Una crítica radical al euro
Mi amigo y colega Juan Ramón Rallo escribió una réplica el día de hoy a un artículo que publicara el 15 de julio proponiendo a los países miembros de la zona euro, abandonar el monopolio de la moneda en manos del Banco Central Europeo y recuperar las monedas nacionales en competencia, esto es eliminando el curso forzoso.
La réplica no sorprende si uno considera los riesgos de la implementación de mi propuesta —en línea con la de Richard Ebeling— según describiera al final de mi artículo. Mi objetivo aquí, sin embargo, es dar respuesta a los argumentos expuestos y citar la posición de Hayek al respecto.
En el primer párrafo del artículo Rallo explica que socialistas, economistas de Chicago y economistas bien intencionados liberales han alzado voces en contra de la moneda única europea. Vincular mi propuesta con la de los socialistas, algunos economistas de Chicago o incluso la de Paul Krugman, quien ha pedido en los últimos días abandonar el euro para poder devaluar, pienso que puede confundir a un lector distraído. Las propuestas difieren porque los argumentos difieren. Meter todo en una misma bolsa es tan equívoco como suponer que la Banca Simons y la propuesta de Jesús Huerta de Soto en defensa de un coeficiente de caja del 100 por cien, son iguales. Con esto quiero dejar claro que —al igual que Rallo— me opongo a los argumentos expuestos por otros teóricos que critican al euro.
En un segundo paso, tras resumir mis argumentos contra el euro, Rallo señala los motivos por los cuales él ha defendido moderadamente este monopolio. Su argumento central es que el euro se asemeja al Patrón Oro, quizás deslizando que tal sistema sería su ideal. Mi contra-argumento es que el sistema de competencia de monedas nacionales —con eliminación de curso forzoso— se asemeja más a un sistema de banca libre en donde cada individuo puede elegir entre una cantidad de monedas diferentes. Demás está decir que el sistema que Hayek tenía en mente con “la desnacionalización del dinero” (1973) era además abrir la posibilidad de emisión privada de dinero, lo cual habría representado un límite mayor a las políticas inflacionistas de los bancos centrales europeos.
Pero quisiera detenerme aquí un momento porque esto constituye quizás el punto central del debate. La experiencia de España, previa a su ingreso a la zona euro no ha sido buena. El Banco Central de España ha manipulado la moneda, condenado a España a continuas devaluaciones, a una política inflacionaria y al predominio de altas tasas de interés que impedían el desarrollo de inversiones que hiciera posible un continuo y genuino crecimiento económico. El Banco Central Europeo cambió este estado de cosas. Con el euro España emprendió un crecimiento económico sin precedentes, se terminó la inflación y la devaluación, y los tipos de interés convergieron hacia abajo, hacia el promedio europeo o incluso menor.
Si dichos tipos de interés se redujeron a valores históricos por tanto tiempo, esto obedece sin embargo a la política monetaria practicada por el Banco Central Europeo, algo que dejó a España sumergida en la peor burbuja inmobiliaria de su historia, con un desempleo del orden del 20 por ciento, lo cual ha condenado al país en una situación que sufrirá por varios años más.
Desde luego, España cuenta hoy con un PIB per cápita que la coloca entre los países desarrollados, pero eso obedece —a mi juicio— a cuestiones diferentes, esto es, a la política de integración y apertura económica que emprendió bastante antes de integrarse a la zona euro.
Vale también aclarar que este debate no se debe circunscribir a comparar la situación de los miembros de la Unión Europea previa y post-euro. La propuesta señalada en mí artículo no propone volver a la situación previa al ingreso a la zona euro. No se trata simplemente de recuperar las monedas nacionales. Se trata además de que los países miembros recuperen las monedas locales y permitan a los individuos demandar y establecer contratos denominados en las otras monedas europeas, algo que entiendo no ocurrió en la etapa previa al euro.
Rallo se adelanta también a otro argumento central. Hoy toda Europa está condenada a la crisis económica cuya causa encontramos en el Banco Central Europeo. En un sistema de competencia de monedas nacionales tal cosa no hubiera ocurrido ya que algunos bancos centrales prudentes habrían esquivado tales consecuencias. El contra-argumento de Rallo es que tal cosa es sólo aparente, porque un banco central aislado no habría podido escapar a la expansión del crédito concertada por los otros bancos centrales. En otras palabras, Rallo afirma que aun con monedas nacionales competitivas, los miembros de la Unión Europea no habrían podido evitar la burbuja inmobiliaria.
Este es —a mi juicio— posiblemente el argumento más débil de la réplica. ¿Acaso hay alguna experiencia europea en la que todos los países hayan caído en una crisis económica generalizada causada por la política crediticia concertada por todos los bancos centrales? No soy experto en historia económica europea, pero me temo que no.
Siguiendo el debate, pienso que el paso siguiente deberá consistir en estudiar las causas de la burbuja inmobiliaria, lo cual —a mi modo de ver— nos llevará necesariamente a estudiar la política crediticia del Banco Central Europeo.
Por lo demás, no comprendo el paralelismo que Rallo hace entre competencia de monedas y competencia arancelaria, pero coincido en que una apertura económica que integre a la Unión Europea con el mundo y no sólo con sus países miembros, será ventajosa en todo sentido.
Respecto a la disciplina fiscal, es cierto que algunos miembros incumplieron Maastricht. Pero aseverar que sin el euro, no habría tal disciplina, me parece un exceso. En todo caso, no veo una clara, o más bien, necesaria relación entre la existencia del euro y la disciplina fiscal.
Cierro con el punto que señala Rallo como “el germen del desacuerdo”, esto es, que un número mayor de monedas nacionales en reemplazo del euro, “no abre el mercado a la competencia, simplemente incrementa el número de gobiernos con capacidad para extorsionar a la población a través del manejo de su propia divisa”.
Si bien estoy de acuerdo que la administración de las distintas monedas nacionales no abre el mercado en el sentido austríaco del término, no veo cómo esto se ha convertido en “el germen del desacuerdo”. Entiendo que el debate se circunscribe a cuál es el “segundo mejor” que Europa debe aplicar para evitar que la crisis económica actual se repita en el futuro. De un lado tenemos el euro, monopolizado por el Banco Central Europeo. Del otro lado tenemos las monedas nacionales, administradas por distintas autoridades monetarias. En ninguno de los dos casos alcanzamos la competencia de monedas que Hayek propuso en 1973. Pero entiendo que en la competencia de monedas nacionales, eliminado el curso forzoso que impide hoy que los europeos hagan contratos denominados en cualquiera de esas monedas, se acerca un poco más al ideal en cuestión.
En palabras del mismo Hayek (1973):
“Mi propuesta concreta para el futuro próximo, y la oportunidad de examinar un plan mucho más amplio, consisten en que los países del Mercado Común, preferiblemente juntos con los países neutrales de Europa (y es posible que más tarde los de Norteamérica), se comprometan mediante un tratado formal a no obstaculizar en manera alguna el libre comercio dentro de sus territorios de las monedas de cada país (incluidas las monedas de oro) o el libre ejercicio, por instituciones legalmente establecidas en cualquier de los aludidos territorios, de la actividad bancaria sin trabas. Tal supuesto conduciría en primer término a la supresión de todo tipo de control de cambios y de regulación del movimiento de dinero en estos países y también a la plena libertad de utilizar cualquiera de esas monedas tanto en la contratación como en la contabilidad. Aún más, significaría la oportunidad para cualquier banco radicado en tales países de abrir sucursales en cualquier otro en iguales condiciones que los ya existentes. […] Lo anterior me parece preferible y más práctico que el proyecto de introducir una nueva moneda europea, que en última instancia sólo tendría como efecto afirmar la fuente y raíz de todos los males monetarios: el monopolio gubernamental de emisión y control de la moneda. […] Aunque comparto el deseo de completar la unificación económica de Europa occidental liberalizando por completo la circulación del dinero en su interior, tengo mis dudas sobre la utilidad de hacerlo con la creación de una nueva moneda europea gobernada por una especie de autoridad supranacional. Aparte de que […] es inevitable que algún país vea empeorada (y no mejorada) su propia moneda, no parece tampoco probable que, incluso en las circunstancias más favorables, su administración fuera mejor que la de las actuales monedas nacionales. Además, en muchos sentidos, una única moneda internacional, si no está mejor administrada, es peor que una moneda nacional. Un país con un público financieramente más refinado no tendría ni siquiera la posibilidad de escapar a las consecuencias de los prejuicios que dominan las decisiones de otros. La existencia de una autoridad internacional implicaría fundamentalmente la ventaja de proteger a sus miembros de las dañosas medidas que cualquiera de ellos pudiera introducir sin obligarle a participar con sus locuras”.
Resumiendo, Hayek anticipó el fracaso del euro y pienso que —como seguidores de sus ideas— debemos ser radicales y categóricos en nuestra oposición al Banco Central Europeo.
Bibliografía:
Ebeling, Richard (2010), "Competitive Currencies Instead of the Euro Monopoly", Northwood University.
Hayek, Friedrich A. von (1973), "Denationalization of money. An analysis of the theory and practice of current currencies", The Institute of Economic Affairs, 1990.
Rallo, Juan Ramón (2010), "Una defensa moderada del euro", Cato Institute, 20 de julio de 2010.
Ravier, Adrián (2010), "¿Abandonar el euro?", Cato Institute, 15 de julio de 2010.
Ravier, Adrián (2010), "La burbuja inmobiliaria de España", GPS Económico, No. 1, marzo de 2010.