Uno de los grandes perdedores de la exitosa elección de ayer en Honduras ha sido el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quien demostró que bajo su mandato Brasil no está listo para jugar un papel de liderazgo positivo en el hemisferio.
No es solo el hecho de que Lula pareció haber sido cómplice en el regreso furtivo del depuesto presidente hondureño Manuel Zelaya a la embajada brasileña en Tegucigalpa—un acto irresponsable que podría haber resultado en mayores enfrentamientos y derramamiento de sangre—sino que ahora tercamente se niega a reconocer la elección de ayer como legítima.
Por supuesto, estas posiciones grandilocuentes de Lula no tienen nada que ver con un supuesto compromiso con la democracia. Después de todo él continúa alabando la dictadura de los hermanos Castro en Cuba, ha dicho que Hugo Chávez es el mejor presidente que Venezuela ha tenido “en 100 años” y fue uno de los primeros líderes mundiales en felicitar a Mahmoud Ahmadinejad luego de las evidentemente elecciones fraudulentas en Irán. De hecho, la misma semana en que anunció su rechazo a reconocer las elecciones en Honduras, Lula le dio una cálida bienvenida a Ahmadinejad en Brasilia.
Algunos esperaban que debido a su tamaño y reciente protagonismo en asuntos mundiales, Brasil podría jugar un papel constructivo en asuntos latinoamericanos. Queda claro que esto no sucederá mientras Lula sea presidente.
En cambio, Lula continúa siendo mucho más responsable en asuntos domésticos—consolidando una democracia de mercado en Brasil—y desastroso en los asuntos exteriores. O, como dice el escritor cubano Carlos Alberto Montaner, una especie de Dr. Jekyll y Míster Hyde.