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Más allá del analista

Publicado por Alberto Benegas Lynch

Entre otras funciones, en el periodismo hay una división entre la noticia, el artículo de opinión y el analista. Este último describe y, sobre todo, desmenuza lo que ocurre, mientras que el que emite opinión realiza una tarea normativa mas que descriptiva. Mas allá de los sucesos del momento, apunta a metas que considera mejoran la coyuntura.

Todas las funciones son importantes y se complementan pero a veces el articulista de opinión superpone su rol con el analista que circunscribe su trabajo al material que presenta la noticia. En realidad, quien publica una columna de opinión teóricamente centra mas sus desvelos en correr el eje del debate hacia posiciones de mayor excelencia aunque lo haga anclado en una noticia o, también, centrado en un problema mas que en un hecho (por ejemplo, al concepto de la democracia, a descifrar la ecología o a la naturaleza de la inflación etc.)

A esto último se refiere el premio Nobel en Economía James M. Buchanan, quien abarca aspectos de la filosofía social en sus publicaciones, sean éstas artículos periodísticos, ensayos para publicaciones académicas o libros. En este sentido, escribe en Freedom in Constitucional Contract que apunta a abrirse “paso en la jungla que describe la realidad percibida, al efecto de introducir orden conceptual”. Buchanan hace un paralelo entre el pintor y el fotógrafo: “El artista que tiene éxito al captar los elementos básicos de lo que pinta, al mismo tiempo idealiza esos elementos en formas que son normativamente mas satisfactorias que la realidad fotográfica”. Insiste en que se ubica de modo de estar “alejado de muchos de los rasgos ´ruidosos´ y no esenciales del proceso social que están disponibles para la observación directa”.

Es un buen ejercicio el del analista porque permite adentrarse en los diversos vericuetos de los mas diversos hechos, al tiempo que facilita al lector la interpretación de la noticia que se complementa con los artículos de opinión. Pero también es importante lo que señala Buchanan en el sentido de que se necesitan artículos que calen mas hondo en los problemas que son mas universales y no necesariamente se refieren a este o aquel acontecimiento porque son los escritos que permiten entender el fondo filosófico del problema. Son los que, en última instancia, tarde o temprano, mueven la noticia porque, al influir sobre la opinión pública, para mal o para bien (según sea la dirección de la pluma), producen hechos distintos.

La vorágine diaria del periodismo naturalmente le otorga mas espacio a la noticia, al analista y a la opinión que alude a hechos del momento pero también ciertos medios le dan algún espacio a escritos del tipo al que alude Buchanan. Esto es auspicioso porque permite el debate de ideas mas allá del caso particular para, en cambio, penetrar en conceptos que ayudan a interpretar la realidad de un modo distinto. Incluso, como queda dicho, no es infrecuente que el mismo autor intercale artículos de opinión de ambas naturalezas: escribe comentando hechos del momento y también destina espacios para elaborar y escudriñar sobre ideas que resultan clave para descifrar el mundo.

El que estas líneas escribe, al margen de las actividades académicas, en el campo periodístico, en su momento, prestó una atención preferencial a la coyuntura, en este caso económica. Pero confieso que ya no me seduce mas el deslizarme por los andariveles de los decimales de la expansión monetaria, el producto bruto, los índices de precios, consumo e inversión, el balance de pagos y otros menesteres análogos. Prefiero colocarme en el ruedo de la opinión, despegado de los indicadores circunstanciales que, como decimos, derivan de hechos que son el resultado de ideas que adquieren forma a través del debate de teorías rivales al efecto de corroborar la posición o refutarla. En la disyuntiva, prefiero acoplarme a los que contribuyen a establecer un pequeño tramo de historia y no a los que se limitan a contarla.

Sin duda que la división del trabajo debería mantenerse como consecuencia de diversos gustos y vocaciones. Si todos se dedican a la medicina no habrá pan y si todos se dedican a elucubrar sobre problemas conceptuales en los periódicos, no se conocerán las noticias ni se recibirán análisis de las mismas. Pero actualmente, en algunos casos, puede considerarse que se encuentran un tanto desbalanceados los espacios destinados a los artículos como los que se refiere Buchanan. Debemos reconocer que el peso relativo de la noticia y el análisis es en general prioritario en el periodismo puesto que de eso se trata, lo cual no quita que se pueda conceder una proporción aunque sea mínima a lo que venimos comentando.

Veo con satisfacción que esto es lo que precisamente ocurre con creces en el medio en el que escribo hoy --el “Diario de América”-- uno de los periódicos en los que vengo colaborando regularmente, un diario primordialmente de opinión, unas veces anclados en hechos puntuales y otras en conceptos como la presente nota pero siempre independiente. En este último sentido, me viene a la memoria el muy ilustrativo lema del periódico decimonónico argentino Don Quijote: “este semanario se compra pero no se vende”.

Posiblemente, uno de los temas centrales para los próximos tiempos en torno al cual cabría que las faenas de opinión en diversos medios tengan en cuenta para escudriñar es el que plantea Emilio J. Hardoy en sus memorias, seguramente sin ninguna alternativa in mente. Hardoy era un político y periodista argentino de larga trayectoria : hubo que otorgarle un permiso especial para que a los veinticuatro años pudiera asumir como diputado, fue senador, convencional constituyente, presidente de su partido  y luego Jefe de Editoriales del centenario diario “La Prensa” de Buenos Aires en momentos en que la dirección estaba en manos del insigne Alberto Gainza Paz.

El tema en cuestión es para meditar con algún detenimiento y lo escribe así (No he vivido en vano. Memorias; pag. 459): “Ante todo declaro que el poder es, en sí mismo, maldito. ¿Por qué un hombre revestido de un inmenso poder puede imponer a otros su voluntad?. ¿Por qué el Estado puede encaramarse en un hombre e impulsar a un pueblo entero hacia la guerra o la paz, la prosperidad o la miseria, el progreso o el fracaso?. ¿Por qué un hombre puede mandarme a mí, que soy también un hombre libre por la voluntad de Dios?. ¿Por qué un hombre provisto de autoridad, boato, riqueza, privilegios y honores puede obligarnos?. Únicamente los vicios y debilidades de la naturaleza humana permiten esbozar una justificación moralmente insuficiente, pues su fundamento sería, en todo caso, la conveniencia y no la virtud”.

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