En el artículo de hoy en "Memorias Porteñas" de Guillermo Arosemena, encuentro este interesante fragmento de una carta de Vicente Rocafuerte dirigida a Francisco Aguirre, presidente de la Convención que se reunió en Cuenca en 1843 para modificar la Constitución del Ecuador de 1835 de tal manera que, entre otras cosas, permita la presidencia perpetua:
“...el estado de mi salud no me permite volver a la Cámara; y aunque estuviera bueno, no me sería lícito tomar asiento en una Convención, cuya mayoría, en mi concepto, ha engendrado un monstruo constitucional, con el único objeto de elevar, por tercera vez, a la primera magistratura, a un jefe [Juan José Flores] que no ha sabido corresponder a las esperanzas de paz interior y exterior, de arreglo en las rentas públicas y de ventura progresiva, que la República había concebido y que tenía derecho para exigir que se hubiesen ya realizado. Como representante de la nación he protestado contra este atentado a las libertades públicas, y mi protesta ha sido rechazada por la mayoría corrompida, que avasalla la Cámara, privándome del derecho que me compete, como diputado, para emitir libremente mis opiniones, y hacerlas constar en las actas de las sesiones. La escena escandalosa de ayer manifiesta el estado de abyección y servilismo en que yacen los pretendidos representantes del infeliz Ecuador. Fiel a la Constitución de Ambato y a las leyes existente que he jurado sostener, no podré aprobar nunca el trastorno de las instituciones establecidas, sin necesidad urgente, ni conveniencia pública, y sin más objeto que favorecer las aspiraciones de la codicia y de la ambición”.
Arosemena dice de la idea de la presidencia perpetua: “más de 170 años después, sigue en la mente de los ecuatorianos”. Por eso es que hoy, las palabras de Rocafuerte siguen igual de vigentes.