La difícil situación que en este momento atraviesan las relaciones de Colombia y Venezuela no es accidental, ni se debe solamente a la suspensión de la "mediación" que el gobierno colombiano había encomendado a Hugo Chávez, con el fin de buscar un "intercambio humanitario" de guerrilleros presos por militares y políticos secuestrados. En realidad, lo que estamos presenciando es una colisión entre el expansionismo chavista, y la necesidad de Colombia de protegerse ante tan agresiva y bien financiada estrategia.
En lugar de actuar como un mediador con profesionalismo, es decir, buscar de modo discreto que las partes puedieran llegar a un acuerdo, Hugo Chávez no hizo más durante estas semanas que dar un espectáculo continuo de protagonismo en los medios, y nunca fue claro de qué modo todo ese protagonismo iba a ayudar en la causa de la libertad de los secuestrados.Por otro lado, es lamentable que, en medio de ese espectáculo, los movimientos de Chávez se hubiesen limitado a promover la posición de una de las dos partes, las FARC, cuyo propósito principal en estos procesos es el de obtener un despeje de parte del territorio colombiano, y ganar un nuevo aire político, que les permita recuperar alguna ventaja tras la dura ofensiva militar que han sufrido. Por ello, Chávez incurrió en actos tan impropios como el de llamar por teléfono, en su calidad de jefe de estado de una nación extranjera, a altos oficiales del ejército colombiano. En buena hora terminó este desorientado proceso, que tal vez nunca debió haber comenzado. El presidente Uribe cometió un grave error al hacer este encargo a Hugo Chávez, y bien había podido esperar que sucediera lo que pasó.