No es un problema de colores políticos, y no es exclusivamente español. Sabemos que en otros países también se han producido episodios en los que algunos políticos han sido descubiertos engañando en la formación académica que decían ostentar, sea porque no la tenían en absoluto o porque la habían conseguido por vías irregulares, por ejemplo, plagiando sus tesis doctorales o recibiendo un trato de favor por parte de las universidades.
La pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué se arriesgan las autoridades de forma tan temeraria a perder todo su prestigio y a arruinar sus carreras si tales maniobras son desenmascaradas?
Sospecho que la respuesta no nos remite tanto al rey-filósofo de Platón como a un fenómeno mucho más reciente, que tiene que ver con la hipertrofia de los Estados modernos, incomparablemente más grandes y onerosos que cualquier sistema político del pasado.
En nuestros Estados actuales, la política es demasiado absorbente, y ofrece oportunidades laborales suficientemente tentadoras, como para que sus protagonistas puedan dedicarse con intensidad a mejorar su formación. Y, al mismo tiempo, unos Estados tan voluminosos suelen legitimarse alegando que la política es un asunto técnico, es decir, un asunto que requiere a los mejores profesionales. Como esta contradicción es insoluble, algunos caen en la tentación de hacer trampas para resolverla de forma disfrazada.
Estos laberintos en los que se pierden algunos gobernantes podrían tener una salida que conserve su honor y no quebrante los derechos de los ciudadanos. Se trataría de reconocer que la política no es un tema principalmente técnico, y los mejores mandatarios no son los profesores más sabios, eruditos y geniales. El mejor ministro de Economía no debe ser Premio Nobel. Y el mejor ministro de Sanidad no debe ser el mejor cirujano. Lo que los políticos deben tener, sobre todo, no son doctorados sino principios. Por ejemplo, el principio de no mentir en sus titulaciones académicas.
Si esa sinceridad se combinara con la modestia de reconocer las fronteras de la inteligencia humana, podría potenciarse el principio político más importante para los derechos del pueblo, a saber, el principio de que la libertad no depende de la sabiduría de los poderosos, porque no depende de la forma del poder, sino de sus límites.
Publicado originalmente en El Periódico de Sotogrande (España) el 25 de abril de 2018.