Cuando en las tragedias de la antigua Grecia, algún personaje cometía hubris, grandes calamidades caían sobre su vida. Es que la hubris es una arrogancia de tal magnitud que ofende a los dioses y enciende su ira.
En eso pensé cuando leí estas entrevistas con el embajador de Holanda, Teunis Kamper; y la embajadora de Suecia, Ewa Werner, ambos destacados en Guatemala.
El representante de los Países Bajos se atrevió a sugerir la renuncia del Fiscal General guatemalteco; y la representante sueca admitió que tiene mandato directo de hacer que la pena de muerte sea abolida en Guatemala. Ambos países han jugado papeles muy activos para la aprobación de la ley antiadopciones.
Pero no tiene la culpa el loro, sino quien le enseña a hablar. Y los diplomáticos arrogantes sólo pueden actual así porque los políticos serviles y los grupos de interés que viven de la cooperación internacional, se los permiten. Y porque los latinoamericanos se los permitimos. Sería interesante ver qué ocurriría en Amsterdam y en Estocolmo si embajadores latinoamericanos se aparecieran con el mandato de que holandeses y suecos resolvieran sus problemas con el islamismo creciente en sus respectivos países. Ambos países enfrentan gravísimas tensiones étnicas y problemas políticos que no están en capacidad de resolver; y, sin embargo, sus embajadores tienen el tupé de caer de este lado del Atlántico y decirnos qué debemos hacer y qué no.
Hubris, se llama eso.