Francis Hutcheson, en su conferencia inaugural como profesor de Filosofía Moral de la Universidad de Glasgow en 1730, disertó sobre la sociabilidad natural de la humanidad. En ella el maestro de Adam Smith expresaba sus criterios sobre esa característica humana por vivir una vida inofensiva, para proteger la vida de otros aún de manera desinteresada. La misma que consideraba natural a diferencia de otros pensadores del siglo XVIII como Thomas Hobbes, que veían en la sociabilidad humana el deseo de procurarse una ventaja al convivir y ayudar a otros. Lo que hoy en día lo definirían como reciprocidad condicional o altruismo recíproco, sociobiólogos tales como Robert Trivers.
Para Hutcheson está sociabilidad humana forma una parte irreducible de nosotros, así dijo que:
“Si en efecto la benevolencia fuera ajena a la naturaleza humana,…, entonces los hombres ambiciosos, del tipo que están acostumbrados a asumir cargos políticos, no encontrarían gente común tan fácil y tratable como para que se comprometan a sí mismos y a todo su capital a la confianza de ellos” (Hutcheson 2006: 214).
En cambio, otros como Bernard de Mandeville pregonaban que “los vicios privados generaban virtudes públicas” y que promovían el interés público. A pesar de tal diferencia, tanto Hutcheson como Mandeville, enfatizaron que ya sea mediante la benevolencia o los vicios privados de la humanidad, se requería de libertad para florecer y generar bienestar general.
Pero es quizás el hecho de que el comerciar haya sido considerado como un vicio o actividad indigna de los nobles que como describe David Hume:
“El comercio nunca fue considerado un asunto de estado hasta el último siglo; y existe escasamente algún escritor antiguo de política, que haya hecho alguna mención de éste” De libertad civil, 1742.
Para Hume el comercio se degeneraría en sociedades donde lo que prima es lo estatal, debido a que sería considerada una actividad menos “honorable” antes que por alguna falta de garantías.
Friedrich Hayek afirmaría que tanto nuestros sentimientos morales como nuestros vicios pueden contribuir a generar un mayor bienestar en la sociedad, siempre y cuando se respeten reglas de conducta recta. Según éste autor nosotros no hemos diseñado nuestro sistema económico, puesto que no somos lo suficientemente inteligentes.
Recientes hallazgos de economía experimental están redescubriendo la importancia de lo que Smith denominó sentimientos morales, la sociabilidad de Hutcheson y especialmente la simpatía por el prójimo, llegando incluso a reconocer que tanto el comportamiento auto-interesado (los vicios) como nuestro interés en el prójimo (benevolente) es fuente de instituciones sociales beneficiosas en general. Ha sido precisamente el equivocado énfasis de la economía neoclásica en una simple maximización de esquemas de utilidad individuales la que ha despojado a muchos economistas actuales de los principios humanistas que formaron las ideas de los filósofos de la ilustración escocesa. Pero ese camino equivocado de la razón ilimitada no nos debe hacer perder de vista que el poder estatal junto con sus cómplices privados se fortalecen si nos desesperamos y buscamos como solución al abuso del poder, sólo más poder.
La libertad es ante todo opuesta al poder, es sublime porque está basada en los principios humanistas en los que se basa la luz del pensamiento que nos permitió dejar atrás la oscuridad y aceptar nuestra falibilidad.