El anuncio del presidente Obama sobre el cambio en la política de su país hacia Cuba es histórico. Dado el estatus osificado de la relación entre ambas naciones —congelada en el tiempo por décadas a pesar de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría— la nueva actitud de Washington es significativa y bienvenida.
Las medidas anunciadas por Obama —un intercambio de espías que se encontraban prisioneros, un relajamiento de algunas restricciones económicas y para viajar, el inicio de discusiones para restablecer relaciones diplomáticas formales— van lo más lejos posible dentro del margen de acción que tiene el presidente sin requerir autorización del Congreso. Desde que se aprobó la Ley Helms-Burton en 1996, el levantamiento de las sanciones económicas más importantes, particularmente del embargo comercial y la prohibición que tienen la mayoría de los estadounidenses para viajar a la isla, requiere de la aprobación del Congreso. A diferencia de las anteriores medidas ad hoc hacia Cuba, las iniciativas económicas anunciadas por el presidente constituyen un cambio significativo de política, y parecen seguir de cerca las recomendaciones hechas en su momento por el Cuba Study Group en un estudio publicado el año pasado.
Como parte del acuerdo, Cuba liberó al contratista estadounidense Alan Gross luego de cinco años de encarcelamiento. Gross fue arrestado mientras trabajaba para expandir el acceso al Internet de la comunidad judía de La Habana, un acto que las autoridades cubanas consideraron que “atentaba contra el Estado”.
La decisión del presidente Obama no debería ser controversial. La política de EE.UU. hacia Cuba es un fracaso a todas luces. No ha traído democracia a la isla y más bien le ha brindado una excusa al régimen de La Habana para presentarse como víctima de una agresión estadounidense. Además, ha servido de chivo expiatorio para explicar el deplorable estado de la economía cubana. Más aún, según reportes del mismo gobierno estadounidense, el embargo incluso compromete la seguridad nacional de EE.UU.
En cuanto a las medidas económicas, son importantes por su simbolismo, aunque limitadas en su probable impacto hasta el tanto Cuba mantenga en pie su fracasado sistema económico. El próximo Congreso estadounidense debería continuar lo que el presidente Obama inició, y levantar de una vez por todas el embargo comercial y acabar con la prohibición de viajes a Cuba.