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El Premio Nobel de Mario Vargas Llosa

La noticia de que el novelista peruano Mario Vargas Llosa ganó el premio Nóbel de Literatura me ha llenado de alegría. Este premio representa una gran contribución a la libertad en América Latina. Mediante su genio literario, sus prolíficos ensayos y su incansable activismo, Vargas Llosa se ha constituido en quizás el intelectual más conocido de América Latina, y seguramente su liberal clásico más reconocido. Durante décadas ha utilizado su habilidad de llegar a una audiencia masiva para promover los principios de una sociedad libre, convirtiéndose en el principal defensor del capitalismo democrático en la región.

No siempre fue así. En la década de los sesenta cuando sus primeras novelas recibieron un amplio reconocimiento, Vargas Llosa fue representativo del establishment intelectual en América Latina,  mostrando admiración por la revolución cubana y defendiendo las políticas de la izquierda radical. Incluso en ese entonces, sin embargo, el anti-autoritarismo y la preocupación por el individuo eran temas destacados en sus novelas. En un ejemplo de pensamiento independiente que caracteriza el compromiso con la verdad de Vargas Llosa, él se distanció del establishment intelectual a principios de la década de los setenta, firmemente denunciando la revolución de Fidel Castro y apartándose del estatismo en general. Su cada vez más sólida defensa de la libertad individual se vio fortalecida cuando descubrió, ya para la década de los setenta, el trabajo del premio Nóbel Friedrich Hayek, a quien Vargas Llosa cita como una de las tres influencias intelectuales más importantes sobre su pensamiento (las otras dos son Karl Popper e Isaiah Berlin).   

Un comunicador extremadamente versátil, Vargas Llosa ha explorado los problemas sociales más profundos de América Latina y ha deshecho los mitos de la visión utópica de los líderes demagógicos tan comunes en la historia la región. Un tema importante en su novela de 1981, La guerra del fin del mundo, por ejemplo, era que las promesas colectivistas de una mejor vida o felicidad solo pueden terminar en fanatismo —especialmente si varios tipos de colectivismo se ven enfrentados entre sí— precisamente porque la civilización depende de la primacía del individuo y de una consideración respetuosa de la realidad, en lugar de una dependencia dogmática de las ideas abstractas pero erróneas acerca de cómo podría funcionar el mundo.

En lugares como Rusia o América Latina donde la tradición de la libertad individual es poca o nula y donde las personas confían poco en las principales instituciones de la sociedad, el novelista muchas veces se ubica en una posición especial, casi de deidad. Sea justo o no, es visto como alguien confiable porque sus ideas son propias y porque de alguna manera ha logrado permanecer independiente de las influencias corruptoras de la sociedad. Esto le ha dado a Vargas Llosa una posición desde la cual ha ofrecido regularmente aseveraciones que instantáneamente han provocado debates y que muchas veces han pasado a ser parte del léxico nacional. En 1990, por ejemplo, durante una visita a México, se refirió al longevo gobierno del PRI como “la dictadura perfecta”. Aquello escandalizó a la clase política y a la elite intelectual en gran parte de América Latina, pero cualquier taxista de México DF diría que eso era absolutamente cierto.

El año pasado en una conferencia organizada en Caracas por el centro de investigaciones liberal, CEDICE, y en un momento en que Hugo Chávez estaba radicalizando su revolución socialista, Vargas Llosa declaró “No queremos que Venezuela se convierta en una sociedad totalitaria comunista”. Esa declaración provocó que Chávez lo retara a él y a los “neoliberales” a realizar un debate transmitido por televisión nacional, lo cual resultó ser una treta de la cual Chávez desistió después de que Vargas Llosa aceptó el reto. Vargas Llosa, por lo tanto, ganó el debate sin que este se haya dado. Todo el episodio fue destacado en la región como un golpe a Chávez, enfatizando la naturaleza cerrada y cobarde de su régimen.

Cuando Vargas Llosa escribe y habla de economía, el efecto es similar, como cuando explica que históricamente en América Latina nunca existió el capitalismo. Para aquellos que desean entender cómo funcionan realmente las economías latinoamericanas y cómo el libre mercado es el sistema económico más compatible con la manera en que viven los latinoamericanos, todavía recomiendo el prólogo de Vargas Llosa a las primeras ediciones del clásico de Hernando de Soto, El otro sendero, como uno de las más lúcidas explicaciones de la política económica de la región.

Tal vez el mejor ejemplo de la influencia de Vargas Llosa sobre la agenda reformista se encuentra en su país natal, Perú. A fines de la década de los ochenta, luego de que el presidente Alan García había llevado al país a la ruina, Vargas Llosa decidió candidatizarse a la presidencia, luego de haber liderado protestas masivas en contra de los planes de García de estatizar aún más al país. Vargas Llosa articuló una campaña con un plan de gobierno explícitamente liberal, proponiendo reformas radicales de mercado. Perdió la elección de 1990 frente a Alberto Fujimori, quien hizo campaña con una plataforma moderada y utilizó tácticas temerarias y trucos sucios para ganarse al electorado.

Pero las ideas de Vargas Llosa ganaron. Después de Chile, Perú se convirtió en el país latinoamericano que implementó el conjunto de reformas más radicales y profundas en un corto periodo de tiempo. Las reformas resultaron en un alto crecimiento y fueron muy populares. Cuando Fujimori anuló la constitución y cerró el Congreso, Vargas Llosa acertadamente criticó la medida y los abusos que se dieron después. Pero las reformas económicas que los siguientes gobiernos democráticos han dejado intactas o han profundizado transformaron al país y hasta ahora lo han convertido en una historia de éxito latinoamericana. Perú está demostrándoles a los latinoamericanos la superioridad de la democracia de mercado frente al populismo autoritario. No debería sorprendernos que Alan García, quien es actualmente presidente por segunda vez, sea uno de los más acérrimos rivales de Hugo Chávez. Alan García es ahora uno más de aquellos que fueron convertidos por Vargas Llosa.

Como peruano, tengo una deuda personal de agradecimiento con Vargas Llosa. He sido influenciado por él desde joven, y cuando estudiaba en Northwestern University durante su campaña presidencial, su plan de gobierno liberal influyó mis estudios y representó un claro contraste con las lecturas que me asignaba mi profesora izquierdista de política latinoamericana. Me siento honrado de que Vargas Llosa desde ese entonces se haya convertido en un amigo que generosamente ha respaldado el trabajo de Cato y que, como siempre, nos ha ayudado a todos los que promovemos los principios liberales a lo largo de la región. A través de su conducta y sus ideas, él sigue siendo un maestro.

Gracias Mario.

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