sino también en quien recibe, como leemos en el famoso discurso de Porcia en el tribunal en El Mercader de Venecia. Y como recoge sabiamente el viejo refrán español: de bien nacido es ser agradecido.
Quienes aborrecen la caridad no aman el derecho ni la justicia, sino que odian la libertad.
Publicado originalmente en Actuall (España) el 21 de junio de 2017.