Prefacio a la edición de 1976F.A. Hayek
Este libro, escrito en mis horas libres entre 1940 y 1943, cuando mi mente estaba aún interesada sobre todo en problemas de teoría económica pura, se convirtió para mí, sin que ello fuera sorpresa, en punto de partida de más de treinta años de trabajo en un nuevo campo. Este primer esfuerzo hacia otro rumbo nació de mi disgusto ante la completa confusión en los círculos «progresistas» ingleses sobre el carácter del movimiento nazi, lo que me llevó primero a enviar un memorándum al entonces director de la London School of Economics, Sir William Beveridge, y después un artículo a la Contemporary Review en 1938, que a petición del profesor Harry G. Gideonse, de la Universidad de Chicago, amplié para darle entrada en sus «Public Policy Pamphlets».[139] Finalmente,y no sin dudarlo antes, cuando comprendí que todos mis colegas británicos más competentes que yo en esta materia estaban ocupados en problemas de mayor urgencia relacionados con la marcha de la guerra, amplié mi trabajo hasta convertirlo en este libro en respuesta a las circunstancias de aquel tiempo. A pesar de la favorable y totalmente inesperada acogida —el éxito de la edición americana, en la que inicialmente no se pensó, fue incluso mayor que el de la británica— no me sentí del todo feliz, durante mucho tiempo. Aunque en los comienzos del libro había declarado con toda franqueza que se trataba de una obra política, la mayor parte de mis colegas en las ciencias sociales me hicieron sentir que había yo malgastado mis conocimientos, y yo mismo estaba a disgusto por pensar que al desviarme de la teoría económica había traspasado el ámbito de mi competencia. No hablaré aquí de la furia que el libro causó en ciertos círculos, o de la curiosa diferencia de recepción en Gran Bretaña y los Estados Unidos (acerca de lo cual dije algo hace veinte años en el prólogo a la primera edición americana en rústica). Sólo para indicar el carácter de una reacción muy general, mencionaré el caso de un filósofo muy conocido, cuyo nombre dejaré en el anónimo, quien escribió a otro en reproche por haber elogiado este escandaloso libro, ¡que él, «naturalmente, no había leído»![140]
Pero a pesar de un gran esfuerzo para reintegrarme a la ciencia económica propiamente dicha, no pude liberarme por completo del sentimiento de haberme embarcado, aunque tan sin pensarlo, en unos problemas más provocativos e importantes que los de la teoría económica, y de la necesidad de aclarar y elaborar mejor mucho de lo que había yo dicho en mí primer ensayo. Cuando lo escribí estaba muy lejos de haberme liberado suficientemente de todos los prejuicios y supersticiones que dominaban la opinión general, e incluso menos aún había aprendido a evitar todas las confusiones entonces predominantes sobre términos y conceptos, de cuya importancia me he dado después muy buena cuenta. Y la discusión que el libro intenta de las consecuencias de las políticas socialistas no puede, naturalmente, ser completa sin una exposición adecuada de lo que exige un ordenamiento basado en el mercado libre y lo que puede lograrse con él cuando funciona adecuadamente. A este último problema sobre todo dediqué el trabajo que he realizado posteriormente en este campo. El primer resultado de mis esfuerzos para explicar la naturaleza de un ordenamiento libre fue una obra sustancial titulada The Constitution of Liberty (1960) en la que intenté esencialmente una nueva y más coherente exposición de las doctrinas del liberalismo clásico del siglo XIX. Al advertir que esta reexposición dejaba sin contestar ciertas cuestiones importantes, me sentí obligado a un nuevo esfuerzo para aportar mis propias respuestas, en una obra en tres volúmenes bajo el título de Law, Legistation and Liberty, el primero de los cuales apareció en 1973, el segundo en 1976 y el tercero está a punto de llegar a término.[141]
En los veinte últimos años, entregado a estas tareas, creo haber aprendido mucho sobre los problemas discutidos en el presente libro, que me parece no volví a leer durante este periodo. Habiéndolo hecho ahora con el fin de redactar este prefacio, no me creo ya en la necesidad de pedir disculpas: me siento por primera vez orgulloso de él hasta cierto punto, y no menos de la inspiración que me hizo dedicarlo «a los socialistas de todos los partidos». Porque si, indudablemente, en el intervalo he aprendido mucho que no sabía cuando lo escribí, me he visto ahora sorprendido a menudo de lo mucho que acerté a ver al comenzar mi trabajo y que ha sido confirmado por la investigación ulterior; y aunque mis esfuerzos posteriores serán más útiles para los especialistas, o así lo espero, me siento ahora dispuesto sin indecisión a recomendar este libro inicial al lector que desee una introducción sencilla y no técnica sobre lo que, a mi juicio, es todavía una de las cuestiones más amenazadoras que tenemos que resolver.
El lector se preguntará probablemente si esto significa que sigo dispuesto a defender las principales conclusiones de este libro; y mi respuesta a ello es en general afirmativa. La reserva más importante que tengo que presentar se debe a la circunstancia de haber cambiado durante este intervalo de tiempo la terminología, por cuya razón puede ser mal interpretado lo que en este libro afirmo. Cuando lo escribí, socialismo significaba sin ninguna duda la nacionalización de los medios de producción y la planificación económica centralizada que aquélla hacía posible y necesaria. En este sentido,Suecia, por ejemplo, está hoy mucho menos organizada en forma socialista que la Gran Bretaña o Austria, aunque se suele considerar a Suecia mucho más socialista. Esto se debe a que socialismo ha llegado a significar fundamentalmente una profunda redistribución de las rentas a través de los impuestos y de las instituciones del Estado benéfico. En éste, los efectos que analizo se han producido con más lentitud y más indirecta e imperfectamente. Creo que el resultado final tiende a ser casi exactamente el mismo, pero el proceso a través del cual se llega a ese resultado no es igual al que se describe en este libro.
Se ha alegado frecuentemente que afirmo que todo movimiento en la dirección del socialismo ha de conducir por fuerza al totalitarismo. Aunque este peligro existe, no es esto lo que el libro dice. Lo que hace es llamar la atención hacia los principios de nuestra política, pues si no los corregimos se seguirán de ellos consecuencias muy desagradables que la mayoría de los que abogan por esa política no desean.
Lo que ahora me parece equivocado en este libro es sobre todo el no haber destacado bastante la significación de la experiencia comunista en Rusia —falta que es quizá perdonable al recordar que cuando lo escribí Rusia era nuestra aliada en la guerra— y que, por no haberme liberado aún por completo de todas las supersticiones intervencionistas entonces corrientes, hice varias concesiones que ahora no creo estaban justificadas. Evidentemente, no me daba entonces plena cuenta de hasta qué punto se habían degradado ya las cosas en algunos aspectos.Todavía planteaba, por ejemplo, como una cuestión retórica mi pregunta al considerar si Hitler había obtenido sus ilimitados poderes en una forma estrictamente constitucional: «¿quién concluiría de ello que todavía subsiste en Alemania un Estado de Derecho?», para acabar por descubrir más tarde que los profesores Hans Kelsen y Harold J. Laski —y probablemente otros muchos juristas y especialistas en ciencia política, entre los socialistas que seguían a estos influyentes autores— habían mantenido precisamente esta opinión.[142] En general, el estudio más a fondo de las tendencias contemporáneas del pensamiento y las instituciones ha aumentado, si es posible, mi alarma y temor. Pues tanto la influencia de las ideas socialistas como la inocente confianza en las buenas intenciones de quienes ostentan un poder totalitario han aumentado notablemente desde que escribí este libro.
Durante mucho tiempo me ha disgustado el hecho de ser más conocido por este trabajo, que yo consideraba un escrito de circunstancias, que por mi obra estrictamente científica. Después de examinar de nuevo lo que entonces escribí, a la luz de unos treinta años de estudios sobre los problemas planteados entonces, ya no estoy bajo la misma sensación. Aunque el libro puede contener mucho que, cuando lo escribí, no estaba yo en condiciones de demostrar convincentemente, fue un esfuerzo auténtico por encontrar la verdad, y a mi entender ha aportado intuiciones que ayudarán, incluso a quienes no están de acuerdo conmigo, a evitar graves peligros.
Notas al pie de página
[139] [Véase el prefacio a las ediciones originales, nota 2. —Ed.]
[140] [El filósofo a quien alude es el positivista Rudolf Carnap; véase la cita completa en mi introducción al presente volumen, p. 18. —Ed.]
[141] [Los volúmenes segundo y tercero aparecieron en 1976 y 1979 respectivamente. Véase F.A. Hayek The Mirage of Social Justice, vol. 2 (1976), y The Political Order of a Free People, vol. 3 (1979) de Law, Legislation, and Liberty, cit. —Ed.]
[142] [El científico político Harold J. Laski (1893-1950) fue colega de Hayek en la LSE y antes del pacto de no agresión Moltov-Ribbentropp, fue un decidido defensor de Stalin y su política.Hayek destaca la proclividad «patológica» de Laski a mentir en Hayek on Hayek, op. cit., p. 82 {p. 81 de la trad. española}. El teórico del derecho, nacido en Austria, Hans Kelsen (1881-1973) dio clases en Viena, Colonia y, finalmente, en la Universidad de California-Berkeley. Kelsen desarrolló la «teoría pura del derecho» y fue conocido por su defensa del positivismo jurídico. —Ed.]