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La muerte de Kim Jong-il y la difícil sucesión

Publicado por Doug Bandow

El “querido líder” de Corea del Norte, Kim Jong-il, ha muerto. No hay prospectos de negociar o implementar un nuevo acuerdo nuclear con Pyongyang en el futuro cercano. La tal llamada República Popular Democrática de Corea (RPDC) probablemente estará sumida en una pugna de poder (en inglés), la cual se podría volver violenta. La mejor política de Washington sería la de mantenerse al margen y observar lo que ocurre.

Luego de su infarto hace tres años, Kim ungió a su hijo más joven (en inglés), Kim Jong-un, como su sucesor (en inglés). Sin embargo, el joven Kim ha tenido poco tiempo para establecerse como el nuevo líder. La anterior transferencia familiar de poder a Kim Jong-il demoró aproximadamente dos décadas. Hay varios potenciales aspirantes a la autoridad suprema en Corea del Norte y las fuerzas armadas podrían ser las que determinen el resultado. 

Algunos observadores esperan que se dé una “Primavera coreana”, pero la población mayormente rural de la RPDC es un ambiente poco probable para el cambio. Las elites urbanas podrían querer una reforma, pero no una revolución. Si hay un Mikhail Gorbachev norcoreano merodeando tras bambalinas, tendrá que moverse lentamente para sobrevivir.

Durante estos momentos de incertidumbre es poco probable que algún funcionario tenga la voluntad o la capacidad de lograr un acuerdo que ceda las armas nucleares de Corea del Norte (en inglés). El liderazgo estará enfocado hacia adentro y es probable que nadie desafíe a las fuerzas armadas, las que se podrían dividir políticamente.

Tampoco es probable que China desempeñe una función útil. Pekín observa el estatus quo como algo favorable. Antes que nada, China probablemente enfatizará la necesidad de estabilidad, y aun cuando podría intentar influenciar el proceso de sucesión, lo haría discretamente. Pero China no quiere lo que EE.UU. quiere, ya que prefiere la supervivencia de la RPDC, solo con más responsabilidad y un liderazgo flexible. 

Washington poco puede hacer durante este proceso. EE.UU. debe mantener su voluntad de dialogar con Corea del Norte. Los funcionarios estadounidenses también deberían hablar con Pekín acerca del futuro de la península (en inglés), explorando las preocupaciones de China y buscando áreas en las que se podría llegar a un compromiso. Por ejemplo, Washington debería prometer que no habrá bases o tropas estadounidenses en una Corea reunificada, lo cual podría calmar los miedos de Pekín acerca del impacto del colapso de Corea del Norte.

Lo más importante es que la administración Obama no debe apurarse a “fortalecer” la alianza con Corea del Sur como reacción a la incertidumbre en el Norte. La República de Corea es muy capaz de defenderse así misma (en inglés). Debería tomar las medidas necesarias para disuadir cualquier aventura de Corea del Norte y desarrollar sus propias estrategias para lidiar con Pyongyang. EE.UU. debería estar retirándose de un costoso compromiso de seguridad que ya no obedece a los intereses estadounidenses.

Kim Jong-il impuso un sufrimiento inconcebible sobre el pueblo norcoreano. No obstante, lo que sigue podría ser todavía peor si una pugna de poderes se convierte en un conflicto armado. Más allá de alentar a Pekín a que utilice su influencia para llevar a la dinastía Kim a su misericordioso fin, EE.UU. puede —y debe— hacer poco más que observar el desarrollo de los sucesos en Corea del Norte.

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