Camino de servidumbre

Camino de servidumbre
Autor: 
Friedrich A. Hayek

Friedrich August von Hayek (1899 – 1992) nació en Viena, Austria, que en ese entonces era una de las grandes capitales intelectuales de Europa. Hayek es particularmente conocido como un defensor del liberalismo clásico y del capitalismo en contra del socialismo y el pensamiento colectivista. Fue miembro de la Escuela Austriaca de economía y escribió extensamente acerca teoría monetaria, el cálculo en una economía socialista, la teoría de los órdenes espontáneos y la teoría del derecho evolutivo. Inició su carrera como profesor universitario en la Universidad de Viena, luego en la London School of Economics y posteriormente en la Universidad de Chicago y en la Universidad de Freiburg. En 1974 obtuvo el Premio Nobel de Economía por su trabajo relacionado a "la teoría monetaria y las fluctuaciones económicas y por su profundo análisis de la interdependencia entre los fenómenos económicos, sociales e institucionales".

El libro de Hayek, Camino de servidumbre —en alusión a la frase de Alexis de Tocqueville “el camino a la esclavitud”— fue publicado en el Reino Unido el 10 de marzo de 1944. De inmediato generó controversia puesto que explicaba de manera sencilla y clara la relación entre la libertad individual y la planificación económica centralizada. Para Hayek, las ideas colectivistas —ya sean de izquierda o de derecha— no conducen a una utopía sino que al darle cada vez más poder al Estado para controlar la economía, inevitablemente conducen a horrores como los de la Alemania Nazi y la Italia Fascista.

Edición utilizada:

Hayek, F.A. Camino de servidumbre. Textos y documentos. Madrid: Unión Editorial, 2008.

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Prefacio a la edición de 1956

Prefacio a la edición de 1956

F.A. Hayek

Si este ensayo lo hubiera escrito teniendo presentes en primer lugar a los lectores americanos, habría podido ser en cierto modo distinto; pero ha adquirido ya una identidad demasiado definida, aunque inesperada, para que sea conveniente reescribirlo. Su publicación en una nueva forma, más de diez años después de su primera edición, ofrece en todo caso una excelente ocasión para explicar su objetivo originario y para hacer algunas consideraciones sobre el éxito imprevisto, y en muchos aspectos extraño, que ha obtenido en este país.

El libro se escribió en Inglaterra durante los años de la guerra, teniendo como destinatarios casi exclusivamente a los lectores ingleses. Se dirigía en realidad sobre todo a una categoría muy especial de lectores ingleses. Sin ironía alguna, lo dediqué «A los socialistas de todos los partidos». Esta dedicatoria tenía su origen en las muchas discusiones que, durante los diez años precedentes, había tenido con amigos y colegas inclinados a simpatizar con la izquierda, y como continuación de tales discusiones escribí Camino de servidumbre.

Cuando Hitler subió al poder en Alemania, ya enseñaba yo en la Universidad de Londres desde hacía algunos años, pero me mantenía en estrecho contacto con cuanto sucedía en el Continente y pude seguir haciéndolo hasta el final de la guerra.[113] Lo que entonces vi del origen y la evolución de los distintos movimientos totalitarios me hizo comprender que la opinión pública inglesa, en particular la de mis amigos que tenían ideas «avanzadas  » en el plano social, se apoyaba en una interpretación completamente engañosa de la naturaleza de estos movimientos.Ya antes de la guerra, esto me impulsó a exponer en un breve ensayo lo que sería el tema central del libro.[114] Pero tras el estallido de la guerra, me di cuenta de que esta difusa incomprensión de los sistemas políticos de nuestros enemigos, y muy pronto también de nuestro nuevo aliado, Rusia, constituía un serio peligro al que había que hacer frente con un trabajo más sistemático. Además, era ya bastante evidente que la propia Inglaterra probablemente experimentaría después de la guerra el mismo tipo de políticas que —estaba convencido— habían contribuido en no menor medida a destruir la libertad por doquier.

Por lo tanto, este libro fue tomando gradualmente la forma de una advertencia dirigida a los intelectuales socialistas ingleses; con el inevitable retraso de la producción en tiempo de guerra, finalmente se publicó en la primera parte de la primavera de 1944. Esta fecha explicará, de paso, también por qué comprendí que, para hacerme oír, tuviera que frenar mis críticas al régimen de nuestro aliado[115] durante la guerra y elegir mis ejemplos principalmente de los sucesos que se habían producido en Alemania.

Parece que este libro se publicó en un momento propicio y sólo puedo experimentar satisfacción por el éxito que tuvo en Inglaterra, éxito que, si bien de tipo muy distinto, no fue cuantitativamente inferior al que luego tendría en Estados Unidos. En conjunto, el ensayo fue acogido con el espíritu en que fue escrito y sus argumentaciones fueron seriamente examinadas por aquellos a los que principalmente había sido dirigido. A excepción solamente de ciertos líderes políticos del partido laborista —que, como ofreciendo una ejemplificación de mis observaciones sobre las tendencias nacionalistas del socialismo, atacaron el libro por el hecho de haber sido escrito por un extranjero[116] —,fue realmente impresionante el modo reflexivo y receptivo en que fue generalmente examinado por personas que consideraban susconclusiones contrarias a sus más fuertes convicciones.[117] Lo mismo puede decirse también respecto a los demás países en que el libro se publicó; su acogida especialmente cordial por parte de la generación alemana post-nazi, cuando finalmente algunos ejemplares de una traducción publicada en Suiza se difundieron en Alemania, fue una de las más inesperadas gratificaciones que obtuve de su publicación.

Bastante diferente fue la acogida que el libro tuvo en Estados Unidos, cuando se publicó algunos meses después de su publicación en Inglaterra. Al escribirlo, había prestado escasa atención al posible interés que habría podido despertar en los lectores americanos. Habían pasado veinte años desde la última vez que, siendo estudiante investigador, había estado en América, y durante aquel periodo había perdido un poco el contacto con el desarrollo de las ideas en América.[118] No podía estar seguro de la relevancia directa que mis argumentaciones habrían podido tener para el ambiente americano, y no me sorprendí en absoluto cuando el libro fue, en efecto, rechazado por las tres primeras editoriales contactadas.[119] Desde luego, más inesperado fue el hecho de que, una vez publicado el libro por el actual editor, se empezara a vender a un ritmo casi sin precedentes para una obra de este tipo, no destinada al gran público.[120] Y también me sorprendió la violenta reacción por parte de ambas alas políticas, así como el generoso elogio que recibió el libro en algunos ambientes y el intenso odio que suscitó en otros.

Al contrario de lo que sucedió en Inglaterra, parece que en América el tipo de personas a las que este libro se dirigió principalmente lo rechazó por considerarlo un ataque malicioso y fraudulento a sus ideales más nobles; parece que no se pararon a examinar sus argumentos. El lenguaje empleado y la emoción que manifestaron algunas de las críticas más desfavorables fueron en realidad bastante extraordinarios.[121] Pero apenas menos sorprendente fue para mí la entusiasta acogida que prestaron al libro muchas personas que jamás habría pensado que leerían un ensayo de este género —y de muchos más de los que sigo dudando que lo leyeran efectivamente—. Debo añadir además que la forma en que a veces se utilizó hizo que comprendiera la verdad de la observación de Lord Acton, según la cual «en todos los tiempos los amigos sinceros de la libertad fueron raros, y sus triunfos se debieron a minorías que se impusieron gracias a su asociación con auxiliares cuyos objetivos con frecuencia diferían de los objetivos de aquéllos; y esta asociación, que siempre es peligrosa, resultó a veces desastrosa».[122]

Parece poco probable que esta extraordinaria diferencia en la acogida del libro a ambos lados del Atlántico se debiera enteramente a una diferencia del carácter nacional. Me he convencido cada vez más de que la explicación debe buscarse en la diferente situación intelectual existente en el periodo en que se publicó el libro. En Inglaterra, y en general en Europa, los problemas que yo afrontaba hacía tiempo que habían dejado de ser cuestiones abstractas. Los ideales que en el libro se examinaban hacía mucho tiempo que se habían afirmado, e incluso sus más entusiastas defensores habían experimentado ya concretamente algunas de las dificultades y de los resultados imprevistos generados por su aplicación. Escribía, pues, sobre fenómenos de los que casi todos mis lectores europeos tenían más o menos una experiencia directa y me limitaba a argumentar de manera sistemática y coherente sobre lo que muchos habían ya percibido intuitivamente. Con respecto a estos ideales existía ya cierta decepción, que su examen crítico hacía simplemente más ruidosa o explícita.

En Estados Unidos, en cambio, estos ideales estaban aún frescos y eran más violentos. Sólo diez o quince años antes —no cuarenta o cincuenta, como en Inglaterra—, una gran parte de los intelectuales estaba contagiada por ellos. Y, a pesar de la experiencia del New Deal, su entusiasmo por el nuevo tipo de sociedad construida racionalmente no estaba demasiado contaminado por la experiencia práctica. Lo que para la mayor parte de los europeos se había convertido en cierta medida en un vieux jeu, para los radicales americanos era aún una luminosa esperanza en un mundo mejor, esperanza que ellos habían aceptado y alimentado durante los años recientes de la Gran Depresión.

La opinión cambia rápidamente en Estados Unidos, e incluso ahora resulta difícil recordar que en un periodo anterior aunque relativamente cercano a la publicación de Camino de servidumbre, el tipo más extremo de planificación económica se invocaba seriamente, y se proponía el modelo ruso para ser imitado por hombres que muy pronto habían de desempeñar un papel importante en los asuntos públicos. Sería bastante fácil ilustrar abundantemente todo esto, pero sería injusto señalar aquí a personas en particular. Baste mencionar que en 1934 el National Planning Board,[123] constituido hacía poco, dedicó gran atención al ejemplo de planificación que ofrecían estos cuatro países: Alemania, Italia, Rusia y Japón. Diez años después habíamos aprendido desde luego a referirnos a estos países como países «totalitarios», habíamos combatido una larga guerra con tres de ellos y estábamos a punto de comenzar una «guerra fría» con el cuarto. Pero la tesis de este libro, según la cual los desarrollos políticos que habían tenido lugar en estos países tenían que ver con su política económica, se rechazó entonces con desdén por parte de los defensores americanos de la planificación. Se afirmó de pronto la moda de negar que la idea de la planificación procediera de Rusia y de sostener, como ha subrayado un eminente crítico mío, que es «un hecho evidente que Italia, Rusia, Japón y Alemania llegaron al totalitarismo por caminos muy diferentes».[124]

Todo el clima intelectual de Estados Unidos cuando se publicó Camino de servidumbre era, pues, un clima en el que el libro debía necesariamente escandalizar o complacer fuertemente a los miembros de grupos netamente divididos entre ellos. Por consiguiente, a pesar de su aparente éxito, el libro no tuvo aquí el tipo de consecuencias que yo habría deseado o que tuvo en otras partes. Es cierto que sus conclusiones principales se aceptan hoy ampliamente. Si hace doce años a muchos les parecía casi un sacrilegio sugerir que el fascismo y el comunismo no son sino variantes del mismo totalitarismo y que el control central de todas las actividades económicas tiende a producir el totalitarismo, esto se ha convertido ahora casi en un lugar común. Ahora se reconoce ampliamente incluso que el socialismo democrático es una condición muy precaria e inestable, dominada por contradicciones internas y que produce por doquier resultados desagradables para muchos de sus defensores.

Este cambio de estado de ánimo se debió ciertamente más a la lección de los hechos y a las discusiones más populares del problema que a mi libro.[125] Tampoco mi tesis general en cuanto tal era original cuando se publicó el libro. Aunque admoniciones parecidas pero anteriores pueden haberse olvidado en gran medida, los peligros inherentes a la práctica que yo criticaba se habían subrayado una y otra vez. Sean cuales fueren los méritos del libro, no consisten en la reiteración de esta tesis, sino en el paciente y detallado examen de las razones por las que la planificación económica produce tales resultados imprevistos y del proceso a través del cual esos resultados se generan.

Por esta razón, espero que en América las circunstancias para una seria consideración de su verdadero contenido puedan ser ahora más favorables de lo que fueron cuando el libro se publicó por primera vez. Creo que lo que en él es importante puede aún ser útil, por más que reconozca que el socialismo caliente contra el que se dirigió principalmente —aquel movimiento organizado que tenía como objetivo la organización deliberada de la vida económica por parte del Estado, entendido como el principal propietario de los medios de producción— se halla en el mundo occidental prácticamente muerto. El siglo del socialismo así concebido finalizó probablemente en torno a 1948.

Muchas de sus ilusiones han sido abandonadas también por sus líderes y, en todas partes, como también en los Estados Unidos, su nombre ha perdido gran parte de su atractivo. Sin duda habrá movimientos menos dogmáticos, menos doctrinarios y menos sistemáticos que intentarán recuperar el nombre. Pero una discusión centrada únicamente en aquellas concepciones esquemáticas de reforma social, que caracterizan al movimiento socialista del pasado, podría parecer hoy una lucha contra los molinos de viento.

Sin embargo, aunque el socialismo radical es probablemente cosa del pasado, algunas de sus concepciones han penetrado tan profundamente en toda la estructura del pensamiento corriente que justifican la complacencia de los socialistas. Si son pocos en el mundo occidental los que ahora quieren rehacer la sociedad desde sus fundamentos según ciertos proyectos ideales, son muchos en cambio los que siguen creyendo en medidas que, aunque no estén destinadas a remodelar completamente la economía, en su efecto agregado pueden sin duda producir sin querer ese resultado. Más aún que en el momento en que escribí este libro, la defensa de unas medidas políticas que, a largo plazo, no pueden conciliarse con la preservación de una sociedad libre no es ya cuestión de un solo partido. El revoltijo de ideales mal reunidos y a menudo incoherentes, que bajo el nombre de Welfare State ha reemplazado en gran parte al socialismo como objetivo de los reformadores, requiere una gran atención para ver si sus resultados no son muy semejantes a los generados por el socialismo propiamente dicho. Esto no quiere decir que algunos de sus objetivos no sean también viables y encomiables. Pero hay muchas maneras en las que podemos trabajar a favor del mismo objetivo y, en la situación actual, existe el peligro de que la impaciencia con que consideramos los resultados inmediatos puede llevarnos a elegir instrumentos que, aunque acaso más eficientes para alcanzar fines particulares, no son compatibles con la preservación de una sociedad libre. La creciente tendencia a confiar en la coacción administrativa y en la discriminación cuando una modificación de las normas jurídicas generales podría, acaso más lentamente, alcanzar el mismo objetivo, y el recurso al control directo del Estado o a la creación de instituciones monopolísticas donde en cambio el empleo juicioso de motivaciones financieras podría suscitar esfuerzos espontáneos, sigue siendo una poderosa herencia del periodo socialista, que probablemente influirá sobre la política durante mucho tiempo.

Precisamente porque no parece que la ideología política se proponga en los próximos años alcanzar un objetivo claramente definido, sino cambios parciales, es de la mayor importancia una comprensión plena del proceso por el que ciertos tipos de medidas pueden destruir las bases de una economía basada en el mercado y ahogar gradualmente las potencialidades efectivas de una civilización libre. Sólo si comprendemos por qué y cómo ciertos tipos de controles económicos tienden a paralizar las fuerzas impulsoras de una sociedad libre, y sólo si comprendemos qué tipos de medidas son particularmente peligrosas desde este punto de vista, podemos esperar que el proceso social no nos lleve a situaciones que ninguno de nosotros desea.

Este libro se pensó como una contribución a esta tarea. Espero que, al menos en la atmósfera más serena de hoy, sea acogido como lo concebí y no como una exhortación a resistir contra toda mejora o experimentación, sino como una advertencia a no olvidar que cualquier modificación de nuestras instituciones debe superar ciertos controles (que se describen en el capítulo central sobre la Rule of Law o «gobierno de la ley»), en orden a evitar ciertos derroteros de los que puede ser difícil volver atrás.

El hecho de que este libro se escribiera originariamente pensando sólo en el público inglés no parece que haya afectado seriamente a su inteligibilidad para el lector americano. Pero hay un punto, relativo a la fraseología, que debo explicar aquí para evitar cualquier equívoco. Desde el principio, empleo del término «liberal» en su significado originario del siglo XIX, significado que aún suele tener en Inglaterra. Pero, en el uso corriente americano, a menudo significa casi lo contrario. Forma parte del camuflaje de los movimientos de izquierda en este país, ayudados por la confusión de muchas personas que creen realmente en la libertad, el hecho de que el término «liberal  » haya llegado a significar la defensa de casi cualquier tipo de control gubernamental. Sigo sin comprender por qué quienes en Estados Unidos creen sinceramente en la libertad hayan no sólo permitido a la izquierda apropiarse de este casi indispensable término, sino que ellos mismos lo hayan utilizado, casi desde el principio, para indicar un término oprobioso. Esto me parece que es particularmente lamentable, debido a la consiguiente tendencia de muchos verdaderos liberales a calificarse de conservadores.

Es cierto, desde luego, que en la lucha contra quienes creen en un Estado omnipotente, el verdadero liberal debe a veces hacer causa común con el conservador, y en algunas circunstancias, como en la Inglaterra contemporánea, difícilmente el verdadero liberal tiene otra forma de trabajar activamente por sus ideales. Pero el verdadero liberalismo sigue siendo distinto del conservadurismo, y es peligroso confundirlos.[126] El conservadurismo, por más que sea un elemento necesario en cualquier sociedad estable, no es un programa social; en sus tendencias paternalistas, nacionalistas y adoradoras del poder, a menudo se asemeja más al socialismo que al verdadero liberalismo; y, con sus propensiones tradicionalistas, anti-intelectualistas y con frecuencia místicas, jamás puede conseguir —si se exceptúan breves periodos de decepción— despertar el interés de los jóvenes y de todos cuantos piensan que, para que este mundo se convierta en un lugar mejor, son deseables algunos cambios. Un movimiento conservador se ve obligado, por su propia naturaleza, a defender los privilegios constituidos y a presionar sobre el poder del gobierno para la protección de tales privilegios. La esencia de la postura liberal, en cambio, consiste en el rechazo de todo privilegio, si el privilegio se entiende en su propio y original significado, es decir, como concesión y protección por parte del Estado de derechos no accesibles a todos en los mismos términos.

Acaso se requiera alguna palabra más para defender mi decisión de permitir que esta obra se haya vuelto a publicar totalmente idéntica tras un intervalo de doce años. Muchas veces he intentado revisarla y hay muchos puntos que me habría gustado explicar más a fondo, o especificar con mayor cautela, o, también, reforzar con más ilustraciones y pruebas. Pero todos los intentos de revisión han demostrado solamente que no podría jamás realizar de nuevo un trabajo tan breve con que cubrir los mismos temas; y creo que, aunque este libro pueda tener otros méritos, el mayor de todos es su relativa brevedad. He llegado, pues, a la conclusión de que cualquier cosa que quisiera añadir, debo hacerlo en otros estudios. He empezado a hacerlo en distintos ensayos, algunos de los cuales ofrecen una discusión más minuciosa de ciertos temas económicos y filosóficos que aquí sólo se insinúan.[127] Sobre la específica cuestión relativa a los orígenes de las ideas que aquí se critican y de su relación con algunos de los más importantes e influyentes movimientos intelectuales de nuestro tiempo, la he afrontado en otro volumen.[128] Hace tiempo que espero poder integrar el capítulo central, realmente demasiado breve, de este libro con un análisis más extenso de la relación entre igualdad y justicia.[129]

Hay, sin embargo, un tema particular sobre el que el lector esperará de mí, con razón, un comentario en esta ocasión; pero se trata de un tema que podría tratar aún menos adecuadamente sin escribir un nuevo libro. Poco más de un año después de la primera publicación de Camino de servidumbre, Gran Bretaña tuvo un gobierno socialista, que permaneció en el poder durante seis años. Y en qué medida esta experiencia confirmó o refutó mi preocupación es un interrogante al que debo tratar de responder al menos brevemente. Por lo menos, esta experiencia reforzó mi interés y, creo poder añadir, permitió, a muchos para los que un razonamiento abstracto jamás habría sido convincente, captar lo fundado de las dificultades sobre las que yo insistía. En realidad, muchas de las cuestiones que mis críticos americanos habían liquidado como espantajos se convirtieron, al poco de la conquista del poder por los laboristas, en temas candentes de la discusión política en Gran Bretaña. Muy pronto, también los documentos oficiales comenzaron a examinar, en un tono grave, el riesgo de totalitarismo presente en la política de planificación económica. No hay mejor ejemplo del modo en que la lógica intrínseca de su política lleva a un gobierno socialista, contra su propia voluntad, al tipo de coacción al que se oponía, que el siguiente pasaje tomado del Economic Survey for 1847, presentado por el primer ministro al Parlamento en febrero de ese año:

Hay una diferencia esencial entre planificación totalitaria y planificación democrática. La primera subordina todos los deseos y las preferencias individuales a las exigencias del Estado.A este fin, emplea varios métodos de coacción sobre el individuo, que privan a éste de su libertad de elección. Estos métodos pueden ser necesarios incluso en un país democrático, en los momentos de extrema emergencia de una gran guerra. Así es como el pueblo inglés dio al gobierno, durante el periodo de la guerra, poder para dirigir el trabajo. Pero, en tiempos normales, los ciudadanos de un país democrático no cederán su libertad a la elección del gobierno. Un gobierno democrático debe, por tanto, gestionar su planificación económica de manera que preserve el máximo posible de libertad de elección para el ciudadano individual.[130]

El punto interesante a propósito de esta profesión de laudables intenciones es que, seis meses después, el mismo gobierno se vio forzado, en tiempo de paz, a establecer de nuevo la conscripción del trabajo con una ley aprobada por el Parlamento.[131] Destacar que de hecho este poder nunca se empleó, difícilmente atenúa el significado de todo esto, porque si bien es sabido que las autoridades tienen un poder coactivo, pocos se esperan una coacción efectiva. Pero es difícil comprender cómo el gobierno habría podido perseverar en sus ilusiones, cuando en el mismo documento se declaraba que «corresponde al gobierno decir cuál es, en el interés nacional, el mejor uso de los recursos» y «establecer los objetivos económicos de la nación; él debe decir qué cosas son las más importantes y cuáles deben ser los objetivos de la política».[132]

Desde luego, seis años de gobierno socialista no han producido en Inglaterra nada que se parezca a un Estado totalitario. Pero quienes opinan que esto ha desmentido la tesis de Camino de servidumbre han olvidado, en realidad, uno de sus puntos principales; es decir, que el cambio más importante producido por el control extensivo del gobierno es un cambio psicológico, una alteración en el carácter de la gente. Se trata necesariamente de un asunto lento, un proceso que se extiende no por unos pocos años, sino acaso por una o dos generaciones. Lo importante es que los ideales políticos de un pueblo y su actitud hacia la autoridad representan tanto el efecto como la causa de las instituciones políticas bajo las que se produce. Esto significa, entre otras cosas, que incluso una sólida tradición de libertad política no representa una salvaguardia, si el peligro está precisamente en el hecho de que las nuevas instituciones y las nuevas políticas debilitan y destruyen gradualmente ese espíritu. Claro que las consecuencias pueden evitarse, si ese espíritu se reafirma oportunamente y la gente no sólo retira el apoyo al partido que lentamente le ha llevado en una dirección peligrosa, sino que también reconoce la naturaleza del peligro y cambia resueltamente su curso. No hay motivo aún para creer que esto haya sucedido en Inglaterra.

Sin embargo, el cambio que ha experimentado el carácter del pueblo inglés, no simplemente bajo el gobierno laborista sino en el curso de un periodo más largo, durante el cual se ha disfrutado de las bendiciones de un Estado social paternalista, difícilmente puede negarse. Estos cambios no pueden demostrarse fácilmente, pero son fácilmente percibidos por quien vive en el país. Como ilustración, citaré algunos pasajes significativos, tomados de una investigación sociológica que tiene que ver con el impacto del exceso de regulación sobre las actividades mentales de los jóvenes. Ese estudio se refiere a la situación existente antes de que el gobierno laborista subiera al poder, concretamente al periodo en que este libro se publicó por primera vez, y pone principalmente de manifiesto las consecuencias de esas regulaciones que el gobierno laborista hizo permanentes.

Es sobre todo en las grandes ciudades donde se percibe que el ámbito de lo opcional queda reducido a nada. En la escuela, en el puesto de trabajo, en los desplazamientos de un lado a otro, incluso en el equipamiento y aprovisionamiento del hogar, muchas de las actividades normalmente posibles a los seres humanos están prohibidas o impuestas. Se han creado organismos especiales, llamados Citizen’s Adviser Bureaux, para guiar a los desorientados a través de una selva de normas y para indicar a los tenaces los raros espacios que aún existen donde una persona privada pueda aún tomar una decisión... [El joven de ciudad] está condenado a no levantar un dedo sin consultar antes mentalmente el manual. El plan de un joven de ciudad común para una jornada de trabajo ordinaria demostraría que gasta gran parte de su tiempo de vigilia para realizar operaciones que han sido preestablecidas para él por directrices en cuya formación no ha tomado parte, cuyo propósito a menudo se le escapa y cuya utilidad no sabe valorar [...]. La afirmación de que el muchacho de ciudad necesita de una mayor disciplina y de mayores controles es demasiado aventurada. Se podría decir que ya sufre una sobredosis de controles [...]. Contemplando a sus padres y a sus hermanos y hermanas mayores, los ve sometidos, como él, a reglas. Los ve tan aclimatados a esta situación que raramente proyectan o llevan adelante una actividad o empresa social nueva con sus propias fuerzas. De este modo, no tiene ante sí ningún tiempo futuro en que una fuerte toma de responsabilidad sea útil para sí mismo y para los demás... [Los jóvenes] se ven obligados a soportar muchos controles externos que, como ellos piensan, carecen de significado, e intentan esquivarlos refugiándose en la más completa ausencia de disciplina.[133]

¿Es demasiado pesimista temer que a una generación que ha crecido en estas condiciones le sea muy difícil liberarse de los vínculos con los que habitualmente ha sido educada? ¿O esta descripción no confirma más bien ampliamente la previsión de Tocqueville de un «nuevo tipo de servidumbre»? Una vez tomado poco a poco en sus manos poderosas a todo individuo y después de plasmarlo a su manera, el soberano extiende su brazo a toda la sociedad; cubre su superficie con una red de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales incluso los espíritus más originales y vigorosos no podrían hacerse notar y elevarse por encima de la masa; no quiebra las voluntades sino que las debilita, las dirige, raramente constriñe a obrar, pero se esfuerza continuamente en impedir que se actúe; no destruye, pero impide que se cree; no tiraniza directamente, pero obstaculiza, comprime, enerva, extingue, reduciendo finalmente a la nación a no ser otra cosa que un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobierno. Siempre he creído que esta especie de servidumbre regulada y tranquila que he descrito puede combinarse mejor de lo que comúnmente se piensa con ciertas formas exteriores de la libertad y que incluso puede establecerse a la sombra de la soberanía popular.[134]

Lo que Tocqueville no consideró es cuánto tiempo un tal gobierno permanecería en manos de déspotas benévolos, cuando sería mucho más fácil que un grupo de rufianes ocupe indefinidamente el poder ignorando todas las formas tradicionales de decencia de la vida política.

Acaso debería recordar también al lector que jamás he acusado a los partidos socialistas de tender deliberadamente a un régimen totalitario, ni he sospechado que los líderes de los viejos movimientos socialistas pudieran mostrar siempre tales inclinaciones. Lo que sostengo en este libro, y que la experiencia inglesa me ha impulsado aún más a considerar verdadero, es que las consecuencias imprevistas pero inevitables de la planificación socialista crean un estado de cosas en que, si se quiere llevar a cabo esa política, las fuerzas totalitarias acabarán imponiéndose. He subrayado explícitamente que «el socialismo sólo puede realizarse con métodos que la mayoría de los socialistas desaprueban», y añado también que, a este respecto, «los viejos partidos socialistas están inhibidos por sus ideales democráticos» y que «no poseían la voluntad implacable que se precisa para realizar el objetivo que habían elegido».[135]

Pero la impresión obtenida bajo el gobierno laborista es que tales inhibiciones son entre los socialistas ingleses más débiles de lo que lo fueron entre sus compañeros alemanes que veinticinco años antes les precedieron. Ciertamente, los socialdemócratas alemanes, en los años veinte, en condiciones iguales o más difíciles, no se acercaron tanto a la planificación totalitaria como ha hecho el gobierno laborista inglés.

Como no puedo examinar aquí en detalle los efectos de estas políticas, me limitaré a citar los juicios sumarios de otros observadores menos sospechosos de tener opiniones preconcebidas. Algunos de los juicios más negativos, en efecto, provienen de hombres que no mucho tiempo antes habían sido miembros del partido laborista. Ivor Thomas, en un libro dirigido, según parece, a explicar por qué había dejado ese partido, llega a la conclusión de que, «desde el punto de vista de las libertades humanas fundamentales, hay poco que elegir entre comunismo, socialismo y nacional-socialismo. Son todos ellos ejemplos de Estado colectivista o totalitario [...]; en su esencia, el socialismo no sólo es como el comunismo, pero tampoco es diferente del fascismo.»[136]

El desarrollo más serio es el aumento de las medidas de coacción administrativa arbitraria y de la opresora destrucción del fundamento de la amada libertad inglesa, el imperio de la ley (la Rule of Law) exactamente por las razones aquí discutidas en el capítulo VI. Este proceso, desde luego, había comenzado mucho antes de que llegara el gobierno socialista y se había acentuado con la guerra. Pero los intentos de planificación económica bajo el poder de los laboristas lo llevaron hasta un punto que hace difícil decir si «el gobierno de la ley» prevalece aún en Inglaterra. El «nuevo despotismo  », contra el que un presidente de la Corte Suprema puso en guardia a Gran Bretaña hace veinticinco años, no es ya, como ha observado recientemente The Economist, un simple peligro, sino un hecho probado.[137] Es un despotismo ejercido por una burocracia totalmente consciente y honesta, en nombre de lo que ellos creen sinceramente que es el bien del país. Pero, a pesar de esto, es un gobierno arbitrario, en la práctica sin el control efectivo del Parlamento; y su mecanismo puede utilizarse eficazmente para cualquier otro objetivo distinto de los beneficios para los que ahora se usa. Dudo que un eminente jurista inglés haya exagerado cuando recientemente, en un atento análisis de estas tendencias, llegó a la conclusión de que «hoy en Inglaterra se vive al borde de una dictadura. La transición sería fácil, rápida, y podría realizarse en la más completa legalidad. Se han dado ya tantos pasos en esa dirección como consecuencia de los poderes absolutos que ejerce el gobierno actual y de la ausencia de cualquier control efectivo, como los límites de una Constitución escrita o la existencia de una segunda Cámara con poderes efectivos, que los pasos que queden por dar son en comparación muy pocos.»[138]

Para un análisis más detallado de las políticas económicas del gobierno laborista inglés y de sus consecuencias, no puedo hacer nada mejor que informar al lector sobre el trabajo del profesor John Jewkes, Ordeal by Planning (Macmillan and Co., Londres 1948). Es la mejor discusión que yo conozco de una ilustración concreta de los fenómenos que en términos generales se tratan en este libro. Este análisis lo complementa mejor de como podría hacerlo aquí mi exposición, y da una lección cuyo significado va más allá del caso de Gran Bretaña.

Ahora me parece improbable que, aun en el caso de que otro gobierno laborista fuera al poder en Gran Bretaña, pueda reanudar aquel proceso de nacionalización y planificación en gran escala. Pero en Inglaterra, como en cualquier otra parte del mundo, la derrota del ataque del socialismo sistemático simplemente ha permitido a quienes ansían preservar la libertad un respiro para reexaminar sus propias ambiciones y para rechazar todos aquellos aspectos de la herencia socialista que representan un peligro para la sociedad libre. Sin una tal revisión de nuestras aspiraciones sociales, probablemente seguiremos en la misma dirección en que el auténtico socialismo nos llevaría algo más rápidamente.

Notas al pie de página

[113]

[Hayek fue profesor visitante en el Departamento de Economía en la London School of Economics and Political Science (LSE) durante el año académico 1931-32, al final del cual fue propuesto para la cátedra Tooke de Ciencia Económica y Estadística. La cátedra se fundó en el King’s College de Londres en 1859, al año de la muerte de Thomas Tooke. En 1919 la cátedra fue trasladada del King’s College a la LSE, ambas pertenecientes a la Universidad de Londres. Aunque la contratación de Hayek la hizo técnicamente la Universidad de Londres, sus clases las impartió en la LSE. —Ed.]


[114]

[Hayek se refiere a «La libertad y el sistema económico», cit., Véase el prefacio a las ediciones originales, n. 2.—Ed.]


[115]

[Es decir, la Unión Soviética. —Ed.]


[116]

[Véase mi introducción al presente volumen, nota 75. —Ed.]


[117]

El ejemplo más representativo de la crítica británica al libro desde un punto de vista de izquierda es probablemente el cortés y sincero estudio de B.Wootton, Freedom under Planning (George Allen & Unwin, Londres, 1946). Este libro se cita con frecuencia en Estados Unidos como una eficaz refutación de mi tesis, si bien, por mi parte, no puedo menos de pensar que más de un lector debe de haber tenido la impresión de que, como ha escrito un recensor americano, el mismo «parece que sustancialmente confirma la tesis de Hayek». Véase Chester I. Barnard, recensión de Freedom under Planning, en Southern Economic Journal, vol. 12, enero de 1946, p. 290.


[118]

[Hayek visitó Estados Unidos siendo estudiante desde marzo de 1923 a mayo de 1924. —Ed.]


[119]

No sabía entonces que, como luego admitió un consejero de una de esas editoriales, ese rechazo parecía deberse, no a dudas a propósito del éxito del libro, sino a prejuicios que llegaban a sostener que habría sido «inconveniente que lo publicara una editorial respetable» (véase a este respecto la afirmación de William Miller citada por W.T. Couch en «The Sainted Book Burners», The Freeman, abril de 1955, p. 423, y también W. Miller, The Book Industry: A Report of the Public Library Inquiry of the Social Science Research Council (Nueva York: Columbia University Press, 1949, p. 12). [La primera impresión del libro de Miller sobre la industria editorial contenía la siguiente afirmación: «Lo que la editorial universitaria hizo estaba sugerido por la publicación y promoción por la University of Chicago Press hace unos años del libro de Friedrich A. von Hayek The Road to Serfdom, un libro sensacionalista previamente rechazado por al menos una importante editorial comercial que era perfectamente consciente de sus posibilidades de venta.» Lo que la editorial universitaria «hizo» fue intentar incrementar sus beneficios buscando un provechoso bestseller, al margen desu calidad.W.T. Couch, entonces director de la University of Chicago Press, envió a Miller una carta el 7 de octubre de 1949 diciéndole que estaba equivocado. Couch ofreció una prueba documental en el sentido de que la University of Chicago Press no esperaba que el libro tendría una gran difusión, y pedía a Miller que rectificara en la próxima edición de su libro. En su respuesta a Couch, Miller prometió eliminar las líneas ofensivas, pero también calificaba el libro de Hayek de «producto despreciable  », llegando a hacer la afirmación, reproducida en su artículo en The Freeman, a la que Hayek alude en su nota. —Ed.]


[120]

No poco de ese éxito debe atribuirse a la publicación de una versión reducida en Rider’s Digest, y debo expresar aquí públicamente mi reconocimiento a los editores de esta publicación por la excelente versión que se llevó a cabo sin mi asistencia. Es inevitable que la necesidad de condensar un tema tan complejo en una fracción de su extensión originaria produzca algunas simplificaciones excesivas, pero es un resultado notable haberlo hecho sin distorsiones y mejor de lo que lo habría hecho yo mismo. [Hayek expone este episodio más ampliamente en Hayek on Hayek, cit., 104-5 {p. 101 de la ed. española}; véase mi introducción, pp. 18-22. —Ed.]


[121]

Al lector que quisiera ver un ejemplo de insulto e invectiva, que tal vez sea único en la discusión académica contemporánea, recomiendo una lectura del profesor Herman Finer, Road to Reaction (Boston, 1945). [Hayek en un principio pensó presentar una demanda por difamación, pero finalmente le mandó una carta rompiendo sus relaciones con él. Para más información sobre el caso Finer, véase mi introducción en este volumen, p. 44. —Ed.]


[122]

[John Emerich Edward Dalberg-Acton, Primer Barón Acton, «The History of Freedom in Antiquity», en The History of Freedom and Other Essays (Londres: Macmillan, 1907; reimpreso Freeport, NY: Books for Libraries Press, 1967), p. 1 {trad. esp.: «La historia de la libertad en la Antigüedad», en Lord Acton, Ensayos sobre la libertad y el poder, Unión Editorial, 1999, p. 57}. Lord Acton (1834- 1902) fue un liberal Miembro del Parlamento desde 1859 a 1864, líder de los liberales católicos en Inglaterra, y fundador-editor de la Cambridge Modern History, a la cual contribuyó con los dos primeros volúmenes.Hayek pensaba llamar a la sociedad Mont Pèlering Sociedad Acton-Tocqueville, pero Frank Knight se opuso a denominar a un movimiento liberal con el nombre de dos católicos. El artículo citado fue originariamente un discurso pronunciado ante los miembros de la Bridgnorth Institution en el Agricultural Hall en Bridgnorth,Shropshire, el 26 defebrero de 1877. —Ed.]


[123]

[El Nacional Planning Board se creó dentro del Departamento del Interior para ayudar en la preparación de un plan global para obras públicas bajo la dirección de Frederick Delano, Charles Meriam, y Wesley Clair Mitchell. Su última agencia sucesora, la Nacional Resources Planning Board, fue abolida en 1943. —Ed.]


[124]

[El «eminente crítico» era el economista Alvin W. Hansen (1887-1975), un destacado expositor de la economía keynesiana, que como consejero político desempeñó un papel en el desarrollo del sistema de seguridad social y en la creación de la Ley sobre Pleno Empleo de 1946. El pasaje que cita Hayek está tomado de la recensión que Hansen hizo de Camino de servidumbre bajo el título «The New Crusade against Planning», op. cit., p. 12. —Ed.]


[125]

La más eficaz de éstas fue, indudablemente, 1984: A Novel, de George Orwell (Nueva York: American Library, 1949). El autor tuvo la amabilidad de publicar una recensión de The Road to Serfdon en The Observer el 9 de abril de 1944. [George Orwell, pseudónimo de Eric Arthur Blair (1903-1950) fue un novelista y ensayista inglés, autor de Animal Farm {La granja de los animales}. La breve nota de Orwell se publicó en el Observer del 9 de abril de 1944, junto a una recensión de un libro de Konni Zilliacus, The Miror of the Past, Lest It Reflect the Future (Londres:V. Gollancz, 1944. —Ed.]


[126]

[Sobre la distinción entre conservadurismo y liberalismo, véase F.A. Hayek, «Why I Am Not a Conservative», postscript a The Constitution of Liberty, cit., pp. 397-411 {en español: «¿Por qué no soy conservador?», Post-Scriptum a Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, 8.ª ed., 2008, pp. 506 ss.}. —Ed.]


[127]

F.A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948. [Entre los artículos incluidos en esta colección están «Individualism:True and False», «Economics and Knowledge», The Use of Knowledge in Society, «The Meaning of Competition» y tres ensayos sobre el cálculo socialista. —Ed.]


[128]

The Counter-Revolution of Science, Glencoe, III., 1952, cit. [Este volumen contiene tres ensayos: «Scientism and the Study of Society», «The Counter-Revolution of Science», y «Comte and Hegel». —Ed.] { [trad. esp. de Jesús Gómez Ruiz: La contrarrevolución de la ciencia, Unión Editorial, 2003}.


[129]

Un primer esbozo de la exposición del tema fue publicado por el Banco Nacional de Egipto, en la forma de cuatro conferencias tituladas The Political Ideal of Rule of Law (El Cairo, 1955). [La esencia de estas conferencias se incorporó a los capítulos 11 y 13-16 de The Constitution of Liberty, cit. [trad. esp.: Los fundamentos de la libertad. Unión Editorial, 8.ª ed., 2008].


[130]

[Economic Survey for 1947, Cmd. 7046 (Londres: HMSO, 1947), p. 5. —Ed.]


[131]

[Hayek se refiere a la Control of Engagement Order de 1947, dictada por el ministro de Trabajo y, como legislación delegada, no sujeta a enmienda por el Parlamento. Ivor Thomas, en The Socialist Tragedy (Londres: Latimer House Ltd., 1949), pp. 104-5, ofrece esta sucinta descripción: «En virtud de esta Orden, los hombres entre los 18 y los 50 años y las mujeres entre los 18 y los 40 no pueden ser contratados a no ser a través de un cambio de empleo del Ministerio de Trabajo, a parte de algunas ocupaciones exceptuadas. Los trabajadores de las minas de carbón y de la agricultura no pueden dejar su trabajo. Otras aplicaciones en el cambio de empleo ofrecen trabajos que en opinión del gobierno tienen una más alta prioridad. Si un aspirante se niega a aceptar un trabajo, puede ser dirigido en última instancia, y si esta dirección fracasa, puede ser castigado con una multa o con la cárcel.» —Ed.]


[132]

[Economic Survey for 1947, cit., p. 9. —Ed.]


[133]

L.J. Barnes, Youth Service in an English County: A Report Prepared for King George’s Jubilee Trust, (Londres, 1945), pp. 18-21. [El primer pasaje citado aparece en pp. 18-20; el segundo en la p. 20 y el último en la p. 21. —Ed.]


[134]

A. de Tocqueville, Democracy in America, Parte II, Libro IV, cap. VI. Debería leerse todo el capítulo para comprender la gran agudeza con que Tocqueville fue capaz de prever los efectos psicológicos del Estado asistencial moderno. Digamos, de pasada, que fue la frecuente referencia de Tocqueville a la «nueva servidumbre» la que me sugirió el título del presente libro. [En su aguda descripción de la democracia en América, el historiador francés Alexis de Tacqueville (1805-1859) observa que la búsqueda de la mayor igualdad se obtiene típicamente mediante una mayor centralización del gobierno y una correspondiente reducción de la libertad. El título del capítulo citado es, «¿Qué tipo de despotismo deben temer las naciones democráticas?» —Ed.]


[135]

[Hayek cita el capítulo 10 de Camino de servidumbre, p. 226. —Ed.]


[136]

Ivor Thomas, The Socialist Tragedy (Londres: Latimer House, Ltd.), 1949, pp. 241 y 242. [Escritor, periodista, miembro laborista del Parlamento, Ivor Thomas (1905-1993) escribió para The Times y The New Chronicle, y posteriormente fue editor del The Dailey Telegraph. Abandonó el Partido Laborista en 1948, pasando posteriormente al Partido Conservador. Thomas cambió su nombre por Bulner-Thomas. —Ed.]


[137]

En un artículo publicado en el número del 19 de junio de 1954, dedicado a discutir el Report on the Public Inquiry Ordered by the Minister of Agriculture into the Disposal of Land at Crichel Down (Cmd. 9176; Londres: H.M. Stationery Office, 1954), documento que merece un atento examen por parte de quienes están interesados por la psicología de una burocracia planificada. [El artículo del Economist a que se refiere Hayek es, «What is the Public Interest», vol. 171, 19 de junio de 1954, pp. 951-52. El artículo describe cómo, en 1937, el Ministerio del Aire compró con la oposición de sus propietarios una extensión de terreno para destinarlo a campo de bombardeo. El terreno, parte de tres granjas, estaba situado en Crichel Down, Dorset. Después de la guerra, el campo se transfirió a otros ministerios y finalmente, mejorado, se vendió a un nuevo comprador. Durante todo el periodo, los propietarios originarios intentaron sin éxito comprar o alquilar su terreno. El episodio lo tomaba The Economist como «prueba evidente que venía a confirmar la sospecha creciente entre la población de que la burocracia inglesa había crecido con arrogancia y sin preocuparse por los derechos de la población  » (p. 951). El presidente de la Corte Suprema al que se refiere Hayek en el texto era a la sazón Gordon Hewart, Primer barón de Bury (1870-1943), que ocupó el cargo desde 1922 a 1940. En su libro The New Despotism (Londres: Ernest Benn Ltd., 1929; reimpreso,Westport, CT: Greenwood Press, 1975), Hewart criticaba las leyes que otorgaban una amplia discrecionalidad a los ministerios y departamentos responsables de ponerlas en práctica, discrecionalidad que les permitía interpretar las leyes come consideraran conveniente, sin revisión o apelación significativa, o incluso cambiar las propias leyes. Hewart pensaba que esto «tenía el efecto de establecer un campo amplio y creciente de la autoridad ministerial más allá del ámbito de la ley ordinaria» (p. 11). —Ed.]


[138]

G.W. Keeton, The Passing of Parliament (Londres: Ernest Benn Ltd., 1952), p. 33.