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¿Qué esperar del G-20?

“Expectativas realistas” deberían ser las palabras claves para la reunión del G-20 esta semana. Si el G-8 no pudo efectivamente tratar los principales problemas mundiales, hay pocas razones para creer que esta cumbre todavía más diversa y difícil de manejar lo pueda hacer.

El G-20 está compuesto de un grupo de países ricos que no están de acuerdo entre sí en los principales temas y de un grupo diverso de países en desarrollo con diversos intereses. La agenda es tan amplia—los países tratarán una serie de cuestiones complejas como el calentamiento global, la regulación financiera internacional, el comercio, la ayuda externa a países pobres y la reforma del Fondo Monetario Internacional—como para que ésta sea de uso práctico alguno.

La realidad también socava la idea de que el G-20 era requerido para coordinar las respuestas macroeconómicas a la crisis financiera global. Para cuando el G-20 se reunió este último abril en respuesta a la crisis, los países ya habían respondido a la crisis por su propia cuenta y los mercados globales ya habían tocado fondo y habían empezado a recuperarse. Una salida coordinada ahora también tiene poco sentido dado que las condiciones económicas varían bastante dentro del G-20. Algunos países tienen un desempleo alto, otros no; algunos tienen crecimiento bajo o negativo, otros han mantenido un crecimiento alto; algunos países todavía están experimentando una deflación, otros tienen una inflación preocupante.

El G-20 es un foro político del cual no deberíamos esperar mucho. Si los miembros del G-20 se comprometen con el libre comercio, deberíamos estar complacidos con ese resultado.

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