Camino de servidumbre

Camino de servidumbre
Autor: 
Friedrich A. Hayek

Friedrich August von Hayek (1899 – 1992) nació en Viena, Austria, que en ese entonces era una de las grandes capitales intelectuales de Europa. Hayek es particularmente conocido como un defensor del liberalismo clásico y del capitalismo en contra del socialismo y el pensamiento colectivista. Fue miembro de la Escuela Austriaca de economía y escribió extensamente acerca teoría monetaria, el cálculo en una economía socialista, la teoría de los órdenes espontáneos y la teoría del derecho evolutivo. Inició su carrera como profesor universitario en la Universidad de Viena, luego en la London School of Economics y posteriormente en la Universidad de Chicago y en la Universidad de Freiburg. En 1974 obtuvo el Premio Nobel de Economía por su trabajo relacionado a "la teoría monetaria y las fluctuaciones económicas y por su profundo análisis de la interdependencia entre los fenómenos económicos, sociales e institucionales".

El libro de Hayek, Camino de servidumbre —en alusión a la frase de Alexis de Tocqueville “el camino a la esclavitud”— fue publicado en el Reino Unido el 10 de marzo de 1944. De inmediato generó controversia puesto que explicaba de manera sencilla y clara la relación entre la libertad individual y la planificación económica centralizada. Para Hayek, las ideas colectivistas —ya sean de izquierda o de derecha— no conducen a una utopía sino que al darle cada vez más poder al Estado para controlar la economía, inevitablemente conducen a horrores como los de la Alemania Nazi y la Italia Fascista.

Edición utilizada:

Hayek, F.A. Camino de servidumbre. Textos y documentos. Madrid: Unión Editorial, 2008.

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Apéndices

Apéndice

Documentos relacionados[383]

Nazi-socialismo[384]

Primavera de 1933

Por muy incomprensibles que los últimos acontecimientos de Alemania puedan parecerle a todo aquel que haya conocido el país principalmente en los años democráticos de la posguerra, todo intento de comprender plenamente estos hechos los considerará la culminación de tendencias que se remontan a un periodo muy anterior a la Gran Guerra. Nada es más superficial que considerar que las fuerzas que dominan la Alemania de hoy son reaccionarias —en el sentido de que desean una vuelta al orden social y económico de 1914. La persecución contra los marxistas, y contra los demócratas en general, tiende a oscurecer el hecho fundamental de que el nacionalsocialismo es un movimiento socialista genuino, cuyas ideas básicas son el fruto final de las tendencias antiliberales que iban ganando terreno rápidamente en Alemania desde la última parte del periodo bismarckiano,y que llevó a la mayor parte de la intelligentsia alemana primero al «socialismo de cátedra  » y más tarde al marxismo en sus formas socialdemocrática o comunista.

Una de las principales razones de que no se haya aceptado de manera casi general el carácter socialista del nacionalsocialismo es, sin duda, su alianza con grupos nacionalistas que representan a las grandes industrias y a los grandes terratenientes. Pero esto prueba meramente que también estos grupos —como han ido aprendiendo desde entonces para su frustración— se han equivocado, al menos en parte, respecto a la naturaleza del movimiento. Pero sólo parcialmente, porque —y éste es el rasgo más característico de la moderna Alemania— muchos capitalistas han sido influidos ellos mismos fuertemente por las ideas socialistas, y no tienen suficiente fe en el capitalismo como para defenderlo con una conciencia clara. Pero, pese a ello, la clase empresarial alemana ha manifestado una casi increíble cortedad de miras al aliarse con un movimiento de cuyas fuertes tendencias anticapitalistas nunca ha habido la menor duda.

Un observador cuidadoso ha debido ser siempre consciente de que la oposición de los nazis a los partidos políticos socialistas existentes, que se habían ganado la simpatía de los empresarios, se dirigía sólo en pequeña medida contra su política económica. Lo que los nazis objetaban principalmente era su internacionalismo y todos los aspectos de su programa cultural que todavía tenía influencias de las ideas liberales. Pero las acusaciones contra los socialdemócratas y comunistas, que eran las más eficaces en su propaganda, estaban dirigidas no tanto contra sus programas como contra sus supuestas prácticas —su corrupción y nepotismo, e incluso su presunta alianza con «el capitalismo judío internacional del oro».

Y habría sido poco probable que los nacionalistas avanzasen objeciones fundamentales contra la política económica de otros partidos socialistas cuando su propio programa oficial difería de éstos sólo en que su socialismo era mucho más basto y menos racional. Los famosos 25 puntos elaborados por Herr Feder[385] , uno de los primeros aliados de Hitler, aceptados repetidamente por éste y reconocidos por los estatutos del Partido nacionalsocialista como base inmutable de todas sus acciones, junto con un extenso comentario, que circularon por toda Alemania en centenares de miles de ejemplares, están llenos de ideas que se parecen a las de los primeros socialistas. Pero la característica dominante es un fiero odio a todo lo capitalista —búsqueda del beneficio individual, empresa a gran escala, bancos, sociedades anónimas, grandes almacenes, «finanzas internacionales y capital para préstamos», el sistema de «esclavitud del interés» en general; la abolición de todo esto se describe como «lo [indescifrable] del programa, alrededor del cual gira todo lo demás». Fue a este programa al que las masas del pueblo alemán, que ya estaban completamente bajo la influencia de las ideas colectivistas, respondieron tan entusiásticamente.

Y que este violento ataque contra el capitalismo es genuino —y no un mero elemento de propaganda— se hace evidente tanto por la historia personal de los dirigentes intelectuales del movimiento como por el milieu general del que surge. Y no se puede negar que muchos de los jóvenes que hoy juegan un papel importante en él fueron anteriormente comunistas o socialistas.Y para cualquier observador de las tendencias literarias que hicieron que la intelligentsia alemana estuviese dispuesta a unirse a las filas del nuevo partido, debe ser evidente que la característica común de los escritores políticamente influyentes —en muchos casos libres de cualquier afiliación clara a un partido— fue su tendencia antiliberal y anticapitalista. Grupos como los formados alrededor de la revista Die Tat han hecho de la frase «fin del capitalismo» un dogma aceptado por la mayoría de los jóvenes alemanes.[386]

Que el movimiento es más antiliberal que cualquier otra cosa está estrechamente relacionado con otro importante aspecto de aquél —el sentimiento antirracional, místico y romántico, que iba aumentando desde hacía años entre la juventud alemana. La protesta contra el «intelectualismo liberal  » que recientemente han expresado con tanta energía los estudiantes de la Universidad de Berlín, no fue una aberración aislada sino una expresión real del sentimiento de las grandes masas populares[387] . Sería una historia demasiado larga buscar todas las diferentes fuentes intelectuales de estas tendencias antirracionales en el arte y la literatura que han convergido —con frecuencia con el asombro y consternación de quienes las originaron— en el movimiento nazi. Pero hay que decir que, de nuevo, la principal influencia que destruyó la creencia en la universalidad y unidad de la razón humana fueron las enseñanzas de Marx respecto al condicionamiento de clase de la naturaleza de nuestro pensamiento, respecto a la diferencia entre la lógica burguesa y lo lógica proletaria, que sólo necesitaba ser aplicada a otros grupos sociales tales como las naciones y las razas, para proporcionar las armas que se usan ahora contra el racionalismo como tal. En qué gran medida esta idea marxiana ha permeado el pensamiento alemán puede verse en el hecho de que, en los últimos años, ha sido promovida, como «sociología del conocimiento  », al rango de una nueva rama del saber[388] . Es obvio que, a partir de este relativismo intelectual que niega la existencia de verdades que pueden ser reconocidas independientemente de la raza, nación, o clase hay sólo un paso hacia la postura que coloca al sentimiento por encima del pensamiento racional.

Que el antiliberalismo y el antirracionalismo están íntimamente ligados entre sí, es algo que se comprende fácilmente, y de hecho es inevitable. Si se justifica el imperio de la fuerza por parte de algún grupo privilegiado, su superioridad ha de ser aceptada, pues no puede demostrarse. Pero lo que no se entiende tan fácilmente —si bien es de inmensa importancia— es el hecho, ilustrado por las realidades de Alemania y Rusia, de que el antiliberalismo, que si se limita al campo económico tiene hoy las simpatías de casi todo el resto del mundo, lleva inevitablemente a un reinado de la coerción, a la intolerancia y a la supresión de la libertad intelectual. La lógica inherente al colectivismo hace imposible encerrarlo en una esfera limitada. Más allá de ciertos límites, la acción colectiva en interés de todos sólo se hace posible si todos pueden ser obligados a aceptar como su interés común lo que quienes están en el poder dicen lo que se debe aceptar. En ese momento, la coerción debe extenderse a las metas e ideas últimas de los individuos y debe intentar situar la Weltanschauung de cada uno en la misma línea de ideas de sus gobernantes.

El carácter colectivista y antiindividualista del Nacionalsocialismo alemán no cambia mucho por el hecho de que no se trate de un socialismo proletario sino de clases medias, y que se inclina, por lo tanto, a favorecer a los pequeños artesanos y tenderos y a establecer un límite algo más alto en cuanto al reconocimiento de la propiedad privada que el del comunismo. En el primer ejemplo, reconocerá probablemente, de forma nominal, la propiedad privada en general. Pero la iniciativa privada puede verse rodeada de restricciones a la competencia de modo que queda poca libertad. Los artesanos, los tenderos y los profesionales, con toda probabilidad, serán organizados en gremios, como los de los oficios medievales, que regularían sus actividades. En el caso de los capitalistas más ricos el control del estado y las restricciones a los ingresos dejarían poco más que el nombre de propiedad, incluso cuando la intención de corregir la acumulación indebida de riqueza en manos de los individuos todavía no se ha llevado a cabo. Incluso en el momento presente los comisarios del estado han sido contratados por muchas importantes industrias y, si el ala más radical del partido es consecuente, lo mismo ocurrirá probablemente en otros muchos casos.[389] En la actualidad, cuando el partido Nacionalsocialista ha crecido enormemente, y por tanto abarca elementos con puntos de vista muy divergentes, es, pues, difícil decir qué punto de vista predominará. Pero si, como parece cada vez más probable, van a controlar el terreno los puntos de vista sobre economía política más radicales, significará que el pánico ante el comunismo ruso ha empujado al pueblo alemán inconscientemente a algo que difiere del comunismo en poco, salvo en el nombre. Es más que probable que el significado real de la revolución alemana sea que la largamente temida expansión del comunismo en el corazón de Europa ya ha tenido lugar, pero no se reconoce porque las semejanzas fundamentales en métodos e ideas quedan ocultas por las diferencias en fraseología y en los grupos privilegiados. Por el momento, el pueblo alemán ha reaccionado contra el trato recibido de la comunidad de países democráticos y capitalistas abandonando esa comunidad.

De todos modos, nada sería menos justificable que las naciones de Europa occidental mirasen por encima del hombro al pueblo alemán porque ha acabado siendo víctima de lo que, en este país, parece un tipo de barbarie. De lo que hay que darse cuenta es de que esto es sólo el resultado último y necesario de un proceso de desarrollo en el que las demás naciones han estado siguiendo constantemente a Alemania, aunque a considerable distancia. La gradual extensión del campo de actividad del estado, el aumento de las restricciones del movimiento internacional de hombres y bienes, la simpatía por la planificación económica central y el generalizado jugar con las ideas de dictadura, todo ello va en esa dirección. En Alemania, donde estas cosas habían ido más lejos, estaba en curso una reacción intelectual, que ahora difícilmente podrá sobrevivir. El hecho de que el carácter del presente movimiento sea tan mal interpretado generalmente hace probable que la reacción en otros países acelere, en vez de debilitar, la actuación de estas tendencias que conducen en la dirección en que ahora está yendo Alemania. Hasta ahora, hay pocas perspectivas de que el reverso de estas tendencias intelectuales en otra parte llegue a tiempo para prevenir que otros países sigan también a Alemania en este último paso.

Informe de Frank Knight[390]

10 de diciembre de 1943

Al Director general y al Comité de Publicaciones de University of Chicago Press

De Frank H. Knight

The Road to Serfdom, de F.A. Hayek, es una magistral demostración del trabajo que se propone desarrollar. Este trabajo consiste en mostrar por medio de un razonamiento general e histórico, y esto último sobre todo con referencia al curso de los acontecimientos en Alemania, dos cosas: primero, que cualquier política que se diga socialista, o de economía planificada, conduce inevitablemente al totalitarismo y a la dictadura; y, segundo, que un orden social así acaba cayendo inevitablemente bajo el control de «los peores» individuos. Naturalmente, el argumento es político más que económico, excepto en el sentido indirecto de que los problemas a resolver y las funciones a realizar por el sistema de organización de mercado abierto son económicos y que no pueden ser llevados a cabo por un gobierno en un orden político libre, ni por el propio sistema de mercado libre bajo un régimen político democrático. Hay poca o ninguna teoría económica en el libro. Los quince breves capítulos describen hábilmente el viejo liberalismo y lo comparan con las tendencias actuales, que son virtualmente antitéticas y discuten problemas tales como el individualismo, la democracia, el estado de derecho, seguridad y libertad, el lugar de la verdad en la vida política y social, la relación entre las condiciones materiales y los fines ideales, y el problema del orden internacional.

Cuando digo que el argumento está bien desarrollado, es sintético y concluyente, debería añadir que la postura que defiende coincide con mi convicción anterior a la lectura de este trabajo. Pueden hallarse opiniones notablemente inteligentes contra este punto de vista y estaría bien obtener un informe de alguien que mantenga esta postura contraria. Una persona así podemos encontrarla en esta facultad y en el Departamento de Economía.

Desde el punto de vista de que sería deseable la publicación del libro en este país, constato alguna base para la duda. El autor es un refugiado austriaco, un economista muy capaz, que ha sido profesor de la London School of Economics desde mediados los años 1930. Escribe desde un punto de vista claramente inglés, y usa frecuentemente la expresión «este país» refiriéndose a Inglaterra. Aunque trata parcialmente las condiciones de Estados Unidos, y cita escritos estadounidenses, esto es secundario en cuanto a finalidad e intensidad. Este hecho por sí mismo puede limitar el interés en «este país» a un círculo de lectores bastante cultivado, incluso académico. Además, todo el desarrollo muestra un nivel intelectual y universitario más bien alto y la cantidad de conocimiento referente a las condiciones y a la historia de la Europa central es más bien amplio incluso para lectores americanos instruidos. Es difícil verlo como un libro «popular» desde este punto de vista.

Además, hay limitaciones en relación al propio tratamiento, tanto en el argumento teórico como en el histórico. En este último aspecto, el trabajo es esencialmente negativo. Apenas considera el problema de las alternativas, y reconoce inadecuadamente la necesidad y la inevitabilidad política de un amplio espectro de actividades gubernamentales en relación a la vida económica en el futuro. Trata sólo las falacias más simples, peticiones poco razonables y prejuicios románticos que subrayan el clamor popular a favor de un control gubernamental en lugar de la libre empresa. No discute los problemas planteados por las graves carencias de un sistema económico basado en el grado de libertad económica que era considerado deseable y que se permitió, digamos, a caballo de ambos siglos. Y no ataca falacias de una manera dramática, en comparación con el carácter del pensamiento y argumento sobre los que se basan realmente.

El tratamiento que hace el autor del curso de los acontecimientos que llevaron a la dictadura nazi en Alemania también me parece que es una notable simplificación. Prácticamente, atribuye todo al movimiento socialista y al paternalismo estatal hacia la clase trabajadora y la industria, incluido el cultivo de una actitud de desprecio hacia la empresa de negocios, en comparación con la estima por el estatus burocrático basado en el salario. Relega explícitamente la tradición militarista a un papel menor.Me parece que hay muchos factores en la historia alemana que deberían ser tenidos en cuenta en un tratamiento equilibrado. Se puede pensar en la tardía supervivencia del feudalismo, que retardó la unificación nacional y la industrialización, y las especiales circunstancias que rodean estos cambios y el establecimiento de un gobierno responsable tras la Primera Guerra mundial. Estos últimos componentes tienen, sin duda, mucho que ver con el fracaso del parlamentarismo, hecho indiscutible y factor vital en el establecimiento del régimen de Hitler.Traigo a colación sólo una breve mención al antisemitismo, que tiene una larga historia en Alemania. Estos asuntos no invalidan, en mi opinión, la conclusión general del autor, pero debilitan el argumento en cuanto presentación de su caso.

En suma, el libro es un útil instrumento de trabajo, pero de alcance limitado y algo parcial en su tratamiento. No estoy seguro de que vaya a tener un amplio mercado en este país, o de que pudiese llegar a cambiar la postura de muchos lectores.

Informe de Jacob Marschak[391]

20 de diciembre de 1943

La habitual discusión entre partidarios y adversarios de la libre empresa no se ha desarrollado a un nivel muy alto hasta hoy. El libro de Hayek puede dar comienzo en este país a un tipo de debate más académico.

El libro se dirige a los amigos de la libre empresa y les proporciona nuevos materiales: la interpretación de Hayek de la actual escena inglesa (los trabajadores y los monopolios industriales que van juntos hacia la economía colectiva) resultará nueva para todos los lectores americanos excepto para aquellos que han leído o escuchado las opiniones de William Benton; mientras que el trasfondo alemán de Hayek lo capacita para dar nuevo apoyo al debate respecto a que el socialismo es el padre del nazismo.

Quienes no están convencidos de entrada de las tesis de Hayek probablemente aprenderán más de sus argumentos que los que sí lo están. Hayek (Capítulo IV) siente un gran desprecio por el método cuasi-científico de las «tendencias», de las «las oleadas del mañana». Los partidarios de la planificación porque aman la voluntad inevitable, quizá tras leer a Hayek revisen su fe o sus gustos. Quizá comiencen a pensar en términos de fines y medios y no de profecías.

Es cierto que el propio Hayek alimenta muy poco este pensamiento concreto. Como él mismo dice al final del libro (páginas 177, 179),[392] este es casi exclusivamente crítico, no constructivo. Su técnica es de blanco y negro. Se muestra impaciente por llegar a compromisos (página 31). Está escrito con la pasión y la ardiente claridad de un gran doctrinario.Hayek tiene la sinceridad de alguien que ha tenido una visión del peligro que otros no han visto. Advierte a sus semejantes con amorosa impaciencia.

Así, pues, los mejores capítulos del libro son negativos o formales.Hay un excelente y realmente inspirado capítulo, el «Estado de derecho» (Capítulo VI); pero Hayek tiene poco que decir en cuanto a cómo el Estado de Derecho (es decir, la evitación de las decisiones administrativas ad hoc) podrían aplicarse como instrumentos para mitigar el desempleo por medios monetarios, o para combatir a los monopolistas. Sobre tales puntos Hayek da sólo vagas pistas (páginas 90, 147).Ya que en este país los términos «plan» y «socialismo» se han utilizado frecuentemente en el sentido de incluir las políticas monetarias y fiscales, la seguridad social, e incluso el impuesto progresivo sobre la renta, el lector americano esperará posiblemente que Hayek haga una demarcación concreta entre lo que el libro llama «planificación en el buen sentido» y la (no deseable) planificación como tal. De hecho, los capítulos no económicos (el que trata de «El fin de la verdad», por ejemplo) son más imponentes que los económicos.

Los que leen a Walter Lippmann, a Stuart Chase[393] , o la discusión de Fortune sobre el mundo de posguerra leerá también a Hayek. Suele ser menos concreto que Lippmann o que Chase; pero su pensamiento es algo más incisivo, precisamente porque es más abstracto. El estilo de Hayek es ameno y ocasionalmente inspirado.

No debemos ignorar este libro.

J.MARSCHAK

Prólogo de John Chamberlain a la edición americana

Los slogans de nuestro tiempo se expresan con una variedad de términos: «pleno empleo», «planificación», «seguridad social», «liberación de la escasez». La realidad de nuestro tiempo sugiere que ninguna de estas cosas deben mantenerse cuando se convierten en objetos conscientes de la política gubernamental. Son palabras falsas. En Italia corrompen a un pueblo y lo conducen a la muerte bajo el ardiente sol africano. En Rusia se dio el primer Plan Quinquenal; y se dio también la liquidación de tres millones de kulaks. En Alemania hubo pleno empleo entre 1935 y 1939; pero 600.000 judíos ya han sido privados de sus propiedades, dispersados a los confines de la tierra, o yacen en fosas comunes en los bosques polacos.Y en Estados Unidos la bomba nunca se llenó tras los sucesivos intentos; sólo la guerra salvó a los políticos del «pleno empleo».

Hoy sólo un puñado de autores han osado establecer una conexión entre nuestros slogans y el terror que acosa al mundo moderno. Entre estos autores se halla F.A. Hayek, economista austriaco que ahora vive en Inglaterra. Habiendo presenciado el congelamiento de los sistemas sociales y económicos alemán, italiano y de los países danubianos, Hayek está horrorizado al ver cómo los ingleses sucumben gradualmente antes las ideas de economía controlada del alemán Walter Rathenau, los sindicalistas italianos —y, sí, de Adolf Hitler que tiene el valor de trazar conclusiones del menos rotundo estatismo de sus predecesores.[394] Este libro de Hayek —The Road to Serfdom— es una advertencia, un grito en un tiempo de duda. Y dice a los británicos y, por implicación, a los americanos: Alto, mirad y escuchad.

The Road to Serfdom es sobrio, lógico, severo. No trata de congraciarse con el lector.Pero la lógica es incontestable: «pleno empleo», «seguridad social» y «liberación de la escasez» no se tendrán a menos que sea como sucedáneos de un sistema que libere las energías de los individuos. Cuando «la sociedad» y el «bien de todos» y «el mayor bien para el mayor número» se convierten en la piedra de toque dominante de la acción del estado, ningún individuo puede planear su propia existencia. Pues los «planificadores» estatales deben arrogarse a sí mismos el derecho de entrar en cada sector del sistema económico si el bien de la «sociedad» o el «bienestar general» están por encima de todo. Si los derechos del individuo se interponen, hay que marginarlos.

La amenaza del «dinamismo» del estado desemboca en un amplio temor, por lo general inconsciente, entre todos los intereses productivos que todavía conservan una libertad de acción condicional. Y el temor afecta a los resortes de la acción. La gente puede tratar de ser más lista que el gobierno lo mismo que ayer trataba de engañar al mercado. Pero hay esta diferencia: los factores del mercado obedecían al menos leyes relativamente objetivas, mientras que los gobiernos están notablemente sujetos al capricho. Uno puede arriesgar su futuro por un juicio que cuenta con stocks, puntos de saturación del mercado, tasas de interés, curvas de tendencia de los deseos de los compradores. Pero ¿cómo puede un individuo engañar a un gobierno cuya meta es suspender las leyes objetivas del mercado cuando y donde quiere hacerlo en nombre de la «planificación»? Con perspicacia, Peter Drucker observaba una vez que los «planificadores» son todos improvisadores[395] . Éstos no crean certeza, sino incertidumbre para los individuos.Y,como Hayek demuestra, el resultado final de la incertidumbre es la guerra civil, o la dictadura que evita la guerra civil.

La alternativa a la «planificación» es el «estado de derecho». Hayek no es incondicional del laissez-faire; cree en un plan para un sistema empresarial. El plan es compatible con niveles de salario mínimo, niveles de salud, la existencia de un mínimo de seguros sociales obligatorios.Y es incluso compatible con ciertos tipos de inversiones gubernamentales. Pero la cuestión es que el individuo debe saber, con antelación, cómo van a funcionar las reglas. No puede planear su negocio, su futuro, incluso sus propios asuntos familiares, si el «dinamismo» de una autoridad planificadora central pende sobre su cabeza.

En ciertos aspectos, Hayek es más «inglés» que los ingleses de hoy. Pertenece, con modificaciones, al gran linaje de Manchester, no a la escuela de los Webbs[396] . Puede ser que sea incluso más «americano» que los americanos actuales. Si es así, sólo podemos augurar una acogida en Estados Unidos lo más amplia posible de The Road to Serfdom.

Carta de John Scoon a C. Hartley Grattan[397]

Hayek: The Road to Serfdom

2 de mayo de 1945

Sr. C. Hartley Grattan

6 White Hall Road

Tuckahoe, Nueva York

Estimado Sr. Grattan:

He estado en mi despacho unos cinco minutos al día desde que volví de Chicago, pues, de lo contrario, habría sabido usted de mí antes. Pero las reseñas le fueron enviadas a usted hace una semana más o menos, y respecto a sus deseos cuentan lo principal de la historia.

The Road to Serfdom nos llegó en diciembre de 1943, lo leyeron dos lectores universitarios de fuera de la Editorial, y fue aprobado por nuestro Comité de Publicaciones (compuesto por miembros de la facultad provenientes de varios departamentos de la universidad) a finales de ese mes. Estaba en pruebas cuando lo vimos por primera vez, y a punto de ser publicado por Routledge en Inglaterra. La idea de que fuese publicado por la Editorial en este país la sugirió un miembro del Departamento de Economía de la Universidad que ya conocía desde antes a Hayek y su trabajo[398] ; casi al mismo tiempo, otro amigo del autor[399] , que pasó un tiempo en la Universidad pero luego trabajó en Washington para el gobierno, nos sugirió el libro y nos envió las pruebas de imprenta.

El primer informe, del que incluyo una copia, marcada con una «A», provino de un hombre que es de confianza, más bien de centro en sus opciones políticas, y respetado por ambas partes. Dice en su informe que se situaba del lado de Hayek en este asunto antes incluso de leer el libro, por lo que recomendó que obtuviésemos otro informe de la oposición. Así hicimos, y el informe marcado con una «B» nos vino de uno de los economistas más claramente «progresistas» del país, cuyo nombre reconocería usted inmediatamente si no fuese nuestra ya larga política la de no revelar los nombres de los lectores. En otras palabras, simplemente, no podríamos haber sometido al libro a un juicio más objetivo: no sabíamos nada sobre él en aquellos tiempos, por lo que buscamos informes de dos opuestos puntos de vista y luego los sometimos a un comité formado por trece hombres de diferentes matices de opinión. Y todos ellos aprobaron la publicación del libro por la Editorial.

Todo ello ocurrió antes de que el Sr. Brandt y yo nos incorporáramos a la Editorial a comienzos de enero de 1944. Consideramos este proyecto en conjunto con otros muchos, parte de un probable programa para el año que precisamente empezaba entonces. Cuando la Editorial comenzó a preparar su nuevo catálogo, The Road to Serfdom parecía estar lejos de tener impacto mundial. Así, pues, leímos las pruebas de imprenta nosotros mismos y decidimos pedir al autor que hiciera adaptación del libro a los

Estados Unidos, mencionando explícitamente a este país en vez de lanzar el libro directamente a unos lectores limitados a Inglaterra —«sin hacer promesas en cuanto a la publicación que pudieran influir en su opinión sobre este punto», decía mi informe. Y seguía diciendo: «Si está de acuerdo, continuemos con el asunto. Podrá provocar problemas, pero el autor tiene interés y evidentemente ha tenido una excelente experiencia.» (Debería explicar aquí que la «aprobación» por el comité de un manuscrito no es obligatoria, por lo que la cuestión de la publicación todavía no ha sido decidida del todo.)

Este procedimiento fue aceptado por todas las partes, y nosotros, un colega del autor400, y el propio Sr. Hayek nos pusimos a trabajar sugiriendo posibles revisiones. Se acordaron finalmente algunos cambios específicos, en los que, naturalmente, el Sr. Hayek tuvo la última palabra sobre lo que se añadió, lo que se suprimió, y sobre la redacción específica en cada punto. Mientras, los de la Editorial estábamos preocupados por un posible nuevo título, cuántas ventas tendría el libro (se consideró meramente un trabajo académico, y sabíamos que podía fracasar sin más o bien ser generosamente recibido), y cómo introducir mejor este trabajo de un autor extranjero con más bien poco nombre en este país. Tras largas conversaciones decidimos dejar el título (que es una paráfrasis de la obra de Bertrand Russell Roads to Freedom[401] , pedir a John Chamberlain que escribiese una introducción allibro, y que se hiciese una primera edición de 2.000 ejemplares. Esta cifra se vio influida definitivamente por la competencia a la que se enfrentó el libro por el publicado anteriormente, Omnipotent Government, de Ludwig von Mises, que fue profesor de Hayek por un tiempo en Viena.[402]

Por las fechas en que se firmó el contrato para los derechos estadounidenses —a comienzos de abril— empezamos a oír algo sobre el libro en Inglaterra, que había sido publicado aquí el 10 de marzo. La primera edición en Inglaterra fue de sólo 2.000 ejemplares, pero se agotó en un mes aproximadamente. Y comenzó a ser citado en el Parlamento y en los diarios, y unos cuantos periódicos de aquí comenzaron a mencionarlo de vez en cuando; pero, naturalmente, seguíamos dudosos sobre si habría tenido acogida en Estados Unidos. Es un hecho que hasta la fecha de publicación no pudimos hallar ninguna librería, ni siquiera en Nueva York, que se mostrase interesada por el libro, aunque Joe Margolies, de Brentano, le garantizaba algunas posibilidades.

Ya en junio, el autor corregía nuestras pruebas, y la publicación, que habíamos esperado que fuese en julio, se retrasó hasta el 18 de septiembre, y por entonces la edición inglesa estaba por la tercera reimpresión. Nosotros mandamos más ejemplares prepublicación y para reseñas de lo habitual, y por las respuestas supimos que el libro tenía buenas posibilidades de captar el interés: la primera reseña que vimos fue la de Orville Prescott, en el New York Times del 20 de septiembre, que era neutral y que calificó al libro como «este triste e irritado librito», pero para cuando habíamos visto la reseña de primera página de Henry Hazlitt en el Times Book Review del domingo, habíamos encargado una segunda reimpresión de 5.000 ejemplares. En pocos días tuvimos peticiones de derechos de edición en alemán, español, holandés y otras, y el 27 de septiembre encargamos una tercera reimpresión de 5.000 ejemplares, y subimos hasta las 10.000 al día siguiente. De varias partes nos llegaron peticiones de derechos para revistas, pero la primera fue del Reader’s Digest que hizo la mejor oferta.

En la primera semana de octubre muchas tiendas agotaron las existencias y tuvimos que hacer un tremendo y complicado trabajo de impresión, encuadernción, envío y distribución a las tiendas en este país y en Canadá —por estas fechas habíamos llegado a un arreglo con Routledge para que se ocupase también de los pedidos de Canadá—.Ya desde un comienzo hubo gran entusiasmo por el libro pero las ventas subieron y bajaron y a nuestra agencia de anuncios le dio un verdadero dolor de cabeza buscando espacio para los momentos adecuados. Unos pocos programas de radio dieron un empujón al libro, a fines de octubre, pero sabíamos que las ventas bajarían después de Navidad, por lo que comenzamos a buscar algo que hacer este año. El sr. Brandt tuvo la idea de traer al sr. Hayek aquí; preguntó al departamento de economía de varias universidades sobre tal posibilidad, y todos se mostraron muy entusiastas. Apenas se habían tomado las medidas definitivas y se sabía que el sr.Hayek iba a venir a este país, organizaciones e individuos de todo tipo nos abrumaron con intentos para acapararlo, por lo que tuvimos que ceder el viaje a la National Concert and Artists Corporation.

El resto de la historia usted la conoce. En este momento el libro está en su séptima edición, se han vendido casi 50.000 ejemplares, pero los encargos llegan tan frecuentemente que no conocemos el total exacto. Realmente, ha tenido una de las carreras de ventas más extrañas que un libro puede tener, y ha sido muy difícil saber cuál era el paso siguiente que había que dar respecto al libro: el libro condensado del Digest provocó un gran arrebato, pero el arrebato fue de breve duración —muy posiblemente porque la distribución del texto condensado del Club del Libro del mes alcanzó la cifra de 600.000.

El encono respecto al libro ha aumentado con el paso del tiempo, alcanzando nuevas cotas a medida que el libro iba dejando de ser una mera impresión. (La gente todavía tiende a ser reticente respecto al libro; ¡por qué no lo leen y hallan lo que Hayek dice realmente!) Usted sabe también lo que piensa el autor sobre esto: una de sus quejas es que en un sentido sus conclusiones están sobre el papel, pero no el proceso por el cual llegó hasta ellas, y todos nos preguntamos si algún día no podríamos publicar una edición completa anotada del libro. (Esta edición se utiliza como lectura paralela en ciencias políticas y cursos semejantes en cierto número de universidades.) Entre tanto,Hayek tiene otros muchos proyectos, pero ahora no hablaremos sobre ninguno de ellos.

Espero que esto baste para lo que usted necesita. He reunido el material fuera de los archivos y puede haber perdido algo de perspectiva. Si hay algo más que usted quisiese saber, trataremos de proporcionárselo.

Sinceramente,

JOHN SCOON

Editor

JS:MB

Introducción de Milton Friedman a la edición de 1994

Este libro se ha convertido en un verdadero clásico: una lectura esencial para quien esté seriamente interesado por la política en el sentido más amplio y menos partidista, un libro cuyo mensaje central es intemporal, aplicable a una gran variedad de situaciones concretas. En cierto sentido es incluso más importante para los Estados Unidos de hoy de lo que lo fue cuando hizo sensación al ser publicado por primera vez en 1944.

Hace casi un cuarto de siglo (1971), escribí una introducción para una nueva edición alemana de The Road to Serfdom que ilustra lo intemporal que es el mensaje de Hayek. Aquella introducción es igualmente pertinente en este cincuenta aniversario del clásico de Hayek. En vez de plagiarme a mí mismo, me cito totalmente antes de añadir unos cuantos comentarios adicionales.

«A lo largo de los años, he convertido en una práctica el inquirir entre los creyentes del individualismo cómo pudieron apartarse de la ortodoxia colectivista de nuestro tiempo. Durante años, la pregunta más frecuente era una referencia al libro del que tengo el honor de escribir esta introducción. El notable y vigoroso opúsculo del profesor Hayek fue una revelación, particularmente para los jóvenes que habían estado en las fuerzas armadas durante la guerra. Su experiencia reciente había incrementado su aprecio del valor y significado de la libertad individual.Asimismo, habían observado una organización colectivista en acción. Para ellos, las predicciones de Hayek sobre las consecuencias del colectivismo no eran simplemente posibilidades hipotéticas sino realidades visibles que ellos mismos habían experimentado en el servicio militar.

«Al releer el libro antes de escribir esta introducción, volvió a impresionarme lo magnífico que es este libro —sutil y sólidamente razonado y asimismo lúcido y claro, filosófico y abstracto y aun así concreto y realista, analítico y racional y también animado por elevados ideales y un vivo sentido de misión. No hay por qué extrañarse de que haya tenido tanta influencia. Y me impresiona el hecho de que su mensaje no se necesita menos hoy de lo que se necesitó cuando apareció por primera vez— volveremos sobre esto. Pero su mensaje puede no ser tan inmediato o tan persuasivo para la juventud de hoy como para los jóvenes que lo leyeron cuando se publicó.

Los problemas de la guerra y de los ajustes posbélicos que Hayek utilizó para ilustrar su intemporal tesis central, y la jerga colectivista de su tiempo que él usó para documentar sus afirmaciones sobre el clima intelectual, era familiar a la generación de la inmediata posguerra y estableció una relación inmediata entre el autor y el lector. Las mismas falacias colectivistas se difunden actualmente e incluso van en aumento, si bien los resultados inmediatos son diferentes y lo mismo sucede con la jerga. Hoy se habla poco de “planificación central”, de “producción de uso”, de la necesidad de una “dirección consciente” de los recursos de la sociedad. En cambio, se habla de la crisis urbana —que se resolvería sólo, se dice, por medio de programas gubernamentales muy amplios; de la crisis del medio ambiente— provocada, como se dice, por empresarios rapaces a los que hay que obligar a aceptar su responsabilidad social en vez de “simplemente” hacer funcionar sus empresas para conseguir el mayor beneficio y exigiendo también, se dice, programas gubernamentales muy amplios; de la crisis del consumidor —falsos valores estimulados por los mismísimos empresarios rapaces que buscan beneficios en vez de ejercer su responsabilidad social y, naturalmente, se exigen amplios programas gubernamentales para proteger al consumidor incluso de sí mismo; de la crisis del bienestar o de la pobreza— aquí la jerga sigue siendo “pobreza en la abundancia”, aunque lo que se describe ahora como pobreza podía ser considerado riqueza cuando el eslogan tanto se utilizó por primera vez.

«Ahora como entonces, la promoción del colectivismo se combina con la profesión de valores individualistas.Y, además, la experiencia con un gobierno fuerte ha reforzado esta sarta de cosas tan discordante. Hay una amplia protesta contra el “establishment”; un increíble conformismo en la protesta contra el conformismo; una demanda generalizada de libertad para “hacer nuestros asuntos”, de estilos de vida individualizados, de democracia participativa. Escuchando esta sarta de cosas, podríamos creer también que la oleada colectivista está en descenso, y que el individualismo vuelve a subir. Como demuestra de manera tan persuasiva Hayek, estos valores requieren una sociedad individualista. Sólo pueden alcanzarse en un ordenamiento liberal (uso el término liberal, como hace Hayek, en el sentido original del siglo XIX, como gobierno limitado y mercado libre, no en el sentido corrompido que ha adquirido en los Estados Unidos, donde significa casi lo contrario), en el que la actividad del gobierno queda limitada en primer lugar a establecer la estructura dentro de la cual los individuos sean libres de perseguir sus propios objetivos.El libre mercado es el único mecanismo que haya sido descubierto nunca para realizar la democracia participativa.

«Por desgracia, la relación entre fines y medios continúa comprendiéndose muy mal. Muchos de los que profesan los objetivos más individualistas apoyan medios colectivistas sin que reconozcan la contradicción. Estamos tentados de creer que los males sociales surgen de la acción de hombres malos, y que sólo si hombres buenos (como nosotros, naturalmente) tuviésemos el poder, todo iría mejor. Este punto de vista requiere solamente emoción y autoestima —fáciles de conseguir y también satisfactorias—. Para entender por qué los hombres “buenos” en posición de poder producirán el mal, mientras que el hombre ordinario sin poder pero que pueda comprometerse en la cooperación voluntaria con sus vecinos producirá el bien, requiere análisis y reflexión, subordinando las emociones a las facultades racionales. Sin duda es una respuesta al perenne misterio de por qué el colectivismo, con su currículum ya demostrado de que produce tiranía y miseria, se considera superior al individualismo, con su currículum ya demostrado de que produce libertad y riqueza. El argumento del colectivismo es simple, pero falso; es un argumento emocional inmediato. Los argumentos a favor del individualismo son sutiles y elaborados; son argumentos racionales indirectos. Y las facultades emocionales están mucho más desarrolladas en la mayoría de los hombres que las racionales, paradójica o especialmente incluso en aquellos que se consideran a sí mismos intelectuales.

«¿En qué punto está la batalla entre el colectivismo y el individualismo en Occidente más de un cuarto de siglo [hoy, ya, medio siglo] desde la publicación del gran libro de Hayek? La respuesta es muy diferente en el mundo de los negocios y en el mundo de las ideas.

«En el mundo de los negocios, aquellos de nosotros a quienes convenció el análisis de Hayek, vimos pocos signos en 1945 de cualquier cosa excepto de un rápido crecimiento del estado a expensas del individuo, una rápida sustitución de la iniciativa y de la planificación privadas por la iniciativa y planificación por parte del estado. Aun así, en la práctica este movimiento no fue muy lejos —ni en Inglaterra ni en Francia o en los Estados Unidos—.Y en Alemania hubo una viva reacción aparte los controles totalitarios del periodo nazi, y un fuerte movimiento hacia una política económica liberal.

«¿Qué produjo este inesperado freno al colectivismo? Creo que dos fuerzas fueron las responsables principales. Primero, y esto fue especialmente importante en Gran Bretaña, el conflicto entre la planificación central y la libertad individual, que es el tema de Hayek, se hizo patente, en particular cuando las exigencias de una planificación central condujeron al orden llamado de “control de contratación”, por la cual el gobierno tenía facultad para asignar ocupaciones a los individuos. La tradición de libertad, de valores liberales, era todavía suficientemente fuerte en Gran Bretaña, por lo que, cuando se produjo el conflicto, se sacrificó la planificación central en vez de la libertad individual. La segunda fuerza que frenó al colectivismo fue simplemente su ineficacia. El gobierno se mostró incapaz de dirigir las empresas, de organizar los recursos para alcanzar los objetivos declarados a un coste razonable. Acabó atascándose en la confusión burocrática y en la ineficacia. Y se produjo una desilusión general respecto a la eficacia del gobierno centralizado en la administración de sus programas.

«Por desgracia, el freno al colectivismo no significó un freno al reforzamiento del gobierno; más bien, el gobierno encauzó su reforzamiento por un canal diferente. El énfasis pasó de las actividades productivas administradas por el gobierno a la regulación indirecta de empresas supuestamente privadas y aun más a programas gubernamentales de transferencia, que incluían la recaudación de tasas de unos para hacer préstamos a otros —todo ello en nombre de la igualdad y de la erradicación de la pobreza, pero que, en la práctica, produce una mezcolanza errática y contradictoria de subsidios a grupos de intereses concretos. El resultado es que la parte de la renta nacional que se gastan los gobiernos no cesa de aumentar.

«En el mundo de las ideas, el resultado ha sido incluso menos satisfactorio para un partidario del individualismo. En un sentido, es esto lo más sorprendente. La experiencia del último cuarto de siglo ha confirmado rotundamente la validez de la perspicaz idea central de Hayek —es decir, que la coordinación de las actividades de los hombres por medio de una dirección central y por medio de la cooperación voluntaria son caminos que van en direcciones muy diferentes: la primera, hacia la servidumbre, la segunda hacia la libertad.Tal experiencia reforzó ampliamente un tema secundario— la dirección centralizada es asimismo un camino hacia la pobreza para el hombre corriente; la cooperación voluntaria, un camino hacia la riqueza.

«La Alemania del Este y la Occidental proporcionan ya un experimento científico comprobado.Aquí hay gente de la misma sangre, de la misma civilización, el mismo nivel de habilidad tecnológica y conocimientos, separados por el accidente de la guerra, y que adoptaron métodos radicalmente diferentes de organización social: dirección centralizada y de mercado. Los resultados son claros como el agua. La Alemania Oriental, no la Occidental, tuvo que erigir un muro para evitar que los ciudadanos se fuesen. De un lado del muro, tiranía y miseria; del otro lado, libertad y riqueza.

«En el Oriente Próximo Israel y Egipto ofrecen el mismo contraste que entre la Alemania Occidental y la Oriental. En el Lejano Oriente, Malaya, Singapur, Tailandia, Formosa, Hong Kong, y Japón —todos ellos se basan fundamentalmente en el libre mercado— son prósperos y sus pueblos están llenos de esperanza; y a mucha distancia están India, Indonesia, y la China comunista —que se basan, todos ellos, en muy gran medida en la planificación central. De nuevo, es la China comunista y no Hong Kong la que debe vigilar sus fronteras para evitar que la gente intente salir del país.

«Con todo, y pese a esta notable y dramática confirmación de la tesis de Hayek, el clima intelectual de Occidente, tras un breve interludio en el que se dieron varios signos de resurgencia de las ideas liberales iniciales, ha empezado de nuevo a encaminarse en una dirección muy antagonista respecto a la libre empresa, a la competencia, a la propiedad privada y a un gobierno limitado. Durante un tiempo, según la descripción de Hayek de las actitudes intelectuales imperantes, parecía que éstas se estaban haciendo algo obsoletas. Hoy suenan más verdaderas que hace un decenio. Es dfícil saber qué explica este desarrollo. Necesitamos mucho un nuevo libro de Hayek que nos dé una visión tan clara y penetrante de los desarrollos intelectuales del último cuarto de siglo, como The Road to Serfdom hizo sobre los desarrollos anteriores. ¿Por qué las clases intelectuales, en todas partes, se han alineado casi automáticamente del lado del colectivismo —aun cuando cantan eslóganes individualistas— y denigran e insultan al capitalismo? ¿Por qué los medios de comunicación están dominados, casi en todas partes, por esta visión?

«Sea cual fuere la explicación, el hecho del creciente apoyo intelectual al colectivismo —y yo creo que es un hecho— hace que el libro de Hayek sea tan oportuno hoy como lo fue la primera vez que apareció. Esperemos que una nueva edición en Alemania que, de todos los países, podría ser el más receptivo a este mensaje, tenga tanta influencia como la edición inicial tuvo en los Estados Unidos y en el Reino Unido. La batalla por la libertad ha de ser ganada una y otra vez. Los socialistas de todos los países a los que Hayek dedicó su libro han de ser persuadidos de nuevo o derrotados si ellos y nosotros debemos seguir siendo hombres libres.»

El penúltimo párrafo de mi introducción a la edición alemana es lo único que no es del todo cierto hoy día. La caída del Muro de Berlín, el colapso del comunismo tras su Telón de Acero,y el cambio de carácter de China han reducido el número de los defensores del colectivismo de tipo marxista a una exigua y resistente banda concentrada en las universidades occidentales. Hoy existe un acuerdo amplio respecto a que el socialismo es un fracaso, y el capitalismo un éxito. Con todo, la aparente conversión de la comunidad internacional a lo que podría denominarse punto de vista hayekiano es decepcionante. Mientras que el debate es sobre el mercado libre y la propiedad privada —y es más respetable de lo que fue hace unos decenios defender un laissez-faire casi total— el grueso de la comunidad intelectual favorece casi automáticamente cualquier expansión del poder del gobierno, siempre que éste se anuncie como una forma de proteger a los individuos contra las malévolas grandes empresas, reduzca la pobreza, proteja el medio ambiente, o propugne la «igualdad». El debate actual sobre un programa nacional de sanidad nos proporciona un excelente ejemplo. Los intelectuales pueden haber aprendido la letra pero no han acertado con el tono.

Dije al empezar que «de algún modo» el mensaje de este libro «es incluso más importante en los Estados Unidos hoy de lo que fue cuando causó sensación… hace medio siglo». La opinión intelectual de entonces era mucho más hostil respecto a este tema de lo que es hoy. El Gobierno, en el periodo de la segunda posguerra, era menos fuerte y menos intervencionista de lo que es hoy. Los planes para la Gran Sociedad de Johnson, que incluían el «Medicare» y el «Medicaid» y las leyes sobre «Clean Air» y «Americans with Disabilities» de George H.W. Bush siguen adelante, dejando a un lado las otras numerosas extensiones del gobierno que Reagan sólo fue capaz de ralentizar, pero no de suprimir, en sus ocho años en el cargo. El gasto total del gobierno —federal, estatal, y local— en los Estados Unidos subió del 25 por ciento de la renta nacional en 1950 a casi un 45 por ciento en 1993.

Muy parecido es lo ocurrido en Gran Bretaña, y, en cierto sentido, más dramáticamente. El Partido Laborista, antaño claramente socialista, defiende ahora el mercado libre privado; y el Partido Conservador, que un tiempo estaba de acuerdo en administrar la política socialista de los laboristas, ha intentado reducir el grado de propiedad y actividad del gobierno, lo cual se ha conseguido hasta cierto punto en tiempos de Margaret Thatcher. Pero Thatcher fue incapaz de recurrir a algo parecido a la reserva del apoyo popular para los valores liberales que llevara a la supresión del «control de contratación» poco después de la II Guerra mundial. Y mientras ha habido un considerable número de «privatizaciones» allí y aquí, hoy el gobierno gasta una cantidad mayor de renta nacional y es más intervencionista de lo que era en 1950.

A ambos lados del Atlántico, no es muy exagerado decir que predicamos el individualismo y el capitalismo competitivo, y practicamos el socialismo.

Nota sobre la historia de la publicación[403]

Hayek comenzó a trabajar en Camino de servidumbre en septiembre de 1940, y el libro se publicó por primera vez en Inglaterra el 10 de marzo de 1944. Hayek autorizó a su amigo el doctor Fritz Machlup, refugiado austriaco que seguía una eminente carrera académica en los Estados Unidos y que en 1944 trabajaba en la Oficina de la Protección de la Propiedad Extranjera, en Washington DC, a que firmase un contrato de publicación del libro con un editor americano. Antes de proponerlo a la Universiy of Chicago Press, el libro fue rechazado en Estados Unidos por tres editores —bien porque pensaban que no se vendería bien, o, al menos en un caso, porque lo consideraban «inadecuado para ser publicado por una editorial con reputación».[404] Sin arredrarse, Machlup mostró las pruebas de imprenta de la edición británica a Aaron Director, ex miembro del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, y que volvería a la universidad después de la guerra en calidad de economista en la Escuela de Derecho. Posteriormente, Frank H. Knight, distinguido economista de la universidad, recibió un juego de pruebas de imprenta y las presentó a la Editorial de la Universidad de Chicago tras sugerencia de Director de que la Editorial podría querer publicar el libro.

La Editorial firmó el contrato con Hayek para los derechos estadounidenses en abril de 1944, una vez que sugirieron al autor hacer algunos cambios —«para ser exactos, respecto de la adecuación a los Estados Unidos… en vez de lanzar el libro directamente a una audiencia limitada a Inglaterra», como recordó más tarde John Scoon, que era entonces un editor de la Editorial.

«Por las fechas en que fue firmado el contrato para los derechos estadounidenses —a comienzos de abril— comenzamos a oír hablar del libro en Inglaterra, donde había sido publicado el 10 de marzo. La primera tirada en Inglaterra fue de sólo 2.000 ejemplares, pero se agotó en más o menos un mes. Empezó a ser citado en el Parlamento y en los periódicos, y algunos periódicos de por aquí comenzaron a mencionarlo de vez en cuando —aunque, naturalmente, todavía teníamos dudas sobre hasta qué punto tendría aceptación en los Estados Unidos. Es un hecho que, hasta la fecha de publicación no hallamos ninguna librería en Nueva York que se mostrase interesada por el libro.»

La edición de la Universidad de Chicago se publicó el 18 de septiembre de 1944, en una primera tirada de 2.000 ejemplares, con una introducción de John Chamberlain, entonces, como ahora, conocido escritor y comentarista de libros de tema económico. «La primera reseña que vimos» —continúa diciendo Scoon— fue la de Orville Prescott en el New York Times el 20 de septiembre, que fue neutral y lo calificó como “este triste e irritado librito”, pero para la fecha en que vimos la reseña de primera página de Henry Hazlitt en el Sunday Times Book Review habíamos encargado una segunda tirada de 5.000 copias. A los pocos días teníamos peticiones para los derechos de traducción en alemán, español, holandés y otras lenguas, y el 27 de septiembre encargamos una tercera tirada de 5.000 copias, subiendo a 10.000 al día siguiente…

«Hacia la primera semana de octubre muchas librerías habían agotado sus existencia y nosotros tuvimos una tremenda y dificultosa tarea de impresión, encuadernación, envío y distribución a los clientes en este país y en Canadá… Desde el principio, hubo un gran entusiasmo por el libro, pero las ventas subieron y bajaron…

«El encono respecto al libro había ido aumentando a medida que pasaba el tiempo, alcanzando nuevas cotas, a medida que había dejado de ser sólo una impresión. (La gente todavía tiende a ser reticente respecto al libro; ¡por qué no lo leen y hallan lo que Hayek dice realmente!) El comentario de Scoon sigue siendo verdad hoy día.

El Reader’s Digest publicó el texto condensado en abril de 1945, y posteriormente se distribuyeron más de 600.000 ejemplares de la versión condensada por parte del Club del Libro del Mes.[405] Con anterioridad a la versión condensada del Digest y también a una gira de conferencias que Hayek se había comprometido a dar en la primavera de 1945, la Editorial trató de preparar una gran tirada, la séptima. Sin embargo, la carencia de papel limitó la tirada a 10.000 ejemplares y obligó a la Editorial a reducir el formato del libro a una versión de bolsillo. En mi biblioteca personal hay casualmente un ejemplar de esta tirada.

En los cincuenta años desde su publicación, la Editorial ha vendido más de un cuarto de millón de ejemplares, 81.000 en tapa dura y 175.000 en rústica. La primera edición en rústica de Chicago se publicó en 1956. El hijo de Hayek, Laurence, cuenta que se han realizado casi veinte traducciones autorizadas en el extranjero. Además, han circulado traducciones clandestinas, no autorizadas en ruso, polaco, checo, y posiblemente en otras lenguas, cuando la Europa oriental se hallaba tras el Telón de Acero. No hay duda de que los escritos de Hayek, y en especial este libro, fueron una importante fuente intelectual para la desintegración de la fe en el comunismo detrás del Telón de Acero, lo mismo que de nuestro lado del telón.

Desde la caída del Muro de Berlín ha sido posible publicar el libro libremente en los países y satélites de la ex Unión Soviética. Sé, por una variedad de fuentes, que ha habido un incremento del interés por Hayek, en general, y por Camino de servidumbre en particular, en esos países.

Desde la muerte de Hayek en 1992 se ha producido un aumento del reconocimiento de su influencia, ejercida tanto en los regímenes comunistas como en los anticomunistas. Sus editores han mirado confiadamente hacia el futuro y han continuado vendiendo este notable libro mientras ha prevalecido la libertad de expresión —que, pese a cierta erosión desde que Hayek escribió, está, pese a todo, más segura de lo que nunca estuvo, gracias precisamente a este libro.

Stanford, California

14 de abril de 1994

Notas al pie de página

[383]

Estos documentos han sido traducidos al español para la presente edición por Carlo A. Caranci, quien también ha traducido las «notas del editor» en el texto principal.


[384]

[El informe se encuentra en los Hayek Papers, caja 105, carpeta 10, Hoover Institution Archives. En el informe original las comillas encierran «Nazi» al estilo alemán, y Socialismo se escribió originariamente «Sozialism» pero se corrigió. —Ed.]


[385]

[Gottfried Feder (1883-1941) fue uno de los primeros consejeros económicos de Hitler. Elemento fundamental de sus enseñanzas económicas era el concepto de «esclavitud del interés» y su recomendación de que el interés debe ser abolido. Una vez en el poder, Hitler abandonó el programa de Feder con el fin de atraerse mejor el apoyo de los industriales alemanes. —Ed]


[386]

[Para más información sobre Die Tat, véase capítulo XII, nota 41. —Ed.]


[387]

[Las protestas estudiantiles de Berlín culminaron en una quema de libros en la Operaplatz en la noche del 1.º de mayo de 1933. —Ed.]


[388]

[Karl Mannheim era uno de los principales defensores de la «sociología del conocimiento»; véase especialmente su Ideology and Utopia: An Introduction to the Sociology of Knowledge, trad. inglesa de Louis Wirth y Edward Shils, volumen de la serie The International Library of Psichology, Philosophy, and Scientific Method (Nueva York: Harcourt, Brace, 1936) —Ed.]


[389]

[En los primeros meses de régimen nazi los autonombrados radicales del partido nazi marcharon sin más contra ciertas empresas y se apoderaron de ellas, concediéndose a sí mismos y a sus cómplices, por lo general, sustanciosos salarios y otras gratificaciones. Göring y los demás líderes nazis consideraban peligroso a estos supuestos Kommisars y para finales de 1933 habían sido expulsados la mayoría de ellos. —Ed.]


[390]

[Frank Knight, informe de lectura, 10 de diciembre de 1943, puede verse en la University of Chicago Press Collection, caja 230, carpeta 1, University of Chicago Library. —Ed.]


[391]

[Jacob Marschak, informe de lectura, 20 de diciembre de 1943, puede verse en la colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 1, University of Chicago Library. —Ed.]


[392]

[La numeración de las páginas en el informe de Marschak se ha tomado del manuscrito original de Hayek, por lo que no corresponde a la numeración del presente texto. —Ed.]


[393]

[Contable, escritor freelance y autor estadounidense Stuart Chase (1888-1985) fue un escritor popular en el periodo de entreguerras. Fue autor del libro The Tragedy of Waste (Nueva York: Macmillan, 1925) y escribió el prólogo para el libro de Thorstein Veblen, The Theory of the Leisure Class (Nueva York: Modern Library, 1934). Para más información sobre Walter Lippmann, véase capítulo II, nota 8. —Ed.]


[394]

[Para más información sobre Walter Rathenau, véase capítulo XII, nota 18. —Ed.]


[395]

[Para más información sobre Drucker, véase capítulo II, nota 9. The End of Economic Man, de Drucker,. cit., se discute en el capítulo XIV, nota 2. —Ed.]


[396]

[Para más información sobre Sidney y Beatrice Webb, véase capítulo V, nota 3. —Ed.]


[397]

[La carta de Scoon se encuentra en la colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 3, University of Chicago Library. —Ed.]


[398]

[Frank Knight. —Ed.].


[399]

[Aaron Director. —Ed.]


[400]

[Fritz Machlup. —Ed.].


[401]

[Scoon se equivoca sobre el origen del título. Como explicó una vez Hayek en una entrevista, «La idea vino de Tocqueville, que habla del camino hacia la servitud; me habría gustado elegir ese título, pero no sonaba bien. Por lo que cambié “servitud” por “servidumbre”, por meras razones fonéticas.» F.A, Hayek, «Nobel Prize Winning Economist», edic. de Armen Alchian. Transcripción de una entrevista realizada en 1978 bajo los auspicios del Oral History Program, University Library, UCLA, copyright Regents of the University of California, p. 76. —Ed.].


[402]

[Scoon se refiere a Ludwig von Mises, Omnipotent Government.The Rise of Total State and Total War (New Haven:Yale University Press, 1944). —Ed.]. {Trad. española: Gobierno omnipotente, Unión Editorial, 2002}.


[403]

Gran parte de esta sección se basa en la investigación realizada por Alex Philipson, director de promociones en la University of Chicago Press.


[404]

Véase prólogo de Hayek para la edición americana en rústica de 1956.


[405]

[Véase mi introducción a este volumen, p. 41, para una ulterior discusión sobre la cifra de 600.000 ejemplares. —Ed.]