Hace un algunos días escuché por la radio a un dirigente del transporte hablando sobre los bloqueos de carreteras que su gremio está realizando. Al ser cuestionado sobre actos vandálicos respondió que que no habían tirado piedras a las oficinas de impuestos, porque no era su intención destruir propiedad pública y que solo habían lanzado huevos porque su marcha era pacífica al igual que sus bloqueos. La lógica del dirigente, es tan estúpida como popular en Bolivia. Por algún motivo que escapa a mi entendimiento, en este país muchos creen que bloquear una calle no es un acto violento, o que se puede avasallar una propiedad agrícola y destruir los bienes pacíficamente mientras nadie salga apaleado.
Por supuesto, si quienes son dañados por estos pacifistas, ya sea porque no pueden transitar de su casa a su trabajo o porque no pueden cosechar su siembra, deciden hacer uso de su legítimo derecho a la defensa, corren el riesgo de terminar hospitalizados e incluso pasar a mejor vida.
No pretendo con esto hacer una condena inequívoca de la violencia. Al contrario, considero legítimo el uso de la misma en casos extremos. Creo que si un ladrón entra a mi casa, yo tengo el deber de defender a mi familia y que en legítima defensa debería poder matarlo a tiros sin que el Estado me persiga por ello. Creo también, al igual que John Locke, que la sociedad civil tiene el derecho a derrocar a un gobierno tiránico. Pero la violencia debe ser un recurso extremo, debe ser ejercida excepcionalmente solo con fines defensivos dirigida exclusivamente a quienes amenazan la vida, la libertad, la integridad y la propiedad ajena.
En Bolivia, sin embargo, se ha popularizado el bloqueo de rutas, una forma de violencia que perjudica a miles de personas inocentes, a trabajadores asalariados, empresarios y transportistas, a toda una sociedad que no tiene culpa, poder o responsabilidad con relación al reclamo que provocó el bloqueo. En este país folclórico y carnavalesco, hay bloqueo por todo y por nada: Algunos bloquean para obtener privilegios especiales del Estado, otros para luchar por la democracia y los derechos civiles, uno porque su novia lo dejó, otro porque la justicia en Bolivia es una mierda. Hay razones más valederas que otras, pero no deberíamos caer en el eufemismo de calificar a ningún bloqueo como pacífico. Todo bloqueo, en tanto y en cuanto coarta el derecho de otros a movilizarse libremente por las vías públicas es un acto de violencia, aunque nadie termine con un ojo morado o un palazo en la cabeza.
Santa Cruz de la Sierra, 04/02/16