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Archivo por Octubre 2013

Los problemas de "transparencia", que es un eufemismo para no decir directamente de corrupción, se solucionan de manera instantánea con mercados libres.

Si no existieran las llamadas "leyes de promoción de inversiones" (ergo, "privi" - "legios"= "leyes privadas"), es decir, que sea una autoridad burocrática o política la que tenga el poder para otorgar beneficios a una empresa o persona en particular, tampoco existiría la posibilidad de corrupción. Esto es así porque si no tengo que pedir ningún "permiso" para emprender una actividad cualquiera, ni andar en “conversaciones” con una “autoridad”, ¿cómo podría tratar de corromper a alguien? ¿Qué sentido tendría?

Por si todo esto fuera poco, los mercados libres son el fundamento de las democracias de calidad. ¿Por qué? Por la sencilla razón que se basan en la igualdad ante la ley. En un mercado libre, todos somos iguales, en el mejor sentido de esa palabra. El obrero al comprar algo, es exactamente igual que el empresario millonario. Nadie es más que nadie.

Es por esa razón que los mercados libres, no sólo contribuyen a la prosperidad general sino también, a fortalecer a las democracias.

Chile: La herencia

Publicado por Rafael Rincon Urdaneta - Zerpa

Herminia era una buena mujer, siempre alegre y risueña pese a la implacable estrechez. Poseía, con su cónyuge, como mil hijos. Nunca conseguí conocerlos a todos. Juraría que tenían —si es que no lo lograron— intenciones serias de registrarse en el Libro Guinness de los Records.

Curiosamente, el longevo padre de Herminia tenia posesiones y ahorros que quiso repartir antes de doblar la servilleta. Aunque decía que el alcohol era un buen conservante, intuía que su organismo estaba por cobrarle cada centímetro cúbico de escocés ingerido. Así que distribuido el tesoro, que entiendo mantenía fuera del alcance de un par de vástagos de vida disoluta, el anciano se fue de este mundo sin más. Herminia lloró cinco minutos y luego, saltando en una pata de alegría, juró sobre el pálido semblante del difunto no vivir más penurias. La vida es corta —pensaba— y hay que disfrutarla antes de que llegue "La Pelona", como coloquialmente se conoce a la muerte en cierto país caribeño.

Herminia, con las mejores intenciones, propias de una abnegada amante de su familia, hizo del gasto deporte y compró cuanta cosa pasó frente a sus narices. Algunas las requería con premura. Otras, la verdad, no. Y a su millar de polluelos dio todo mientras pedían cada vez más y más. Así, la pequeña fortuna—ahora que pienso no era tan pequeña— se esfumó tan rápidamente como aparecieron las deudas. Por suerte, algunos de sus retoños, trabajadores y responsables —varios de ellos emprendedores— se salvaron del hundimiento porque aprendieron a nadar como anguilas. Sin embargo, como antaño, Herminia hoy sobrevive. Está secuestrada por la máquina del tiempo, solo que ahora, además de la ruinosa situación de su país, tiene nietos como para poblar el Sahara e hijos de corazones agradecidos que la auxilian.

Chile progresa sin lugar a la menor duda. Lo dicen los números. Lo demuestran los mejorados estándares de vida de las personas. Lo confirman los incontables chilenos que viven sustancialmente mejor que sus padres y abuelos. Y no ha recibido herencia de ningún padre rico con cirrosis hepática. Ha costado llegar hasta aquí, sin milagros, sin intervenciones celestiales, sin caprichos del destino. Porque no éramos Luxemburgo lustros o décadas atrás, aunque sea necio recordarlo. Lo que vemos es el producto del trabajo, de una razonable responsabilidad administrativa y, sobre todo, de un sistema de libertades económicas y políticas cuyos resultados no necesitan intérprete. Los feos episodios de abusos y la labor de dedicados estafadores y tramposos de oficio no han debilitado su espíritu, aunque sí han afectado muy injustamente su prestigio, en buena medida por interpretaciones erróneas y por la malsana manipulación de sus detractores.

Pero estamos actuando hoy como si el planeta fuera explotar el fin de semana. O como si estuviéramos siendo cómodamente llevados por un piloto automático. Queremos sentarnos a disfrutar de la vida, que es corta, y creemos haber trabajado suficiente. Celebramos Fiestas Patrias con un asado que podría alimentar a toda el África subsahariana, leones incluidos, mientras hablamos de desigualdad, tuiteamos nuestras rabias e inconformidades desde el iPhone y coqueteamos con el populismo. Queremos Estado de Bienestar a todo dar y no tememos endeudarnos como tantos países que hoy se lamentan. Y olvidamos el porvenir de nuestros hijos y nietos.

Quizás no nos arruinemos en 24 horas embarcados en utopías onerosas de “todo gratis”, como las que proponen el intelectual irresponsable y el político charlatán. Pero podríamos dejar a las futuras generaciones muy comprometidas —hipotecadas— y bajarnos mañana del tren del progreso… en medio del desierto.

Publicado originalmente en el blog de La Tercera (Chile) el 15 de octubre de 2013.

El fervor mundial que despierta el nuevo pontífice no debería ocultar su preocupante acercamiento a la Teología de la Liberación y su apoyo a modelos distribucionistas que conducen a graves problemas de falta de respeto a los derechos de las personas.

No es la primera vez que ocurre. Típico argentino. Un ejemplo lo dan las Malvinas: era muy insalubre (y peligroso) oponerse a la irresponsable invasión de esas islas. La agitación era incontenible, los pocos que criticábamos tamaña aventura éramos considerados traidores a la patria. El clima era festivo, la Plaza de Mayo estaba desbordada de agitados manifestantes que gritaban a coro "el que no salta es un inglés".

Algo parecido sucede con el insólito tratamiento del papado al que asistimos ahora. Aparentemente, el fervor religioso se multiplica. Los templos reciben nuevos fieles. Las campanas redoblan y las lágrimas también. Incluso se fabricó una "cumbia papal" en la que se burlan de los brasileros por no tener un papa. ¡Argentina! ¡Argentina! es el alarido de ocasión. Los cansados de autoritarismo, necesitados de un líder y huérfanos de conducción, se aferran al nuevo papa como símbolo de la oposición, sin percatarse de que --al igual que la llamada "oposición"-- objeta las formas pero sigue en pie el "modelo" a través de la cacareada "redistribución de ingresos" y equivalentes.

Se glorifican los gestos del papa que "lo dicen todo": viajó en bus, pagó la cuenta de su hotel, se bajó del papamóvil que cambió por uno de menor tamaño, vive en Santa Marta en lugar de disfrutar de los 300 metros cuadrados de los aposentos papales y declaró que quiere "una Iglesia pobre para los pobres". Por momentos parecería que al grueso de los fieles les agradaría que el Papa celebrara misa en guayabera en medio de un galpón con piso de tierra y vendiera los palacios, pinturas, oro, inversiones en títulos y demás valores. En verdad, el gesto magnífico del Papa --no suficientemente ponderado-- ha sido su consejo sobre la necesidad de acercarse al islam.

El nuevo papa sin duda está imbuido de las mejores intenciones y compenetrado de aspectos cruciales como la condena al aborto, puesto que se trata de un ser humano en acto (en potencia de muchas cosas, igual que el resto de los humanos) con toda la carga genética completa a partir de la fecundación del óvulo (sólo la magia más rudimentaria puede suponer que hay una mutación de la especie desde un mineral, vegetal o animal a la condición humana en el instante del alumbramiento). Sostiene con razón que debe preservarse la expresión "matrimonio", que proviene de una larga tradición con significado preciso y, por tanto, la extrapolación a la unión de homosexuales conduce a confundir conceptos. Suscribe el extraordinariamente fértil ecumenismo iniciado por Juan Pablo II y su pedido de perdones por las bellaquerías contra los judíos, la salvaje "guerra santa" en sus conquistas, por la Inquisición y las Cruzadas.

Desafortunadamente, sus propuestas en materia social conducen a graves problemas de falta de respeto a los derechos de las personas, lo cual afecta aspectos morales clave. Puntualicé esto en una de mis columnas, en noviembre de 2011, con el título "Mensaje del arzobispo de Buenos Aires", artículo que fue muy difundido a raíz de su proclamación en Roma. Dos días después de su designación me hicieron un reportaje en CNN donde expresé mis disidencias. Ahora se ponen en evidencia nuevas actitudes de quien es hoy Francisco, quien, afortunadamente, se opone a los truculentos sucesos en la banca vaticana y los desvíos inaceptables respecto a conductas de algunos "pastores".

La moral no sólo alude al propio respeto en lo que concierne a lo intraindividual, sino que se extiende a la necesaria e insoslayable consideración en las relaciones interindividuales, no sólo para la paz y la armonía sino como eje central de dignidad y autoestima.

Es importante destacar enfáticamente el intento que se ha perpetrado en base a la patraña de sostener que el entonces cardenal fue cómplice de desapariciones y torturas durante el último régimen militar, lo cual ha sido desmentido fundamentadamente una y otra vez por voces autorizadas. Tengamos en cuenta que no es casual que monseñor Mario Aurelio Poli, el nuevo arzobispo de Buenos Aires, ni bien asumió decidió enfatizar que "monseñor Angelelli es un santo mártir". Como es sabido, el obispo de La Rioja Enrique Angelelli fue quien apoyó, congregó y alentó a sacerdotes tercermundistas en su diócesis (quienes repetían que es un grave error la condena del marxismo por parte de la Iglesia Católica) y celebraba misas bajo la insignia de los fusiles cruzados perteneciente a los terroristas Montoneros. Antes que Juan Pablo II expulsara al superior general de los jesuitas Pedro Arrupe, éste fue designado auditor (junto con monseñor Vicente Faustino Zazpe) para constatar qué ocurría en La Rioja, debido a las reiteradas denuncias contra Angelelli, y dictaminó que todo estaba bien. Luego, el entonces cardenal Bergoglio afirmó en la misa que celebró en La Rioja que "Monseñor Angelelli entregó su sangre por el Evangelio".

Ahora, el flamante Papa recibió en el Vaticano, junto al prefecto de la Congregación de la Fe Gerhard Müller (designación ésta que en su momento provocó airadas protestas por una parte de la curia romana), al padre Gustavo Gutiérrez --el fundador de la Teología de la Liberación antes apartada de la Iglesia por Juan Pablo II-- con quien concelebró misa, con motivo de lo cual viajó a Roma Leonardo Boff, otro de los artífices de la referida teología, quien declaró que se siente reconfortado después de varias condenas ya que "el Pontífice adopta el método, inspiración y estilo" de esa teología. Ugo Sartori escribió en L´Osservatore Romano que "con un papa latinoamericano, la Teología de la Liberación no podía quedarse en la sombra por mucho tiempo, donde estuvo relegada desde hace años".

Este acercamiento constituye, por lo menos, un síntoma peligroso y una potente luz colorada, puesto que la referida concepción teológica arremete contra todas las bases de una sociedad abierta, suscribe las posturas marxistas-leninistas centrales y confunde gravemente el significado de la igualdad ante la ley, el respeto recíproco y el derecho de propiedad con un sistema de privilegios otorgados a barones feudales (mal llamados empresarios) en el contexto de aparatos estatales elefantiásicos que devoran las entrañas de la sociedad. En su declarado deseo por mejorar la condición de los relativamente más pobres, las reiteradas recetas de la llamada Teología de la Liberación amplían grandemente la pobreza y la miseria.

El derecho de propiedad obliga a que los comerciantes sirvan de la mejor manera las necesidades del prójimo: en un sistema de libertad los que dan en la tecla obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos. Todo esto en contraste con gobernantes y pseudoempresarios corruptos que se alzan con el botín con el respaldo de legislaciones que explotan miserablemente a los que menos tienen, a través de imposiciones tributarias inauditas y disposiciones burocráticas absurdas paridas por megalómanos sedientos de manipular las vidas y las haciendas ajenas.

Sé perfectamente que lo que dejo consignado lo suscribe una minoría, pero es de interés subrayar como una nota al pie que los capitostes del terrorismo argentino se han inspirado en alto grado, precisamente, en la Teología de la Liberación.

Es sabido que los fanáticos tenderán a justificar cualquier cosa como lo han hecho siempre con tal de no aparecer contrariando lo que se hace desde el Vaticano. Lamentablemente hacen oídos sordos a cuanto ha venido ocurriendo dentro de sus muros a lo largo de la historia y que nunca se hubiera rectificado a no ser por mentes que aprecian la religión y ayudan a la Iglesia con su independencia de criterio. No cabe el doble discurso que juzga con vara diferente cuando idénticas propuestas provienen de un gobernante o cuando provienen de un papa, puesto que, como ha expresado el cardenal Newman, "brindo primero por la conciencia y después por el papa".

Publicado originalmente en La Nación (Argentina) el 11 de octubre de 2013.

Réplica a Bullard sobre Coase

Publicado por Jose Luis Sardon

Hace unos días, Alfredo Bullard sostuvo aquí que yo no había comprendido el artículo “El problema del costo social” de Ronald Coase puesto que había leído solo una parte del mismo. Sin embargo, no citó las partes que supuestamente no leí y que aclararían qué significa que los daños provocados involuntariamente por una persona a otra son de “naturaleza recíproca”. Más bien, confirmó que el artículo dice eso y que, como señalé en el escrito que provocó su alterada respuesta, puede tener graves consecuencias.

La diferencia entre nosotros no es, sinceramente, la comprensión del artículo. La diferencia es que él cree que contiene un aporte extraordinario, mientras que yo pienso que da pie a un enfoque equivocado del Derecho. Ni él ni yo estamos solos en nuestras posiciones. Empero, mientras a Alfredo le acompaña el juez keynesiano Richard Posner, a mí me acompañan pensadores libertarios como Murray Rothbard, Walter Block, Gary North y Hans-Hermann Hoppe, por mencionar solo cuatro.

Bullard explica el Teorema de Coase —que plantea la “naturaleza recíproca” de las externalidades negativas— con el caso de la contaminación de sembríos en Ilo por humos de la refinería de Southern. Allí hubo co-responsabilidad, sentencia, ya que, tratando de aprovechar una regulación administrativa, que ordenaba indemnizarlos por la diferencia entre lo que cosechaban y lo que debían cosechar, los agricultores sustituyeron aceitunas por alfalfa, cultivo más vulnerable a la contaminación.

Alfredo parece no comprender que con ese ejemplo confirma que dicho Teorema —que, por cierto, Coase no terminó de reconocer como idea suya— puede llevar a disolver derechos de propiedad. Bajo ese criterio, en efecto, los agricultores ya no podrían sembrar en sus tierras cualquier producto sino que estarían obligados a sembrar solo lo que no despierte suspicacias del gobierno. Eventualmente, podrían quedar condenados a sembrar aceitunas para siempre.

Desde mi punto de vista, el problema que plantea este caso debió ser resuelto evaluando, simplemente, quién tiene mejor derecho de propiedad. Si el título de los agricultores fuera anterior al de la minera, deberían poder sembrar en sus tierras lo que les dé la gana y ser indemnizados debidamente si sufren menoscabo como consecuencia involuntaria de la acción de la minera. Nadie tendría por qué entrometerse en sus campos y cuestionar sus motivos para sembrar alfalfa.

Así, aunque la regulación que precisó la regla de indemnización haya bajado los costos de transacción, dio lugar también a que el uso de las tierras de los agricultores sea cuestionado. A pesar de que las partes hayan celebrado un acuerdo bajo estas condiciones, el derecho de propiedad de una de ellas ha quedado relativizado y debilitado. Desde una perspectiva de largo plazo, por tanto, no hay mucho que celebrar en que el gobierno haya dado semejante “marco legal”.

Recientemente, The New York Times publicó un artículo de Robert Frank, que celebra también las ideas de Coase. La diferencia es que Frank señala claramente que Coase no fue un abogado del rol limitado del gobierno, sino un defensor pragmático de la intervención gubernamental en la economía. Según Frank, es profundamente equivocado creer que Coase era un libertario, ya que su artículo es no solo la mejor explicación de porqué los gobiernos regulan sino también el mejor consejo para que lo hagan más efectivamente.

Así, involuntariamente, Bullard podría estar contribuyendo a que se venda gato estatista por liebre liberal. Cuidado, Alfredo.

Publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 26 de septiembre de 2013.

Mi buen amigo José Luis Sardón criticó el jueves pasado en esta sección a Ronald Coase (“Ronald Coase: debe y haber”).

La crítica se basa en una mala lectura de “El problema del costo social”, escrito por Coase en los 60. Para Sardón el artículo sostendría que, si una empresa contamina a sus vecinos con humos, los jueces, deberían decidir en contra de aquel que puede evitar el daño a menor costo (la fábrica poniendo un fi ltro para los humos o los vecinos mudándose, lo que cueste menos) y no a aquel que tenía un derecho de propiedad anterior. La crítica se centra así en el famoso Teorema de Coase y la naturaleza recíproca del problema (el daño es causado no por una sino por las dos partes). Pero eso no es lo que dice Coase.

En la entrevista mencionada en mi artículo del último sábado (“Los zapatos de cartón de Ronald Coase”), Coase le responde a Sardón sin saber lo que este escribiría: “Creo que el éxito del Teorema de Coase […] es una muestra interesante de lo que está mal con la ciencia económica; pues si lees ‘El problema del costo social’ el teorema ocupa apenas cuatro páginas [de un artículo de más de cuarenta]. […] muchas personas solo han leído las cuatro páginas o solo piensan en torno a las cuatro páginas —una de las razones por las que hacen eso es que se trata de la parte más abstracta del artículo”.

Coase fue un enemigo de los modelos teóricos abstractos. Por eso nunca simpatizó mucho con el teorema que lleva su nombre (que en realidad fue formulado y bautizado por George Stigler).Él hubiera respondido con un ejemplo práctico como el siguiente.

Hace varios años la empresa Southern Perú enfrentó los reclamos de los agricultores del valle de Ilo. Estos reclamaban, como en el ejemplo de Coase, por los daños que le causaban los humos de la fundición de Southern a sus cultivos. El gobierno dio un marco legal en el que se ordenaba a la empresa indemnizar a los agricultores con la diferencia entre lo que producían las tierras y lo que debían producir.

En el valle de Ilo se cultivan principalmente aceitunas, un cultivo bastante resistente a los humos. Pero los agricultores, una vez dada la regla indemnizatoria, comenzaron a sembrar alfalfa, un cultivo muy débil para resistir la contaminación. Así cobraban indemnizaciones mayores. Es a eso a lo que se refi ere Coase con la naturaleza recíproca del problema, y que tanto preocupa a Sardón: los daños no provienen solo de los humos, sino de la decisión de qué cultivar.

Coase hubiera dicho (como lo dice al analizar todos los casos que cita luego de las cuatro páginas) que lo realmente relevante es que, si los costos de transacción son bajos (es decir, si no es difícil que las partes negocien un contrato), las partes encontrarán una solución por acuerdo.

Y fue precisamente eso lo que ocurrió. La Southern celebró transacciones con todos los agricultores en términos que eliminaron los incentivos a sembrar la frágil alfalfa y creó incentivos para mejorar los estándares ambientales. Las partes saben mejor que los jueces que es bueno para ellas.

Si se lee más que esas cuatro páginas, Coase no dice que los jueces deben quitarles su propiedad a las personas en base a un análisis costo-beneficio. Dice que lo que los jueces hacen es en realidad irrelevante, porque las partes tomarán las decisiones correctas si pueden negociar. Pero los jueces quitarán discrecionalmente la propiedad a la gente, los costos de transacción se elevarían y las partes no encontrarían una solución.

El mensaje de Coase es que si los derechos de propiedad son claros, las personas encontrarán la mejor manera de resolver sus problemas. El rol del Estado y de los jueces no es escoger la salida más eficiente, sino reducir, con reglas claras, los costos para que las personas se pongan de acuerdo. Pero para entenderlo hay que leer algo más que cuatro páginas.

Publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 14 de septiembre de 2013.

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