Margaret Thatcher, una de las figuras más influyentes e importantes de la historia de la política mundial, falleció el 8 de abril de 2013 y me veo compelido a rendirle tributo. Gobernó el Reino Unido desde 1979 hasta 1990 y fue, en mi opinión, la mejor gobernante que tuvieron los británicos el siglo pasado (honor que comparte junto con Winston Churchill).
Durante su gobierno Thatcher implantó una serie de políticas públicas consistentes en la aplicación de las recetas que tan acertadamente Milton Friedman había sugerido en su famoso libro Capitalismo y libertad. Thatcher era una defensora de los mercados libres y la propiedad privada, una firme creyente en la libertad individual y los gobiernos limitados. En otras palabras, era una liberal clásica en todo el sentido del término. Una política de conciencia y no de consensos, como solía decir. Era de una estirpe hoy extinta.
Privatizó las empresas públicas, desreguló las industrias, flexibilizó el mercado laboral, redujo los impuestos y el gasto público, implantó una política monetaria destinada a combatir la inflación, entre tantas otras medidas atinadas. Estas decisiones, que fueron impopulares en su momento, le valieron muchísimas críticas, pero Thatcher las enfrentó valerosamente y el tiempo se encargó de darle la razón demostrando la eficiencia de estas políticas. Thatcher nos enseñó que en política hay que ser valiente y pensar en el largo plazo. Que no hay que ceder ante la tentación cortoplacista de las políticas populista que permutan el bienestar de mañana por el aplauso de hoy.
Sin embargo, esos no son los únicos méritos de esta excepcional mujer. Thatcher era una política internacional, una persona destinada a jugar un rol en la historia del mundo y no sólo en la del Reino Unido. Fue una de las más grandes defensoras de la libertad individual en el mundo y, como tal, emprendió una dura lucha contra el tiránico régimen que la desaparecida Unión Soviética había implantado. De hecho, fue tan aguerrida en su lucha que fueron éstos quienes le pusieron el apelativo con el que el mundo la recordaría, “la dama de hierro”, y es que Thatcher, era una dama de principios inquebrantables y valentía única, un mujer infranqueable que nos dejó un legado que apreciar y cuidar, el “Thatcherismo”.
La esencia del Thatcherismo es la oposición al status quo, una apuesta por la libertad individual. Es la creencia de que un país sólo puede desarrollarse si sus ciudadanos son libres para tomar sus propias decisiones, sin interferencia del gobierno. Es la renuncia a premiar la ineficiencia gubernamental con más poder. Es aquello por lo que los liberales luchamos día a día.
Se le atribuye a Thomas Jefferson la famosa frase que reza “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”. Margaret Thatcher ha sido una guardiana sin tregua en esa perpetua labor. Todos quienes apreciamos la libertad en el mundo debemos estarle agradecidos por su lucha incesante y su defensa sin descanso de nuestras libertades.
Qué falta le hace hoy al mundo una dama de hierro que combata la invasión totalitaria del Estado en la vida de los individuos con valentía y consciencia.
¡Maggie, te extrañaremos!