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Los límites del populismo en Guatemala

Publicado por Pablo Guido

¿Cómo definir al populismo? De manera sintética serían aquellas políticas económicas cuyo objetivo es incrementar la redistribución de ingresos (vía el Estado) mediante el consumo del capital. ¿Cómo se hace esto? De múltiples maneras: controles de precios, incremento tributario a las personas de mayor capacidad de ahorro, prohibiciones de exportación, congelamiento de las tarifas de servicios públicos, regulaciones, etc. En síntesis, “pan para hoy y hambre para mañana”.

Todos en el planeta sabemos que ni Santa Claus ni los Reyes Magos existen, son los padres o abuelos o parientes los que hacen los regalos el 24 de diciembre y el 6 de enero de cada año. Los bienes y servicios no son maná del cielo, hay que producirlos. Y para producirlos tiene que haber un proceso de capitalización previo, es decir, ahorro y luego inversión. El populismo intenta, muchas veces con éxito rotundo, que el consumo presente se incremente a niveles altísimos gracias a la redistribución que puede hacer el Estado. Claro que para eso alguien tiene que pagar la “fiesta”. El reparto de bienes y servicios se financia, en este tipo de políticas, confiscándoles a otros sus ingresos y patrimonios, es decir, afectando en última instancia la inversión presente y por ende el consumo futuro. No hay producción futura si no hay inversión presente.

Hace un par de semanas participé de un debate en la universidad en el cual discutimos las posibilidades que en Guatemala existen para que un proceso de populismo se profundice (mayor al que tradicionalmente hay). Después de idas y vueltas, mientras los otros ofrecían sus diversos argumentos a favor o en contra, hice una cuenta simple. Si se considera que una persona deja de ser pobre (creo que esto lo mide así el Banco Mundial) cuando su ingreso supera los $3 diarios, me pregunté: cuánto costaría que el Estado guatemalteco reparta esa cantidad de dinero entre la población pobre. Veamos: si hay aproximadamente 7 millones de pobres en Guatemala (el 50% de la población total) este programa anti-pobreza tendría un costo de unos $7.665 millones anuales, el equivalente a casi 20% del PIB. El presupuesto actual del gobierno central guatemalteco es de unos 52.000 millones de quetzales y este programa tendría un costo de poco más de 61.000 millones de la misma moneda. O sea, habría que incrementar el gasto público en un monto similar a las erogaciones actuales que financian todas las funciones del Estado guatemalteco. Para ser más precisos habría que aumentar el gasto público un 117% más. Obviamente, imposible.

En los últimos 25 años cientos de millones de personas en el planeta han salido de la pobreza pero no gracias al reparto populista sino al aumento de ingresos vía una mayor productividad. El mejoramiento del “clima de negocios” ha desatado un proceso de inversión en regiones como la India, China, países africanos y latinoamericanos cuyas tasas de crecimiento superaron anualmente el 6 o 7% (en China un poco más, el 9 o 10% anual).

Este tipo de procesos no es un juego de suma-cero, como el que aman los populistas, sacarle a unos para regalarle a otros. Es un juego de suma-positiva, un proceso donde todos ganan. Mayores inversiones en contextos de mercados abiertos y competitivos conducen a un aumento de productividad que se refleja en mayor cantidad de bienes y servicios, menores costos de producción unitarios, mayor rentabilidad y, también, mejores salarios. El populismo tiene “patas cortas", claro que a veces ese corto plazo dura demasiado respecto a la vida de las personas. Quitándole el fruto del esfuerzo a algunos para repartirlo entre otros solo mejora la situación de los más pobres al principio, pero los condena a la pobreza en el mediano y largo plazo ya que el stock de inversiones sufre por la mayor confiscación.

Publicado originalmente en Proceso Económico el 7 de marzo de 2011.

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