Nuestro gobierno ha sido frío y timorato en condenar la represión brutal que ha emprendido el autoritarismo de Nicolás Maduro contra la protesta de ciudadanos pacíficos en Venezuela.
Cuesta creer que el presidente peruano, Ollanta Humala, quien emite el frágil pronunciamiento del 18 de febrero sobre Venezuela, sea el mismo que cuando le caía la noche por el caso López Meneses no dudara en mostrar su deslinde con palabras que expresaban su más profunda indignación, por lo que dijo: “Deslindamos totalmente con esa basura, con ese delincuente, no podemos aceptar que se quiera vincular a un gobierno que está haciendo el esfuerzo de consolidar la democracia, de ser transparente, con ese tipo de basuras”.
No es que pidamos que nuestro presidente se exprese con la misma brusquedad de palabras sobre Venezuela, pero sí esperábamos que hable con la misma indignación, fuerza y distancia que se debe guardar de los violadores de los derechos del pueblo como Maduro.
Nuestro presidente es bravo, recio y no duda en marcar distancias cuando de rufianes se trata, ¿por qué entonces la condescendencia con Maduro que ha disparado contra estudiantes que ejercían su derecho de protesta?
Nuestro presidente, lejos de mostrarse categórico y consternado con estos actos antidemocráticos y sangrientos, ha escogido bien cómo cuidar sus palabras. Hace un llamado “a la calma y al diálogo” mientras se están asesinando estudiantes con saña y violencia. Pide que “autoridades y ciudadanos realicen su máximo esfuerzo para que la democracia y el respeto a los derechos de todas las personas prevalezca”, cuando es muy claro que es Maduro quien ha respondido criminalizando a la oposición. Y hace votos para que se detenga “el enfrentamiento entre venezolanos” cuando somos testigos de que las balas vienen de un solo lado, de los colectivos armados y de las fuerzas de gobierno que Maduro ha puesto en las calles. Creo yo que nuestro presidente no es que no haya condenado suficiente lo que pasa en Venezuela, simple y tristemente no lo ha condenado.
Son meses sombríos para la libertad y parece que Castro y Maduro también tienen amordazados a nuestros presidentes en la región. Humala debió envalentonarse como siempre lo hace y censurar a Maduro, ser solidario con el pueblo venezolano, indignarse por las muertes de civiles, pedir el respeto a la Carta Democrática Interamericana y guardar distancia de la última Declaración de la Cumbre de la Celac en La Habana. Algo, cualquier señal que demuestre que el Perú no le hace la comparsa a esos gobernantes con talante autoritario.
La tibieza de la región para condenar lo de Maduro no es preocupación solo de los venezolanos. Si la arremetida contra la democracia triunfa hoy en Venezuela no solo se habrá sepultado el derecho de protestar de los venezolanos sino también se habrá amedrentado a las voces democráticas de toda América Latina.
Por eso hay que ser enérgicos en pedir a nuestro gobierno una posición basada en principios. En algo tan delicado como la vida y la libertad de las personas, si nada relevante en su defensa se va a decir, no hay diferencia entre decir algo a medias que apañe la violación de derechos humanos, y el acto cómplice de quedarse callado.
Publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 21 de febrero de 2014 en respuesta a la opinión de Daniel Abugattás que se puede leer aquí.