El regreso de Manuel Zelaya a Honduras tiene la clara intención de perturbar el desarrollo de las elecciones presidenciales programadas para finales de noviembre. La campaña política se estaba desenvolviendo de manera tranquila y ordenada, en total apego a las leyes hondureñas. Panamá ya había anunciado que reconocería la elección como legítima y era evidente que tarde o temprano más países tomarían la misma decisión. Era obvio que un proceso electoral pacífico y legal en Honduras no le convienía a Manuel Zelaya.
Que el depuesto presidente hondureño haya contado con la ayuda de Venezuela y sus aliados populistas en la región para volver a Tegucigalpa no es ninguna sorpresa. Lo que sí sorprende es la activa participación de Brasil—permitiendo que Zelaya use su embajada como base de operaciones políticas, en contra de las normas internacionales. Aún más sorprendente es que la Secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton y el presidente Oscar Arias de Costa Rica consideren el retorno de Zelaya como un suceso positivo, a pesar de la posibilidad de que éste derive en violencia.La comunidad internacional está injustificablemente yendo más allá de los canales diplomáticos en su manejo de la situación en Honduras.