Camino de servidumbre
- Prólogo a la presente edición española, por Carlos Rodríguez Braun
- Nota Editorial
- Introducción
- Camino de servidumbre
- Prefacio a las ediciones originales
- Prefacio a la edición de 1956
- Prefacio a la edición de 1976
- Introducción
- Capítulo I: El camino abandonado
- Capítulo II: La gran utopía
- Capítulo III: Individualismo y colectivismo
- Capítulo IV: La «inevitabilidad» de la planificación
- Capítulo V: Planificación y democracia
- Capítulo VI: La planificación y el estado de derecho
- Capítulo VII: Control económico y totalitarismo
- Capítulo VIII: ¿Quién, a quién?
- Capítulo IX: Seguridad y libertad
- Capítulo X: Por qué los peores se colocan a la cabeza
- Capítulo XI: El final de la verdad
- Capítulo XII: Las raíces socialistas del nazismo
- Capítulo XIII: Los totalitarios en nuestro seno
- Capítulo XIV: Condiciones materiales y fines ideales
- Capítulo XV: Las perspectivas de un orden internacional
- Conclusión
- Nota bibliográfica
- Apéndices
- Pies de página
Prólogo a la presente edición española
Por Carlos Rodríguez Braun
Catedrático de Historia del Pensamiento Económico Universidad Complutense de Madrid
Siempre aprendemos de los grandes pensadores, porque aprovechamos tanto sus aciertos como sus errores. Es el caso de F.A. Hayek y de este libro que le hizo famoso más allá de la estrecha fauna de los economistas profesionales.En su tesis central Camino de servidumbre acertó plenamente en 1944 y acierta ahora: la tradición liberal cede ante el empuje del socialismo, o el intervencionismo de todos los partidos, el verdadero pensamiento único de nuestro tiempo, que a izquierdas y derechas predica la conveniencia, necesidad o urgencia de subordinar la libertad individual, la propiedad privada y los contratos voluntarios a consideraciones plausibles de carácter colectivo.También acertó Hayek en su defensa del capitalismo, que ya entonces padecía la crítica universal que le atribuye todos los males, políticos y económicos. Esa crítica anticapitalista no sólo eludía la ponderación objetiva de las alternativas socialistas, sino que, cuando las ponderaba, a menudo las elogiaba. La falta de libertad y las crisis económicas, por ejemplo, eran atribuidas, como lo son hoy, a la opresión y la viciosa y codiciosa ineficacia del capitalismo, sin que se prestara atención ni a la sanguinaria brutalidad del comunismo ni al papel que el profundo intervencionismo público en el dinero, las finanzas y los mercados cumplía en un amplio abanico de perturbaciones económicas.Tenía Hayek, pues, razón al refutar la tesis de que el nazismo era una consecuencia del capitalismo o una reacción del capitalismo frente a las fuerzas progresistas (cap. XII). Y también la tenía al insistir en que las causas de la crisis, el paro, la inflación y la depresión debían ser rastreadas en los sistemas públicos intervencionistas y no en el mercado libre.Sin embargo, y aunque su predicción del venturoso futuro del socialismo fue correcta, se equivocó al cabo en la forma del mismo, porque el socialismo que finalmente se impuso en el mundo no fue el planificador comunista/ fascista que retrata en este libro sino una variante democrática, diferente de la descaradamente totalitaria que bosqueja en las páginas que siguen. Es irónico asimismo que dicha variante incorpore un intervencionismo redistribuidor que el propio Hayek admite (caps. III y IX), aunque después lo haya matizado, como puede observarse en ediciones ulteriores y también en su crítica al espejismo de la justicia social en la segunda parte de Derecho, Legislación y Libertad.Esta equivocación es, de todas maneras, matizable por dos consideraciones. En primer lugar, el comunismo dictatorial efectivamente se impuso sobre un porcentaje apreciable de la población mundial, su crisis fue sólo evidente a partir de 1989, y gozó del respaldo de políticos, intelectuales y artistas mucho tiempo después de que su carácter genocida resultara innegable. Era sumamente popular en los años treinta y cuarenta, cuando escasas voces, como la de Hayek, tuvieron el valor de hacerle frente. También era popular, por increíble que parezca, el fascismo, y Hayek recuerda que las recetas económicas de Hitler habían sido ampliamente aconsejadas en Gran Bretaña y los Estados Unidos (cap. XIII). En nuestros días puede parecer ridículo demostrar la imposibilidad teórica y práctica del buen funcionamiento de la planificación socialista, tarea en la que se empeñaron laboriosamente Hayek y Mises, pero entonces no sólo no parecía ridículo sino que economistas muy destacados plantearon la tesis contraria. Franklin Roosevelt es visto hoy como un paladín de la moderación, la libertad y el sentido común, pero en la etapa del New Deal los liberales lo tenían como lo que en realidad fue: un enemigo del capitalismo y de la economía de mercado. El antiliberalismo campeaba, pues, en todo el mundo, y el temor a que se tradujera en incursiones crecientes contra las libertades ciudadanas no era un pánico irracional e injustificado.Tampoco era ni es injustificada la batalla que libró Hayek en defensa de argumentos cruciales para la libertad. Pensemos por ejemplo en su crítica tocquevilliana a la restrictiva igualdad socialista y a la arriesgada ficción de concebir la libertad como enfrentada a la necesidad y no a la coerción (cap. II), o su rechazo a la extendida teoría autofágica según la cual el mercado siempre deviene monopólico (cap. IV), o a la supuesta abnegación de un Estado que impone sus criterios y fines a la gente (cap. VI); o su defensa de la propiedad privada y del mercado —que es ciego, como la justicia— en tanto que protector de los débiles (caps. VII y VIII), o de un orden internacional decimonónico, liberal y pacífico (cap. XV). También son destacables sus advertencias sobre la tensión entre seguridad y libertad (cap. IX) y sobre la degradación moral del intervencionismo (caps. X, XI, XIII y XIV).Probablemente lo más insatisfactorio de este libro desde la perspectiva liberal sea su debilidad a la hora de analizar la democracia intervenida, aunque sea una realidad mucho más patente y generalizada en nuestro tiempo que en 1944. Una objeción ya planteada entonces fue que Hayek identificaba intervención y planificación con totalitarismo. Contra esto se alzaron los partidarios de la combinación de socialismo y capitalismo, es decir, de la ideología que iba a resultar predominante con el paso del tiempo. Recordemos que en esos años ya se hablaba de la middle way, que fue el título de un libro que el futuro primer ministro Macmillan publicó en 1938. Otra vez, conviene situarse en contexto. Hoy los socialistas e incluso los comunistas apuestan en masa por el capitalismo intervenido y redistribuidor, y no por el socialismo totalmente expropiador; quieren empresas privadas y economías de mercado, reguladas pero competitivas. Esto no era en absoluto así cuando Hayek publicó Camino de servidumbre, cuyos lectores de izquierdas probablemente habrían sido partidarios de una economía socialista de estilo soviético en un abultado porcentaje. En ese marco, proponer una Seguridad Social que no atente contra la competencia y el mercado, o que busque una red mínima de protección, que es lo que hace Hayek, no es lo mismo que proponerlo en la actualidad.Ahora bien, incluso con este matiz, lo cierto es que Hayek se equivocó al proponer esta vía intermedia, igual que se equivocó al creer que la democracia podría frenar la expansión estatal. Esa democracia ha llevado el gasto público al entorno del 50% de la renta nacional, algo que para el economista austriaco era incompatible con la libertad, pero también con la democracia, porque equivalía al dominio de todo el sistema a cargo del Estado (cap. V).Lo que Hayek no supo prever fue la enorme capacidad de la democracia para legitimar el poder de un Estado intervencionista y redistribuidor, un Estado que no seguiría los esquemas de Marx sino los de Mill o Keynes. Y fue Keynes, por cierto, el primero en darse cuenta de esta debilidad crucial de Hayek. Aunque los keynesianos fueron en general sumamente críticos con este libro, el propio Keynes escribió al autor en junio de 1944 y le dijo que era «un gran libro».La explicación de esta paradoja estriba en que el inglés detectó las concesiones del austriaco al intervencionismo. Bruce Caldwell nos dice en la Introducción que Hayek se tomó en serio este asunto, y en verdad cabe concebir su importante obra posterior de defensa del liberalismo y crítica del socialismo, desde Los fundamentos de la libertad hasta La fatal arrogancia, como una serie de intentos de superar sus contradicciones y delimitar esas concesiones. Por pequeñas y matizadas que fueran en Camino de servidumbre, ahí estaban. Y esto le permitió a Keynes hacerse fuerte en la posición ideológica prevaleciente del último siglo, la centrista, que imagina que el socialismo pleno es tan malo como el liberalismo extremo. La virtud, por tanto, está en algún lugar intermedio. En el momento en que se acepta este argumento atractivo y falaz, ya no se puede defender la libertad y sus instituciones, como la propiedad privada, en tanto que principios irrenunciables: al contrario, se transforman en valores que han de ser compatibilizados con otros de carácter social encarnados por el Estado. En otras palabras, recomendar, como hace Hayek, que el Estado redistribuya, pero poco, equivale a permitir que salga el genio intervencionista de la lámpara, y ya no habrá forma de volverlo a meter. Si encima es un genio intervencionista democrático, entonces encerrarlo de nuevo será negar la voz del pueblo, que en democracia está genuinamente representado por el poder político, ante cuya expansión no podrá plantearse argumento sólido alguno. El pueblo, como decía Bentham, no puede actuar contra sí mismo, y en democracia el pueblo expresa sus preferencias votando, y ya después los gobernantes gobiernan en pleno estado de abnegación, de consensos y de generosa extensión de los «derechos» y las «conquistas» sociales. La noción fundamental de la libertad, que es la limitación del poder, ha desaparecido.Más aún, el hecho mismo de plantearla nos convierte en sospechosos extremistas.La inteligencia de Keynes le permitió entrever este proceso, y por eso le anuncia a Hayek el triste destino centrista del liberalismo: si cede en sus principios, no los podrá recuperar, porque nadie escuchará sus advertencias sobre unos riesgos futuros que parecerán absurdos en una sociedad democrática que por definición no puede menoscabar injustificadamente la libertad. Y se lo dice: «En el momento en que usted admite que el extremo no es posible... está perdido según su propio argumento, porque intenta persuadirnos de que tan pronto como nos desplacemos una pulgada en la dirección de la planificación ya estamos en la senda resbaladiza que llevará finalmente al precipicio.» Keynes concluye que la lógica del propio Hayek no fuerza a la conclusión de que no hay que planificar ¡ni siquiera planificar menos! De lo que se trata es de conseguir que la comunidad comparta la excelente posición moral del austriaco, que se sitúe fuera de los «extremos» y ya veremos a dónde conduce este ideal socialdemocrático.Más de sesenta años más tarde, ya lo hemos visto: ha ido cayendo el totalitarismo socialista, y no se han impuesto los campos de concentración comunistas o fascistas, sino una democracia intervenida y onerosa hasta unos niveles que probablemente dejarían boquiabiertos tanto a Hayek como al mismo Keynes. Sin que haya habido protestas destacables, la coacción política y legislativa ha adquirido un peso en la sociedad del tenor de aquel que según los clásicos explicaría y también justificaría la revuelta popular.¿Qué hacer, pues, con Camino de servidumbre? Aprender, como dijimos al principio, de sus fortalezas y sus debilidades. Quizá quepa concluir que uno de sus mayores aciertos fue advertirnos contra la tentación de buscar fundamentalmente el atajo político en la lucha por la libertad. Es un atajo estéril y peligroso porque, como bien escribió Hayek en su célebre dedicatoria, ese es el mundo de los socialistas de todos los partidos.Nota Editorial
Bruce Caldwell
Greensboro, NC
El primer volumen de The Collected Works of F.A. Hayek [Obras completas de F.A. Hayek] fue el último libro que escribió Hayek, La fatal arrogancia. Fue el primer volumen en dos sentidos: fue el volumen 1 de la serie, y fue el primero publicado, en 1988. El primer coordinador general fue el filósofo W.W. Bartley III, e, inicialmente, pensó que la serie podría comprender veintidós volúmenes —al menos esto es lo que se apuntó en el material que describía la serie programada en La fatal arrogancia. Sensatamente, Bartley añadió la advertencia de que «el plan es provisional». Se ha previsto ahora que habrá diez y nueve volúmenes en total, pero la advertencia inicial sigue en vigor.Han ocurrido muchas cosas desde 1988. En 1991 se publicó un segundo volumen bajo la dirección de Bartley, pero fue una contribución póstuma, pues Bartley sucumbió a un cáncer en febrero de 1990. Inmediatamente después, Stephen Kresge asumió la tarea de coordinador general, elaborándose otros cinco volúmenes. En la serie los volúmenes no aparecían en orden numérico: hasta hoy, se han publicado los volúmenes 1, 3, 4, 5, 6, 9 y 10.En la primavera de 2002 Stephen Kresge me preguntó si yo podría estar interesado en convertirme en el siguiente coordinador general. Así fue, y una vez que la familia Hayek y los representantes de la Editorial de la Universidad de Chicago (University of Chicago Press) y la editorial Routledge hubieron firmado todos ellos, empecé mi trabajo. El primer año, más o menos, se empleó en reunir el material editorial disperso entre California y Carolina del Norte, dándole vueltas al orden de los volúmenes, relacionándome con coordinadores de volúmenes reales o potenciales,y buscando fondos para financiar el proyecto.Camino de la servidumbre: Texto y documentos – Edición definitiva es el primer volumen que aparece bajo el nuevo coordinador general. Otros están en camino. Y espero ir progresando adecuadamente en los próximos años a medida que el proyecto vaya completándose.En el primer volumen Bill Bartley expone brevemente en los siguientes términos la política editorial respecto a la serie: «Los textos de los volúmenes siguientes se publicarán corregidos, revisados y anotados» y «los ensayos que ya existen en formas ligeramente diversas, o en varias lenguas diferentes, se publicarán siempre en inglés o en traducción inglesa, y sólo en su forma más completa y acabada, a menos que ciertas variaciones, o, debido a esto, la coordinación, sea de importancia teórica o histórica». En el presente volumen y en los que vengan después seguiremos esta política.En cuanto a Camino de servidumbre se han tomado las siguientes decisiones editoriales. La edición británica salió en marzo de 1944, y la estadounidense en septiembre del mismo año. El texto de la edición estadounidense ha sido revisado, principalmente para sustituir frases como «este país» por «Inglaterra». Debido a que la edición estadounidense resulta así más clara (es decir, no presume que el lector conozca que «este país» se refiera a Inglaterra), se la ha elegido para el texto. Así, pues, el «inglés americano» se utiliza en general —en este sentido este volumen difiere de otros de la serie en los que se ha empleado principalmente el «inglés británico». Hemos corregido los errores tipográficos, excepto en los casos en los que Hayek incluía una cita incorrecta. En tales casos se corrige y se indica la corrección. En muchos lugares del libro Hayek cita a otros autores, y tales citas no siempre se corresponden exactamente con el original. De todos modos, sólo advertiremos al lector cuando las citas erróneas puedan afectar al significado del pasaje; en todos los demás casos, lo que Hayek escribió en origen subsiste.Cada volumen de las Obras Completas se entiende que es una presentación definitiva de la obra de Hayek. Por ello, cuando la editorial de la Universidad de Chicago propuso que añadiéramos el subtítulo «Edición definitiva », yo, en un primer momento, me opuse, al considerar poco apropiado singularizar este volumen y separarlo del resto. De todos modos, Camino de servidumbre es singular debido a que es la única obra de Hayek que ha conocido numerosas ediciones: la original de 1944, otra en 1956, a la que Hayek añadió un prólogo, la edición de 1976, a la que añadió un nuevo prefacio, y la de 1994, la edición del 50 aniversario, con una introducción de Milton Friedman. Por fin se añadió el subtítulo, y yo espero que ésta sea considerada siempre la edición definitiva. De todos modos, la historia sugiere que puede no ser la última.Muchas personas me han ayudado a iniciar mi camino como coordinador general. Tengo una deuda especial lf02con la señora Dorothy Morris, de la Fundación Morris, de Little Rock, que me proporcionó el «dinero germinal» que se necesitaba para comenzar la búsqueda de dinero adicional para el proyecto. Como ya ha sido documentado en prólogos a volúmenes anteriores de la serie, Walter Morris, el marido de Dorothy, fue fundamental para el proyecto de las Obras completas, y la Fundación Morris ha dado un apoyo constante a lo largo de los años. En un primer momento busqué ayuda financiera para el proyecto en las reuniones de Mont Pélerin en Londres, en octubre de 2002, y John Blundell, del Institute of Economic Affairs, me proporcionó consejos sobre cómo proceder y ayuda en obtener una beca para hacer frente a los costes de servicio. La reunión me condujo, finalmente, hasta David Kennedy e Ingrid Gregg, de la Fundación Earhart, y a Emilio Pacheco del Liberty Fund y a la Pierre F. and Enid Goodrich Foundation. Estas organizaciones han proporcionado la mayor parte de la ayuda al proyecto. Finalmente, Stephen Kresge ha sido consejero, mentor, portavoz, y amigo durante la larga transición del segundo al tercer coordinador general, y más allá. Para todos ellos, mi más sincero agradecimiento.Querría dar las gracias también a las siguientes personas y organizaciones por otorgarme su permiso para reproducir materiales y citas de cartas: el señor Frank B. Knight, por permitirme reproducir el informe de lectura de Frank Knight de Camino de servidumbre; el doctor Thomas Marschak por permitirme reproducir el informe de lectura de Jacob Marschak de Camino de servidumbre; el señor David Michaelis por permitir la cita de la carta de Ordway Tead del 25 de septiembre de 1943, a Fritz Machlup; y a la Hoover Institution of War, Revolution, and Peace por permitirme citas de los materiales contenidos en los Hoover Institution Archives.Y last but non least, reconozco la ayuda de Emily Wilcox y Jason Schenker en la preparación del manuscrito.Camino de servidumbre
Es raro que una libertad, cualquiera que sea, se pierda de una vez.DAVID HUMEHabría amado la libertad, creo yo, en cualquier época, pero en los tiempos en que vivimos me siento inclinado a adorarla.A. DE TOCQUEVILLE
FRIEDRICH A. HAYEK
Prefacio a las ediciones originales[111]
F.A. Hayek
Cuando un hombre dedicado por profesión al estudio de los problemas sociales escribe un libro político, su primer deber es decirlo abiertamente. Este es un libro político. No quiero, aunque quizá habría sido posible, velarlo presentándole, con denominación más elegante y ambiciosa, como un ensayo de filosofía social. Pero, bajo cualquier nombre, lo esencial es que todo lo que he de decir se deriva de ciertos valores últimos. Confío en haber logrado descargarme también en este libro de un segundo y no menos importante deber: el de dejar bien en claro cuáles son estos valores últimos sobre los que descansa por entero la argumentación.Quiero, sin embargo, añadir aquí una cosa. Aunque éste es un libro político, estoy seguro, como el que más pueda estarlo, que no ha sido mi interés personal lo que determinó las creencias expuestas. No veo motivo alguno para que la clase de sociedad que tengo por deseable me ofreciese mayores ventajas a mí que a la mayoría del pueblo británico. Por el contrario, mis colegas socialistas siempre me han afirmado que, como economista, alcanzaría una posición mucho más importante en una sociedad del tipo que rechazo; siempre, por supuesto, que llegase yo a aceptar sus ideas. No es menos cierto que mi oposición a las mismas no se debe a que difieran de las ideas en que me formé, pues en mi juventud compartí aquéllas precisamente,y ellas me llevaron a hacer del estudio de la economía mi profesión. Para los que, a la moda de hoy día, buscan un motivo interesado en toda declaración de opiniones políticas, permítaseme agregar que tenía sobrados motivos para no escribir o publicar este libro. Con toda seguridad, ha de molestar a muchas personas con las que deseo vivir en amistosas relaciones; me ha obligado a interrumpir trabajos para los que me creo mejor calificado y a los que concedo mayor importancia a la larga,y, sobre todo, es indudable que dañará la futura acogida de los resultados de otros trabajos más estrictamente académicos, hacia los que me llevan mis inclinaciones.Si, a pesar de todo, he llegado a considerar la redacción de este libro como un deber ineludible, ha sido, más que nada, por causa de un rasgo peculiar y grave de las actuales discusiones sobre los problemas de la política económica futura, que el público no conoce lo bastante. Es el hecho que la mayoría de los economistas llevan varios años absorbidos por la máquina bélica y reducidos al silencio por sus puestos oficiales, por lo cual la opinión pública está siendo dirigida en estos problemas, en un grado alarmante, por los aficionados y los arbitristas, los que se mueven por un fin interesado y los que pretenden colocar su panacea favorita. En estas circunstancias, quien todavía dispone de tiempo para la tarea de escribir, apenas puede tener derecho a reservar para sí los temores que las tendencias actuales tienen que despertar en el pensamiento de muchos que no pueden expresarse públicamente. En diferente situación, empero, hubiera yo dejado con gusto la discusión de las cuestiones de política general a quienes están, a la vez, mejor calificados y más autorizados para la tarea.La argumentación central de este libro se bosquejó primero en un artículo titulado «Freedom and the Economic System», que apareció en el número de abril de 1938 de la Contemporary Review y se reimprimió, en forma ampliada, como uno de los Public Policy Pamphlets (University of Chicago Press, 1939) dirigidos por el profesor H.D. Gideonse.[112] He de agradecer a los directores y editores de ambas publicaciones la autorización para reproducir ciertos pasajes de aquéllos.Prefacio a la edición de 1956
F.A. Hayek
Si este ensayo lo hubiera escrito teniendo presentes en primer lugar a los lectores americanos, habría podido ser en cierto modo distinto; pero ha adquirido ya una identidad demasiado definida, aunque inesperada, para que sea conveniente reescribirlo. Su publicación en una nueva forma, más de diez años después de su primera edición, ofrece en todo caso una excelente ocasión para explicar su objetivo originario y para hacer algunas consideraciones sobre el éxito imprevisto, y en muchos aspectos extraño, que ha obtenido en este país.El libro se escribió en Inglaterra durante los años de la guerra, teniendo como destinatarios casi exclusivamente a los lectores ingleses. Se dirigía en realidad sobre todo a una categoría muy especial de lectores ingleses. Sin ironía alguna, lo dediqué «A los socialistas de todos los partidos». Esta dedicatoria tenía su origen en las muchas discusiones que, durante los diez años precedentes, había tenido con amigos y colegas inclinados a simpatizar con la izquierda, y como continuación de tales discusiones escribí Camino de servidumbre.Cuando Hitler subió al poder en Alemania, ya enseñaba yo en la Universidad de Londres desde hacía algunos años, pero me mantenía en estrecho contacto con cuanto sucedía en el Continente y pude seguir haciéndolo hasta el final de la guerra.[113] Lo que entonces vi del origen y la evolución de los distintos movimientos totalitarios me hizo comprender que la opinión pública inglesa, en particular la de mis amigos que tenían ideas «avanzadas » en el plano social, se apoyaba en una interpretación completamente engañosa de la naturaleza de estos movimientos.Ya antes de la guerra, esto me impulsó a exponer en un breve ensayo lo que sería el tema central del libro.[114] Pero tras el estallido de la guerra, me di cuenta de que esta difusa incomprensión de los sistemas políticos de nuestros enemigos, y muy pronto también de nuestro nuevo aliado, Rusia, constituía un serio peligro al que había que hacer frente con un trabajo más sistemático. Además, era ya bastante evidente que la propia Inglaterra probablemente experimentaría después de la guerra el mismo tipo de políticas que —estaba convencido— habían contribuido en no menor medida a destruir la libertad por doquier.Por lo tanto, este libro fue tomando gradualmente la forma de una advertencia dirigida a los intelectuales socialistas ingleses; con el inevitable retraso de la producción en tiempo de guerra, finalmente se publicó en la primera parte de la primavera de 1944. Esta fecha explicará, de paso, también por qué comprendí que, para hacerme oír, tuviera que frenar mis críticas al régimen de nuestro aliado[115] durante la guerra y elegir mis ejemplos principalmente de los sucesos que se habían producido en Alemania.Parece que este libro se publicó en un momento propicio y sólo puedo experimentar satisfacción por el éxito que tuvo en Inglaterra, éxito que, si bien de tipo muy distinto, no fue cuantitativamente inferior al que luego tendría en Estados Unidos. En conjunto, el ensayo fue acogido con el espíritu en que fue escrito y sus argumentaciones fueron seriamente examinadas por aquellos a los que principalmente había sido dirigido. A excepción solamente de ciertos líderes políticos del partido laborista —que, como ofreciendo una ejemplificación de mis observaciones sobre las tendencias nacionalistas del socialismo, atacaron el libro por el hecho de haber sido escrito por un extranjero[116] —,fue realmente impresionante el modo reflexivo y receptivo en que fue generalmente examinado por personas que consideraban susconclusiones contrarias a sus más fuertes convicciones.[117] Lo mismo puede decirse también respecto a los demás países en que el libro se publicó; su acogida especialmente cordial por parte de la generación alemana post-nazi, cuando finalmente algunos ejemplares de una traducción publicada en Suiza se difundieron en Alemania, fue una de las más inesperadas gratificaciones que obtuve de su publicación.Bastante diferente fue la acogida que el libro tuvo en Estados Unidos, cuando se publicó algunos meses después de su publicación en Inglaterra. Al escribirlo, había prestado escasa atención al posible interés que habría podido despertar en los lectores americanos. Habían pasado veinte años desde la última vez que, siendo estudiante investigador, había estado en América, y durante aquel periodo había perdido un poco el contacto con el desarrollo de las ideas en América.[118] No podía estar seguro de la relevancia directa que mis argumentaciones habrían podido tener para el ambiente americano, y no me sorprendí en absoluto cuando el libro fue, en efecto, rechazado por las tres primeras editoriales contactadas.[119] Desde luego, más inesperado fue el hecho de que, una vez publicado el libro por el actual editor, se empezara a vender a un ritmo casi sin precedentes para una obra de este tipo, no destinada al gran público.[120] Y también me sorprendió la violenta reacción por parte de ambas alas políticas, así como el generoso elogio que recibió el libro en algunos ambientes y el intenso odio que suscitó en otros.Al contrario de lo que sucedió en Inglaterra, parece que en América el tipo de personas a las que este libro se dirigió principalmente lo rechazó por considerarlo un ataque malicioso y fraudulento a sus ideales más nobles; parece que no se pararon a examinar sus argumentos. El lenguaje empleado y la emoción que manifestaron algunas de las críticas más desfavorables fueron en realidad bastante extraordinarios.[121] Pero apenas menos sorprendente fue para mí la entusiasta acogida que prestaron al libro muchas personas que jamás habría pensado que leerían un ensayo de este género —y de muchos más de los que sigo dudando que lo leyeran efectivamente—. Debo añadir además que la forma en que a veces se utilizó hizo que comprendiera la verdad de la observación de Lord Acton, según la cual «en todos los tiempos los amigos sinceros de la libertad fueron raros, y sus triunfos se debieron a minorías que se impusieron gracias a su asociación con auxiliares cuyos objetivos con frecuencia diferían de los objetivos de aquéllos; y esta asociación, que siempre es peligrosa, resultó a veces desastrosa».[122] Parece poco probable que esta extraordinaria diferencia en la acogida del libro a ambos lados del Atlántico se debiera enteramente a una diferencia del carácter nacional. Me he convencido cada vez más de que la explicación debe buscarse en la diferente situación intelectual existente en el periodo en que se publicó el libro. En Inglaterra, y en general en Europa, los problemas que yo afrontaba hacía tiempo que habían dejado de ser cuestiones abstractas. Los ideales que en el libro se examinaban hacía mucho tiempo que se habían afirmado, e incluso sus más entusiastas defensores habían experimentado ya concretamente algunas de las dificultades y de los resultados imprevistos generados por su aplicación. Escribía, pues, sobre fenómenos de los que casi todos mis lectores europeos tenían más o menos una experiencia directa y me limitaba a argumentar de manera sistemática y coherente sobre lo que muchos habían ya percibido intuitivamente. Con respecto a estos ideales existía ya cierta decepción, que su examen crítico hacía simplemente más ruidosa o explícita.En Estados Unidos, en cambio, estos ideales estaban aún frescos y eran más violentos. Sólo diez o quince años antes —no cuarenta o cincuenta, como en Inglaterra—, una gran parte de los intelectuales estaba contagiada por ellos. Y, a pesar de la experiencia del New Deal, su entusiasmo por el nuevo tipo de sociedad construida racionalmente no estaba demasiado contaminado por la experiencia práctica. Lo que para la mayor parte de los europeos se había convertido en cierta medida en un vieux jeu, para los radicales americanos era aún una luminosa esperanza en un mundo mejor, esperanza que ellos habían aceptado y alimentado durante los años recientes de la Gran Depresión.La opinión cambia rápidamente en Estados Unidos, e incluso ahora resulta difícil recordar que en un periodo anterior aunque relativamente cercano a la publicación de Camino de servidumbre, el tipo más extremo de planificación económica se invocaba seriamente, y se proponía el modelo ruso para ser imitado por hombres que muy pronto habían de desempeñar un papel importante en los asuntos públicos. Sería bastante fácil ilustrar abundantemente todo esto, pero sería injusto señalar aquí a personas en particular. Baste mencionar que en 1934 el National Planning Board,[123] constituido hacía poco, dedicó gran atención al ejemplo de planificación que ofrecían estos cuatro países: Alemania, Italia, Rusia y Japón. Diez años después habíamos aprendido desde luego a referirnos a estos países como países «totalitarios», habíamos combatido una larga guerra con tres de ellos y estábamos a punto de comenzar una «guerra fría» con el cuarto. Pero la tesis de este libro, según la cual los desarrollos políticos que habían tenido lugar en estos países tenían que ver con su política económica, se rechazó entonces con desdén por parte de los defensores americanos de la planificación. Se afirmó de pronto la moda de negar que la idea de la planificación procediera de Rusia y de sostener, como ha subrayado un eminente crítico mío, que es «un hecho evidente que Italia, Rusia, Japón y Alemania llegaron al totalitarismo por caminos muy diferentes».[124] Todo el clima intelectual de Estados Unidos cuando se publicó Camino de servidumbre era, pues, un clima en el que el libro debía necesariamente escandalizar o complacer fuertemente a los miembros de grupos netamente divididos entre ellos. Por consiguiente, a pesar de su aparente éxito, el libro no tuvo aquí el tipo de consecuencias que yo habría deseado o que tuvo en otras partes. Es cierto que sus conclusiones principales se aceptan hoy ampliamente. Si hace doce años a muchos les parecía casi un sacrilegio sugerir que el fascismo y el comunismo no son sino variantes del mismo totalitarismo y que el control central de todas las actividades económicas tiende a producir el totalitarismo, esto se ha convertido ahora casi en un lugar común. Ahora se reconoce ampliamente incluso que el socialismo democrático es una condición muy precaria e inestable, dominada por contradicciones internas y que produce por doquier resultados desagradables para muchos de sus defensores.Este cambio de estado de ánimo se debió ciertamente más a la lección de los hechos y a las discusiones más populares del problema que a mi libro.[125] Tampoco mi tesis general en cuanto tal era original cuando se publicó el libro. Aunque admoniciones parecidas pero anteriores pueden haberse olvidado en gran medida, los peligros inherentes a la práctica que yo criticaba se habían subrayado una y otra vez. Sean cuales fueren los méritos del libro, no consisten en la reiteración de esta tesis, sino en el paciente y detallado examen de las razones por las que la planificación económica produce tales resultados imprevistos y del proceso a través del cual esos resultados se generan.Por esta razón, espero que en América las circunstancias para una seria consideración de su verdadero contenido puedan ser ahora más favorables de lo que fueron cuando el libro se publicó por primera vez. Creo que lo que en él es importante puede aún ser útil, por más que reconozca que el socialismo caliente contra el que se dirigió principalmente —aquel movimiento organizado que tenía como objetivo la organización deliberada de la vida económica por parte del Estado, entendido como el principal propietario de los medios de producción— se halla en el mundo occidental prácticamente muerto. El siglo del socialismo así concebido finalizó probablemente en torno a 1948. Muchas de sus ilusiones han sido abandonadas también por sus líderes y, en todas partes, como también en los Estados Unidos, su nombre ha perdido gran parte de su atractivo. Sin duda habrá movimientos menos dogmáticos, menos doctrinarios y menos sistemáticos que intentarán recuperar el nombre. Pero una discusión centrada únicamente en aquellas concepciones esquemáticas de reforma social, que caracterizan al movimiento socialista del pasado, podría parecer hoy una lucha contra los molinos de viento.Sin embargo, aunque el socialismo radical es probablemente cosa del pasado, algunas de sus concepciones han penetrado tan profundamente en toda la estructura del pensamiento corriente que justifican la complacencia de los socialistas. Si son pocos en el mundo occidental los que ahora quieren rehacer la sociedad desde sus fundamentos según ciertos proyectos ideales, son muchos en cambio los que siguen creyendo en medidas que, aunque no estén destinadas a remodelar completamente la economía, en su efecto agregado pueden sin duda producir sin querer ese resultado. Más aún que en el momento en que escribí este libro, la defensa de unas medidas políticas que, a largo plazo, no pueden conciliarse con la preservación de una sociedad libre no es ya cuestión de un solo partido. El revoltijo de ideales mal reunidos y a menudo incoherentes, que bajo el nombre de Welfare State ha reemplazado en gran parte al socialismo como objetivo de los reformadores, requiere una gran atención para ver si sus resultados no son muy semejantes a los generados por el socialismo propiamente dicho. Esto no quiere decir que algunos de sus objetivos no sean también viables y encomiables. Pero hay muchas maneras en las que podemos trabajar a favor del mismo objetivo y, en la situación actual, existe el peligro de que la impaciencia con que consideramos los resultados inmediatos puede llevarnos a elegir instrumentos que, aunque acaso más eficientes para alcanzar fines particulares, no son compatibles con la preservación de una sociedad libre. La creciente tendencia a confiar en la coacción administrativa y en la discriminación cuando una modificación de las normas jurídicas generales podría, acaso más lentamente, alcanzar el mismo objetivo, y el recurso al control directo del Estado o a la creación de instituciones monopolísticas donde en cambio el empleo juicioso de motivaciones financieras podría suscitar esfuerzos espontáneos, sigue siendo una poderosa herencia del periodo socialista, que probablemente influirá sobre la política durante mucho tiempo.Precisamente porque no parece que la ideología política se proponga en los próximos años alcanzar un objetivo claramente definido, sino cambios parciales, es de la mayor importancia una comprensión plena del proceso por el que ciertos tipos de medidas pueden destruir las bases de una economía basada en el mercado y ahogar gradualmente las potencialidades efectivas de una civilización libre. Sólo si comprendemos por qué y cómo ciertos tipos de controles económicos tienden a paralizar las fuerzas impulsoras de una sociedad libre, y sólo si comprendemos qué tipos de medidas son particularmente peligrosas desde este punto de vista, podemos esperar que el proceso social no nos lleve a situaciones que ninguno de nosotros desea.Este libro se pensó como una contribución a esta tarea. Espero que, al menos en la atmósfera más serena de hoy, sea acogido como lo concebí y no como una exhortación a resistir contra toda mejora o experimentación, sino como una advertencia a no olvidar que cualquier modificación de nuestras instituciones debe superar ciertos controles (que se describen en el capítulo central sobre la Rule of Law o «gobierno de la ley»), en orden a evitar ciertos derroteros de los que puede ser difícil volver atrás.El hecho de que este libro se escribiera originariamente pensando sólo en el público inglés no parece que haya afectado seriamente a su inteligibilidad para el lector americano. Pero hay un punto, relativo a la fraseología, que debo explicar aquí para evitar cualquier equívoco. Desde el principio, empleo del término «liberal» en su significado originario del siglo XIX, significado que aún suele tener en Inglaterra. Pero, en el uso corriente americano, a menudo significa casi lo contrario. Forma parte del camuflaje de los movimientos de izquierda en este país, ayudados por la confusión de muchas personas que creen realmente en la libertad, el hecho de que el término «liberal » haya llegado a significar la defensa de casi cualquier tipo de control gubernamental. Sigo sin comprender por qué quienes en Estados Unidos creen sinceramente en la libertad hayan no sólo permitido a la izquierda apropiarse de este casi indispensable término, sino que ellos mismos lo hayan utilizado, casi desde el principio, para indicar un término oprobioso. Esto me parece que es particularmente lamentable, debido a la consiguiente tendencia de muchos verdaderos liberales a calificarse de conservadores.Es cierto, desde luego, que en la lucha contra quienes creen en un Estado omnipotente, el verdadero liberal debe a veces hacer causa común con el conservador, y en algunas circunstancias, como en la Inglaterra contemporánea, difícilmente el verdadero liberal tiene otra forma de trabajar activamente por sus ideales. Pero el verdadero liberalismo sigue siendo distinto del conservadurismo, y es peligroso confundirlos.[126] El conservadurismo, por más que sea un elemento necesario en cualquier sociedad estable, no es un programa social; en sus tendencias paternalistas, nacionalistas y adoradoras del poder, a menudo se asemeja más al socialismo que al verdadero liberalismo; y, con sus propensiones tradicionalistas, anti-intelectualistas y con frecuencia místicas, jamás puede conseguir —si se exceptúan breves periodos de decepción— despertar el interés de los jóvenes y de todos cuantos piensan que, para que este mundo se convierta en un lugar mejor, son deseables algunos cambios. Un movimiento conservador se ve obligado, por su propia naturaleza, a defender los privilegios constituidos y a presionar sobre el poder del gobierno para la protección de tales privilegios. La esencia de la postura liberal, en cambio, consiste en el rechazo de todo privilegio, si el privilegio se entiende en su propio y original significado, es decir, como concesión y protección por parte del Estado de derechos no accesibles a todos en los mismos términos.Acaso se requiera alguna palabra más para defender mi decisión de permitir que esta obra se haya vuelto a publicar totalmente idéntica tras un intervalo de doce años. Muchas veces he intentado revisarla y hay muchos puntos que me habría gustado explicar más a fondo, o especificar con mayor cautela, o, también, reforzar con más ilustraciones y pruebas. Pero todos los intentos de revisión han demostrado solamente que no podría jamás realizar de nuevo un trabajo tan breve con que cubrir los mismos temas; y creo que, aunque este libro pueda tener otros méritos, el mayor de todos es su relativa brevedad. He llegado, pues, a la conclusión de que cualquier cosa que quisiera añadir, debo hacerlo en otros estudios. He empezado a hacerlo en distintos ensayos, algunos de los cuales ofrecen una discusión más minuciosa de ciertos temas económicos y filosóficos que aquí sólo se insinúan.[127] Sobre la específica cuestión relativa a los orígenes de las ideas que aquí se critican y de su relación con algunos de los más importantes e influyentes movimientos intelectuales de nuestro tiempo, la he afrontado en otro volumen.[128] Hace tiempo que espero poder integrar el capítulo central, realmente demasiado breve, de este libro con un análisis más extenso de la relación entre igualdad y justicia.[129] Hay, sin embargo, un tema particular sobre el que el lector esperará de mí, con razón, un comentario en esta ocasión; pero se trata de un tema que podría tratar aún menos adecuadamente sin escribir un nuevo libro. Poco más de un año después de la primera publicación de Camino de servidumbre, Gran Bretaña tuvo un gobierno socialista, que permaneció en el poder durante seis años. Y en qué medida esta experiencia confirmó o refutó mi preocupación es un interrogante al que debo tratar de responder al menos brevemente. Por lo menos, esta experiencia reforzó mi interés y, creo poder añadir, permitió, a muchos para los que un razonamiento abstracto jamás habría sido convincente, captar lo fundado de las dificultades sobre las que yo insistía. En realidad, muchas de las cuestiones que mis críticos americanos habían liquidado como espantajos se convirtieron, al poco de la conquista del poder por los laboristas, en temas candentes de la discusión política en Gran Bretaña. Muy pronto, también los documentos oficiales comenzaron a examinar, en un tono grave, el riesgo de totalitarismo presente en la política de planificación económica. No hay mejor ejemplo del modo en que la lógica intrínseca de su política lleva a un gobierno socialista, contra su propia voluntad, al tipo de coacción al que se oponía, que el siguiente pasaje tomado del Economic Survey for 1847, presentado por el primer ministro al Parlamento en febrero de ese año: Hay una diferencia esencial entre planificación totalitaria y planificación democrática. La primera subordina todos los deseos y las preferencias individuales a las exigencias del Estado.A este fin, emplea varios métodos de coacción sobre el individuo, que privan a éste de su libertad de elección. Estos métodos pueden ser necesarios incluso en un país democrático, en los momentos de extrema emergencia de una gran guerra. Así es como el pueblo inglés dio al gobierno, durante el periodo de la guerra, poder para dirigir el trabajo. Pero, en tiempos normales, los ciudadanos de un país democrático no cederán su libertad a la elección del gobierno. Un gobierno democrático debe, por tanto, gestionar su planificación económica de manera que preserve el máximo posible de libertad de elección para el ciudadano individual.[130] El punto interesante a propósito de esta profesión de laudables intenciones es que, seis meses después, el mismo gobierno se vio forzado, en tiempo de paz, a establecer de nuevo la conscripción del trabajo con una ley aprobada por el Parlamento.[131] Destacar que de hecho este poder nunca se empleó, difícilmente atenúa el significado de todo esto, porque si bien es sabido que las autoridades tienen un poder coactivo, pocos se esperan una coacción efectiva. Pero es difícil comprender cómo el gobierno habría podido perseverar en sus ilusiones, cuando en el mismo documento se declaraba que «corresponde al gobierno decir cuál es, en el interés nacional, el mejor uso de los recursos» y «establecer los objetivos económicos de la nación; él debe decir qué cosas son las más importantes y cuáles deben ser los objetivos de la política».[132] Desde luego, seis años de gobierno socialista no han producido en Inglaterra nada que se parezca a un Estado totalitario. Pero quienes opinan que esto ha desmentido la tesis de Camino de servidumbre han olvidado, en realidad, uno de sus puntos principales; es decir, que el cambio más importante producido por el control extensivo del gobierno es un cambio psicológico, una alteración en el carácter de la gente. Se trata necesariamente de un asunto lento, un proceso que se extiende no por unos pocos años, sino acaso por una o dos generaciones. Lo importante es que los ideales políticos de un pueblo y su actitud hacia la autoridad representan tanto el efecto como la causa de las instituciones políticas bajo las que se produce. Esto significa, entre otras cosas, que incluso una sólida tradición de libertad política no representa una salvaguardia, si el peligro está precisamente en el hecho de que las nuevas instituciones y las nuevas políticas debilitan y destruyen gradualmente ese espíritu. Claro que las consecuencias pueden evitarse, si ese espíritu se reafirma oportunamente y la gente no sólo retira el apoyo al partido que lentamente le ha llevado en una dirección peligrosa, sino que también reconoce la naturaleza del peligro y cambia resueltamente su curso. No hay motivo aún para creer que esto haya sucedido en Inglaterra.Sin embargo, el cambio que ha experimentado el carácter del pueblo inglés, no simplemente bajo el gobierno laborista sino en el curso de un periodo más largo, durante el cual se ha disfrutado de las bendiciones de un Estado social paternalista, difícilmente puede negarse. Estos cambios no pueden demostrarse fácilmente, pero son fácilmente percibidos por quien vive en el país. Como ilustración, citaré algunos pasajes significativos, tomados de una investigación sociológica que tiene que ver con el impacto del exceso de regulación sobre las actividades mentales de los jóvenes. Ese estudio se refiere a la situación existente antes de que el gobierno laborista subiera al poder, concretamente al periodo en que este libro se publicó por primera vez, y pone principalmente de manifiesto las consecuencias de esas regulaciones que el gobierno laborista hizo permanentes. Es sobre todo en las grandes ciudades donde se percibe que el ámbito de lo opcional queda reducido a nada. En la escuela, en el puesto de trabajo, en los desplazamientos de un lado a otro, incluso en el equipamiento y aprovisionamiento del hogar, muchas de las actividades normalmente posibles a los seres humanos están prohibidas o impuestas. Se han creado organismos especiales, llamados Citizen’s Adviser Bureaux, para guiar a los desorientados a través de una selva de normas y para indicar a los tenaces los raros espacios que aún existen donde una persona privada pueda aún tomar una decisión... [El joven de ciudad] está condenado a no levantar un dedo sin consultar antes mentalmente el manual. El plan de un joven de ciudad común para una jornada de trabajo ordinaria demostraría que gasta gran parte de su tiempo de vigilia para realizar operaciones que han sido preestablecidas para él por directrices en cuya formación no ha tomado parte, cuyo propósito a menudo se le escapa y cuya utilidad no sabe valorar [...]. La afirmación de que el muchacho de ciudad necesita de una mayor disciplina y de mayores controles es demasiado aventurada. Se podría decir que ya sufre una sobredosis de controles [...]. Contemplando a sus padres y a sus hermanos y hermanas mayores, los ve sometidos, como él, a reglas. Los ve tan aclimatados a esta situación que raramente proyectan o llevan adelante una actividad o empresa social nueva con sus propias fuerzas. De este modo, no tiene ante sí ningún tiempo futuro en que una fuerte toma de responsabilidad sea útil para sí mismo y para los demás... [Los jóvenes] se ven obligados a soportar muchos controles externos que, como ellos piensan, carecen de significado, e intentan esquivarlos refugiándose en la más completa ausencia de disciplina.[133] ¿Es demasiado pesimista temer que a una generación que ha crecido en estas condiciones le sea muy difícil liberarse de los vínculos con los que habitualmente ha sido educada? ¿O esta descripción no confirma más bien ampliamente la previsión de Tocqueville de un «nuevo tipo de servidumbre»? Una vez tomado poco a poco en sus manos poderosas a todo individuo y después de plasmarlo a su manera, el soberano extiende su brazo a toda la sociedad; cubre su superficie con una red de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales incluso los espíritus más originales y vigorosos no podrían hacerse notar y elevarse por encima de la masa; no quiebra las voluntades sino que las debilita, las dirige, raramente constriñe a obrar, pero se esfuerza continuamente en impedir que se actúe; no destruye, pero impide que se cree; no tiraniza directamente, pero obstaculiza, comprime, enerva, extingue, reduciendo finalmente a la nación a no ser otra cosa que un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobierno. Siempre he creído que esta especie de servidumbre regulada y tranquila que he descrito puede combinarse mejor de lo que comúnmente se piensa con ciertas formas exteriores de la libertad y que incluso puede establecerse a la sombra de la soberanía popular.[134] Lo que Tocqueville no consideró es cuánto tiempo un tal gobierno permanecería en manos de déspotas benévolos, cuando sería mucho más fácil que un grupo de rufianes ocupe indefinidamente el poder ignorando todas las formas tradicionales de decencia de la vida política.Acaso debería recordar también al lector que jamás he acusado a los partidos socialistas de tender deliberadamente a un régimen totalitario, ni he sospechado que los líderes de los viejos movimientos socialistas pudieran mostrar siempre tales inclinaciones. Lo que sostengo en este libro, y que la experiencia inglesa me ha impulsado aún más a considerar verdadero, es que las consecuencias imprevistas pero inevitables de la planificación socialista crean un estado de cosas en que, si se quiere llevar a cabo esa política, las fuerzas totalitarias acabarán imponiéndose. He subrayado explícitamente que «el socialismo sólo puede realizarse con métodos que la mayoría de los socialistas desaprueban», y añado también que, a este respecto, «los viejos partidos socialistas están inhibidos por sus ideales democráticos» y que «no poseían la voluntad implacable que se precisa para realizar el objetivo que habían elegido».[135] Pero la impresión obtenida bajo el gobierno laborista es que tales inhibiciones son entre los socialistas ingleses más débiles de lo que lo fueron entre sus compañeros alemanes que veinticinco años antes les precedieron. Ciertamente, los socialdemócratas alemanes, en los años veinte, en condiciones iguales o más difíciles, no se acercaron tanto a la planificación totalitaria como ha hecho el gobierno laborista inglés.Como no puedo examinar aquí en detalle los efectos de estas políticas, me limitaré a citar los juicios sumarios de otros observadores menos sospechosos de tener opiniones preconcebidas. Algunos de los juicios más negativos, en efecto, provienen de hombres que no mucho tiempo antes habían sido miembros del partido laborista. Ivor Thomas, en un libro dirigido, según parece, a explicar por qué había dejado ese partido, llega a la conclusión de que, «desde el punto de vista de las libertades humanas fundamentales, hay poco que elegir entre comunismo, socialismo y nacional-socialismo. Son todos ellos ejemplos de Estado colectivista o totalitario [...]; en su esencia, el socialismo no sólo es como el comunismo, pero tampoco es diferente del fascismo.»[136] El desarrollo más serio es el aumento de las medidas de coacción administrativa arbitraria y de la opresora destrucción del fundamento de la amada libertad inglesa, el imperio de la ley (la Rule of Law) exactamente por las razones aquí discutidas en el capítulo VI. Este proceso, desde luego, había comenzado mucho antes de que llegara el gobierno socialista y se había acentuado con la guerra. Pero los intentos de planificación económica bajo el poder de los laboristas lo llevaron hasta un punto que hace difícil decir si «el gobierno de la ley» prevalece aún en Inglaterra. El «nuevo despotismo », contra el que un presidente de la Corte Suprema puso en guardia a Gran Bretaña hace veinticinco años, no es ya, como ha observado recientemente The Economist, un simple peligro, sino un hecho probado.[137] Es un despotismo ejercido por una burocracia totalmente consciente y honesta, en nombre de lo que ellos creen sinceramente que es el bien del país. Pero, a pesar de esto, es un gobierno arbitrario, en la práctica sin el control efectivo del Parlamento; y su mecanismo puede utilizarse eficazmente para cualquier otro objetivo distinto de los beneficios para los que ahora se usa. Dudo que un eminente jurista inglés haya exagerado cuando recientemente, en un atento análisis de estas tendencias, llegó a la conclusión de que «hoy en Inglaterra se vive al borde de una dictadura. La transición sería fácil, rápida, y podría realizarse en la más completa legalidad. Se han dado ya tantos pasos en esa dirección como consecuencia de los poderes absolutos que ejerce el gobierno actual y de la ausencia de cualquier control efectivo, como los límites de una Constitución escrita o la existencia de una segunda Cámara con poderes efectivos, que los pasos que queden por dar son en comparación muy pocos.»[138] Para un análisis más detallado de las políticas económicas del gobierno laborista inglés y de sus consecuencias, no puedo hacer nada mejor que informar al lector sobre el trabajo del profesor John Jewkes, Ordeal by Planning (Macmillan and Co., Londres 1948). Es la mejor discusión que yo conozco de una ilustración concreta de los fenómenos que en términos generales se tratan en este libro. Este análisis lo complementa mejor de como podría hacerlo aquí mi exposición, y da una lección cuyo significado va más allá del caso de Gran Bretaña.Ahora me parece improbable que, aun en el caso de que otro gobierno laborista fuera al poder en Gran Bretaña, pueda reanudar aquel proceso de nacionalización y planificación en gran escala. Pero en Inglaterra, como en cualquier otra parte del mundo, la derrota del ataque del socialismo sistemático simplemente ha permitido a quienes ansían preservar la libertad un respiro para reexaminar sus propias ambiciones y para rechazar todos aquellos aspectos de la herencia socialista que representan un peligro para la sociedad libre. Sin una tal revisión de nuestras aspiraciones sociales, probablemente seguiremos en la misma dirección en que el auténtico socialismo nos llevaría algo más rápidamente.Prefacio a la edición de 1976
F.A. Hayek
Este libro, escrito en mis horas libres entre 1940 y 1943, cuando mi mente estaba aún interesada sobre todo en problemas de teoría económica pura, se convirtió para mí, sin que ello fuera sorpresa, en punto de partida de más de treinta años de trabajo en un nuevo campo. Este primer esfuerzo hacia otro rumbo nació de mi disgusto ante la completa confusión en los círculos «progresistas» ingleses sobre el carácter del movimiento nazi, lo que me llevó primero a enviar un memorándum al entonces director de la London School of Economics, Sir William Beveridge, y después un artículo a la Contemporary Review en 1938, que a petición del profesor Harry G. Gideonse, de la Universidad de Chicago, amplié para darle entrada en sus «Public Policy Pamphlets».[139] Finalmente,y no sin dudarlo antes, cuando comprendí que todos mis colegas británicos más competentes que yo en esta materia estaban ocupados en problemas de mayor urgencia relacionados con la marcha de la guerra, amplié mi trabajo hasta convertirlo en este libro en respuesta a las circunstancias de aquel tiempo. A pesar de la favorable y totalmente inesperada acogida —el éxito de la edición americana, en la que inicialmente no se pensó, fue incluso mayor que el de la británica— no me sentí del todo feliz, durante mucho tiempo. Aunque en los comienzos del libro había declarado con toda franqueza que se trataba de una obra política, la mayor parte de mis colegas en las ciencias sociales me hicieron sentir que había yo malgastado mis conocimientos, y yo mismo estaba a disgusto por pensar que al desviarme de la teoría económica había traspasado el ámbito de mi competencia. No hablaré aquí de la furia que el libro causó en ciertos círculos, o de la curiosa diferencia de recepción en Gran Bretaña y los Estados Unidos (acerca de lo cual dije algo hace veinte años en el prólogo a la primera edición americana en rústica). Sólo para indicar el carácter de una reacción muy general, mencionaré el caso de un filósofo muy conocido, cuyo nombre dejaré en el anónimo, quien escribió a otro en reproche por haber elogiado este escandaloso libro, ¡que él, «naturalmente, no había leído»![140] Pero a pesar de un gran esfuerzo para reintegrarme a la ciencia económica propiamente dicha, no pude liberarme por completo del sentimiento de haberme embarcado, aunque tan sin pensarlo, en unos problemas más provocativos e importantes que los de la teoría económica, y de la necesidad de aclarar y elaborar mejor mucho de lo que había yo dicho en mí primer ensayo. Cuando lo escribí estaba muy lejos de haberme liberado suficientemente de todos los prejuicios y supersticiones que dominaban la opinión general, e incluso menos aún había aprendido a evitar todas las confusiones entonces predominantes sobre términos y conceptos, de cuya importancia me he dado después muy buena cuenta. Y la discusión que el libro intenta de las consecuencias de las políticas socialistas no puede, naturalmente, ser completa sin una exposición adecuada de lo que exige un ordenamiento basado en el mercado libre y lo que puede lograrse con él cuando funciona adecuadamente. A este último problema sobre todo dediqué el trabajo que he realizado posteriormente en este campo. El primer resultado de mis esfuerzos para explicar la naturaleza de un ordenamiento libre fue una obra sustancial titulada The Constitution of Liberty (1960) en la que intenté esencialmente una nueva y más coherente exposición de las doctrinas del liberalismo clásico del siglo XIX. Al advertir que esta reexposición dejaba sin contestar ciertas cuestiones importantes, me sentí obligado a un nuevo esfuerzo para aportar mis propias respuestas, en una obra en tres volúmenes bajo el título de Law, Legistation and Liberty, el primero de los cuales apareció en 1973, el segundo en 1976 y el tercero está a punto de llegar a término.[141] En los veinte últimos años, entregado a estas tareas, creo haber aprendido mucho sobre los problemas discutidos en el presente libro, que me parece no volví a leer durante este periodo. Habiéndolo hecho ahora con el fin de redactar este prefacio, no me creo ya en la necesidad de pedir disculpas: me siento por primera vez orgulloso de él hasta cierto punto, y no menos de la inspiración que me hizo dedicarlo «a los socialistas de todos los partidos». Porque si, indudablemente, en el intervalo he aprendido mucho que no sabía cuando lo escribí, me he visto ahora sorprendido a menudo de lo mucho que acerté a ver al comenzar mi trabajo y que ha sido confirmado por la investigación ulterior; y aunque mis esfuerzos posteriores serán más útiles para los especialistas, o así lo espero, me siento ahora dispuesto sin indecisión a recomendar este libro inicial al lector que desee una introducción sencilla y no técnica sobre lo que, a mi juicio, es todavía una de las cuestiones más amenazadoras que tenemos que resolver.El lector se preguntará probablemente si esto significa que sigo dispuesto a defender las principales conclusiones de este libro; y mi respuesta a ello es en general afirmativa. La reserva más importante que tengo que presentar se debe a la circunstancia de haber cambiado durante este intervalo de tiempo la terminología, por cuya razón puede ser mal interpretado lo que en este libro afirmo. Cuando lo escribí, socialismo significaba sin ninguna duda la nacionalización de los medios de producción y la planificación económica centralizada que aquélla hacía posible y necesaria. En este sentido,Suecia, por ejemplo, está hoy mucho menos organizada en forma socialista que la Gran Bretaña o Austria, aunque se suele considerar a Suecia mucho más socialista. Esto se debe a que socialismo ha llegado a significar fundamentalmente una profunda redistribución de las rentas a través de los impuestos y de las instituciones del Estado benéfico. En éste, los efectos que analizo se han producido con más lentitud y más indirecta e imperfectamente. Creo que el resultado final tiende a ser casi exactamente el mismo, pero el proceso a través del cual se llega a ese resultado no es igual al que se describe en este libro.Se ha alegado frecuentemente que afirmo que todo movimiento en la dirección del socialismo ha de conducir por fuerza al totalitarismo. Aunque este peligro existe, no es esto lo que el libro dice. Lo que hace es llamar la atención hacia los principios de nuestra política, pues si no los corregimos se seguirán de ellos consecuencias muy desagradables que la mayoría de los que abogan por esa política no desean.Lo que ahora me parece equivocado en este libro es sobre todo el no haber destacado bastante la significación de la experiencia comunista en Rusia —falta que es quizá perdonable al recordar que cuando lo escribí Rusia era nuestra aliada en la guerra— y que, por no haberme liberado aún por completo de todas las supersticiones intervencionistas entonces corrientes, hice varias concesiones que ahora no creo estaban justificadas. Evidentemente, no me daba entonces plena cuenta de hasta qué punto se habían degradado ya las cosas en algunos aspectos.Todavía planteaba, por ejemplo, como una cuestión retórica mi pregunta al considerar si Hitler había obtenido sus ilimitados poderes en una forma estrictamente constitucional: «¿quién concluiría de ello que todavía subsiste en Alemania un Estado de Derecho?», para acabar por descubrir más tarde que los profesores Hans Kelsen y Harold J. Laski —y probablemente otros muchos juristas y especialistas en ciencia política, entre los socialistas que seguían a estos influyentes autores— habían mantenido precisamente esta opinión.[142] En general, el estudio más a fondo de las tendencias contemporáneas del pensamiento y las instituciones ha aumentado, si es posible, mi alarma y temor. Pues tanto la influencia de las ideas socialistas como la inocente confianza en las buenas intenciones de quienes ostentan un poder totalitario han aumentado notablemente desde que escribí este libro.Durante mucho tiempo me ha disgustado el hecho de ser más conocido por este trabajo, que yo consideraba un escrito de circunstancias, que por mi obra estrictamente científica. Después de examinar de nuevo lo que entonces escribí, a la luz de unos treinta años de estudios sobre los problemas planteados entonces, ya no estoy bajo la misma sensación. Aunque el libro puede contener mucho que, cuando lo escribí, no estaba yo en condiciones de demostrar convincentemente, fue un esfuerzo auténtico por encontrar la verdad, y a mi entender ha aportado intuiciones que ayudarán, incluso a quienes no están de acuerdo conmigo, a evitar graves peligros.Capítulo I
El camino abandonado
Capítulo II: La gran utopía
Capítulo III
Individualismo y colectivismo
Capítulo IV
La «inevitabilidad» de la planificación
Fuimos los primeros en afirmar que conforme la civilización asume formas más complejas, más tiene que restringirse la libertad del individuo.Benito Mussolini[180] Es un hecho revelador lo escasos que son los planificadores que se contentan con decir que la planificación centralizada es deseable. La mayor parte afirma que ya no podemos elegir y que las circunstancias nos llevan, fuera de nuestra voluntad, a sustituir la competencia por la planificación. Se cultiva deliberadamente el mito de que nos vemos embarcados en la nueva dirección, no por nuestra propia voluntad, sino porque los cambios tecnológicos, a los que no podemos dar vuelta ni querríamos evitar, han eliminado espontáneamente la competencia. Rara vez se desarrolla con alguna amplitud este argumento; es una de esas afirmaciones que un escritor toma de otro hasta que, por simple iteración, llega a aceptarse como un hecho establecido. Y, sin embargo, está desprovisto de fundamento. La tendencia hacia el monopolio y la planificación no es el resultado de unos «hechos objetivos» fuera de nuestro dominio, sino el producto de opiniones alimentadas y propagadas durante medio siglo hasta que han terminado por dominar toda nuestra política.De los diversos argumentos empleados para demostrar la inevitabilidad de la planificación, el que con más frecuencia se oye es que los cambios tecnológicos han hecho imposible la competencia en un número constantemente creciente de sectores, y que la única elección que nos queda es: o que los monopolios privados dominen la producción, o que la dirija el Estado. Esta creencia deriva principalmente de la doctrina marxista sobre la «concentración de la industria», aunque, como tantas ideas marxistas, se la encuentra ahora en muchos círculos que la han recibido de tercera o cuarta mano y no saben de dónde procede.El hecho histórico del progresivo crecimiento del monopolio durante los últimos cincuenta años y la creciente restricción del campo en que juega la competencia no puede, evidentemente, discutirse; pero, a menudo, se exagera mucho la extensión de este fenómeno.[181] Lo importante es saber si este proceso es una consecuencia necesaria del progreso de la tecnología, o si se trata simplemente del resultado de la política seguida en casi todos los países. Veremos ahora que la historia efectiva de esta evolución sugiere con fuerza lo último. Pero antes debemos considerar hasta qué punto el desarrollo tecnológico moderno es de tal naturaleza que haga inevitable en muchos campos el crecimiento de los monopolios.La causa tecnológica alegada para el crecimiento del monopolio es la superioridad de la gran empresa sobre la pequeña debido a la mayor eficiencia de los métodos modernos de producción en masa. Los métodos modernos, se asegura, han creado, en la mayoría de las industrias, condiciones por las cuales la producción de la gran empresa puede aumentarse con costes unitarios decrecientes, y el resultado es que las grandes empresas están superando y expulsando de todas partes a las pequeñas; este proceso seguirá hasta que en cada industria sólo quede una, o, a lo más, unas cuantas empresas gigantes. Este argumento destaca un efecto que a veces acompaña al progreso tecnológico, pero menosprecia otros que actúan en la dirección opuesta, y recibe poco apoyo de un estudio serio de los hechos. No podemos investigar aquí con detalle esta cuestión, y tenemos que contentarnos con aceptar los mejores testimonios disponibles. El más amplio estudio de estos hechos emprendido recientemente es el del «Temporary National Economic Committee» americano sobre la Concentración del poder económico. El dictamen final de esta Comisión (que no puede, ciertamente, ser acusada de desmedidas preferencias liberales) concluye que la opinión según la cual la mayor eficiencia de la producción en gran escala es causa de la desaparición de la competencia, «encuentra insuficiente apoyo en todos los testimonios disponibles en la actualidad ».[182] Y la detallada monografía que sobre este problema preparó la Comisión resume la respuesta de esta manera:«La superior eficiencia de las grandes instalaciones no ha sido demostrada; en muchos campos, no han podido ponerse de manifiesto las ventajas que se supone han destruido la competencia. Ni tampoco exigen, inevitablemente, el monopolio las economías de escala donde éstas existen... La dimensión o las dimensiones de eficiencia óptima pueden alcanzarse mucho antes de quedar sometida a tal control la mayor parte de una oferta. La conclusión de que la ventaja de la producción en gran escala tiene, inevitablemente, que conducir a la abolición de la competencia, no puede aceptarse.Téngase, además, presente que el monopolio es, con frecuencia, el producto de factores que no son el menor coste de una mayor dimensión. Se llega a él mediante confabulaciones, y lo fomenta la política oficial. Si esas colusiones se invalidan y esta política se invierte, las condiciones de la competencia pueden ser restauradas.»[183] Una investigación de las condiciones en la Gran Bretaña conduciría a resultados muy semejantes. Todo el que ha observado cómo los aspirantes a monopolistas solicitan regularmente, y obtienen muchas veces, la asistencia de los poderes del Estado para hacer efectivo su dominio, apenas dudará que no hay nada de inevitable en este proceso.Confirma enérgicamente esta conclusión el orden histórico en que se ha manifestado en diferentes países el ocaso de la competencia y el crecimiento del monopolio. Si hubieran sido el resultado del desarrollo tecnológico o un necesario producto de la evolución del «capitalismo», podríamos esperar que apareciesen, primero, en los países de sistema económico más avanzado.De hecho, aparecieron en primer lugar durante el último tercio del siglo XIX en los que eran entonces países industriales comparativamente jóvenes: Estados Unidos y Alemania. En esta última, especialmente, que llegó a considerarse como el país modelo de la evolución necesaria del capitalismo, el crecimiento de los cárteles y sindicatos ha sido sistemáticamente muy alimentado desde 1878 por una deliberada política. No sólo el instrumento de la protección, sino incitaciones directas y, al final, la coacción, emplearon los gobiernos para favorecer la creación de monopolios, con miras a la regulación de los precios y las ventas. Fue allí donde, con la ayuda del Estado, el primer gran experimento de «planificación científica» y «organización explícita de la industria» condujo a la creación de monopolios gigantescos que se tuvieron por desarrollos inevitables cincuenta años antes de hacerse lo mismo en Gran Bretaña. Se debe, en gran parte, a la influencia de los teóricos alemanes del socialismo, especialmente Sombart, generalizando la experiencia de su país, la extensión con que se aceptó el inevitable desembocar del sistema de competencia en el «capitalismo monopolista».[184] Que en los Estados Unidos una política altamente proteccionista haya permitido un proceso en cierto modo semejante, pareció confirmar esta generalización. Como quiera que sea, la evolución de Alemania, más que la de Estados Unidos, llegó a ser considerada como representativa de una tendencia universal; y se convirtió en un lugar común hablar de una «Alemania donde todas las fuerzas políticas y sociales de la civilización moderna habían alcanzado su forma más avanzada»[185] —por citar un reciente ensayo político muy leído.Qué poco había de inevitable en todo esto, y hasta qué punto es el resultado de una política preconcebida, se pone de manifiesto cuando consideramos la situación británica hasta 1931 y la evolución a partir de aquel año, cuando Gran Bretaña se embarcó también en una política de proteccionismo general.[186] Si se exceptúan unas cuantas industrias, que habían logrado antes la protección, hace no más que una docena de años la industria británica era, en su conjunto, tan competitiva, quizá, como en cualquier otro tiempo de su historia. Y aunque en la década de 1920 sufrió agudamente las consecuencias de las incompatibles medidas tomadas respecto a los salarios y el dinero, los años hasta 1929 no resultan desfavorables, comparados con los de la década de 1930, si se atiende a la ocupación y a la actividad general. Sólo a partir de la transición al proteccionismo y el cambio general en la política económica británica que le acompañó, ha avanzado con una velocidad sorprendente el crecimiento de los monopolios, que ha transformado la industria británica en una medida que, sin embargo, el público apenas ha advertido.Argumentar que este proceso tiene algo que ver con el progreso tecnológico durante este periodo, que las necesidades tecnológicas que operaron en Alemania en las décadas de 1880 y 1890 se hicieron sentir en Inglaterra en la de 1930, no es mucho menos absurdo que el pretender, como está implícito en la frase de Mussolini (citada a la cabeza de este capítulo), ¡que Italia tuvo que abolir la libertad individual antes que ningún otro pueblo europeo porque su civilización había largamente sobrepasado a la de los demás países!En lo que a Inglaterra se refiere, la tesis según la cual el cambio en la opinión y la política no hace sino seguir a un cambio inexorable en los hechos, puede lograr cierta apariencia de verdad precisamente por haber seguido a distancia Inglaterra la evolución intelectual de los demás. Pudo así argüirse que la organización monopolística de la industria creció, a pesar del hecho de mostrarse todavía la opinión pública en favor de la competencia, pero que los acontecimientos exteriores frustraron esta inclinación. La verdadera relación entre teoría y práctica se aclara, sin embargo, en cuanto contemplamos el prototipo de esta evolución: Alemania. No puede dudarse que allí la supresión de la competencia fue cuestión de una política preconcebida, que se emprendió en servicio del ideal que ahora llamamos planificación. En el progresivo avance hacia una sociedad completamente planificada, los alemanes, y todos los pueblos que están imitando su ejemplo, no hacen más que seguir la ruta que unos pensadores del siglo XIX, en su mayoría alemanes, prepararon con tal fin. La historia intelectual de los últimos sesenta u ochenta años es ciertamente ilustración perfecta de una verdad: que en la evolución social nada es inevitable, a no ser que resulte así por así creerlo. Cuando se afirma que el progreso tecnológico moderno hace inevitable la planificación, puede esto interpretarse de otra manera diferente. Puede significar que la complejidad de nuestra moderna civilización industrial crea nuevos problemas que no podemos intentar resolver con eficacia si no es mediante la planificación centralizada. En cierto modo esto es verdad, pero no en el amplio sentido que se pretende. Es, por ejemplo, un lugar común que muchos de los problemas creados por la ciudad moderna, como muchos otros problemas ocasionados por la apretada contigüidad en el espacio, no pueden resolverse adecuadamente por la competencia. Pero no son estos problemas, ni tampoco los de los «servicios públicos» y otros semejantes, los que ocupan la mente de quienes invocan la complejidad de la civilización moderna como un argumento en pro de la planificación centralizada. Lo que, generalmente, sugieren es que la creciente dificultad para obtener una imagen coherente del proceso económico completo hace indispensable que un organismo central coordine las cosas si la vida social no ha de disolverse en el caos.Este argumento supone desconocer completamente cómo opera la competencia. Lejos de ser propia para condiciones relativamente sencillas tan sólo, es la gran complejidad de la división del trabajo en las condiciones modernas lo que hace de la competencia el único método que permite efectuar adecuadamente aquella coordinación. No habría dificultad para establecer una intervención o planificación eficiente si las condiciones fueran tan sencillas que una sola persona u oficina pudiera atender eficazmente a todos los hechos importantes. Sólo cuando los factores que han de tenerse en cuenta llegan a ser tan numerosos que es imposible lograr una vista sinóptica de ellos, se hace imperativa la descentralización. Pero cuando la descentralización es necesaria, surge el problema de la coordinación; una coordinación que deje en libertad a cada organismo por separado para ajustar sus actividades a los hechos que él sólo puede conocer, y, sin embargo, realice un mutuo ajuste de los respectivos planes. Como la descentralización se ha hecho necesaria porque nadie puede contrapesar conscientemente todas las consideraciones que entran en las decisiones de tantos individuos, la coordinación no puede, evidentemente, efectuarse a través de una «intervención explícita», sino tan sólo con medidas que procuren a cada agente la información necesaria para que pueda ajustar con eficacia sus decisiones a las de los demás.Y como jamás pueden conocerse plenamente todos los detalles de los cambios que afectan de modo constante a las condiciones de la demanda y la oferta de las diferentes mercancías, ni hay centro alguno que pueda recogerlos y difundirlos con rapidez bastante, lo que se precisa es algún instrumento registrador que automáticamente recoja todos los efectos relevantes de las acciones individuales, y cuyas indicaciones sean la resultante de todas estas decisiones individuales y, a la vez, su guía.Esto es precisamente lo que el sistema de precios realiza en el régimen de competencia y lo que ningún otro sistema puede, ni siquiera como promesa, realizar. Permite a los empresarios, por la vigilancia del movimiento de un número relativamente pequeño de precios, como un mecánico vigila las manillas de unas cuantas esferas, ajustar sus actividades a las de sus compañeros. Lo importante aquí es que el sistema de precios sólo llenará su función si prevalece la competencia, es decir, si el productor individual tiene que adaptarse él mismo a los cambios de los precios y no puede dominarlos. Cuanto más complicado es el conjunto, más dependientes nos hacemos de esta división del conocimiento entre individuos, cuyos esfuerzos separados se coordinan por este mecanismo impersonal de transmisión de las informaciones importantes que conocemos por el nombre de sistema de precios.No hay exageración en decir que si hubiéramos tenido que confiar en una planificación centralizada directa para el desarrollo de nuestro sistema industrial, jamás habría éste alcanzado el grado de diferenciación, complejidad y flexibilidad que logró. Comparado con esta solución del problema económico mediante la descentralización y la coordinación automática, el método más convincente de dirección centralizada es increíblemente tosco, primitivo y corto en su alcance. La extensión lograda por la división del trabajo, a la que se debe la civilización moderna, resultó del hecho de no haber sido necesario crearla conscientemente, sino que el hombre vino a dar con un método por el cual la división del trabajo pudo extenderse mucho más allá de los límites a los que la hubiera reducido la planificación. Por ende, todo posterior crecimiento de su complejidad, lejos de exigir una dirección centralizada, hace más importante que nunca el uso de una técnica que no dependa de un control explícito. Existe, sin embargo, otra teoría que relaciona el crecimiento de los monopolios con el progreso tecnológico, y que emplea argumentos opuestos en su mayoría a los que acabamos de considerar; aunque a menudo no se formula con claridad, ha ejercido también considerable influencia. Afirma, no que la técnica moderna destruya la competencia, sino que, por el contrario, sería imposible utilizar muchas de las nuevas posibilidades tecnológicas, a menos de asegurarlas la protección contra la competencia, es decir, de conferirlas un monopolio. Este tipo de argumentación no es necesariamente falaz, como quizá sospechará el lector crítico; la respuesta obvia, a saber, que si una nueva técnica es realmente mejor para la satisfacción de nuestras necesidades debe ser capaz de mantenerse contra toda competencia, no abarca todos los casos a que se refiere esta argumentación. Sin duda, en muchas ocasiones se usa tan sólo como una forma especial de defensa de las partes interesadas. Pero más a menudo se basa, probablemente, sobre una confusión entre las excelencias técnicas desde un estrecho punto de vista de ingeniería y la conveniencia desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto.Queda, sin embargo, un grupo de casos en que el argumento tiene alguna fuerza. Es, al menos, concebible, por ejemplo, que la industria automovilística británica podría ofrecer un automóvil más barato y mejor que los usados en los Estados Unidos si a todos en Inglaterra se les obligara a utilizar el mismo tipo de automóvil; o que el uso de la electricidad para todos los fines pudiera resultar más barato que el carbón o el gas si a todos se les obligara a emplear solamente electricidad. En casos como éstos es, por lo menos, posible que pudiéramos estar todos mejor y prefiriésemos la nueva situación si cupiera elegir; pero nadie individualmente tiene la elección a su alcance, porque la alternativa es que tendríamos que usar todos el mismo automóvil barato (o usar todos solamente electricidad) o podríamos escoger entre las diversas cosas, pero pagando precios mucho más altos por cualquiera de ellas.No sé si esto es cierto en alguno de los casos citados; pero hay que admitir como posible que la estandarización obligatoria o la prohibición de sobrepasar un cierto número de variedades, pudiese, en algunos campos, aumentar la abundancia más que lo suficiente para compensar las restricciones en la elección del consumidor. Cabe incluso concebir que un día pueda lograrse un nuevo invento, cuya adopción apareciese indiscutiblemente beneficiosa, pero que sólo podría utilizarse si se hiciese que muchos o todos estuvieran dispuestos a aprovecharlo a la vez.Sea mayor o menor la importancia de estos casos, lo cierto es que no puede pretenderse de ellos legítimamente que el progreso técnico haga inevitable la dirección centralizada. Únicamente obligarían a elegir entre obtener mediante la coacción una ventaja particular o no obtenerla; o, en la mayoría de los casos, obtenerla un poco más tarde, cuando un posterior avance técnico haya vencido las dificultades particulares. Cierto es que en estas situaciones tendríamos que sacrificar una posible ganancia inmediata, como precio de nuestra libertad; pero evitaríamos, por otra parte, la necesidad de subordinar el desarrollo futuro a los conocimientos que ahora poseen unas determinadas personas. Con el sacrificio de estas posibles ventajas presentes preservamos un importante estímulo para el progreso futuro.Aunque a corto plazo pueda, a veces, ser alto el precio que pagamos por la variedad y la libertad de elección, a la larga incluso el progreso material dependerá de esta misma variedad, porque nunca podemos prever de cuál, entre las múltiples formas en que un bien o un servicio puede suministrarse, surgirá después una mejor. No puede, por lo demás, afirmarse que toda renuncia a un incremento de nuestro bienestar material presente, soportada para salvaguardar la libertad, vaya a ser siempre premiada. Pero el argumento en favor de la libertad es precisamente que tenemos que dejar espacio para el libre e imprevisible crecimiento. Se aplica no menos cuando, sobre la base de nuestro conocimiento presente, la coacción parece traer sólo ventajas, y aunque en un caso particular pueda, efectivamente, no provocar daño.En la mayor parte de las discusiones actuales sobre los efectos del progreso tecnológico se nos presenta este progreso como si fuera algo exterior a nosotros, que pudiera obligarnos a usar los nuevos conocimientos con arreglo a un criterio determinado. Cuando lo cierto es que si bien las invenciones nos han dado un poder tremendo, sería absurdo que se nos sugiriese la necesidad de usar este poder para destruir nuestra más preciosa herencia: la libertad. Lo cual significa que si deseamos conservarla debemos defenderla más celosamente que nunca, y tenemos que prepararnos para hacer sacrificios por ella. Si bien no hay nada en el desarrollo tecnológico moderno que nos fuerce a una planificación económica global, hay, sin embargo, mucho en él que hace infinitamente más peligroso el poder que alcanzaría una autoridad planificadora. Si escasamente puede ya dudarse que el movimiento hacia la planificación es el resultado de una acción deliberada, y que no hay exigencias externas que a él nos fuercen, merece la pena averiguar por qué tan gran proporción de técnicos milita en las primeras filas de los planificadores. La explicación de este fenómeno está muy relacionada con un hecho importante que los críticos de la planificación deberían tener siempre en la mente: apenas cabe dudar que casi todos los ideales técnicos de nuestros expertos se podrían realizar dentro de un tiempo relativamente breve, si lograrlo fuera el único fin de la Humanidad. Hay un infinito número de cosas buenas que todos estamos de acuerdo en considerar altamente deseables y a la vez posibles, pero de las cuales sólo al logro de unas cuantas podemos aspirar dentro de nuestra vida, o sólo hemos de aspirar a lograrlas muy imperfectamente. Es la frustración de sus ambiciones en su propio campo lo que hace al especialista revolverse contra el orden existente.A cualquiera le duele ver cosas sin hacer que todos consideramos deseables y posibles. Que todas estas cosas no puedan hacerse al mismo tiempo, que una cualquiera de ellas no pueda lograrse sin el sacrificio de otras, sólo se comprenderá si se tienen en cuenta factores que caen fuera de todo especialista y únicamente pueden apreciarse con un penoso esfuerzo intelectual; penoso, porque nos obliga a considerar sobre un fondo más amplio los objetos a los que se dirigen la mayor parte de nuestros esfuerzos y a contrapesarlos con otros que quedan fuera de nuestro interés inmediato y que, por esta razón, nos importan menos.Cada uno de los múltiples fines que, considerados aisladamente, sería posible alcanzar en una sociedad planificada, crea entusiastas de la planificación, que confían en su capacidad para infundir a los directores de aquella sociedad su propio juicio de valor sobre un objetivo particular; y las esperanzas de algunos de ellos se cumplirían, indudablemente, pues una sociedad planificada perseguirá algunos objetivos más que la del presente. Locura sería negar que los ejemplos conocidos de sociedades planificadas o semiplanificadas suministran ilustraciones sobre este punto: que hay cosas que las gentes de estos países deben por entero a la planificación. Las magníficas autopistas de Alemania e Italia son un ejemplo a menudo citado, aunque no representan una clase de planificación que no sea igualmente posible en una sociedad liberal. Pero no sería menor locura citar estos ejemplos de excelencia técnica en campos particulares como prueba de la superioridad general de la planificación. Sería más correcto decir que tan extremas excelencias técnicas, desproporcionadas con las condiciones generales, son prueba de una mala dirección de los recursos. A todo el que ha corrido por las famosas autopistas alemanas y ha observado que su tráfico es menor que el de muchas carreteras secundarias de Inglaterra, le quedarán pocas dudas acerca de la escasa justificación de aquéllas, en lo que a finalidades pacíficas se refiere. Otra cuestión es si se trata de un caso en que los planificadores se decidieron en favor de los «cañones» y en contra de la «mantequilla»[187] . Mas, para nuestros criterios, esto no es motivo de entusiasmo.La ilusión del especialista, de lograr en una sociedad planificada mayor atención para los objetivos que le son más queridos, es un fenómeno más general de lo que la palabra especialista sugiere en un principio. En nuestras predilecciones e intereses, todos somos especialistas en cierta medida. Y todos pensamos que nuestra personal ordenación de valores no es sólo nuestra, pues en una libre discusión entre gentes razonables convenceríamos a los demás de que estamos en lo justo. El amante del paisaje, que desea, ante todo, conservar su tradicional aspecto y que se borren del hermoso rostro natural las manchas producidas por la industria, lo mismo que el entusiasta de la higiene, que pretende derribar todos los viejos caseríos pintorescos, pero malsanos, o el aficionado al automóvil, que aspira a ver cortado el país por grandiosas carreteras, y el fanático de la eficiencia, que ambiciona el máximo de especialización y mecanización, no menos que el idealista que, para el desarrollo de la personalidad, quiere conservar el mayor número posible de artesanos independientes, todos saben que sólo por medio de la planificación podría lograrse plenamente su objetivo; y todos desean, por este motivo, la planificación.Pero, sin duda, adoptar la planificación social por la que claman no haría más que revelar el latente conflicto entre sus objetivos.El movimiento en favor de la planificación debe, en gran parte, su fuerza presente al hecho de no ser aquélla, todavía, en lo fundamental, más que una aspiración, por lo cual une a casi todos los idealistas de un solo objetivo, a todos los hombres y mujeres que han entregado su vida a una sola preocupación. Las esperanzas que en la planificación ponen, no son, sin embargo, el resultado de una visión amplia de la sociedad, sino más bien de una visión muy limitada, y a menudo el resultado de una gran exageración de la importancia de los fines que ellos colocan en primer lugar. Esto no significa rebajar el gran valor pragmático de este tipo de hombres en una sociedad libre, como la nuestra, que hace de ellos objeto de una justa admiración. Mas, por eso, los hombres más ansiosos de planificar la sociedad serían los más peligrosos si se les permitiese actuar, y los más intolerantes para los planes de los demás. Del virtuoso defensor de un solo ideal al fanático, con frecuencia no hay más que un paso. Aunque es el resentimiento del especialista frustrado lo que da a las demandas de planificación su más fuerte ímpetu, difícilmente habría un mundo más insoportable —y más irracional— que aquel en el que se permitiera a los más eminentes especialistas de cada campo proceder sin trabas a la realización de sus ideales.Además, la «coordinación» no puede ser, como algunos planificadores parecen imaginarse, una nueva especialidad. El economista es el último en pretender que posee los conocimientos que el coordinador necesitaría. Postula un método que procure aquella coordinación sin necesidad de un dictador omnisciente.Pero esto significa precisamente la conservación de algún freno impersonal, y a menudo ininteligible, de los esfuerzos individuales, del género de los que desesperan a todos los especialistas.Capítulo V: Planificación y democracia
Capítulo VI
La planificación y el estado de derecho
Capítulo VII
Control económico y totalitarismo
Hilaire Belloc[211] La mayoría de los planificadores que han considerado en serio los aspectos prácticos de su tarea apenas dudan que una economía dirigida tiene que marchar por líneas más o menos dictatoriales. Una consecuencia de las ideas que fundamentan la planificación central, demasiado evidente para no contar con el asentimiento general, es que el complejo sistema de actividades entrecruzadas, si va a ser dirigido en verdad conscientemente, tiene que serlo por un solo estado mayor de técnicos, y que la responsabilidad y el poder últimos tienen que estar en manos de un general en jefe, cuyas acciones no puedan estorbarse por procedimientos democráticos. El consuelo que nos ofrecen nuestros planificadores es que esta dirección autoritaria se aplicará «sólo» a las cuestiones económicas. Uno de los más destacados planificadores americanos, Mr. Stuart Chase, nos asegura, por ejemplo, que en una sociedad planificada la «democracia política puede mantenerse si afecta a todo menos a las cuestiones económicas».[212] A la vez que se nos ofrecen estas seguridades, se nos sugiere corrientemente que cediendo la libertad en los aspectos que son, o deben ser, menos importantes de nuestras vidas, obtendremos mayor libertad para la prosecución de los valores supremos. Por esta razón, las gentes que aborrecen la idea de una dictadura política claman a menudo por un dictador en el campo económico.Los argumentos usados apelan a nuestros mejores instintos y a menudo atraen a las mentes más finas. Si la planificación nos liberase realmente de los cuidados menos importantes y con ello facilitara nuestra vida material y elevara la espiritual, ¿quién querría empequeñecer este ideal? Si nuestras actividades económicas realmente concernieran sólo a los aspectos inferiores o incluso más sórdidos de la vida, sin duda tendríamos que empeñarnos a toda costa en la busca de un medio que nos relevara de la excesiva atención a los fines materiales y, entregados éstos al cuidado de alguna pieza de la máquina utilitaria, dejase libres nuestras mentes para las cosas más elevadas de la vida.Por desgracia, la seguridad con que la gente cree que el poder ejercido sobre la vida económica es tan sólo un poder sobre materias de secundaria importancia, a lo cual se debe la ligereza con que se recibe la amenaza contra la libertad de nuestros actos económicos, carece completamente de fundamento. Es en gran parte una consecuencia de la errónea convicción de la existencia de fines estrictamente económicos separados de los restantes fines de la vida. Pero, aparte del caso patológico del avaro, no hay tal cosa. Los fines últimos de las actividades de los seres razonables nunca son económicos. Estrictamente hablando, no hay «móvil económico», sino tan sólo factores económicos que condicionan nuestros afanes por otros fines. Lo que en el lenguaje ordinario se llama equívocamente el «móvil económico», sólo significa el deseo de una oportunidad general, el deseo de adquirir poder para el logro de fines no especificados.[213] Si nos afanamos por el dinero, es porque nos ofrece las más amplias posibilidades de elección en el goce de los frutos de nuestros esfuerzos. Como en la sociedad moderna sentimos a través de la limitación de nuestros ingresos en dinero las restricciones que nuestra relativa pobreza nos impone todavía, muchos han llegado a odiar al dinero, símbolo de estas restricciones. Pero esto es confundir la causa con el medio a través del cual se hace sentir una fuerza. Sería mucho más acertado decir que el dinero es uno de los mayores instrumentos de libertad que jamás haya inventado el hombre. Es el dinero lo que en la sociedad existente abre un asombroso campo de elección al pobre, un campo mayor que el que no hace muchas generaciones le estaba abierto al rico. Comprenderíamos mejor la significación de este servicio del dinero si considerásemos lo que realmente supondría que, como muchos socialistas característicamente proponen, el «móvil pecuniario» fuera largamente desplazado por «incentivos no económicos ». Si todas las remuneraciones, en lugar de ser ofrecidas en dinero, se ofrecieran bajo la forma de privilegios o distinciones públicas, situaciones de poder sobre otros hombres, o mejor alojamiento o mejor alimentación, oportunidades para viajar o para educarse, ello no significaría sino que al perceptor no le estaba ya permitido elegir, y que quien fijase la remuneración determinaba no sólo su cuantía, sino también la forma particular en que había de disfrutarse. Una vez que comprendemos que no hay móviles económicos separados y que una ganancia o una pérdida económica es simplemente una ganancia o una pérdida que no nos impide decidir cuáles de nuestras necesidades o deseos han de ser afectados, es más fácil ver el importante núcleo de verdad que encierra la creencia general en que las cuestiones económicas sólo afectan a los fines menos importantes de la vida, y comprender el desdén en que a menudo se tienen las consideraciones «simplemente» económicas. En cierto sentido, esto se justifica por entero en una economía de mercado; pero sólo en esa economía libre. En tanto podamos disponer libremente de nuestros ingresos y de todo lo que poseemos, la pérdida económica sólo nos podrá privar de los que consideremos como menos importantes entre los deseos que podíamos satisfacer. Una pérdida «simplemente» económica es de tal suerte que podemos hacer recaer sus efectos sobre nuestras necesidades menos importantes; pero cuando decimos que el valor de algo que hemos perdido es mucho mayor que su valor económico, o que no puede estimarse en términos económicos, significa que tenemos que soportar la pérdida allí donde ha recaído. Y lo mismo sucede con una ganancia económica. Los cambios económicos, en otras palabras, sólo afectan generalmente al borde, al «margen» de nuestras necesidades.Hay muchas cosas más importantes que ninguna de las que probablemente serán afectadas por las pérdidas o las ganancias económicas, cosas que para nosotros están muy por encima de los placeres e incluso por encima de muchas de las necesidades da la vida afectadas por las alzas y bajas económicas. Comparado con ellas, el «inmundo lucro», la cuestión de si estamos económicamente algo mejor o peor, parece de poca importancia. Esto hace creer a muchas gentes que una cosa que, como la planificación económica, afecta tan sólo a nuestros intereses económicos, no puede interferir seriamente con los valores más fundamentales de la vida.Esto, sin embargo, es una conclusión errónea. Los valores económicos son menos importantes para nosotros que muchas otras cosas, precisamente porque en las cuestiones económicas tenemos libertad para decidir qué es para nosotros lo más y qué lo menos importante.O, como también podemos decir, porque en la sociedad actual somos nosotros quienes tenemos que resolver los problemas económicos de nuestras propias vidas. Estar sometidos a control en nuestra actividad económica significa estar siempre controlados si no declaramos nuestro objetivo particular. Pero como, al declararlo, éste tiene que someterse también a aprobación, en realidad estamos intervenidos en todo.La cuestión que plantea la planificación económica no consiste, pues, solamente en si podremos satisfacer en la forma preferida por nosotros lo que consideramos nuestras más o menos importantes necesidades. Está en si seremos nosotros quienes decidamos acerca de lo que es más y lo que es menos importante para nosotros mismos, o si ello será decidido por el planificador. La planificación económica no afectaría sólo a aquellas de nuestras necesidades marginales que tenemos en la mente cuando hablamos con desprecio de lo simplemente económico. Significaría de hecho que, como individuos, no nos estaría ya permitido decidir qué es lo que consideramos como marginal. La autoridad directora de toda la actividad económica intervendría no sólo la parte de nuestras vidas que afecta a las cosas inferiores: intervendría en la asignación de los medios limitados con que contamos para todas nuestras finalidades.Y quien controla toda la vida económica, controla los medios para todos nuestros fines y, por consiguiente, decide cuáles de éstos han de ser satisfechos y cuáles no. Esta es realmente la cuestión crucial. El control económico no es sólo intervención de un sector de la vida humana que puede separarse del resto; es el control de los medios que sirven a todos nuestros fines, y quien tenga la intervención total de los medios determinará también a qué fines se destinarán, qué valores serán calificados como más altos y cuáles como más bajos: en resumen, qué deberán amar y procurarse los hombres. La planificación central significa que el problema económico ha de ser resuelto por la comunidad y no por el individuo; pero esto implica que tiene que ser también la comunidad, o, mejor dicho, sus representantes, quienes decidan acerca de la importancia relativa de las diferentes necesidades.La supuesta liberación económica que los planificadores nos prometen significa precisamente que seremos relevados de la necesidad de resolver nuestros propios problemas económicos, y que las penosas elecciones que éstos a menudo exigen serán hechas para nosotros. Como, bajo las condiciones modernas, para casi todas las cosas dependemos de los medios que nuestros semejantes nos suministran, la planificación económica exigiría la dirección de casi todo en nuestra vida. Difícilmente se encontrará un aspecto de ella, desde nuestras necesidades primarias hasta nuestras relaciones con la familia y los amigos, desde la naturaleza de nuestro trabajo hasta el empleo de nuestro ocio, en el que el planificador no ejercería su «intervención expresa».[214] El poder del planificador sobre nuestras vidas privadas no sería menos completo si decidiera no ejercerlo por un control directo de nuestro consumo. Aunque una sociedad planificada tendría probablemente que emplear con cierta extensión el racionamiento y otros expedientes análogos, el poder del planificador sobre nuestras vidas privadas no depende de esto, y difícilmente sería menos efectivo si el consumidor fuera nominalmente libre para gastar sus ingresos conforme a sus gustos. La fuente de su poder sobre todo el consumo, que en una sociedad planificada poseería la autoridad, radicaría en su control sobre la producción.Nuestra libertad de elección en una sociedad en régimen de competencia se funda en que, si una persona rehúsa la satisfacción de nuestros deseos, podemos volvernos a otra. Pero si nos enfrentamos con un monopolista, estamos a merced suya. Y una autoridad que dirigiese todo el sistema económico sería el más poderoso monopolista concebible. Si bien no tendríamos probablemente que temer de esta autoridad que explotase su poder como un monopolista privado lo haría, si bien su propósito no sería presumiblemente la consecución de la máxima ganancia financiera, gozaría, sin embargo, de completo poder para decidir sobre lo que se nos diera y en qué condiciones. No sólo decidiría las mercancías y servidos disponibles y sus cantidades; podría dirigir su distribución por distritos y grupos y podría, si lo quisiera, discriminar entre personas hasta el grado en que lo pretendiese. Si recordamos por qué defiende mucha gente la planificación, ¿podría quedar mucha duda de que este poder sería utilizado para los fines que la autoridad aprobase y para impedir la consecución de los fines que desaprobase?El poder conferido por el control de la producción y los precios es casi ilimitado. En una sociedad en régimen de competencia, los precios que tenemos que pagar por una cosa, es decir, la relación en que podemos cambiar una cosa por otra, dependen de las cantidades de aquellas otras cosas de las cuales privamos a los demás miembros de la sociedad por tomar nosotros una. Este precio no está determinado por la voluntad consciente de nadie.Y si un camino para la consecución de nuestros fines nos resulta demasiado caro, tenemos libertad para intentar otros caminos. Los obstáculos en nuestra vía no son obra de alguien que desaprueba nuestros fines, sino la consecuencia de desearse en otra parte los mismos medios. En una economía dirigida, donde la autoridad vigila los fines pretendidos, es seguro que ésta usaría sus poderes para fomentar algunos fines y para evitar la realización de otros. No nuestra propia opinión acerca de lo que nos debe agradar o desagradar, sino la de alguna otra persona, determinaría lo que hiciésemos. Y como la autoridad tendría poder para frustrar todos los esfuerzos encaminados a eludir su guía, casi con tanta eficacia intervendría en lo que consumimos como si directamente nos ordenase la forma de gastar nuestros ingresos.La voluntad oficial conformaría y «guiaría» nuestras vidas diarias, no sólo en nuestra capacidad de consumidores y aun ni siquiera principalmente en cuanto tales. Lo haría mucho más en cuanto a nuestra situación como productores. Estos dos aspectos de nuestra vida no pueden separarse; y como para la mayoría de nosotros el tiempo que dedicamos a nuestro trabajo es una gran parte de nuestra vida entera, y nuestro empleo también determina comúnmente el lugar donde vivimos y la gente entre quien vivimos, cierta libertad en la elección de nuestro trabajo es, probablemente, de mucha mayor importancia para nuestra felicidad que la libertad para gastar durante las horas de ocio nuestros ingresos.Es cierto, sin duda, que hasta en el mejor de los mundos estaría muy limitada esta libertad. Pocas gentes han dispuesto jamás de abundantes opciones en cuanto a ocupación. Pero lo que importa es contar con alguna opción; es que no estemos absolutamente atados a un determinado empleo elegido para nosotros o que elegimos en el pasado,y que si una situación se nos hace verdaderamente intolerable, o ponemos nuestro amor en otra, haya casi siempre un camino para el capacitado, que al precio de algún sacrificio le permita lograr su objetivo. Nada hace una situación tan insoportable como el saber que ningún esfuerzo nuestro puede cambiarla; y aunque jamás tuviéramos la fuerza de ánimo para hacer el sacrificio necesario, bastaría saber que podríamos escapar si pusiéramos en ello el esfuerzo suficiente, para hacer soportables situaciones que de otro modo son intolerables.Esto no quiere decir que a tal respecto todo marche a la perfección en nuestro mundo actual, o que marchó así en el pasado más liberal, y que no pueda hacerse mucho para mejorar las oportunidades de elección abiertas a la gente. Aquí y en todas partes, el Estado puede hacer mucho para ayudar a la difusión de los conocimientos y la información y para favorecer la movilidad. Pero lo importante es que la especie de acción oficial que en verdad aumentaría las oportunidades es precisamente casi la opuesta a la «planificación » que ahora más se defiende y practica. La mayoría de los planificadores, es cierto, prometen que en el nuevo mundo planificado la libre elección de empleo será escrupulosamente mantenida y hasta aumentada. Pero en esto prometen mucho más que lo que pueden cumplir. Si quieren planificar tienen que controlar el ingreso en las diferentes actividades y ocupaciones, o las condiciones de remuneración, o ambas cosas. En casi todos los ejemplos de planificación conocidos, el establecimiento de estas intervenciones y restricciones se contó entre las primeras medidas tomadas.Y si este control se practicara universalmente y lo ejerciera una sola autoridad planificadora, no se necesita mucha imaginación para ver en qué vendría a parar la «libre elección de empleo» prometida. La «libertad de elección» sería puramente ficticia, una simple promesa de no practicar discriminación, cuando la naturaleza del caso exige la práctica de la discriminación y cuando todo lo que uno podría esperar sería que la selección se basase sobre lo que la autoridad considerara fundamentos objetivos.Poca diferencia habría en que la autoridad planificadora se limitase a fijar las condiciones de empleo e intentase regular el número ajustando aquellas condiciones. Determinando la remuneración, no habría de hecho en muchos empleos menos gentes impedidas de entrar que si específicamente se las excluyera. Una muchacha tosca, que desea vehementemente hacerse dependienta de comercio, un muchacho débil, que ha puesto su corazón en un empleo para el cual su debilidad es un obstáculo, y, en general, los al parecer menos capaces o menos adecuados no son necesariamente excluidos en una sociedad en régimen de competencia. Si ellos desean suficientemente el puesto, pueden con frecuencia obtenerlo mediante un sacrificio económico y triunfar más tarde gracias a cualidades que al principio no eran patentes.Pero cuando la autoridad fija la remuneración para toda una categoría y la selección de los candidatos se realiza con arreglo a pruebas objetivas, la fuerza del deseo de una ocupación cuenta muy poco. La persona cuyas cualificaciones no son del tipo estándar o cuyo temperamento no es de la clase común, no será ya capaz de lograr condiciones especiales de un patrono cuyas preferencias se ajusten a las especiales necesidades de aquél. La persona que a un trabajo rutinario prefiere una jornada irregular o una existencia bohemia, con menores y quizá inciertos ingresos, no tendrá ya elección. Las condiciones serán, sin excepción, lo que en cierta medida son inevitablemente en una organización numerosa, o aún peores, porque no permitirán ninguna posibilidad de escape. No seremos ya libres para conducirnos racional y eficientemente tan sólo donde y cuando nos parezca oportuno, tendremos que ajustarnos todos a las normas que la autoridad planificadora deberá fijar para simplificar su tarea. Para poder desempeñar esta inmensa tarea tendrá que reducir la diversidad de las capacidades e inclinaciones humanas a unas cuantas categorías de unidades fácilmente intercambiables y deliberadamente despreciará las diferencias personales menores.Aunque el fin declarado de la planificación fuese que el hombre deje de ser un simple medio, de hecho —como sería imposible tener en cuenta en el plan todas las preferencias y aversiones individuales— el individuo llegaría a ser más que nunca un simple medio, utilizado por la autoridad en servicio de abstracciones tales como el «bienestar social» o el «bien común». Un hecho cuya importancia difícilmente puede exagerarse es que en una sociedad en régimen de competencia la mayoría de las cosas pueden obtenerse por un precio; aunque a menudo sea un precio cruelmente alto el que deba pagarse. La alternativa no es, sin embargo, la libertad completa de elección, sino órdenes y prohibiciones que deben obedecerse y, en último extremo, el favor de los poderosos.Significativo de la confusión predominante en estas cuestiones es que se haya convertido en un motivo de reproche la posibilidad de lograrse por un precio casi todo, en una sociedad competitiva. Cuando las gentes que protestan contra el hecho de estar los más altos valores de la vida ligados al «bolsillo», lo cual nos impide sacrificar nuestras necesidades inferiores para preservar los valores más altos, reclaman que se nos dé hecha la elección, plantean una exigencia bastante peculiar que escasamente testimonia un gran respeto por la dignidad del individuo.A menudo, la vida y la salud, la belleza y la virtud, el honor y la tranquilidad de espíritu sólo pueden preservarse mediante un considerable coste material, y alguien tiene que decidir la opción. Ello es tan innegable como el que no todos estamos siempre preparados para hacer el sacrificio material necesario a fin de proteger contra todo daño aquellos valores más altos.Para tomar un solo ejemplo: podríamos reducir a cero las muertes por accidentes de automóvil si estuviésemos dispuestos —de no haber otra manera— a soportar el coste de suprimir los automóviles.Y lo mismo es cierto para otros miles de casos en que constantemente arriesgamos vida y salud y todos los puros valores del espíritu, nuestros y de nuestros semejantes, para conseguir lo que a la vez designamos despectivamente como nuestro confort material. Pero no puede ser de otra manera, puesto que todos nuestros fines contienden entre sí por la posesión de los mismos medios; y sólo nos afanaríamos por estos valores absolutos si nada pudiera comprometerlos.No es para sorprender que la gente desee verse relevada de la penosa elección que la dura realidad impone a menudo. Pero pocos desean verse descargados de la misma, si es de manera que otros decidan por ellos. Lo que la gente desea es que no haga falta elección alguna, y está demasiado inclinada a creer que la elección no es realmente necesaria, que únicamente le está impuesta por el particular sistema económico bajo el cual vivimos. Lo que en realidad la irrita es que exista un problema económico.El anhelo de la gente de creer que realmente no hay ya un problema económico lo ve confirmado en las irresponsables manifestaciones acerca de la «plétora potencial»; la cual, si fuera cierta, significaría evidentemente la inexistencia de un problema económico que hace la elección inevitable. Pero aunque este cepo ha servido bajo diversos nombres a la propaganda socialista desde que el socialismo existe, sigue siendo una falsedad palpable como lo fue cuando se utilizó por vez primera hace más de cien años. En todo este tiempo, ninguno de los muchos que lo han empleado supo ofrecer un plan realizable para lograr el incremento de la producción necesario a fin de abolir, siquiera en la Europa occidental, lo que consideramos como pobreza, para no hablar del mundo entero,. El lector puede tener por seguro que todo el que habla de la plétora potencial es deshonesto o no sabe lo que dice.[215] Y, sin embargo, es esta falsa esperanza, tanto como cualquier otra cosa, lo que nos lleva por el camino de la planificación.Mientras las corrientes populares todavía sacan partido de esta falsa creencia, la pretensión de que una economía planificada permitiría un producto sustancialmente mayor que el sistema de la competencia va siendo progresivamente abandonada por la mayoría de los que estudian este problema. Incluso muchos economistas de tendencia socialista que han estudiado seriamente los problemas de la planificación central se contentan ahora con esperar que una sociedad planificada sea tan eficiente como un sistema de competencia; ya no defienden la planificación por su superior productividad, sino porque permitiría asegurar una distribución más justa y equitativa de la riqueza. Este es, por lo demás, el único argumento en favor de la planificación en que puede insistirse seriamente. Es indiscutible que si deseamos asegurar una distribución de la riqueza que se ajuste a algún patrón previamente establecido, si deseamos decidir expresamente qué ha de poseer cada cual, tenemos que planificar el sistema económico entero. Pero queda por averiguar si el precio que habríamos de pagar por la realización del ideal de justicia de alguien no traería más opresión y descontento que el que jamás causó el tan calumniado libre juego de las fuerzas económicas. Sufriríamos una seria desilusión si para estos temores buscásemos consuelo en considerar que la adopción de un plan central no significaría más que un retorno, tras una breve etapa de economía libre, a las ataduras y regulaciones que han gobernado la actividad económica a través de la mayoría de las edades, y que, por consiguiente, las violaciones de la libertad personal no tendrían por qué ser mayores que lo fueron antes de la edad del laissez-faire. Es una peligrosa ilusión. Incluso durante los periodos de la historia europea en que la reglamentación de la vida económica llegó más lejos, apenas si pasó de la creación de un sistema general y semipermanente de reglas dentro del cual el individuo conservó una amplia esfera de libertad. El mecanismo de control entonces disponible sólo habría servido para imponer directivas muy generales.Y aun allí donde la intervención fue más completa, sólo alcanzó a aquellas actividades de la persona por las que ésta participaba en la división social del trabajo. En la esfera, mucho más amplia entonces, en que vivía de sus propios productos, era libre para actuar conforme a su elección.La situación es ahora diferente por completo. Durante la era liberal, la progresiva división del trabajo ha creado una situación en la que casi todas nuestras actividades son parte de un proceso social. Se trata de una evolución sin posible retorno, porque sólo gracias a ella puede una población tan acrecentada mantenerse en unos niveles como los actuales.Por consiguiente, la sustitución de la competencia por la planificación centralizada requeriría la dirección central de una parte de nuestras vidas mucho mayor de lo que jamás se intentó antes. No podría detenerse en lo que consideramos como nuestras actividades económicas, porque ahora casi toda nuestra vida depende de las actividades económicas de otras personas.[216] La pasión por la «satisfacciónCapítulo VIII
¿Quién, a quién?
Capítulo IX
Seguridad y libertad
Capítulo X
Por qué los peores se colocan a la cabeza
Lord Acton[237] Tenemos que examinar ahora una creencia de la que obtienen consuelo muchos que consideran inevitable el advenimiento del totalitarismo y que debilita seriamente la resistencia de otros muchos que se opondrían a él con toda su fuerza si aprehendieran plenamente su naturaleza. Es el creer que los rasgos más repulsivos de los regímenes totalitarios se deben al accidente histórico de haberlos establecido grupos de guardias negros y criminales. Seguramente, se arguye, si la creación del régimen totalitario en Alemania elevó al poder a los Streichers y Killingers, los Leys y Heines, los Himmlers y Heydrichs, ello puede probar la depravación del carácter alemán, pero no que la subida de estas gentes sea la necesaria consecuencia de un sistema totalitario.[238] ¿Es que el mismo tipo de sistema, si fuera necesario para lograr fines importantes, no podrían instaurarlo gentes decentes, para bien de la comunidad general?No vamos a engañarnos a nosotros mismos creyendo que todas las personas honradas tienen que ser demócratas o es forzoso que aspiren a una participación en el gobierno. Muchos preferirían, sin duda, confiarla a alguien a quien tienen por más competente. Aunque pueda ser una imprudencia, no hay nada malo ni deshonroso en aprobar una dictadura de los buenos. El totalitarismo, podemos ya oír, es un poderoso sistema lo mismo para el bien que para el mal, y el propósito que guíe su uso depende enteramente de los dictadores. Y quienes piensan que no es el sistema lo que debemos temer, sino el peligro de que caiga en manos de gente perversa, pueden incluso verse tentados a conjurar este peligro procurando que un hombre honrado se adelante a establecerlo.Sin duda, un sistema «fascista» inglés diferiría muchísimo de los modelos italiano o alemán; sin duda, si la transición se efectuara sin violencia, podríamos esperar que surgiese un tipo mejor de dirigente.Y si yo tuviera que vivir bajo un sistema fascista, sin ninguna duda preferiría vivir bajo uno instaurado por ingleses que bajo el establecido por otros hombres cualesquiera. Sin embargo, todo esto no significa que, juzgado por nuestros criterios actuales, un sistema fascista británico resultase, en definitiva, ser muy diferente o mucho menos intolerable que sus prototipos. Hay fuertes razones para creer que los que nos parecen los rasgos peores de los sistemas totalitarios existentes no son subproductos accidentales, sino fenómenos que el totalitarismo tiene que producir por fuerza más temprano o más tarde. De la misma manera que el gobernante democrático que se dispone a planificar la vida económica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes, así el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar. Esta es la razón de que los faltos de escrúpulos y los aventureros tengan más probabilidades de éxito en una sociedad que tiende hacia el totalitarismo. Quien no vea esto no ha advertido aún toda la anchura de la sima que separa al totalitarismo de un régimen liberal, la tremenda diferencia entre la atmósfera moral que domina bajo el colectivismo y la naturaleza esencialmente individualista de la civilización occidental.Las «bases morales del colectivismo» se han discutido mucho en el pasado, naturalmente; pero lo que nos importa aquí no son sus bases, sino sus resultados morales. Las discusiones corrientes sobre los aspectos éticos del colectivismo, o bien se refieren a si el colectivismo es reclamado por las convicciones morales del presente, o bien analizan qué convicciones morales se requerirían para que el colectivismo produjese los resultados esperados. Nuestra cuestión, empero, estriba en saber qué criterios morales producirá una organización colectivista de la sociedad, o qué criterios imperarán probablemente en ella. La interacción de moral social e instituciones puede muy bien tener por efecto que la ética producida por el colectivismo sea por completo diferente de los ideales morales que condujeron a reclamar un sistema colectivista. Aunque estemos dispuestos a pensar que, cuando la aspiración a un sistema colectivista surge de elevados motivos morales, este sistema tiene que ser la cuna de las más altas virtudes, la verdad es que no hay razón para que un sistema realce necesariamente aquellas cualidades que sirven al propósito para el que fue creado. Los criterios morales dominantes dependerán, en parte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un sistema colectivista o totalitario, y en parte, de las exigencias de la máquina totalitaria.Tenemos que retornar por un momento a la etapa que precede a la supresión de las instituciones democráticas y a la creación de un régimen totalitario. En este punto, la general demanda de acción resuelta y diligente por parte del Estado es el elemento dominante en la situación, y el disgusto por la lenta y embarazosa marcha del procedimiento democrático convierte la acción por la acción en objetivo. Entonces, el hombre o el partido que parece lo bastante fuerte y resuelto para «hacer marchar las cosas» es quien ejerce la mayor atracción. «Fuerte», en este sentido, no significa sólo una mayoría numérica; es la ineficacia de las mayorías parlamentarias lo que tiene disgustada a la gente. Lo que ésta buscará es alguien con tan sólido apoyo que inspire confianza en que podrá lograr todo lo que desee. Entonces surge el nuevo tipo de partido, organizado sobre líneas militares.En los países de Europa central, los partidos socialistas habían familiarizado a las masas con las organizaciones políticas de carácter paramilitar encaminadas a absorber lo más posible de la vida privada de sus miembros. Todo lo que se necesitaba para dar a un grupo un poder abrumador era llevar algo más lejos el mismo principio, buscar la fuerza, no en los votos seguros de masas ingentes, en ocasionales elecciones, sino en el apoyo absoluto y sin reservas de un cuerpo menor, pero perfectamente organizado. La probabilidad de imponer un régimen totalitario a un pueblo entero recae en el líder que primero reúna en derredor suyo un grupo dispuesto voluntariamente a someterse a aquella disciplina totalitaria que luego impondrá por la fuerza al resto.Aunque los partidos socialistas tenían poder para lograrlo todo si hubieran querido hacer uso de la fuerza, se resistieron a hacerlo. Se habían impuesto a sí mismos, sin saberlo, una tarea que sólo el cruel, dispuesto a despreciar las barreras de la moral admitida, puede ejecutar.Por lo demás, muchos reformadores sociales del pasado sabían por experiencia que el socialismo sólo puede llevarse a la práctica por métodos que desaprueban la mayor parte de los socialistas. Los viejos partidos socialistas se vieron detenidos por sus ideales democráticos; no poseían la falta de escrúpulos necesaria para llevar a cabo la tarea elegida. Es característico que, tanto en Alemania como en Italia, al éxito del fascismo precedió la negativa de los partidos socialistas a asumir las responsabilidades del gobierno. Les fue imposible poner entusiasmo en el empleo de los métodos para los que habían abierto el camino. Confiaban todavía en el milagro de una mayoría concorde sobre un plan particular para la organización de la sociedad entera. Pero otros habían aprendido ya la lección, y sabían que en una sociedad planificada la cuestión no podía seguir consistiendo en determinar qué aprobaría una mayoría, sino en hallar el mayor grupo cuyos miembros concordasen suficientemente para permitir una dirección unificada de todos los asuntos; o, de no existir un grupo lo bastante amplio para imponer sus criterios, en cómo crearlo y quién lo lograría.Hay tres razones principales para que semejante grupo, numeroso y fuerte, con opiniones bastante homogéneas, no lo formen, probablemente, los mejores, sino los peores elementos de cualquier sociedad. Con relación a nuestros criterios, los principios sobre los que podrá seleccionarse un grupo tal serán casi enteramente negativos.En primer lugar, es probablemente cierto que, en general, cuanto más se eleva la educación y la inteligencia de los individuos, más se diferencian sus opiniones y sus gustos y menos probable es que lleguen a un acuerdo sobre una particular jerarquía de valores. Corolario de esto es que si deseamos un alto grado de uniformidad y semejanza de puntos de vista, tenemos que descender a las regiones de principios morales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y «comunes» instintos y gustos. Esto no significa que la mayoría de la gente tenga un bajo nivel moral; significa simplemente que el grupo más amplio cuyos valores son muy semejantes es el que forman las gentes de nivel bajo. Es, como si dijéramos, el mínimo común denominador lo que reúne el mayor número de personas. Si se necesita un grupo numeroso lo bastante fuerte para imponer a todos los demás sus criterios sobre los valores de la vida, no lo formarán jamás los de gustos altamente diferenciados y desarrollados; sólo quienes constituyen la «masa», en el sentido peyorativo de este término, los menos originales e independientes, podrán arrojar el peso de su número en favor de sus ideales particulares.Sin embargo, si un dictador potencial tiene que confiar enteramente sobre aquellos que, por sus instintos sencillos y primitivos, resultan ser muy semejantes, su número difícilmente podrá dar suficiente empuje a sus esfuerzos. Tendrá que aumentar el número, convirtiendo más gentes al mismo credo sencillo. Entra aquí el segundo principio negativo de selección: será capaz de obtener el apoyo de todos los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia. Serán los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido totalitario.Con el esfuerzo deliberado del demagogo hábil, entra el tercero y quizá más importante elemento negativo de selección para la forja de un cuerpo de seguidores estrechamente coherente y homogéneo. Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del «nosotros » y el «ellos», la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común. Por consecuencia, lo han empleado siempre aquellos que buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega confianza de ingentes masas. Desde su punto de vista, tiene la gran ventaja de concederles mayor libertad de acción que casi ningún programa positivo. El enemigo, sea interior, como el «judío» o el «kulak», o exterior, parece ser una pieza indispensable en el arsenal de un dirigente totalitario.Que el judío viniera a ser en Alemania el enemigo, hasta que las «plutocracias » ocuparon su sitio, fue, lo mismo que la selección del kulak en Rusia, el resultado del resentimiento anticapitalista sobre el que se basa el movimiento entero. En Alemania y Austria llegó a considerarse al judío como representativo del capitalismo, porque un tradicional despego de amplios sectores de la población hacia las ocupaciones comerciales hizo más accesibles éstas a un grupo que había sido prácticamente excluido de las ocupaciones tenidas en más estima. Es la vieja historia de la raza extranjera, sólo admitida para los oficios menos respetados, y más odiada aún por el hecho de practicarlos. Que el antisemitismo y el anticapitalismo alemanes surgiesen de la misma raíz, es un hecho de gran importancia para comprender lo que sucedió allí; pero rara vez lo han comprendido los observadores extranjeros.Considerar la tendencia universal de la política colectivista a volverse nacionalista como debida por entero a la necesidad de asegurarse un resuelto apoyo, sería despreciar otro y no menos importante factor. Incluso cabe dudar que se pueda concebir con realismo un programa colectivista como no sea al servicio de un grupo limitado, que el colectivismo pueda existir en otra forma que como alguna especie de particularismo, sea nacionalismo, racismo o clasismo. La creencia en la comunidad de fines e intereses entre camaradas parece presuponer un mayor grado de semejanza de ideas y creencias que el que existe entre los hombres en cuanto simples seres humanos.Aunque sea imposible conocer personalmente a todos los miembros de nuestro grupo, por lo menos han de ser del mismo tipo que los que nos rodean y han de hablar y pensar de la misma manera y sobre las mismas cosas, para que podamos identificarnos con ellos. El colectivismo a escala mundial parece ser inimaginable, si no es al servicio de una pequeña elite. Daría lugar, ciertamente, no sólo a problemas técnicos, sino, sobre todo, a problemas morales que ninguno de nuestros socialistas desea afrontar. Si el proletariado inglés tiene derecho a una participación igualitaria sobre la renta obtenida actualmente de los recursos en capital de Inglaterra y sobre la intervención de su uso, porque es el resultado de una explotación, por el mismo principio todos los indios tendrían derecho, no sólo a la renta, sino también al uso de una parte proporcional del capital británico.Pero, ¿cuáles son los socialistas que se proponen seriamente una división igualitaria entre la población del mundo entero de los recursos en capital existentes? Todos consideran el capital como perteneciente no a la humanidad, sino a la nación; y, aun dentro de la nación, pocos se arriesgarían a defender que debe privarse de «su» equipo de capital a las regiones ricas para ayudar a las regiones más pobres. Lo que los socialistas proclaman que se les debe a los camaradas en cualquier país, no están dispuestos a concedérselo al extranjero. Desde un punto de vista colectivista, si se es consecuente, las pretensiones de las naciones «desheredadas», acerca de una nueva división del mundo, están enteramente justificadas; pero si se fuese también consecuente en su aplicación, las que la demandan con más estrépito perderían con ello casi tanto como las más ricas naciones. Por lo mismo, tienen buen cuidado en no basar sus pretensiones en principios igualitarios, sino en su pretendida superioridad para organizar a otros pueblos.Una de las contradicciones inherentes a la filosofía colectivista está en que, como descansa en la moral social humanitaria que el individualismo ha desarrollado, sólo puede practicarse dentro de un grupo relativamente pequeño. Que el socialismo sea internacionalista en tanto permanece dentro de la teoría, y que tan pronto como se lleva a la práctica, sea en Rusia o en Alemania, se torne violentamente nacionalista, es una de las razones por las que el «socialismo liberal», que es como la mayoría del mundo occidental se imagina el socialismo, tiene que mantenerse en el plano de la teoría pura, mientras que la práctica del socialismo es totalitaria en todas partes.[239] El colectivismo no tiene sitio para el amplio humanitarismo liberal, sino tan sólo para el estrecho particularismo de los totalitarios.Si la «comunidad» o el Estado son antes que el individuo; si tienen fines propios, independientes y superiores a los individuales, sólo aquellos individuos que laboran para dichos fines pueden ser considerados como miembros de la comunidad. Consecuencia necesaria de este criterio es que a una persona sólo se la respeta en cuanto miembro del grupo; es decir, sólo si trabaja y en cuanto trabaja para los fines considerados comunes, y su plena dignidad le viene de su condición de miembro y no simplemente de ser hombre. En realidad, los conceptos mismos de humanidad y, por consiguiente, de internacionalismo, en cualquiera de sus formas, son por entero productos de la concepción individualista del hombre, y no hay lugar para ellos en un sistema ideológico colectivista.[240] Aparte del hecho fundamental de no poder extenderse la comunidad del colectivismo sino hasta donde llegue o pueda crearse la unidad de propósito de los individuos, varios factores contribuyen a reforzar la tendencia del colectivismo a hacerse particularista y cerrado. De éstos, uno de los más importantes radica en que, como la aspiración del individuo a identificarse con un grupo es muy frecuentemente el resultado de un sentimiento de inferioridad, su aspiración sólo podrá satisfacerse si la condición de miembro del grupo le confiere alguna superioridad sobre los extraños.A veces, al parecer, es un aliciente más para sumergir la personalidad en la del grupo el hecho de que los violentos instintos que el individuo sabe ha de refrenar dentro del grupo pueden recibir rienda suelta en la acción colectiva contra el extraño.Hay una profunda verdad en el título del libro de R. Niebuhr Hombre moral y sociedad inmoral, aunque apenas podamos seguir al autor en las conclusiones que extrae de su tesis. Existe, sin duda, como dice en algún lugar, «una creciente tendencia en el hombre moderno a imaginarse que su propia conducta se ajusta a una ética porque ha delegado sus vicios en grupos cada vez más amplios».[241] Cuando actúan en nombre de un grupo, las gentes parecen liberadas de muchas de las restricciones morales que dominan su conducta como individuos dentro del grupo.La clara actitud antagonista que la mayor parte de los planificadores adopta frente al internacionalismo se explica, además, por el hecho de que en el mundo actual todos los contactos exteriores de un grupo son obstáculos para que aquéllos planifiquen eficazmente la esfera en que pueden intentarlo. No es, pues, una casualidad que el recopilador de uno de los más amplios estudios colectivos sobre la planificación haya descubierto con tristeza que «la mayor parte de los “planificadores” son nacionalistas militantes».[242] Las inclinaciones nacionalista e imperialista de los planificadores socialistas, mucho más frecuentes de lo que en general se reconoce, no están siempre tan patentes como, por ejemplo, en el caso de los Webbs y algunos otros de los primeros fabianos, cuyo entusiasmo por la planificación se combina característicamente con la veneración por todas las unidades políticas grandes y poderosas y el desdén hacia los Estados pequeños. El historiador Élie Halévy, hablando de su primer encuentro con los Webbs, hace cuarenta años, refiere que el socialismo de éstos era profundamente antiliberal. No odiaban a los tories, antes bien, eran extraordinariamente indulgentes para ellos; pero no concedían perdón al liberalismo gladstoniano. Era el tiempo de la guerra de los boers, y tanto los liberales avanzados como los hombres que comenzaban a formar el partido laborista habían apoyado generosamente a los boers contra el imperialismo británico en nombre de la libertad y la humanidad. Pero los dos Webbs y su amigo Bernard Shaw se mantuvieron aparte. Fueron ostentosamente imperialistas. La independencia de las pequeñas naciones podía significar algo para el individualista liberal; no significaba nada para colectivistas como ellos. Puedo todavía oír a Sidney Webb explicándome que el futuro pertenecía a las grandes naciones administradoras, donde los funcionarios gobiernan y la policía conserva el orden. Y el mismo Halévy cita a Bernard Shaw, quien argumentaba, por la misma época, que «el mundo es por necesidad de los Estados grandes y poderosos, y que los pequeños deben abrirles sus fronteras, o serán aniquilados».[243] He citado por extenso estos pasajes, que no sorprenderían en una exposición de los antepasados alemanes del nacionalsocialismo, porque suministran un tan característico ejemplo de esa glorificación del poder que con facilidad conduce del socialismo al nacionalismo y que afecta profundamente a los criterios éticos de todos los colectivistas. Por lo que a los derechos de las pequeñas naciones se refiere, Marx y Engels apenas fueron mejores que la mayoría de los colectivistas consecuentes, y las opiniones que ocasionalmente expresaron sobre los checos o los polacos recuerdan las de los nacionalsocialistas actuales.[244] Mientras a los grandes escritores políticos individualistas del siglo XIX, a Lord Acton o a Jacob Burckhardt, y hasta a los socialistas contemporáneos nuestros que, como Bertrand Russell, han heredado la tradición liberal, el poder en sí les ha parecido siempre el archidiablo, para el colectivista puro es por sí mismo una meta.[245 ] No es sólo, como Russell lo ha descrito con tanto acierto, que el deseo de organizar la vida social conforme a un plan unitario surja automáticamente y en gran parte de un afán de poder.[246] Es, más aún, el resultado de la necesidad en que se ven los colectivistas, para alcanzar su meta, de crear un poder —el poder de unos hombres sobre otros hombres— de magnitud jamás antes conocida, y la consecuencia de que su éxito depende de la medida en que logren este poder.Ello es así aunque muchos socialistas liberales se guíen en sus esfuerzos por la trágica ilusión de creer que para extinguir el poder basta con privar a los individuos particulares del que poseen en un sistema individualista, y transferirlo a la sociedad. Lo que escapa a todos los que así argumentan es que, al concentrar el poder de tal modo que pueda ponerse al servicio de un único plan, no se transfiere tan sólo, sino que se aumenta infinitamente; al reunir en las manos de un organismo único el poder que antes se repartía independientemente entre muchos, se crea un poder infinitamente mayor que el que antes existía, casi tan acrecido en alcance como diferente en naturaleza. Es enteramente falaz argüir, como se hace a veces, que el gran poder ejercido por una Oficina de Planificación Central «no sería mayor que el poder colectivamente ejercido por los consejos de administración de las empresas privadas».[247] En una sociedad en régimen de competencia no hay nadie que pueda usar ni siquiera una pequeña fracción del poder que disfrutaría una oficina de planificación socialista, y si nadie puede conscientemente ejercer este poder, es un abuso del lenguaje asegurar que aquél equivale al de todos los capitalistas sumados.[248] Es un simple juego de palabras hablar del «poder colectivamente ejercido por los consejos de administración de las empresas privadas», en tanto éstas no se combinen en una acción concertada; lo que, por lo demás, significaría el final de la competencia y la creación de una economía planificada. Dividir o descentralizar el poder significa necesariamente reducir la cuantía absoluta del poder,y el sistema de la competencia es el único sistema dirigido a hacer mínimo, por descentralización, el poder que los hombres ejercen sobre los hombres.Hemos visto ya por qué la separación de los fines económicos y los políticos es una garantía esencial de la libertad individual, y por qué es consecuentemente atacada por todos los colectivistas. A esto tenemos que añadir ahora que la «sustitución del poder económico por el político», tan a menudo demandada hoy, significa necesariamente la sustitución de un poder que es siempre limitado por otro del que no hay escape. Lo que se llama poder económico, aunque es cierto que puede ser un instrumento de coerción, jamás es, en las manos de los particulares, poder exclusivo o completo, poder sobre la vida entera de una persona. Pero centralizado como un instrumento de poder político, crea un grado de dependencia que apenas se distingue de la esclavitud. De los dos rasgos centrales de todo sistema colectivista, la necesidad de un conjunto de fines comúnmente aceptados por el grupo y el supremo deseo de dar al grupo el poder máximo para alcanzar estos fines, surge un sistema de moral social definido, que en algunos puntos coincide, y en otros choca violentamente con el nuestro, pero que difiere de éste en un punto por el cual es dudoso que podamos llamarlo una moral social: es el de privar a la conciencia individual de toda libertad para aplicar sus propias normas y ni siquiera dar unas normas generales que se obliga o se permite al individuo observar en todas las circunstancias. Esto hace de la moral social colectivista algo tan diferente de lo que nosotros hemos conocido con este nombre, que nos resulta difícil descubrir algún principio en ella.Y, sin embargo, lo posee.La diferencia de principio es casi la misma que ya consideramos en relación con el Estado de Derecho. Como la ley formal, las reglas de la ética individualista, por imprecisas que puedan ser en muchos aspectos, son generales y absolutas; prescriben o prohíben un tipo general de acción, sin considerar si en cada caso particular el fin último es bueno o malo. Defraudar o robar, torturar o traicionar una confidencia, se considera malo, sin atención a que en el caso particular se siga o no de ello un daño. Ni el hecho de que en un cierto caso nadie pueda resultar perjudicado por ello, ni cualquier alto propósito por el cual se hubiere cometido este acto, puede alterar el hecho de que es malo. Aunque a veces nos veamos forzados a elegir entre diferentes males, éstos siguen siendo males.El principio de que el fin justifica los medios se considera en la ética individualista como la negación de toda moral social. En la ética colectivista se convierte necesariamente en la norma suprema; no hay, literalmente, nada que el colectivista consecuente no tenga que estar dispuesto a hacer si sirve «al bien del conjunto», porque el «bien del conjunto» es el único criterio, para él, de lo que debe hacerse. La raison d’état, en la que ha encontrado su más explícita formulación la ética colectivista, no conoce otro límite que el fijado por la oportunidad; es decir, por la adecuación del acto particular al fin perseguido. Y lo que la raison d’état afirma respecto a las relaciones entre los diferentes países se aplica igualmente a las relaciones entre los diferentes individuos dentro del Estado colectivista. No puede haber límite a lo que su ciudadano debe estar dispuesto a hacer, ni acto que su conciencia pueda impedirle cometer, si es necesario para un fin que la comunidad se ha propuesto o que sus superiores le ordenan cumplir. La ausencia de unas normas formales absolutas en la ética colectivista no significa, por lo demás, que no existan en el individuo algunos hábitos provechosos que una comunidad colectivista fomentará, y otros que combatirá. Muy al contrario, pondrá mucho más interés en los hábitos de vida del individuo que una comunidad individualista. Ser miembro útil de una sociedad colectivista exige cualidades muy definidas, que han de reforzarse mediante una práctica constante. La razón por la que designamos estas cualidades como «hábitos provechosos», y difícilmente podemos considerarlas como virtudes morales, es que jamás se permitiría al individuo poner estas normas por encima de cualquier mandato definido o convertirlas en un obstáculo para el logro de cualquier particular objetivo de su comunidad. Sólo sirven, por así decirlo, para llenar cualquier vacío que puedan dejar las órdenes directas o la designación de objetivos particulares, pero jamás pueden justificar un conflicto con la voluntad de la autoridad.Las diferencias entre las virtudes que continuarán estimándose bajo un sistema colectivista y las que desaparecerán, se ponen bien de manifiesto por la comparación de las virtudes que incluso sus mayores enemigos admiten que los alemanes, o quizá mejor el «prusiano típico», poseen, y aquellas que, según la opinión común, les faltan y que el pueblo inglés, con alguna justificación, se ufana de poseer en grado sobresaliente. Pocas personas negarán que los alemanes, en general, son industriosos y disciplinados, directos y enérgicos hasta llegar a la rudeza, concienzudos y tenaces en cualquier tarea que emprendan, que poseen un fuerte sentido del orden y del deber que muestran una estricta obediencia a la autoridad y que a menudo revelan una gran disposición para sacrificarse personalmente y un gran valor ante el peligro físico. Todo ello hace del alemán un instrumento eficiente para llevar a término una tarea asignada, y han sido cuidadosamente educados de acuerdo con ello en el viejo Estado prusiano y en el nuevo Reich dominado por Prusia. Lo que a menudo se piensa que falta al «alemán típico» son las virtudes individualistas de la tolerancia y el respeto para otros individuos y sus opiniones, de la independencia de juicio y la entereza de carácter y disposición para defender sus propias convicciones frente a un superior, que los mismos alemanes, en general conscientes de su carencia, llaman Zivilcourage, de la consideración hacia el débil y el enfermo y de aquel sano desprecio y desagrado del poder que sólo una vieja tradición de libertad personal puede crear. También parecen mal dotados de la mayoría de aquellas pequeñas pero, sin embargo, tan importantes cualidades que facilitan el trato entre hombres en una sociedad libre: cortesía y sentido del humor, modestia personal, respeto a la vida privada de los demás y confianza en las buenas intenciones de su vecino.Después de lo que ya hemos dicho, no causará sorpresa que estas virtudes individualistas sean, a la vez, virtudes sociales eminentes, virtudes que suavizan los contactos sociales y que hacen menos necesaria y, a la par, más difícil la intervención desde arriba. Son virtudes que florecen donde ha prevalecido el tipo de sociedad individualista o comercial, y que faltan cuando predomina la sociedad militar o colectivista; una diferencia que es, o fue, tan perceptible entre las diversas regiones de Alemania, como lo es ahora entre los criterios que imperan en Alemania y los característicos del Occidente. Hasta hace poco, por lo menos en aquellas partes de Alemania que estuvieron más tiempo expuestas a las fuerzas civilizadoras del comercio, las viejas ciudades comerciales del sur y el oeste y las ciudades anseáticas, los conceptos morales generales eran, probablemente, mucho más afines a los de los pueblos occidentales que a los que ahora han dominado Alemania entera.Sería, sin embargo, muy injusto considerar desprovistas de fervor moral a las masas de un pueblo totalitario porque prestan apoyo ilimitado a un sistema que nos parece la negación de casi todos los valores morales. Para la gran mayoría de ellas, lo opuesto es, probablemente, cierto: la intensidad de las emociones morales dentro de un movimiento como el nacionalsocialismo o el comunismo sólo puede compararse, probablemente, con la de los grandes movimientos religiosos de la historia. Una vez se admita que el individuo es sólo un medio para servir a los fines de una entidad más alta, llamada sociedad o nación, síguense por necesidad la mayoría de aquellos rasgos de los regímenes totalitarios que nos espantan. Desde el punto de vista del colectivismo, la intolerancia y la brutal supresión del disentimiento, el completo desprecio de la vida y la felicidad del individuo, son consecuencias esenciales e inevitables de aquella premisa básica; y el colectivista puede admitirlo y, a la vez, pretender que su sistema es superior a uno en que los intereses «egoístas» del individuo pueden obstruir la plena realización de los fines que la comunidad persigue. Cuando los filósofos alemanes presentan una y otra vez como inmoral en sí el afán por la felicidad personal y únicamente como laudable el cumplimiento de un deber impuesto, son perfectamente sinceros, por difícil que pueda ser comprenderlo a quienes han crecido en una tradición diferente.Donde hay un fin común que todo lo domina, no hay espacio para normas o preceptos morales generales. Dentro de una limitada extensión, lo hemos experimentado nosotros mismos durante la guerra. Mas ni la guerra ni los mayores peligros han traído, en Inglaterra, sino una muy moderada aproximación al totalitarismo, descartando muy pocos de los demás valores al concentrarse en el servicio de un propósito único. Pero donde unos cuantos fines específicos dominan la sociedad entera, es inevitable que la crueldad pueda convertirse ocasionalmente en un deber, que los actos que sublevan todos nuestros sentimientos, tales como el fusilamiento de los rehenes o la matanza de los viejos o los enfermos, sean tenidos como meras cuestiones de utilidad, que el desarraigo y el traslado forzoso de cientos de miles de personas llegue a ser un instrumento político aprobado por casi todos, excepto las víctimas, o que sugestiones como la de un «reclutamiento de mujeres para fines de procreación» puedan ser consideradas seriamente. Ante los ojos del colectivista hay siempre un objetivo superior a cuya consecución sirven estos actos y que los justifican para aquél, porque la prosecución del fin común de la sociedad no puede someterse a limitaciones por respeto a ningún derecho o valor individual.Pero mientras la masa de los ciudadanos del Estado totalitario muestra a menudo devoción altruista hacia un ideal, aunque sea uno que nos repugne, la cual les hace aprobar e incluso realizar tales actos, no puede decirse lo mismo en defensa de quienes dirigen su política. Para ser un elemento útil en la conducción de un Estado totalitario no basta que un hombre esté dispuesto a aceptar especiosas justificaciones para viles hazañas; tiene que estar activamente dispuesto a romper con toda norma moral que alguna vez haya conocido, si se considerase necesario para el logro del fin que se le ha encomendado. Como es únicamente el líder supremo quien determina los fines, sus instrumentos no pueden tener convicciones morales propias. Tienen, ante todo, que entregarse sin reservas a la persona del líder; pero, después de esto, la cosa más importante es que carezcan por completo de principios y sean literalmente capaces de cualquier cosa. No deben tener ideales propios a cuya realización aspiren, ni ideas acerca del bien o del mal que puedan interferir con las intenciones del líder. Así, poco atractivo pueden ofrecer los puestos de poder a quienes mantienen creencias morales de la clase que en el pasado guió a los pueblos europeos, poco que les pueda compensar la aversión hacia muchas de las particulares tareas y escasas las oportunidades para satisfacer cualquier deseo más idealista o para una recompensa por los riesgos indudables y el sacrificio de la mayoría de los placeres de la vida privada y de la independencia personal, que llevan consigo los puestos de gran responsabilidad. Los únicos gustos que se satisfacen son el del poder como tal, el placer de ser obedecido y el de formar parte de una máquina eficaz e inmensamente poderosa a la cual todo tiene que dejar paso.Por consiguiente, así como hay poco que pueda inducir a los hombres que son justos, según nuestros criterios, a pretender posiciones directivas en la máquina totalitaria, y mucho para apartarlos, habrá especiales oportunidades para los brutales y los faltos de escrúpulos. Habrá tareas que cumplir cuya maldad, vistas en sí, nadie pondrá en duda, pero que tienen que llevarse a cabo en servicio de algún fin superior y han de ejecutarse con la misma destreza y eficacia que cualquier otra. Y como habrá necesidad de actos intrínsecamente malos, que todos los influidos por la moral social tradicional se resistirán a tomar sobre sí, la disposición para realizar actos perversos se convierte en un camino para el ascenso y el poder. En una sociedad totalitaria, los puestos en que es necesario practicar la crueldad y la intimidación, el engaño premeditado y el espionaje, son numerosos. Ni la Gestapo, ni la administración de un campo de concentración, ni el Ministerio de Propaganda, ni las SA o las SS (o sus equivalentes italianos o rusos) son puestos apropiados para el ejercicio de los sentimientos humanitarios.[249] Y, sin embargo, a través de puestos como éstos va el camino que conduce a las más altas posiciones en el Estado totalitario. Es singularmente cierta la conclusión a que llega, después de una breve enumeración análoga de los deberes de las autoridades de un Estado colectivista, un distinguido economista norteamericano: «tienen que hacer estas cosas, lo quieran o no; y la probabilidad de que quienes están en el mando sean individuos que aborrezcan la posesión y el ejercicio del poder es del mismo orden que la probabilidad de que una persona extraordinariamente bondadosa se hiciese cargo del látigo en una plantación de esclavos.»[250] No podemos, sin embargo, agotar el tema aquí. El problema de la selección de los líderes está estrechamente unido al amplio problema de la selección con arreglo a las opiniones sostenidas, o, mejor dicho, con arreglo a la facilidad con que una persona se acomoda a un conjunto de doctrinas siempre cambiante.Y esto nos lleva a uno de los más característicos rasgos morales del totalitarismo, a su relación con todas las virtudes que entran bajo la denominación general de honestidad y a sus efectos sobre ellas. Pero es una cuestión tan importante que requiere capítulo aparte.Capítulo XI
El final de la verdad
Capítulo XII
Las raíces socialistas del nazismo
A. Moeller Van Den Bruck[264] Es un error general considerar el nacionalsocialismo como una simple revuelta contra la razón, como un movimiento irracional sin trasfondo intelectual alguno. Si fuera así, el movimiento sería mucho menos peligroso que lo que es. Pero nada más lejos de la verdad ni más engañoso. Las doctrinas del nacionalsocialismo son la cima de una larga evolución ideológica, de un proceso en el que han participado pensadores que ejercieron una gran influencia mucho más allá de las fronteras de Alemania. Se piense lo que se quiera sobre sus premisas de partida, lo cierto es que los hombres que engendraron las nuevas doctrinas, escritores vigorosos, han dejado la impronta de sus ideas sobre el pensamiento europeo entero. Desarrollaron su sistema con rigurosa consecuencia, y una vez que se aceptan las premisas iniciales no es posible escapar a su lógica. Es, simplemente, el colectivismo, libre de todas las huellas de una tradición individualista que pudiera embarazar su realización.Aunque en este desarrollo llevaron la dirección los pensadores alemanes, no estuvieron en modo alguno solos.Thomas Carlyle y Houston Stewart Chamberlain, Auguste Comte y Georges Sorel han participado en esta expansión continua tanto como cualesquier alemanes.[265] El desarrollo de esta dirección intelectual dentro de Alemania lo ha trazado con acierto, recientemente,Mr. R.D. Butler en su estudio sobre Las raíces del nacionalsocialismo.[266] Pero aunque tiene algo de aterrador su permanencia a través de ciento cincuenta años, en una forma casi inalterada y siempre recurrente, como lo ha puesto de manifiesto dicho estudio, es fácil exagerar la importancia que estas ideas ejercieron en Alemania antes de 1914. No pasaron de ser una corriente intelectual en un pueblo que era entonces más diverso, quizá, en sus opiniones que cualquier otro.Y en su conjunto estuvieron representadas por una pequeña minoría y tenidas en gran desprecio por la mayoría de los alemanes, como ocurrió en otros países.Entonces, ¿cómo es que estas opiniones, sostenidas por una minoría reaccionaria, acabaron por ganar la asistencia de la gran mayoría de los alemanes y, prácticamente, de toda su juventud? No fue sólo la derrota, el sufrimiento y la ola de nacionalismo lo que trajo su triunfo.Todavía menos fue su origen, como muchas gentes desean creer, una reacción capitalista contra el avance del socialismo. Por el contrario, la ayuda que dio el predominio a estas ideas vino precisamente del campo socialista. En realidad, no fue la burguesía, sino más bien la ausencia de una fuerte burguesía, lo que contribuyó a elevarlas al poder. Las doctrinas que guiaron a los sectores dirigentes de Alemania en la generación pasada no se oponían al socialismo en cuanto marxismo, sino a los elementos liberales contenidos en aquél: su internacionalismo y a su democracia. Y a medida que se hizo más claro que eran precisamente estos elementos los obstáculos para la realización del socialismo, los socialistas de la izquierda se aproximaron más y más a los de la derecha. Fue la unión de las fuerzas anticapitalistas de la derecha y la izquierda, la fusión del socialismo radical con el conservador, lo que expulsó de Alemania a todo lo que era liberal.En Alemania, la conexión entre socialismo y nacionalismo fue estrecha desde un principio. Es significativo que los más importantes antecesores del nacionalsocialismo —Fichte, Rodbertus y Lassalle— fueron al mismo tiempo padres reconocidos del socialismo.[267] Mientras el socialismo teórico, en su forma marxista, dirigía el movimiento obrero alemán, el elemento autoritario y nacionalista retrocedía temporalmente a segundo plano. Pero no por mucho tiempo.[268] A partir de 1914 surgen de las filas del socialismo marxista un predicador tras otro que conducen al redil del nacionalsocialismo, no a los conservadores y reaccionarios, sino a los trabajadores manuales y a la juventud idealista. Sólo más tarde alcanzó la marea del socialismo nacionalista considerable importancia y se transformó rápidamente en la doctrina hitleriana. La histeria bélica de 1914, que, precisamente por causa de la derrota alemana, no se curó jamás por completo, es el comienzo del moderno desenvolvimiento que produjo el nacionalsocialismo, el cual surgió durante este periodo gracias en buena parte a la asistencia de viejos socialistas. Quizá el primer representante de esta orientación, y en muchos aspectos el más característico, fue el difunto profesor Werner Sombart, cuya conocida obra Händler und Helden (Mercaderes y Héroes) apareció en 1915.[269] Sombart había comenzado como socialista marxista, y todavía en 1909 afirmaba con orgullo que había dedicado la mayor parte de su vida a luchar por las ideas de Karl Marx. Sombart ha contribuido tanto como el que más a difundir por toda Alemania las ideas socialistas y el resentimiento anticapitalista de diversos matices; y si en el pensamiento alemán penetraron elementos marxistas en una proporción no superada por ningún otro país hasta la revolución rusa, ello se debió en gran medida a Sombart. Durante un tiempo, fue considerado como el representante más distinguido de la perseguida intelectualidad socialista, incapacitada, por sus opiniones radicales, para obtener una cátedra universitaria. Y aun después de la anterior guerra, la influencia, dentro y fuera de Alemania, de su obra de historiador, que enfocó como marxista después de dejar de serlo en política, alcanzó extraordinaria difusión, la cual se advierte particularmente en las obras de muchos de los planificadores ingleses y americanos. En su libro de guerra, este viejo socialista saludó la «guerra alemana» como el conflicto inevitable entre la civilización comercial de Inglaterra y la cultura heroica de Alemania. Su desprecio hacia los criterios «comerciales» del pueblo inglés, que había perdido todos sus instintos guerreros, no tiene límite. Nada es más despreciable a sus ojos que el general afán por la felicidad individual. Y lo que él presenta como la máxima orientadora de la moral inglesa, a saber: sé justo, «para que puedas alcanzar el bienestar y prolongar tus días sobre la tierra», es, para él, «la más infame sentencia que haya salido jamás de una mente comercial».[270] La «idea alemana del Estado», como la formularon Fichte, Lassalle y Rodbertus, es que el Estado, ni lo fundan individuos, ni se forma de individuos, ni es un agregado de individuos, ni su finalidad es la de servir cualesquier intereses individuales.Es una Volksgemeinschaft, en la que el individuo no tiene derechos, sino tan sólo deberes.[271] Las reclamaciones del individuo son siempre una consecuencia del espíritu comercial. «Las ideas de 1789» —Libertad, Igualdad, Fraternidad— son ideales típicamente comerciales, sin otro fin posible que el de asegurar ciertas ventajas a los individuos.Antes de 1914, todos los verdaderos ideales alemanes de vida heroica estuvieron en mortal peligro ante el continuo avance de los ideales comerciales ingleses, el confort inglés y el sport inglés. El pueblo inglés, no sólo se ha corrompido por completo a sí mismo, pues todos los miembros de los sindicatos se están hundiendo en la «ciénaga del confort», sino que ha comenzado a infectar a los demás pueblos. Sólo la guerra ha ayudado a los alemanes a recordar que eran realmente un pueblo de soldados, un pueblo cuyas actividades todas, y particularmente las económicas, estaban subordinadas a los fines militares. Sombart sabía que otros pueblos desprecian a los alemanes porque éstos consideran la guerra como sagrada, pero él les glorifica por eso. Considerar la guerra como inhumana y sin sentido es un producto de los criterios comerciales.Hay una vida superior a la vida individual, la vida del pueblo y la vida del Estado, y el cometido del individuo consiste en sacrificarse por esta vida superior. La guerra es, para Sombart, la consumación del sentido heroico de la vida, y la guerra contra Inglaterra es la guerra contra el ideal opuesto, el ideal comercial de la libertad del individuo y del confort inglés, que a sus ojos encuentra su más despreciable expresión en... las máquinas de afeitar halladas en las trincheras inglesas. Si el exabrupto de Sombart fue en aquel tiempo excesivo, incluso para la mayoría de los alemanes, otro profesor alemán llegaba, en lo esencial, a las mismas ideas en una forma más moderada y más universitaria, pero por esta razón aún más eficaz. El profesor Johann Plenge era una autoridad sobre Marx tan grande como Sombart. Su libro Marx und Hegel marca el comienzo del moderno renacimiento hegeliano entre los universitarios marxistas; y no puede haber duda acerca de la naturaleza genuinamente socialista de las convicciones de que partió. Entre sus numerosas publicaciones de guerra, la más importante es un libro, breve, pero muy discutido en su tiempo, que lleva este significativo título: 1789 y 1914. Años simbólicos en la historia del pensamiento político.[272] Está dedicado al conflicto entre las «Ideas de 1789», el ideal de libertad, y las «Ideas de 1914», el ideal de organización.La organización es para él, como para todos los socialistas que extraen su socialismo de una tosca aplicación de los ideales científicos a los problemas de la sociedad, la esencia del socialismo. Ella fue, como justamente destaca, la raíz del movimiento socialista al engendrarse en Francia en los comienzos del siglo XIX. Marx y el marxismo han traicionado esta idea fundamental del socialismo con su fanática, pero utópica, adhesión a la idea abstracta de libertad. Ahora es cuando la idea de organización vuelve a su lugar, en todas partes, como lo muestra la obra de H.G.Wells (cuyo Future in America influyó profundamente en el profesor Plenge, y a quien éste señala como una de las figuras sobresalientes del socialismo moderno), pero particularmente en Alemania, donde ha sido mejor entendida y más plenamente realizada.[273] La guerra entre Inglaterra y Alemania es, pues, realmente un conflicto entre dos principios opuestos. La «guerra mundial económica» es la tercera gran etapa de la lucha espiritual en la historia moderna. Es de igual importancia que la Reforma y la revolución burguesa por la libertad. Es la lucha por la victoria de las nuevas fuerzas nacidas de la avanzada vida económica del siglo XIX: socialismo y organización.«Porque, en la esfera de las ideas, Alemania fue el más convencido exponente de todos los sueños socialistas y, en la esfera de la realidad, el más poderoso arquitecto del sistema económico más altamente organizado. —En nosotros está el siglo XX. Cualquiera que sea el final de la guerra, somos el pueblo ejemplar. Nuestras ideas determinarán los objetivos de la vida de la Humanidad—. La Historia mundial vive al presente el colosal espectáculo de un nuevo gran ideal de vida que con nosotros gana su victoria final, mientras, a la vez, en Inglaterra se desploma definitivamente uno de los principios históricos mundiales.»[274] La economía de guerra creada en Alemania en 1914 «es la primera realización de una sociedad socialista, y su espíritu, la primera aparición activa, y no sólo reivindicatoria, de un espíritu socialista. Las necesidades de la guerra han establecido la idea socialista en la vida económica alemana, y así la defensa de nuestra nación ha proporcionado a la Humanidad la idea de 1914, la idea de la organización alemana, de la comunidad popular (Volksgemeinschaft) del socialismo nacional...[275] Sin advertirlo nosotros realmente, toda nuestra vida política, en el Estado y en la economía, se ha elevado a un nivel superior. Estado y vida económica forman una nueva unidad...[276] El sentimiento de responsabilidad económica que caracteriza la labor del funcionario público domina toda la actividad privada.»[277 ] La nueva constitución corporativa alemana de la vida económica [que el profesor Plenge admite no estar todavía madura o completa]... «es la más alta forma de vida del Estado que jamás se haya conocido sobre la tierra.»[278] Al principio, el profesor Plenge esperaba todavía conciliar el ideal de libertad y el ideal de organización, aunque, en gran parte, a través de la completa, pero voluntaria, sumisión del individuo al conjunto. Pero pronto desaparecen de sus escritos estos residuos de las ideas liberales. En 1918, la unión entre socialismo y política de poder inexorable se ha completado ya en su mente. Poco antes del fin de la guerra exhortó a sus compatriotas, desde la revista socialista Die Glocke, de la siguiente manera:«Ha llegado la hora de admitir que el socialismo debe ser una política de poder, porque tiene que ser organización. El socialismo tiene que ganar el Poder; no debe jamás destruirlo ciegamente. Y la más importante y crítica cuestión para el socialismo, cuando los pueblos hacen la guerra, es necesariamente ésta: ¿cuál es el pueblo llamado entre todos al Poder, porque es el conductor ejemplar en la organización de los pueblos?»[279] Y adelanta todas las ideas que servirán después para justificar el nuevo orden de Hitler: «Precisamente desde el punto de vista del socialismo, que es organización, el derecho absoluto de autodeterminación de los pueblos, ¿no es el derecho a la anarquía económica individualista? ¿Estamos dispuestos a otorgar una completa autodeterminación al individuo en la vida económica? Un socialismo consecuente sólo puede conceder derecho de asociación política a un pueblo si ello corresponde a la distribución real de las fuerzas históricamente determinadas.»Los ideales que Plenge expresó con tanta claridad fueron especialmente populares en ciertos círculos, de donde quizá derivaron, formados por hombres de ciencia e ingenieros alemanes, los cuales clamaban, precisamente como ahora lo hacen tan ruidosamente sus trasuntos ingleses, por la organización planificada centralmente de todos los aspectos de la vida. A la cabeza de ellos estaba el famoso químico Wilhelm Ostwald, una de cuyas manifestaciones sobre este punto ha alcanzado cierta celebridad. Según se dice, manifestó públicamente que «Alemania tiene que organizar a Europa, que aún carece de organización. Explicaré a usted ahora el gran secreto de Alemania: nosotros, o quizá la raza alemana, hemos descubierto el significado de la organización. Mientras las demás naciones viven todavía bajo el régimen del individualismo, nosotros hemos ya alcanzado el de la organización».[280] Ideas muy semejantes a éstas fueron corrientes en las oficinas del dictador alemán de las materias primas, Walter Rathenau, quien, aunque se habría estremecido ante las consecuencias de su economía totalitaria, de haberlas experimentado, merece un lugar importante en una historia completa del desarrollo de las ideas nazis.[281] A través de sus escritos ha determinado, probablemente más que cualquier otro hombre, las opiniones económicas de la generación que creció en Alemania durante la primera guerra mundial e inmediatamente después; y algunos de sus colaboradores más íntimos formaron luego la espina dorsal de la administración del Plan quinquenal de Goering. Muy semejantes fueron también las enseñanzas de otro antiguo marxista, Friedrich Naumann, cuya Mitteleuropa alcanzó probablemente en Alemania más circulación que ningún otro libro de guerra.[282] Pero correspondió a un activo político socialista, miembro del ala izquierda del partido socialdemócrata en el Reichstag, el desarrollo más completo de estas ideas y su extensa difusión. Paul Lensch había definido ya en sus primeros libros la guerra como la «vía de escape de la burguesía inglesa ante el avance del socialismo», y explicado cuán diferentes eran el ideal socialista de libertad y la concepción inglesa.[283] Sin embargo, sólo en su tercer libro de guerra, el de mayor éxito, en su Tres años de revolución mundial,[284] lograron sus ideas características, bajo la influencia de Plenge, su pleno desarrollo. Lensch basa su argumentación en un interesante y, en muchos aspectos, puntual relato histórico de cómo la adopción del proteccionismo por Bismarck permitió en Alemania una evolución hacia formas de concentración industrial y cartelización que, desde su punto de vista marxista, representaban una etapa más alta en el desarrollo industrial.«El resultado de la decisión de Bismarck en el año 1879 fue que Alemania asumió el papel de revolucionaria; es decir, de un Estado cuya posición respecto al resto del mundo es la del representante de un sistema económico más alto y avanzado. Comprendido esto, advertiremos que, en la presente revolución mundial,Alemania representa el lado revolucionario, y su mayor antagonista, Inglaterra, el contrarrevolucionario. Este hecho prueba cuán escasamente afecta la constitución de un país, sea liberal y republicana o monárquica y autocrática, a la cuestión de saber si, desde el punto de vista del desarrollo histórico, este país ha de considerarse o no como liberal.O, para decirlo más llanamente, nuestras concepciones del liberalismo, la democracia, etc., se derivaron de las ideas del individualismo inglés, de acuerdo con las cuales un Estado con un gobierno débil es un Estado liberal, y toda restricción impuesta a la libertad del individuo se considera producto de la autocracia y el militarismo.»[285] En Alemania, «representante designada por la Historia» de esta forma superior de vida económica, «la lucha en pro del socialismo se ha simplificado extraordinariamente, porque todas las condiciones que el socialismo requiere de antemano están ya establecidas.Y, por ende, para todos los partidos socialistas era forzosamente de interés vital que Alemania pudiera sostenerse triunfante contra sus enemigos y, con ello, cumplir su histórica misión de revolucionar el mundo. Por tanto, la guerra de la Entente contra Alemania recordaba la tentativa de la baja burguesía de la edad precapitalista para evitar la ruina de su propia clase.»[286] Esta organización del capital, prosigue Lensch, «que comenzó inconscientemente antes de la guerra y que durante la guerra ha continuado conscientemente, se mantendrá de modo sistemático después de la lucha. No a causa de un gusto por los sistemas de organización, ni aun porque el socialismo se haya reconocido como un principio superior de desarrollo social. Las clases que son hoy día los verdaderos introductores del socialismo son, en teoría, sus declarados adversarios o, por lo menos, lo fueron hasta hace poco tiempo. El socialismo está llegando, y de hecho ha llegado en cierto modo, porque no podemos ya vivir sin él».[287] Las únicas gentes que todavía se oponen a esta marcha son los liberales. «A esta clase de gente, que inconscientemente razona según patrones ingleses, pertenece toda la burguesía culta alemana. Sus nociones políticas de «libertad» y «derechos ciudadanos», de constitucionalismo y parlamentarismo, se derivan de la concepción individualista del mundo, cuya clásica encarnación es el liberalismo inglés, adoptada por los portavoces de la burguesía alemana en las décadas sexta, séptima y octava del siglo XIX. Pero estos patrones están pasados de moda y descompuestos, de la misma manera que el liberalismo inglés, pasado de moda, ha sido destrozado por esta guerra. Lo que ha de hacerse ahora es saltar por encima de estas ideas políticas heredadas y contribuir al nacimiento de un nuevo concepto del Estado y la sociedad.También en esta esfera debe presentar el socialismo una consciente y decidida oposición al individualismo.A este respecto es un hecho sorprendente que en la supuesta reaccionaria Alemania las clases trabajadoras hayan ganado para sí una posición mucho más sólida y poderosa en la vida del Estado que lo logrado en Inglaterra o Francia.»[288] Lensch continúa con unas consideraciones que, también, contienen mucha verdad y merecen ser examinadas:«Cuando los socialdemócratas, con la ayuda de este sufragio [universal], ocuparon todos los puestos que pudieron obtener en el Reichstag, en los Parlamentos de los estados, en los ayuntamientos, en los tribunales laborales, en las Cajas de subsidio de enfermedad, etc., penetraron muy profundamente en el organismo estatal; pero el precio que pagaron por ello fue que el Estado, a su vez, ejerció una profunda influencia sobre las clases trabajadoras. No hay duda que, como resultado de los duros esfuerzos socialistas durante cincuenta años, el Estado no es ya el del año 1867, cuando se adoptó el sufragio universal; pero la Socialdemocracia, a su vez, no es ya la que era entonces. El Estado ha experimentado un proceso de socialización, y la Socialdemocracia ha experimentado un proceso de nacionalización.»[289] A su vez, Plenge y Lensch suministraron las ideas directoras a los maestros inmediatos del nacionalsocialismo, particularmente Oswald Spengler y A. Moeller van den Bruck, por mencionar sólo los dos nombres más conocidos.[290] Cabe discutir hasta qué punto puede considerarse socialista al primero. Pero es ahora evidente que en su alegato sobre Prusianismo y Socialismo, aparecido en 1920, no hace sino dar expresión a ideas ampliamente sostenidas por los socialistas alemanes.[291] Bastarán unas cuantas muestras de su argumentación. «El viejo espíritu prusiano y el credo socialista, que hoy se odian entre sí con odio de hermanos, son uno y el mismo.»[292] Los representantes de la civilización occidental en Alemania, los liberales alemanes, forman «el invisible ejército inglés que, después de la batalla de Jena, dejó tras sí Napoleón sobre el suelo alemán».[293] Para Spengler, hombres como Hardenberg y Humboldt y todos los demás reformadores liberales eran «ingleses». Pero este espíritu «inglés»[294] será expulsado por la revolución alemana que comenzó en 1914. «Las tres últimas naciones de Occidente han aspirado a tres formas de existencia que están representadas por las famosas consignas: Libertad, Igualdad, Comunidad.Toman cuerpo en las formas políticas del parlamentarismo liberal, la democracia social y el socialismo autoritario...[295] El instinto alemán, o, más correctamente, prusiano, dice: el poder pertenece al conjunto... Cada uno recibe su puesto. Se manda o se obedece. Esto es, desde el siglo XVIII, socialismo autoritario, esencialmente antiliberal y antidemocrático, frente a lo que significan el liberalismo inglés y la democracia francesa...[296] Hay en Alemania muchos contrastes aborrecidos y mal vistos, pero despreciable sobre el suelo alemán, sólo lo es el liberalismo.[297] «La estructura de la nación inglesa se basa sobre la distinción entre rico y pobre; la de la prusiana, sobre la que hay entre mando y obediencia. El significado de la distinción de clases es, con arreglo a esto, fundamentalmente diferente en los dos países.»[298] Después de señalar la esencial diferencia entre el sistema inglés de libre competencia y el sistema prusiano de «administración económica», y después de mostrar (siguiendo expresamente a Lensch) cómo, desde Bismarck, la deliberada organización de la actividad económica ha asumido nuevas formas, cada vez más socialistas, Spengler continúa:«En Prusia existía un verdadero Estado, en el más ambicioso significado de la palabra. No podían existir, estrictamente hablando, personas privadas. Todo el que vivía dentro de un sistema que trabajaba con la precisión de un aparato de relojería era en algún modo uno de sus eslabones. La conducción de los negocios públicos no podía, por consiguiente, estar en manos de los particulares, como supone el Parlamentarismo. Era un Amt, y el político responsable era un funcionario público, un servidor de la comunidad.»[299] La «idea prusiana» exige que todo el mundo sea funcionario público, que el Estado fije todos los salarios y sueldos. La administración de toda la propiedad, especialmente, se convierte en una función asalariada. El Estado del futuro será un Beamtenstaat. Pero «la cuestión decisiva, no sólo para Alemania, sino para el mundo, que tiene que ser resuelta por Alemania para el mundo, es: en el futuro, ¿gobernará el comercio al Estado, o el Estado gobernará al comercio? Frente a esta cuestión, el Prusianismo y el Socialismo son iguales... Prusianismo y Socialismo combaten a Inglaterra en nuestro mismo seno».300De aquí sólo faltaba un paso para que el santo patrono del nacionalsocialismo, Moeller van den Bruck, proclamase que la guerra mundial era la guerra entre liberalismo y socialismo: «Hemos perdido la guerra contra el Occidente. El socialismo la ha perdido contra el liberalismo.»[301] Como para Spengler, el liberalismo es, pues, el enemigo a muerte. Moeller van den Bruck celebra el hecho de que «no hay juventud liberal en Alemania hoy día. Hay jóvenes revolucionarios; hay jóvenes conservadores. Pero ¿quién querría ser liberal?... El liberalismo es una filosofía de la vida a la que ahora la juventud alemana vuelve la espalda con asco, con ira, con especial desprecio, porque no hay nada más extranjero, más repugnante, más opuesto a su filosofía. La juventud alemana de hoy reconoce en el liberal a su archienemigo».[302] El Tercer Reich de Moeller van den Bruck pretendía dar a los alemanes un socialismo adaptado a su naturaleza y no contaminado por las ideas liberales del Occidente. Y así lo hizo.Estos escritores no representan, en modo alguno, un fenómeno aislado. Ya en 1922, un observador independiente pudo hablar de un «fenómeno peculiar y, a primera vista, sorprendente» que era dable observar entonces en Alemania: «La lucha contra el orden económico capitalista, según este criterio, es una continuación de la guerra contra la Entente con las armas del espíritu y la organización económica, el camino que conduce al socialismo práctico, un retorno del pueblo alemán a sus mejores y más nobles tradiciones.»[303] La lucha contra el liberalismo en todas sus formas, el liberalismo que había derrotado a Alemania, fue la idea común que unió a socialistas y conservadores en un frente único. Primero, fue principalmente en el Movimiento Juvenil Alemán, casi por entero socialista en inspiración y propósitos, donde estas ideas se aceptaron más fácilmente y donde se completó la fusión del socialismo y el nacionalismo. Desde finales de la década de los 20 y hasta la llegada de Hitler al poder, un círculo de jóvenes congregados en tomo a la revista Die Tat y dirigidos por Ferdinand Fried fue, en la esfera intelectual el principal exponente de esta tradición.[304] El libro de Fried, Ende des Kapitalismus, es quizá el producto más característico de este grupo de Edelnazis, como se les llamaba en Alemania, y es particularmente inquietante su semejanza con tanta parte de la literatura que vemos en la Inglaterra de hoy, donde podemos observar el mismo movimiento de aproximación entre la derecha y los socialistas de la izquierda, y casi el mismo desprecio por todo lo que es liberal en el viejo sentido. El «socialismo conservador» (y, en otros círculos, el «socialismo religioso») fue el slogan con el que un gran número de escritores prepararon la atmósfera donde triunfó el «nacionalsocialismo». El «socialismo conservador» es la tendencia que domina ahora en Inglaterra. La guerra contra las potencias occidentales «con las armas del espíritu y de la organización económica», ¿no había casi triunfado antes de que la verdadera guerra comenzara?Capítulo XIII
Los totalitarios en nuestro seno
Capítulo XIV
Condiciones materiales y fines ideales
Capítulo XV
Las perspectivas de un orden internacional
Conclusión
No ha sido el propósito de este libro bosquejar el detallado programa de un futuro ordenamiento de la sociedad digno de ser deseado. Si al considerar las cuestiones internacionales hemos rebasado un poco la tarea esencialmente crítica, fue porque en este campo nos podemos ver pronto llamados a crear una estructura a la cual tenga que acomodarse por largo tiempo el desarrollo futuro. Mucho dependerá de cómo utilicemos la oportunidad que entonces se nos ofrecerá.Pero todo lo que podamos hacer no será sino el comienzo de un nuevo, largo y arduo proceso en el cual todos ponemos nuestras esperanzas de crear gradualmente un mundo muy distinto del que conocimos durante el último cuarto de siglo.Es dudoso, por lo menos, que fuera de mucha utilidad en este momento un modelo detallado de un ordenamiento interno deseable de la sociedad, o que alguien sea capaz de facilitarlo. Lo importante ahora es que comencemos a estar de acuerdo sobre ciertos principios y a liberarnos de algunos de los errores que nos han dominado en el pasado más cercano. Por desagradable que pueda ser admitirlo, tenemos que reconocer que habíamos llegado una vez más, cuando sobrevino esta guerra, a una situación en que era más importante apartar los obstáculos que la locura humana acumuló sobre nuestro camino y liberar las energías creadoras del individuo que inventar nuevos mecanismos para «guiarle» y «dirigirle»; más importante crear las condiciones favorables al progreso que «planificar el progreso». Lo más necesario es liberarnos de la peor forma del oscurantismo moderno, el que trata de llevar a nuestro convencimiento que cuanto hemos hecho en el pasado reciente era, o acertado, o inevitable. No podremos ganar sabiduría en tanto no comprendamos que mucho de lo que hicimos fueron verdaderas locuras.Para construir un mundo mejor, hemos de tener el valor de comenzar de nuevo, aunque esto signifique reculer pour mieux sauter.[381 ] No son los que creen en tendencias inevitables quienes dan muestras de este valor, ni lo son los que predican un «Nuevo Orden» que no es sino una proyección de las tendencias de los últimos cuarenta años, ni los que no piensan en nada mejor que en imitar a Hitler. Y quienes más alto claman por el Nuevo Orden son, sin duda, los que más por entero se hallan bajo el influjo de las ideas que han engendrado esta guerra y la mayoría de los males que padecemos. Los jóvenes tienen razón para no poner su confianza en las ideas que gobiernan a gran parte de sus mayores. Pero se engañan o extravían cuando creen que éstas son aún las ideas liberales del siglo XIX, que la generación más joven apenas si conoce de verdad. Aunque ni queremos ni podemos retornar a la realidad del siglo XIX, tenemos la oportunidad de alcanzar sus ideales; y ello no sería poco. No tenemos gran derecho para considerarnos, a este respecto, superiores a nuestros abuelos, y jamás debemos olvidar que somos nosotros, los del siglo XX, no ellos, quienes lo hemos trastornado todo. Si ellos no llegaron a saber plenamente qué se necesitaba para crear el mundo que deseaban, la experiencia que nosotros logramos después debía habernos preparado mejor para la tarea. Si hemos fracasado en el primer intento de crear un mundo de hombres libres, tenemos que intentarlo de nuevo. El principio rector que afirma no existir otra política realmente progresiva que la fundada en la libertad del individuo sigue siendo hoy tan verdadero como lo fue en el siglo XIX.Nota bibliográfica
La exposición de un punto de vista que durante muchos años ha estado decididamente en desgracia sufre la dificultad de no permitir, dentro del ámbito de unos cuantos capítulos, sino la discusión de algunos de sus aspectos.Al lector cuyo criterio se ha formado por entero en las opiniones dominantes durante los últimos veinte años, difícilmente le bastará con este libro para lograr la base común que cualquier discusión provechosa exige. Pero, aunque no conformistas, las opiniones del autor del presente libro no son tan singulares como puedan parecer a algunos lectores. Su criterio esencial coincide con el de un número sin cesar creciente de escritores de muchos países, cuyos estudios les han llevado independientemente a conclusiones semejantes.Al lector que desee informarse directamente con más amplitud sobre lo que quizá considere un clima de opinión desusado, pero no inadmisible, puede serle útil la lista siguiente, que contiene algunas de las más importantes obras de este género, comprendidas varias que al carácter esencialmente crítico del presente ensayo añaden una discusión más completa de la estructura de una sociedad futura deseable.W.H. CHAMBERLIN, A False Utopia. Colectivism in Theory and Practice.Londres, Duckworth, 1937.F.D.GRAHAM, Social Goals and Economic Institutions. Princeton UniversityPress, 1942.E. HALÉVY, L’Ère des Tyrannies, París, Gallimard, 1938.[382] G.HALM,L. v.MISES y otros, Collectivist Economic Planning, ed. de F.A.Hayek,Londres, Routledge, 1937.W.H. HUTT, Economists and the Public, Londres, Cape, 1935.W. LIPPMANN, An Inquiry into the Principles of the Good Society, Londres,Allen & Unwin, 1937.L. v.MISES, Die Gemeinwirstschaft, Jena, Fischer, 2.ª ed. 1932. Trad. inglesa bajo el título de Socialism, por J. Kahane, Londres, Cape, 1936 {trad. esp.: Socialismo, 5.ª ed., Unión Editorial, 2007}— Omnipotent Government:The Rise of the Total State and Total War, New Haven, Yale University Press, 1944 {trad. esp.: Gobierno Omnipotente, Unión Editorial}R.MUIR, Liberty and Civilisation, Londres, Cape, 1940.M. POLANYI, The Contempt of Freedom, Londres,Watts, 1940.W. RAPPARD, The Crisis of Democracy, University of Chicago Press, 1938.L.C.ROBBINS, Economic Planning and International Order, Londres, Macmillan, 1937.— The Economic Basis of Class Conflict and Other Essays in Political Economy, Londres,Macmillan, 1939.— The Economic Causes of War, Londres, Cape, 1939. W. ROEPKE, Die Gesellschaftskrisis der Gegenwart, Zürich, Eugen Rentsch, 1942.L. ROUGIER, Les mystiques économiques, París, Librairie Medicis, 1938.F.A. VOIGT, Unto Caesar, Londres, Contable, 1938.Los siguientes, entre los «Public Policy Pamphlets» editados por la University of Chicago Press:H.SIMONS,A Positive Program for Laissez Faire. Some Proposals for a Liberal Economic Policy, 1934.H.D. GIDEONSE, Organised Scarcity and Public Policy, 1939.F.A. HERMENS, Democracy and Proportional Representation, 1940.W. SULZBACH, «Capitalist Warmongers»: A Modern Superstition, 1942.M.A. HEILPERIN, Economic Policy and Democracy, 1943.Hay también importantes obras alemanas e italianas de un carácter similar, que, en consideración a sus autores, sería imprudente mencionar ahora por sus nombres.A esta lista he de añadir los títulos de tres obras que,más que cualquier otro libro por mí conocido, ayudan a comprender el sistema de ideas que gobierna a nuestros enemigos y las diferencias que separan su mentalidad de la nuestra:E.B. ASHTON, The Fascist, His State and Mind, Londres, Putnam, 1937.F.W. FOERSTER, Europe and the German Question, Londres, Sheed, 1940.H. KANTOROWICZ, The Spirit of English Policy and the Myth of the Encirclement of Germany, Londres, Allen & Unwin, 1931,y el de una notable obra reciente sobre la historia moderna de Alemania, no tan bien conocida en Gran Bretaña como se merece:F. SCHNABEL, Deutsche Geschichte im 19. Jahrhundert, 4 volúmenes, Friburgo i. Br., 1929-37.Quizá se encontrarán todavía las mejores guías para ciertos de nuestros problemas contemporáneos en las obras de algunos de los grandes pensadores políticos de la era liberal, un De Tocqueville o un Lord Acton, y, para retroceder aún más, en Benjamin Constant, Edmund Burke y los artículos del Federalist de Madison, Hamilton y Jay; generaciones para quienes la libertad era todavía un problema y un valor que defender, mientras que la nuestra la da por segura y ni advierte de donde amenaza el peligro ni tiene valor para liberarse de las doctrinas que la comprometen.Apéndice
Documentos relacionados[383]
Nazi-socialismo[384] Primavera de 1933Por muy incomprensibles que los últimos acontecimientos de Alemania puedan parecerle a todo aquel que haya conocido el país principalmente en los años democráticos de la posguerra, todo intento de comprender plenamente estos hechos los considerará la culminación de tendencias que se remontan a un periodo muy anterior a la Gran Guerra. Nada es más superficial que considerar que las fuerzas que dominan la Alemania de hoy son reaccionarias —en el sentido de que desean una vuelta al orden social y económico de 1914. La persecución contra los marxistas, y contra los demócratas en general, tiende a oscurecer el hecho fundamental de que el nacionalsocialismo es un movimiento socialista genuino, cuyas ideas básicas son el fruto final de las tendencias antiliberales que iban ganando terreno rápidamente en Alemania desde la última parte del periodo bismarckiano,y que llevó a la mayor parte de la intelligentsia alemana primero al «socialismo de cátedra » y más tarde al marxismo en sus formas socialdemocrática o comunista.Una de las principales razones de que no se haya aceptado de manera casi general el carácter socialista del nacionalsocialismo es, sin duda, su alianza con grupos nacionalistas que representan a las grandes industrias y a los grandes terratenientes. Pero esto prueba meramente que también estos grupos —como han ido aprendiendo desde entonces para su frustración— se han equivocado, al menos en parte, respecto a la naturaleza del movimiento. Pero sólo parcialmente, porque —y éste es el rasgo más característico de la moderna Alemania— muchos capitalistas han sido influidos ellos mismos fuertemente por las ideas socialistas, y no tienen suficiente fe en el capitalismo como para defenderlo con una conciencia clara. Pero, pese a ello, la clase empresarial alemana ha manifestado una casi increíble cortedad de miras al aliarse con un movimiento de cuyas fuertes tendencias anticapitalistas nunca ha habido la menor duda.Un observador cuidadoso ha debido ser siempre consciente de que la oposición de los nazis a los partidos políticos socialistas existentes, que se habían ganado la simpatía de los empresarios, se dirigía sólo en pequeña medida contra su política económica. Lo que los nazis objetaban principalmente era su internacionalismo y todos los aspectos de su programa cultural que todavía tenía influencias de las ideas liberales. Pero las acusaciones contra los socialdemócratas y comunistas, que eran las más eficaces en su propaganda, estaban dirigidas no tanto contra sus programas como contra sus supuestas prácticas —su corrupción y nepotismo, e incluso su presunta alianza con «el capitalismo judío internacional del oro».Y habría sido poco probable que los nacionalistas avanzasen objeciones fundamentales contra la política económica de otros partidos socialistas cuando su propio programa oficial difería de éstos sólo en que su socialismo era mucho más basto y menos racional. Los famosos 25 puntos elaborados por Herr Feder[385] , uno de los primeros aliados de Hitler, aceptados repetidamente por éste y reconocidos por los estatutos del Partido nacionalsocialista como base inmutable de todas sus acciones, junto con un extenso comentario, que circularon por toda Alemania en centenares de miles de ejemplares, están llenos de ideas que se parecen a las de los primeros socialistas. Pero la característica dominante es un fiero odio a todo lo capitalista —búsqueda del beneficio individual, empresa a gran escala, bancos, sociedades anónimas, grandes almacenes, «finanzas internacionales y capital para préstamos», el sistema de «esclavitud del interés» en general; la abolición de todo esto se describe como «lo [indescifrable] del programa, alrededor del cual gira todo lo demás». Fue a este programa al que las masas del pueblo alemán, que ya estaban completamente bajo la influencia de las ideas colectivistas, respondieron tan entusiásticamente.Y que este violento ataque contra el capitalismo es genuino —y no un mero elemento de propaganda— se hace evidente tanto por la historia personal de los dirigentes intelectuales del movimiento como por el milieu general del que surge. Y no se puede negar que muchos de los jóvenes que hoy juegan un papel importante en él fueron anteriormente comunistas o socialistas.Y para cualquier observador de las tendencias literarias que hicieron que la intelligentsia alemana estuviese dispuesta a unirse a las filas del nuevo partido, debe ser evidente que la característica común de los escritores políticamente influyentes —en muchos casos libres de cualquier afiliación clara a un partido— fue su tendencia antiliberal y anticapitalista. Grupos como los formados alrededor de la revista Die Tat han hecho de la frase «fin del capitalismo» un dogma aceptado por la mayoría de los jóvenes alemanes.[386] Que el movimiento es más antiliberal que cualquier otra cosa está estrechamente relacionado con otro importante aspecto de aquél —el sentimiento antirracional, místico y romántico, que iba aumentando desde hacía años entre la juventud alemana. La protesta contra el «intelectualismo liberal » que recientemente han expresado con tanta energía los estudiantes de la Universidad de Berlín, no fue una aberración aislada sino una expresión real del sentimiento de las grandes masas populares[387] . Sería una historia demasiado larga buscar todas las diferentes fuentes intelectuales de estas tendencias antirracionales en el arte y la literatura que han convergido —con frecuencia con el asombro y consternación de quienes las originaron— en el movimiento nazi. Pero hay que decir que, de nuevo, la principal influencia que destruyó la creencia en la universalidad y unidad de la razón humana fueron las enseñanzas de Marx respecto al condicionamiento de clase de la naturaleza de nuestro pensamiento, respecto a la diferencia entre la lógica burguesa y lo lógica proletaria, que sólo necesitaba ser aplicada a otros grupos sociales tales como las naciones y las razas, para proporcionar las armas que se usan ahora contra el racionalismo como tal. En qué gran medida esta idea marxiana ha permeado el pensamiento alemán puede verse en el hecho de que, en los últimos años, ha sido promovida, como «sociología del conocimiento », al rango de una nueva rama del saber[388] . Es obvio que, a partir de este relativismo intelectual que niega la existencia de verdades que pueden ser reconocidas independientemente de la raza, nación, o clase hay sólo un paso hacia la postura que coloca al sentimiento por encima del pensamiento racional.Que el antiliberalismo y el antirracionalismo están íntimamente ligados entre sí, es algo que se comprende fácilmente, y de hecho es inevitable. Si se justifica el imperio de la fuerza por parte de algún grupo privilegiado, su superioridad ha de ser aceptada, pues no puede demostrarse. Pero lo que no se entiende tan fácilmente —si bien es de inmensa importancia— es el hecho, ilustrado por las realidades de Alemania y Rusia, de que el antiliberalismo, que si se limita al campo económico tiene hoy las simpatías de casi todo el resto del mundo, lleva inevitablemente a un reinado de la coerción, a la intolerancia y a la supresión de la libertad intelectual. La lógica inherente al colectivismo hace imposible encerrarlo en una esfera limitada. Más allá de ciertos límites, la acción colectiva en interés de todos sólo se hace posible si todos pueden ser obligados a aceptar como su interés común lo que quienes están en el poder dicen lo que se debe aceptar. En ese momento, la coerción debe extenderse a las metas e ideas últimas de los individuos y debe intentar situar la Weltanschauung de cada uno en la misma línea de ideas de sus gobernantes.El carácter colectivista y antiindividualista del Nacionalsocialismo alemán no cambia mucho por el hecho de que no se trate de un socialismo proletario sino de clases medias, y que se inclina, por lo tanto, a favorecer a los pequeños artesanos y tenderos y a establecer un límite algo más alto en cuanto al reconocimiento de la propiedad privada que el del comunismo. En el primer ejemplo, reconocerá probablemente, de forma nominal, la propiedad privada en general. Pero la iniciativa privada puede verse rodeada de restricciones a la competencia de modo que queda poca libertad. Los artesanos, los tenderos y los profesionales, con toda probabilidad, serán organizados en gremios, como los de los oficios medievales, que regularían sus actividades. En el caso de los capitalistas más ricos el control del estado y las restricciones a los ingresos dejarían poco más que el nombre de propiedad, incluso cuando la intención de corregir la acumulación indebida de riqueza en manos de los individuos todavía no se ha llevado a cabo. Incluso en el momento presente los comisarios del estado han sido contratados por muchas importantes industrias y, si el ala más radical del partido es consecuente, lo mismo ocurrirá probablemente en otros muchos casos.[389] En la actualidad, cuando el partido Nacionalsocialista ha crecido enormemente, y por tanto abarca elementos con puntos de vista muy divergentes, es, pues, difícil decir qué punto de vista predominará. Pero si, como parece cada vez más probable, van a controlar el terreno los puntos de vista sobre economía política más radicales, significará que el pánico ante el comunismo ruso ha empujado al pueblo alemán inconscientemente a algo que difiere del comunismo en poco, salvo en el nombre. Es más que probable que el significado real de la revolución alemana sea que la largamente temida expansión del comunismo en el corazón de Europa ya ha tenido lugar, pero no se reconoce porque las semejanzas fundamentales en métodos e ideas quedan ocultas por las diferencias en fraseología y en los grupos privilegiados. Por el momento, el pueblo alemán ha reaccionado contra el trato recibido de la comunidad de países democráticos y capitalistas abandonando esa comunidad.De todos modos, nada sería menos justificable que las naciones de Europa occidental mirasen por encima del hombro al pueblo alemán porque ha acabado siendo víctima de lo que, en este país, parece un tipo de barbarie. De lo que hay que darse cuenta es de que esto es sólo el resultado último y necesario de un proceso de desarrollo en el que las demás naciones han estado siguiendo constantemente a Alemania, aunque a considerable distancia. La gradual extensión del campo de actividad del estado, el aumento de las restricciones del movimiento internacional de hombres y bienes, la simpatía por la planificación económica central y el generalizado jugar con las ideas de dictadura, todo ello va en esa dirección. En Alemania, donde estas cosas habían ido más lejos, estaba en curso una reacción intelectual, que ahora difícilmente podrá sobrevivir. El hecho de que el carácter del presente movimiento sea tan mal interpretado generalmente hace probable que la reacción en otros países acelere, en vez de debilitar, la actuación de estas tendencias que conducen en la dirección en que ahora está yendo Alemania. Hasta ahora, hay pocas perspectivas de que el reverso de estas tendencias intelectuales en otra parte llegue a tiempo para prevenir que otros países sigan también a Alemania en este último paso. Informe de Frank Knight[390] 10 de diciembre de 1943Al Director general y al Comité de Publicaciones de University of Chicago PressDe Frank H. KnightThe Road to Serfdom, de F.A. Hayek, es una magistral demostración del trabajo que se propone desarrollar. Este trabajo consiste en mostrar por medio de un razonamiento general e histórico, y esto último sobre todo con referencia al curso de los acontecimientos en Alemania, dos cosas: primero, que cualquier política que se diga socialista, o de economía planificada, conduce inevitablemente al totalitarismo y a la dictadura; y, segundo, que un orden social así acaba cayendo inevitablemente bajo el control de «los peores» individuos. Naturalmente, el argumento es político más que económico, excepto en el sentido indirecto de que los problemas a resolver y las funciones a realizar por el sistema de organización de mercado abierto son económicos y que no pueden ser llevados a cabo por un gobierno en un orden político libre, ni por el propio sistema de mercado libre bajo un régimen político democrático. Hay poca o ninguna teoría económica en el libro. Los quince breves capítulos describen hábilmente el viejo liberalismo y lo comparan con las tendencias actuales, que son virtualmente antitéticas y discuten problemas tales como el individualismo, la democracia, el estado de derecho, seguridad y libertad, el lugar de la verdad en la vida política y social, la relación entre las condiciones materiales y los fines ideales, y el problema del orden internacional.Cuando digo que el argumento está bien desarrollado, es sintético y concluyente, debería añadir que la postura que defiende coincide con mi convicción anterior a la lectura de este trabajo. Pueden hallarse opiniones notablemente inteligentes contra este punto de vista y estaría bien obtener un informe de alguien que mantenga esta postura contraria. Una persona así podemos encontrarla en esta facultad y en el Departamento de Economía.Desde el punto de vista de que sería deseable la publicación del libro en este país, constato alguna base para la duda. El autor es un refugiado austriaco, un economista muy capaz, que ha sido profesor de la London School of Economics desde mediados los años 1930. Escribe desde un punto de vista claramente inglés, y usa frecuentemente la expresión «este país» refiriéndose a Inglaterra. Aunque trata parcialmente las condiciones de Estados Unidos, y cita escritos estadounidenses, esto es secundario en cuanto a finalidad e intensidad. Este hecho por sí mismo puede limitar el interés en «este país» a un círculo de lectores bastante cultivado, incluso académico. Además, todo el desarrollo muestra un nivel intelectual y universitario más bien alto y la cantidad de conocimiento referente a las condiciones y a la historia de la Europa central es más bien amplio incluso para lectores americanos instruidos. Es difícil verlo como un libro «popular» desde este punto de vista.Además, hay limitaciones en relación al propio tratamiento, tanto en el argumento teórico como en el histórico. En este último aspecto, el trabajo es esencialmente negativo. Apenas considera el problema de las alternativas, y reconoce inadecuadamente la necesidad y la inevitabilidad política de un amplio espectro de actividades gubernamentales en relación a la vida económica en el futuro. Trata sólo las falacias más simples, peticiones poco razonables y prejuicios románticos que subrayan el clamor popular a favor de un control gubernamental en lugar de la libre empresa. No discute los problemas planteados por las graves carencias de un sistema económico basado en el grado de libertad económica que era considerado deseable y que se permitió, digamos, a caballo de ambos siglos. Y no ataca falacias de una manera dramática, en comparación con el carácter del pensamiento y argumento sobre los que se basan realmente.El tratamiento que hace el autor del curso de los acontecimientos que llevaron a la dictadura nazi en Alemania también me parece que es una notable simplificación. Prácticamente, atribuye todo al movimiento socialista y al paternalismo estatal hacia la clase trabajadora y la industria, incluido el cultivo de una actitud de desprecio hacia la empresa de negocios, en comparación con la estima por el estatus burocrático basado en el salario. Relega explícitamente la tradición militarista a un papel menor.Me parece que hay muchos factores en la historia alemana que deberían ser tenidos en cuenta en un tratamiento equilibrado. Se puede pensar en la tardía supervivencia del feudalismo, que retardó la unificación nacional y la industrialización, y las especiales circunstancias que rodean estos cambios y el establecimiento de un gobierno responsable tras la Primera Guerra mundial. Estos últimos componentes tienen, sin duda, mucho que ver con el fracaso del parlamentarismo, hecho indiscutible y factor vital en el establecimiento del régimen de Hitler.Traigo a colación sólo una breve mención al antisemitismo, que tiene una larga historia en Alemania. Estos asuntos no invalidan, en mi opinión, la conclusión general del autor, pero debilitan el argumento en cuanto presentación de su caso.En suma, el libro es un útil instrumento de trabajo, pero de alcance limitado y algo parcial en su tratamiento. No estoy seguro de que vaya a tener un amplio mercado en este país, o de que pudiese llegar a cambiar la postura de muchos lectores. Informe de Jacob Marschak[391] 20 de diciembre de 1943La habitual discusión entre partidarios y adversarios de la libre empresa no se ha desarrollado a un nivel muy alto hasta hoy. El libro de Hayek puede dar comienzo en este país a un tipo de debate más académico.El libro se dirige a los amigos de la libre empresa y les proporciona nuevos materiales: la interpretación de Hayek de la actual escena inglesa (los trabajadores y los monopolios industriales que van juntos hacia la economía colectiva) resultará nueva para todos los lectores americanos excepto para aquellos que han leído o escuchado las opiniones de William Benton; mientras que el trasfondo alemán de Hayek lo capacita para dar nuevo apoyo al debate respecto a que el socialismo es el padre del nazismo.Quienes no están convencidos de entrada de las tesis de Hayek probablemente aprenderán más de sus argumentos que los que sí lo están. Hayek (Capítulo IV) siente un gran desprecio por el método cuasi-científico de las «tendencias», de las «las oleadas del mañana». Los partidarios de la planificación porque aman la voluntad inevitable, quizá tras leer a Hayek revisen su fe o sus gustos. Quizá comiencen a pensar en términos de fines y medios y no de profecías.Es cierto que el propio Hayek alimenta muy poco este pensamiento concreto. Como él mismo dice al final del libro (páginas 177, 179),[392] este es casi exclusivamente crítico, no constructivo. Su técnica es de blanco y negro. Se muestra impaciente por llegar a compromisos (página 31). Está escrito con la pasión y la ardiente claridad de un gran doctrinario.Hayek tiene la sinceridad de alguien que ha tenido una visión del peligro que otros no han visto. Advierte a sus semejantes con amorosa impaciencia.Así, pues, los mejores capítulos del libro son negativos o formales.Hay un excelente y realmente inspirado capítulo, el «Estado de derecho» (Capítulo VI); pero Hayek tiene poco que decir en cuanto a cómo el Estado de Derecho (es decir, la evitación de las decisiones administrativas ad hoc) podrían aplicarse como instrumentos para mitigar el desempleo por medios monetarios, o para combatir a los monopolistas. Sobre tales puntos Hayek da sólo vagas pistas (páginas 90, 147).Ya que en este país los términos «plan» y «socialismo» se han utilizado frecuentemente en el sentido de incluir las políticas monetarias y fiscales, la seguridad social, e incluso el impuesto progresivo sobre la renta, el lector americano esperará posiblemente que Hayek haga una demarcación concreta entre lo que el libro llama «planificación en el buen sentido» y la (no deseable) planificación como tal. De hecho, los capítulos no económicos (el que trata de «El fin de la verdad», por ejemplo) son más imponentes que los económicos. Los que leen a Walter Lippmann, a Stuart Chase[393] , o la discusión de Fortune sobre el mundo de posguerra leerá también a Hayek. Suele ser menos concreto que Lippmann o que Chase; pero su pensamiento es algo más incisivo, precisamente porque es más abstracto. El estilo de Hayek es ameno y ocasionalmente inspirado.No debemos ignorar este libro.J.MARSCHAKPrólogo de John Chamberlain a la edición americanaLos slogans de nuestro tiempo se expresan con una variedad de términos: «pleno empleo», «planificación», «seguridad social», «liberación de la escasez». La realidad de nuestro tiempo sugiere que ninguna de estas cosas deben mantenerse cuando se convierten en objetos conscientes de la política gubernamental. Son palabras falsas. En Italia corrompen a un pueblo y lo conducen a la muerte bajo el ardiente sol africano. En Rusia se dio el primer Plan Quinquenal; y se dio también la liquidación de tres millones de kulaks. En Alemania hubo pleno empleo entre 1935 y 1939; pero 600.000 judíos ya han sido privados de sus propiedades, dispersados a los confines de la tierra, o yacen en fosas comunes en los bosques polacos.Y en Estados Unidos la bomba nunca se llenó tras los sucesivos intentos; sólo la guerra salvó a los políticos del «pleno empleo».Hoy sólo un puñado de autores han osado establecer una conexión entre nuestros slogans y el terror que acosa al mundo moderno. Entre estos autores se halla F.A. Hayek, economista austriaco que ahora vive en Inglaterra. Habiendo presenciado el congelamiento de los sistemas sociales y económicos alemán, italiano y de los países danubianos, Hayek está horrorizado al ver cómo los ingleses sucumben gradualmente antes las ideas de economía controlada del alemán Walter Rathenau, los sindicalistas italianos —y, sí, de Adolf Hitler que tiene el valor de trazar conclusiones del menos rotundo estatismo de sus predecesores.[394] Este libro de Hayek —The Road to Serfdom— es una advertencia, un grito en un tiempo de duda. Y dice a los británicos y, por implicación, a los americanos: Alto, mirad y escuchad.The Road to Serfdom es sobrio, lógico, severo. No trata de congraciarse con el lector.Pero la lógica es incontestable: «pleno empleo», «seguridad social» y «liberación de la escasez» no se tendrán a menos que sea como sucedáneos de un sistema que libere las energías de los individuos. Cuando «la sociedad» y el «bien de todos» y «el mayor bien para el mayor número» se convierten en la piedra de toque dominante de la acción del estado, ningún individuo puede planear su propia existencia. Pues los «planificadores» estatales deben arrogarse a sí mismos el derecho de entrar en cada sector del sistema económico si el bien de la «sociedad» o el «bienestar general» están por encima de todo. Si los derechos del individuo se interponen, hay que marginarlos.La amenaza del «dinamismo» del estado desemboca en un amplio temor, por lo general inconsciente, entre todos los intereses productivos que todavía conservan una libertad de acción condicional. Y el temor afecta a los resortes de la acción. La gente puede tratar de ser más lista que el gobierno lo mismo que ayer trataba de engañar al mercado. Pero hay esta diferencia: los factores del mercado obedecían al menos leyes relativamente objetivas, mientras que los gobiernos están notablemente sujetos al capricho. Uno puede arriesgar su futuro por un juicio que cuenta con stocks, puntos de saturación del mercado, tasas de interés, curvas de tendencia de los deseos de los compradores. Pero ¿cómo puede un individuo engañar a un gobierno cuya meta es suspender las leyes objetivas del mercado cuando y donde quiere hacerlo en nombre de la «planificación»? Con perspicacia, Peter Drucker observaba una vez que los «planificadores» son todos improvisadores[395] . Éstos no crean certeza, sino incertidumbre para los individuos.Y,como Hayek demuestra, el resultado final de la incertidumbre es la guerra civil, o la dictadura que evita la guerra civil. La alternativa a la «planificación» es el «estado de derecho». Hayek no es incondicional del laissez-faire; cree en un plan para un sistema empresarial. El plan es compatible con niveles de salario mínimo, niveles de salud, la existencia de un mínimo de seguros sociales obligatorios.Y es incluso compatible con ciertos tipos de inversiones gubernamentales. Pero la cuestión es que el individuo debe saber, con antelación, cómo van a funcionar las reglas. No puede planear su negocio, su futuro, incluso sus propios asuntos familiares, si el «dinamismo» de una autoridad planificadora central pende sobre su cabeza.En ciertos aspectos, Hayek es más «inglés» que los ingleses de hoy. Pertenece, con modificaciones, al gran linaje de Manchester, no a la escuela de los Webbs[396] . Puede ser que sea incluso más «americano» que los americanos actuales. Si es así, sólo podemos augurar una acogida en Estados Unidos lo más amplia posible de The Road to Serfdom.Carta de John Scoon a C. Hartley Grattan[397] Hayek: The Road to Serfdom2 de mayo de 1945Sr. C. Hartley Grattan6 White Hall RoadTuckahoe, Nueva YorkEstimado Sr. Grattan:He estado en mi despacho unos cinco minutos al día desde que volví de Chicago, pues, de lo contrario, habría sabido usted de mí antes. Pero las reseñas le fueron enviadas a usted hace una semana más o menos, y respecto a sus deseos cuentan lo principal de la historia.The Road to Serfdom nos llegó en diciembre de 1943, lo leyeron dos lectores universitarios de fuera de la Editorial, y fue aprobado por nuestro Comité de Publicaciones (compuesto por miembros de la facultad provenientes de varios departamentos de la universidad) a finales de ese mes. Estaba en pruebas cuando lo vimos por primera vez, y a punto de ser publicado por Routledge en Inglaterra. La idea de que fuese publicado por la Editorial en este país la sugirió un miembro del Departamento de Economía de la Universidad que ya conocía desde antes a Hayek y su trabajo[398] ; casi al mismo tiempo, otro amigo del autor[399] , que pasó un tiempo en la Universidad pero luego trabajó en Washington para el gobierno, nos sugirió el libro y nos envió las pruebas de imprenta.El primer informe, del que incluyo una copia, marcada con una «A», provino de un hombre que es de confianza, más bien de centro en sus opciones políticas, y respetado por ambas partes. Dice en su informe que se situaba del lado de Hayek en este asunto antes incluso de leer el libro, por lo que recomendó que obtuviésemos otro informe de la oposición. Así hicimos, y el informe marcado con una «B» nos vino de uno de los economistas más claramente «progresistas» del país, cuyo nombre reconocería usted inmediatamente si no fuese nuestra ya larga política la de no revelar los nombres de los lectores. En otras palabras, simplemente, no podríamos haber sometido al libro a un juicio más objetivo: no sabíamos nada sobre él en aquellos tiempos, por lo que buscamos informes de dos opuestos puntos de vista y luego los sometimos a un comité formado por trece hombres de diferentes matices de opinión. Y todos ellos aprobaron la publicación del libro por la Editorial.Todo ello ocurrió antes de que el Sr. Brandt y yo nos incorporáramos a la Editorial a comienzos de enero de 1944. Consideramos este proyecto en conjunto con otros muchos, parte de un probable programa para el año que precisamente empezaba entonces. Cuando la Editorial comenzó a preparar su nuevo catálogo, The Road to Serfdom parecía estar lejos de tener impacto mundial. Así, pues, leímos las pruebas de imprenta nosotros mismos y decidimos pedir al autor que hiciera adaptación del libro a losEstados Unidos, mencionando explícitamente a este país en vez de lanzar el libro directamente a unos lectores limitados a Inglaterra —«sin hacer promesas en cuanto a la publicación que pudieran influir en su opinión sobre este punto», decía mi informe. Y seguía diciendo: «Si está de acuerdo, continuemos con el asunto. Podrá provocar problemas, pero el autor tiene interés y evidentemente ha tenido una excelente experiencia.» (Debería explicar aquí que la «aprobación» por el comité de un manuscrito no es obligatoria, por lo que la cuestión de la publicación todavía no ha sido decidida del todo.)Este procedimiento fue aceptado por todas las partes, y nosotros, un colega del autor400, y el propio Sr. Hayek nos pusimos a trabajar sugiriendo posibles revisiones. Se acordaron finalmente algunos cambios específicos, en los que, naturalmente, el Sr. Hayek tuvo la última palabra sobre lo que se añadió, lo que se suprimió, y sobre la redacción específica en cada punto. Mientras, los de la Editorial estábamos preocupados por un posible nuevo título, cuántas ventas tendría el libro (se consideró meramente un trabajo académico, y sabíamos que podía fracasar sin más o bien ser generosamente recibido), y cómo introducir mejor este trabajo de un autor extranjero con más bien poco nombre en este país. Tras largas conversaciones decidimos dejar el título (que es una paráfrasis de la obra de Bertrand Russell Roads to Freedom[401] , pedir a John Chamberlain que escribiese una introducción allibro, y que se hiciese una primera edición de 2.000 ejemplares. Esta cifra se vio influida definitivamente por la competencia a la que se enfrentó el libro por el publicado anteriormente, Omnipotent Government, de Ludwig von Mises, que fue profesor de Hayek por un tiempo en Viena.[402] Por las fechas en que se firmó el contrato para los derechos estadounidenses —a comienzos de abril— empezamos a oír algo sobre el libro en Inglaterra, que había sido publicado aquí el 10 de marzo. La primera edición en Inglaterra fue de sólo 2.000 ejemplares, pero se agotó en un mes aproximadamente. Y comenzó a ser citado en el Parlamento y en los diarios, y unos cuantos periódicos de aquí comenzaron a mencionarlo de vez en cuando; pero, naturalmente, seguíamos dudosos sobre si habría tenido acogida en Estados Unidos. Es un hecho que hasta la fecha de publicación no pudimos hallar ninguna librería, ni siquiera en Nueva York, que se mostrase interesada por el libro, aunque Joe Margolies, de Brentano, le garantizaba algunas posibilidades.Ya en junio, el autor corregía nuestras pruebas, y la publicación, que habíamos esperado que fuese en julio, se retrasó hasta el 18 de septiembre, y por entonces la edición inglesa estaba por la tercera reimpresión. Nosotros mandamos más ejemplares prepublicación y para reseñas de lo habitual, y por las respuestas supimos que el libro tenía buenas posibilidades de captar el interés: la primera reseña que vimos fue la de Orville Prescott, en el New York Times del 20 de septiembre, que era neutral y que calificó al libro como «este triste e irritado librito», pero para cuando habíamos visto la reseña de primera página de Henry Hazlitt en el Times Book Review del domingo, habíamos encargado una segunda reimpresión de 5.000 ejemplares. En pocos días tuvimos peticiones de derechos de edición en alemán, español, holandés y otras, y el 27 de septiembre encargamos una tercera reimpresión de 5.000 ejemplares, y subimos hasta las 10.000 al día siguiente. De varias partes nos llegaron peticiones de derechos para revistas, pero la primera fue del Reader’s Digest que hizo la mejor oferta.En la primera semana de octubre muchas tiendas agotaron las existencias y tuvimos que hacer un tremendo y complicado trabajo de impresión, encuadernción, envío y distribución a las tiendas en este país y en Canadá —por estas fechas habíamos llegado a un arreglo con Routledge para que se ocupase también de los pedidos de Canadá—.Ya desde un comienzo hubo gran entusiasmo por el libro pero las ventas subieron y bajaron y a nuestra agencia de anuncios le dio un verdadero dolor de cabeza buscando espacio para los momentos adecuados. Unos pocos programas de radio dieron un empujón al libro, a fines de octubre, pero sabíamos que las ventas bajarían después de Navidad, por lo que comenzamos a buscar algo que hacer este año. El sr. Brandt tuvo la idea de traer al sr. Hayek aquí; preguntó al departamento de economía de varias universidades sobre tal posibilidad, y todos se mostraron muy entusiastas. Apenas se habían tomado las medidas definitivas y se sabía que el sr.Hayek iba a venir a este país, organizaciones e individuos de todo tipo nos abrumaron con intentos para acapararlo, por lo que tuvimos que ceder el viaje a la National Concert and Artists Corporation.El resto de la historia usted la conoce. En este momento el libro está en su séptima edición, se han vendido casi 50.000 ejemplares, pero los encargos llegan tan frecuentemente que no conocemos el total exacto. Realmente, ha tenido una de las carreras de ventas más extrañas que un libro puede tener, y ha sido muy difícil saber cuál era el paso siguiente que había que dar respecto al libro: el libro condensado del Digest provocó un gran arrebato, pero el arrebato fue de breve duración —muy posiblemente porque la distribución del texto condensado del Club del Libro del mes alcanzó la cifra de 600.000.El encono respecto al libro ha aumentado con el paso del tiempo, alcanzando nuevas cotas a medida que el libro iba dejando de ser una mera impresión. (La gente todavía tiende a ser reticente respecto al libro; ¡por qué no lo leen y hallan lo que Hayek dice realmente!) Usted sabe también lo que piensa el autor sobre esto: una de sus quejas es que en un sentido sus conclusiones están sobre el papel, pero no el proceso por el cual llegó hasta ellas, y todos nos preguntamos si algún día no podríamos publicar una edición completa anotada del libro. (Esta edición se utiliza como lectura paralela en ciencias políticas y cursos semejantes en cierto número de universidades.) Entre tanto,Hayek tiene otros muchos proyectos, pero ahora no hablaremos sobre ninguno de ellos.Espero que esto baste para lo que usted necesita. He reunido el material fuera de los archivos y puede haber perdido algo de perspectiva. Si hay algo más que usted quisiese saber, trataremos de proporcionárselo.Sinceramente,JOHN SCOONEditorJS:MB Introducción de Milton Friedman a la edición de 1994Este libro se ha convertido en un verdadero clásico: una lectura esencial para quien esté seriamente interesado por la política en el sentido más amplio y menos partidista, un libro cuyo mensaje central es intemporal, aplicable a una gran variedad de situaciones concretas. En cierto sentido es incluso más importante para los Estados Unidos de hoy de lo que lo fue cuando hizo sensación al ser publicado por primera vez en 1944.Hace casi un cuarto de siglo (1971), escribí una introducción para una nueva edición alemana de The Road to Serfdom que ilustra lo intemporal que es el mensaje de Hayek. Aquella introducción es igualmente pertinente en este cincuenta aniversario del clásico de Hayek. En vez de plagiarme a mí mismo, me cito totalmente antes de añadir unos cuantos comentarios adicionales.«A lo largo de los años, he convertido en una práctica el inquirir entre los creyentes del individualismo cómo pudieron apartarse de la ortodoxia colectivista de nuestro tiempo. Durante años, la pregunta más frecuente era una referencia al libro del que tengo el honor de escribir esta introducción. El notable y vigoroso opúsculo del profesor Hayek fue una revelación, particularmente para los jóvenes que habían estado en las fuerzas armadas durante la guerra. Su experiencia reciente había incrementado su aprecio del valor y significado de la libertad individual.Asimismo, habían observado una organización colectivista en acción. Para ellos, las predicciones de Hayek sobre las consecuencias del colectivismo no eran simplemente posibilidades hipotéticas sino realidades visibles que ellos mismos habían experimentado en el servicio militar.«Al releer el libro antes de escribir esta introducción, volvió a impresionarme lo magnífico que es este libro —sutil y sólidamente razonado y asimismo lúcido y claro, filosófico y abstracto y aun así concreto y realista, analítico y racional y también animado por elevados ideales y un vivo sentido de misión. No hay por qué extrañarse de que haya tenido tanta influencia. Y me impresiona el hecho de que su mensaje no se necesita menos hoy de lo que se necesitó cuando apareció por primera vez— volveremos sobre esto. Pero su mensaje puede no ser tan inmediato o tan persuasivo para la juventud de hoy como para los jóvenes que lo leyeron cuando se publicó.Los problemas de la guerra y de los ajustes posbélicos que Hayek utilizó para ilustrar su intemporal tesis central, y la jerga colectivista de su tiempo que él usó para documentar sus afirmaciones sobre el clima intelectual, era familiar a la generación de la inmediata posguerra y estableció una relación inmediata entre el autor y el lector. Las mismas falacias colectivistas se difunden actualmente e incluso van en aumento, si bien los resultados inmediatos son diferentes y lo mismo sucede con la jerga. Hoy se habla poco de “planificación central”, de “producción de uso”, de la necesidad de una “dirección consciente” de los recursos de la sociedad. En cambio, se habla de la crisis urbana —que se resolvería sólo, se dice, por medio de programas gubernamentales muy amplios; de la crisis del medio ambiente— provocada, como se dice, por empresarios rapaces a los que hay que obligar a aceptar su responsabilidad social en vez de “simplemente” hacer funcionar sus empresas para conseguir el mayor beneficio y exigiendo también, se dice, programas gubernamentales muy amplios; de la crisis del consumidor —falsos valores estimulados por los mismísimos empresarios rapaces que buscan beneficios en vez de ejercer su responsabilidad social y, naturalmente, se exigen amplios programas gubernamentales para proteger al consumidor incluso de sí mismo; de la crisis del bienestar o de la pobreza— aquí la jerga sigue siendo “pobreza en la abundancia”, aunque lo que se describe ahora como pobreza podía ser considerado riqueza cuando el eslogan tanto se utilizó por primera vez.«Ahora como entonces, la promoción del colectivismo se combina con la profesión de valores individualistas.Y, además, la experiencia con un gobierno fuerte ha reforzado esta sarta de cosas tan discordante. Hay una amplia protesta contra el “establishment”; un increíble conformismo en la protesta contra el conformismo; una demanda generalizada de libertad para “hacer nuestros asuntos”, de estilos de vida individualizados, de democracia participativa. Escuchando esta sarta de cosas, podríamos creer también que la oleada colectivista está en descenso, y que el individualismo vuelve a subir. Como demuestra de manera tan persuasiva Hayek, estos valores requieren una sociedad individualista. Sólo pueden alcanzarse en un ordenamiento liberal (uso el término liberal, como hace Hayek, en el sentido original del siglo XIX, como gobierno limitado y mercado libre, no en el sentido corrompido que ha adquirido en los Estados Unidos, donde significa casi lo contrario), en el que la actividad del gobierno queda limitada en primer lugar a establecer la estructura dentro de la cual los individuos sean libres de perseguir sus propios objetivos.El libre mercado es el único mecanismo que haya sido descubierto nunca para realizar la democracia participativa.«Por desgracia, la relación entre fines y medios continúa comprendiéndose muy mal. Muchos de los que profesan los objetivos más individualistas apoyan medios colectivistas sin que reconozcan la contradicción. Estamos tentados de creer que los males sociales surgen de la acción de hombres malos, y que sólo si hombres buenos (como nosotros, naturalmente) tuviésemos el poder, todo iría mejor. Este punto de vista requiere solamente emoción y autoestima —fáciles de conseguir y también satisfactorias—. Para entender por qué los hombres “buenos” en posición de poder producirán el mal, mientras que el hombre ordinario sin poder pero que pueda comprometerse en la cooperación voluntaria con sus vecinos producirá el bien, requiere análisis y reflexión, subordinando las emociones a las facultades racionales. Sin duda es una respuesta al perenne misterio de por qué el colectivismo, con su currículum ya demostrado de que produce tiranía y miseria, se considera superior al individualismo, con su currículum ya demostrado de que produce libertad y riqueza. El argumento del colectivismo es simple, pero falso; es un argumento emocional inmediato. Los argumentos a favor del individualismo son sutiles y elaborados; son argumentos racionales indirectos. Y las facultades emocionales están mucho más desarrolladas en la mayoría de los hombres que las racionales, paradójica o especialmente incluso en aquellos que se consideran a sí mismos intelectuales.«¿En qué punto está la batalla entre el colectivismo y el individualismo en Occidente más de un cuarto de siglo [hoy, ya, medio siglo] desde la publicación del gran libro de Hayek? La respuesta es muy diferente en el mundo de los negocios y en el mundo de las ideas.«En el mundo de los negocios, aquellos de nosotros a quienes convenció el análisis de Hayek, vimos pocos signos en 1945 de cualquier cosa excepto de un rápido crecimiento del estado a expensas del individuo, una rápida sustitución de la iniciativa y de la planificación privadas por la iniciativa y planificación por parte del estado. Aun así, en la práctica este movimiento no fue muy lejos —ni en Inglaterra ni en Francia o en los Estados Unidos—.Y en Alemania hubo una viva reacción aparte los controles totalitarios del periodo nazi, y un fuerte movimiento hacia una política económica liberal. «¿Qué produjo este inesperado freno al colectivismo? Creo que dos fuerzas fueron las responsables principales. Primero, y esto fue especialmente importante en Gran Bretaña, el conflicto entre la planificación central y la libertad individual, que es el tema de Hayek, se hizo patente, en particular cuando las exigencias de una planificación central condujeron al orden llamado de “control de contratación”, por la cual el gobierno tenía facultad para asignar ocupaciones a los individuos. La tradición de libertad, de valores liberales, era todavía suficientemente fuerte en Gran Bretaña, por lo que, cuando se produjo el conflicto, se sacrificó la planificación central en vez de la libertad individual. La segunda fuerza que frenó al colectivismo fue simplemente su ineficacia. El gobierno se mostró incapaz de dirigir las empresas, de organizar los recursos para alcanzar los objetivos declarados a un coste razonable. Acabó atascándose en la confusión burocrática y en la ineficacia. Y se produjo una desilusión general respecto a la eficacia del gobierno centralizado en la administración de sus programas.«Por desgracia, el freno al colectivismo no significó un freno al reforzamiento del gobierno; más bien, el gobierno encauzó su reforzamiento por un canal diferente. El énfasis pasó de las actividades productivas administradas por el gobierno a la regulación indirecta de empresas supuestamente privadas y aun más a programas gubernamentales de transferencia, que incluían la recaudación de tasas de unos para hacer préstamos a otros —todo ello en nombre de la igualdad y de la erradicación de la pobreza, pero que, en la práctica, produce una mezcolanza errática y contradictoria de subsidios a grupos de intereses concretos. El resultado es que la parte de la renta nacional que se gastan los gobiernos no cesa de aumentar.«En el mundo de las ideas, el resultado ha sido incluso menos satisfactorio para un partidario del individualismo. En un sentido, es esto lo más sorprendente. La experiencia del último cuarto de siglo ha confirmado rotundamente la validez de la perspicaz idea central de Hayek —es decir, que la coordinación de las actividades de los hombres por medio de una dirección central y por medio de la cooperación voluntaria son caminos que van en direcciones muy diferentes: la primera, hacia la servidumbre, la segunda hacia la libertad.Tal experiencia reforzó ampliamente un tema secundario— la dirección centralizada es asimismo un camino hacia la pobreza para el hombre corriente; la cooperación voluntaria, un camino hacia la riqueza.«La Alemania del Este y la Occidental proporcionan ya un experimento científico comprobado.Aquí hay gente de la misma sangre, de la misma civilización, el mismo nivel de habilidad tecnológica y conocimientos, separados por el accidente de la guerra, y que adoptaron métodos radicalmente diferentes de organización social: dirección centralizada y de mercado. Los resultados son claros como el agua. La Alemania Oriental, no la Occidental, tuvo que erigir un muro para evitar que los ciudadanos se fuesen. De un lado del muro, tiranía y miseria; del otro lado, libertad y riqueza.«En el Oriente Próximo Israel y Egipto ofrecen el mismo contraste que entre la Alemania Occidental y la Oriental. En el Lejano Oriente, Malaya, Singapur, Tailandia, Formosa, Hong Kong, y Japón —todos ellos se basan fundamentalmente en el libre mercado— son prósperos y sus pueblos están llenos de esperanza; y a mucha distancia están India, Indonesia, y la China comunista —que se basan, todos ellos, en muy gran medida en la planificación central. De nuevo, es la China comunista y no Hong Kong la que debe vigilar sus fronteras para evitar que la gente intente salir del país.«Con todo, y pese a esta notable y dramática confirmación de la tesis de Hayek, el clima intelectual de Occidente, tras un breve interludio en el que se dieron varios signos de resurgencia de las ideas liberales iniciales, ha empezado de nuevo a encaminarse en una dirección muy antagonista respecto a la libre empresa, a la competencia, a la propiedad privada y a un gobierno limitado. Durante un tiempo, según la descripción de Hayek de las actitudes intelectuales imperantes, parecía que éstas se estaban haciendo algo obsoletas. Hoy suenan más verdaderas que hace un decenio. Es dfícil saber qué explica este desarrollo. Necesitamos mucho un nuevo libro de Hayek que nos dé una visión tan clara y penetrante de los desarrollos intelectuales del último cuarto de siglo, como The Road to Serfdom hizo sobre los desarrollos anteriores. ¿Por qué las clases intelectuales, en todas partes, se han alineado casi automáticamente del lado del colectivismo —aun cuando cantan eslóganes individualistas— y denigran e insultan al capitalismo? ¿Por qué los medios de comunicación están dominados, casi en todas partes, por esta visión?«Sea cual fuere la explicación, el hecho del creciente apoyo intelectual al colectivismo —y yo creo que es un hecho— hace que el libro de Hayek sea tan oportuno hoy como lo fue la primera vez que apareció. Esperemos que una nueva edición en Alemania que, de todos los países, podría ser el más receptivo a este mensaje, tenga tanta influencia como la edición inicial tuvo en los Estados Unidos y en el Reino Unido. La batalla por la libertad ha de ser ganada una y otra vez. Los socialistas de todos los países a los que Hayek dedicó su libro han de ser persuadidos de nuevo o derrotados si ellos y nosotros debemos seguir siendo hombres libres.»El penúltimo párrafo de mi introducción a la edición alemana es lo único que no es del todo cierto hoy día. La caída del Muro de Berlín, el colapso del comunismo tras su Telón de Acero,y el cambio de carácter de China han reducido el número de los defensores del colectivismo de tipo marxista a una exigua y resistente banda concentrada en las universidades occidentales. Hoy existe un acuerdo amplio respecto a que el socialismo es un fracaso, y el capitalismo un éxito. Con todo, la aparente conversión de la comunidad internacional a lo que podría denominarse punto de vista hayekiano es decepcionante. Mientras que el debate es sobre el mercado libre y la propiedad privada —y es más respetable de lo que fue hace unos decenios defender un laissez-faire casi total— el grueso de la comunidad intelectual favorece casi automáticamente cualquier expansión del poder del gobierno, siempre que éste se anuncie como una forma de proteger a los individuos contra las malévolas grandes empresas, reduzca la pobreza, proteja el medio ambiente, o propugne la «igualdad». El debate actual sobre un programa nacional de sanidad nos proporciona un excelente ejemplo. Los intelectuales pueden haber aprendido la letra pero no han acertado con el tono.Dije al empezar que «de algún modo» el mensaje de este libro «es incluso más importante en los Estados Unidos hoy de lo que fue cuando causó sensación… hace medio siglo». La opinión intelectual de entonces era mucho más hostil respecto a este tema de lo que es hoy. El Gobierno, en el periodo de la segunda posguerra, era menos fuerte y menos intervencionista de lo que es hoy. Los planes para la Gran Sociedad de Johnson, que incluían el «Medicare» y el «Medicaid» y las leyes sobre «Clean Air» y «Americans with Disabilities» de George H.W. Bush siguen adelante, dejando a un lado las otras numerosas extensiones del gobierno que Reagan sólo fue capaz de ralentizar, pero no de suprimir, en sus ocho años en el cargo. El gasto total del gobierno —federal, estatal, y local— en los Estados Unidos subió del 25 por ciento de la renta nacional en 1950 a casi un 45 por ciento en 1993. Muy parecido es lo ocurrido en Gran Bretaña, y, en cierto sentido, más dramáticamente. El Partido Laborista, antaño claramente socialista, defiende ahora el mercado libre privado; y el Partido Conservador, que un tiempo estaba de acuerdo en administrar la política socialista de los laboristas, ha intentado reducir el grado de propiedad y actividad del gobierno, lo cual se ha conseguido hasta cierto punto en tiempos de Margaret Thatcher. Pero Thatcher fue incapaz de recurrir a algo parecido a la reserva del apoyo popular para los valores liberales que llevara a la supresión del «control de contratación» poco después de la II Guerra mundial. Y mientras ha habido un considerable número de «privatizaciones» allí y aquí, hoy el gobierno gasta una cantidad mayor de renta nacional y es más intervencionista de lo que era en 1950.A ambos lados del Atlántico, no es muy exagerado decir que predicamos el individualismo y el capitalismo competitivo, y practicamos el socialismo.Nota sobre la historia de la publicación[403] Hayek comenzó a trabajar en Camino de servidumbre en septiembre de 1940, y el libro se publicó por primera vez en Inglaterra el 10 de marzo de 1944. Hayek autorizó a su amigo el doctor Fritz Machlup, refugiado austriaco que seguía una eminente carrera académica en los Estados Unidos y que en 1944 trabajaba en la Oficina de la Protección de la Propiedad Extranjera, en Washington DC, a que firmase un contrato de publicación del libro con un editor americano. Antes de proponerlo a la Universiy of Chicago Press, el libro fue rechazado en Estados Unidos por tres editores —bien porque pensaban que no se vendería bien, o, al menos en un caso, porque lo consideraban «inadecuado para ser publicado por una editorial con reputación».[404] Sin arredrarse, Machlup mostró las pruebas de imprenta de la edición británica a Aaron Director, ex miembro del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, y que volvería a la universidad después de la guerra en calidad de economista en la Escuela de Derecho. Posteriormente, Frank H. Knight, distinguido economista de la universidad, recibió un juego de pruebas de imprenta y las presentó a la Editorial de la Universidad de Chicago tras sugerencia de Director de que la Editorial podría querer publicar el libro.La Editorial firmó el contrato con Hayek para los derechos estadounidenses en abril de 1944, una vez que sugirieron al autor hacer algunos cambios —«para ser exactos, respecto de la adecuación a los Estados Unidos… en vez de lanzar el libro directamente a una audiencia limitada a Inglaterra», como recordó más tarde John Scoon, que era entonces un editor de la Editorial.«Por las fechas en que fue firmado el contrato para los derechos estadounidenses —a comienzos de abril— comenzamos a oír hablar del libro en Inglaterra, donde había sido publicado el 10 de marzo. La primera tirada en Inglaterra fue de sólo 2.000 ejemplares, pero se agotó en más o menos un mes. Empezó a ser citado en el Parlamento y en los periódicos, y algunos periódicos de por aquí comenzaron a mencionarlo de vez en cuando —aunque, naturalmente, todavía teníamos dudas sobre hasta qué punto tendría aceptación en los Estados Unidos. Es un hecho que, hasta la fecha de publicación no hallamos ninguna librería en Nueva York que se mostrase interesada por el libro.»La edición de la Universidad de Chicago se publicó el 18 de septiembre de 1944, en una primera tirada de 2.000 ejemplares, con una introducción de John Chamberlain, entonces, como ahora, conocido escritor y comentarista de libros de tema económico. «La primera reseña que vimos» —continúa diciendo Scoon— fue la de Orville Prescott en el New York Times el 20 de septiembre, que fue neutral y lo calificó como “este triste e irritado librito”, pero para la fecha en que vimos la reseña de primera página de Henry Hazlitt en el Sunday Times Book Review habíamos encargado una segunda tirada de 5.000 copias. A los pocos días teníamos peticiones para los derechos de traducción en alemán, español, holandés y otras lenguas, y el 27 de septiembre encargamos una tercera tirada de 5.000 copias, subiendo a 10.000 al día siguiente…«Hacia la primera semana de octubre muchas librerías habían agotado sus existencia y nosotros tuvimos una tremenda y dificultosa tarea de impresión, encuadernación, envío y distribución a los clientes en este país y en Canadá… Desde el principio, hubo un gran entusiasmo por el libro, pero las ventas subieron y bajaron…«El encono respecto al libro había ido aumentando a medida que pasaba el tiempo, alcanzando nuevas cotas, a medida que había dejado de ser sólo una impresión. (La gente todavía tiende a ser reticente respecto al libro; ¡por qué no lo leen y hallan lo que Hayek dice realmente!) El comentario de Scoon sigue siendo verdad hoy día.El Reader’s Digest publicó el texto condensado en abril de 1945, y posteriormente se distribuyeron más de 600.000 ejemplares de la versión condensada por parte del Club del Libro del Mes.[405] Con anterioridad a la versión condensada del Digest y también a una gira de conferencias que Hayek se había comprometido a dar en la primavera de 1945, la Editorial trató de preparar una gran tirada, la séptima. Sin embargo, la carencia de papel limitó la tirada a 10.000 ejemplares y obligó a la Editorial a reducir el formato del libro a una versión de bolsillo. En mi biblioteca personal hay casualmente un ejemplar de esta tirada.En los cincuenta años desde su publicación, la Editorial ha vendido más de un cuarto de millón de ejemplares, 81.000 en tapa dura y 175.000 en rústica. La primera edición en rústica de Chicago se publicó en 1956. El hijo de Hayek, Laurence, cuenta que se han realizado casi veinte traducciones autorizadas en el extranjero. Además, han circulado traducciones clandestinas, no autorizadas en ruso, polaco, checo, y posiblemente en otras lenguas, cuando la Europa oriental se hallaba tras el Telón de Acero. No hay duda de que los escritos de Hayek, y en especial este libro, fueron una importante fuente intelectual para la desintegración de la fe en el comunismo detrás del Telón de Acero, lo mismo que de nuestro lado del telón.Desde la caída del Muro de Berlín ha sido posible publicar el libro libremente en los países y satélites de la ex Unión Soviética. Sé, por una variedad de fuentes, que ha habido un incremento del interés por Hayek, en general, y por Camino de servidumbre en particular, en esos países.Desde la muerte de Hayek en 1992 se ha producido un aumento del reconocimiento de su influencia, ejercida tanto en los regímenes comunistas como en los anticomunistas. Sus editores han mirado confiadamente hacia el futuro y han continuado vendiendo este notable libro mientras ha prevalecido la libertad de expresión —que, pese a cierta erosión desde que Hayek escribió, está, pese a todo, más segura de lo que nunca estuvo, gracias precisamente a este libro.Stanford, California14 de abril de 1994 [1]Wendell Wilkie, One World (Nueva York: Simon and Schuster, 1943).
[2]
En su «Nota sobre la historia de la edición», escrita con motivo del cincuenta aniversario de la publicación del libro, Milton Friedman constataba que hacia 1994 Chicago había vendido aproximadamente 250.000 ejemplares y que se han publicado casi veinte traducciones autorizadas. La cifra de 350.000 es una estimación proporcionada por la editorial en 2005. La introducción y la nota de Friedman puede leerse en el Apéndice.
[3]
Carta de Isaiah Berlin a Elizabeth Morrow, 4 de abril de 1945, reimpresa en Isaiah Berlin: Letters, 1928-46, ed. Henry Hardy (Cambridge: Cambridge University Press, 2004), p 540.
[4]
Carta de Gardiner Means a William Benton, 28 de diciembre de 1944, en la recopilación de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 2, Biblioteca de la Universidad de Chicago, Chicago, Illinois.
[5]
Carta de Rudolf Carnap a Karl Popper, 9 de febrero de 1946, citada en Mark Notturno, «Popper’s Critique of Scientific Socialism, or Carnap and His Co-Workers», Philosophy of the Social Sciences, vol. 29, marzo de 1999, p. 41. Este comentario sugiere que Carnap tuvo que haber leído la reseña de A.R. Sweezy del 5 de noviembre de 1944, publicada en PM, una publicación izquierdista, en la que el libro de Hayek fue calificado de «libro de texto para reaccionarios».
[6]
Los lectores de su prefacio a la edición de 1976, incluida en este volumen, podrán ver que Hayek modificó algunos de estos puntos de vista en sus últimos años.
[7]
Esta última tarea, evidentemente, es necesaria siempre para adecuarse a un tiempo y un lugar específicos, y cada generación de lectores extrae de él lecciones diferentes. Como tal, quiero alertar, simplemente, al lector sobre el hecho de que esta introducción ha sido escrita por un historiador americano del pensamiento económico, y cuya última modificación se efectuó a finales de 2005.
[8]
F.A. Hayek, Prices and Production (Londres: Routledge & Sons), 1931 [trad. esp.: Precios y producción, Ediciones Aosta/Unión Editorial, 1996]. Está prevista una edición de Collected Works.
[9]
Sraffa no era inglés, sino italiano de Turín, y parece que nunca dejó de serlo (N. d. T.).
[10]
John Maynard Keynes, A Treatise on Money, 2 vols. [1930], reimpresión como volúmenes 5 y 6 (1971) de The Collected Writings of John Maynard Keynes, Austin Robinson y Donald Moggridge (eds., 30 vols. (Londes: Macmillan [para la Royal Economic Society], 1971-89). La polémica de Hayek con Keynes y Sraffa, incluida la correspondencia, han sido reproducidos en Contra Keynes y Cambridge: Essays, Correspondence, Bruce Caldwell (ed.), vol. 9 (1995) de The Collected Works of F.A. Hayek (Chicago: University of Chicago Press, y Londres: Routledge) [ed. esp.: Contra Keynes y Cambridge. Volumen IX de Obras Completas de F.A. Hayek, Unión Editorial, 1996].
[11]
F.A. Hayek, «The Trend of Economic Thinking», Economica, vol. 13, mayo de 1933, pp. 121- 37; reimpreso como capítulo 1 de The Trend of Economic Thinking: Essays on Political Economists and Economic History,W.W. Bartley III y Stephen Kresge (eds.), vol. 3 (1991) de The Collected Works of F.A. Hayek, pp. 17-34 [ed. esp.: La tendencia del pensamiento económico, vol. III de Obras Completas de F.A. Hayek, Unión Editorial, 1991].
[12]
Para más información sobre la historia de ambas escuelas, véase Bruce Caldwell, Hayek’s Challenge: An Intellectual Biography of F.A. Hayek (Chicaho: Chicago University Press, 2004), capítulos 1-4.
[13]
Este recuerdo está tomado de de una ficha que se hallaba entre cierto número de éstas que Hayek escribió para proporcionar información a Bill Bartley, que iba a ser el biógrafo de Hayek. (Bartley murió en 1990, cuando todavía no había avanzado mucho en la biografía.) Las transcripciones de las fichas están incluidas en un documento inédito que Bartley, en broma, tituló «Hayek Biography. “Inductive basis”». Bartley fue un filósofo educado en la tradición popperiana, y la «base inductiva» es un término de esa tradición para el conjunto de hechos para probar las teorías. La cita puede encontrarse en la p. 78.
[14]
F.A. Hayek, Hayek on Hayek: An Autobiographical Dialogue, Stephen Kresge y Leif Wenar (eds.) (Chicago: Chicago University Press, y Londres: Routledge, 1994) p. 102 [trad. esp.:Hayek sobre Hayek. Un diálogo autobiográfico, en el vol. I de Obras Completas de F.A. Hayek, Unión Editorial, 1997, pp. 99-100].
[15]
El informe original puede hallarse en los Friedrich A. von Hayek Papers, caja 105, carpeta 10, Hoover Institution Archives, Stanford, California.
Nota historiográfica: no hay nada en el manuscrito del «Nazi-Socialism» que indique que haya sido escrito para Beveridge. Y realmente, aunque yo sabía desde hacía mucho tiempo de la existencia del manuscrito en los archivos de Hayek, pienso que no es el informe de Beveridge, pues lleva la fecha de 1933, y, como se ha dicho, Hayek parecía implicar que se lo había dado a Beveridge en los últimos años 1930. Sin embargo, en el verano de 2004 Susan Howson me mostró una copia idéntica del informe (pero con un nuevo título y sin fecha) que había hallado entre los papeles de Beveridge. En esto se basa la afirmación de que era realmente el informe de Beveridge.
Como tal, la fecha de 1939 que Hayek menciona en sus recuerdos parece ser simplemente un error. Los dos artículos que surgieron del informe fueron se publicaron en 1938 y 1939, por lo que el informe debe haber sido escrito antes de 1938. Además, Beveridge dejó la LSE para ir a Oxford en 1937, por lo que presumiblemente la fecha sería incluso anterior. Mi mejor hipótesis es que Hayek, en sus recuerdos, simplemente, confundió la fecha de publicación de 1939 con la fecha del informe. Agradezco a un lector anónimo de la Chicago University Press cuyo cuidadoso examen de la prueba me ayudó a llegar a esta conclusión.
[16]
F.A. Hayek, «Nazi-Socialism», apéndice.
[17]
Ibid.
[18]
Las dos versiones de 1938 y 1939 de «Freedom and the Economic System» fueron publicadas de nuevo y aparecen como los capítulo 8 y 9 de F.A.Hayek, Socialism and War: Essays, Documents and Reviews, de Bruce Caldwell (ed.), vol. 10 (1997) de The Collected Works of F.A. Hayek, pp. 181- 88, 189-211 respectivamente [trad. esp.: «La libertad y el sistema económico», capítulos VIII y IX de Socialismo y guerra, vol. X de Obras Completas de F.A. Hayek, Unión Editorial, 1999].
[19]
F.A. Hayek, «Freedom and the Economic System» [1938], op. cit., p. 182 [pp. 218-19 de la versión española].
[20]
Ibid., pp. 193-209 [219-25].
[21]
F.A.Hayek (ed.), Collectivist Economic Planning: Critical Studies on the Possibilities of Socialism (Londres: Routledge & Sons, 1935; reimpr.: Clifton, N.J: Kelley, 1975).
[22]
Ludwig von Mises, «Economic Calculation in the Socialist Commonwealth», trad. Por S.Adler, en F.A. Hayek (ed.), Collectivist Economiic Planning, op. cit., pp. 87-130.
[23]
F.A. Hayek, «The Present State of the Debate», en Collectivist Economic Planning, op. cit., pp. 210-43. El ensayo introductorio de Hayek, titulado «The Nature and History of the Problem» y sus ensayos conclusivos se han reimpreso como capítulos 1 y 2 de F.A. Hayek, Socialism and War, op. cit., pp. 53-79, 89-116, respectivamente [trad. esp.: Socialismo y guerra, vol. X de Obras Completas de F.A. Hayek, cit., capítulos I y II). Para más datos sobre el debate, véase la introducción del coordinador a este volumen.
[24]
Oskar Lange, «On the Economic Theory of Socialism», en On the Economic Theory of Socialism, Benjamin E. Lippincott (ed.) (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1938; reimpresión: Nueva York: McGraw Hill, 1956), pp. 57-143.
[25]
F.A. Hayek, «Socialist Calculation: The Competitive “Solution”» [1940], reimpreso como capítulo 3 de F.A. Hayek, Socialism and War, op. cit., pp. 117-40 [trad. esp.: Socialismo y guerra, vol. X de Obras Completas de F.A. Hayek, cit., capítulo III].
[26]
Tanto Dalton como Durbin colaboraron en varios puntos como miembros laboristas del parlamento, y Dalton ocupó el puesto de Chancellor of the Exchequer de 1945 a 1947.Volveremos a encontrarlos más adelante en esta introducción.
[27]
Sydney y Beatrice Webb, Soviet Communism:A New Civilization?, 2 vols. (Londres:Longmans, Green, 1935).
[28]
Véase, por ejemplo, Sir Daniel Hall y otros, The Frustration of Science (Londres: Allen and Unwin, 1935; reimpres.: Nueva York: Arno Press, 1975); Findlay MacKenzie (ed), Planned Society: Yesterday, Today, Tomorrow. A Symposium by Thirty-Five Economists, Sociologists and Statesmen (Nueva York: Prentice Hall, 1937); y Harold Macmillan, The Middle Way: A Study of the Problem of Economic and Social Progress in a Free and Democratic Society (Londres: Macmillan, 1938). El clima de opinión en el seno de la intelligentsia británica en los años de entreguerras se reseña en Bruce Caldwell, Hayek’s Challenge, op. cit., pp. 232-37.
[29]
Lionel Robbins, Economic Planning and Economic Order (Londres: Macmillan, 1937), p. 3.
[30]
Para ampliar este punto véase la introducción del coordinador del libro de F.A. Hayek, The Pure Theory of Capital, edic. de Lawrence A.White, vol. 12 (de próxima publicación) de The Collected Works of F.A. Hayek, cit.
[31]
Carta de F.A. Hayek a Fritz Machlup, 27 de agosto de 1939, Fritz Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives. Machlup (1902-83) era compañero de clase de Hayek en la Universidad de Viena; llegó a los Estados Unidos con una beca Rockefeller en 1933. A medida que la situación en Europa iba deteriorándose Machlup, que era judío, decidió quedarse en Estados Unidos, ocupando un puesto en 1935 en la Universidad de Buffalo, Nueva York. Cuando los Estados Unidos entraron en guerra, se trasladó a a Washington para trabajar en la Oficina de Custodia de la Propiedad Extranjera. Hayek y Machlup se cartearon con frecuencia, lo que nos permite seguir muy de cerca las actividades de Hayek durante los años de la guerra. Veremos que Machlup desempeñó también un papel importante en la búsqueda de un editor estadounidense para Hayek.
[32]
F.A. Hayek, «Some Notes on Propaganda in Germany», p. 2. El informe, que tiene nueve páginas y que lleva la anotación «2.ª versión, 12/9/39», puede encontrarse en los Hayek Papers, caja 61, carpeta 4, Hoover Institution Archives. La caja 61, carpeta 5 contiene la carta de Hayek al director general, fechada el 9 de septiembre de 1939, lo mismo que la carta al comandante Anthony Gishford del 30 de diciembre.
[33]
Carta de F.A. Hayek a Fritz Machlup, 21 de junio de 1940, Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.
[34]
Ibid.
[35]
Éstos se publicarían separadamente, como «The Counter-Revolution of Science», Economica, N.S., vol. 8, febrero de 1941, pp. 9-36;mayo de 1941, pp. 119-150; agosto 1941, pp. 281-320; y «Scientism and the Study of Society», Economica, N.S., vol. 9, agosto de 1942, pp. 267-91; vol. 10, febrero de 1943, pp. 34-63; vol. 11, febrero de 1944, pp. 27-39.Versiones revisadas de estos ensayos pueden hallarse en F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science (Glencoe, Ill.: The Free Press, 1952; reimpr. Liberty Press, Indianapolis, In. 1979) [trad. esp. de Jesús Gómez Ruiz:: La contrarrevolución de la ciencia. Estudios sobre el abuso de la razón, Unión Editorial, 2003].
[36]
Carta de F.A. Hayek a Fritz Machlup, 2 de enero de 1941, Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.
[37]
Para más información sobre Neurath, véase la introducción del autor a F.A.Hayek, Socialism and War, op. cit. Se produjo una breve pero apasionante correspondencia entre Hayek y Neurath a finales de la Segunda Guerra mundial. Neurath la inició cuando envió a Hayek una reseña de The Road to Serfdom, y en una carta posterior le invitaba a un debate. Hayek se deshizo de él, alegando que estaba muy ocupado en un nuevo proyecto, lo que se convertiría más tarde en The Sensory Order: An Inquiry into the Foundation of Theoretical Psychology (Chicago: University of Chicago Press, 1952) [trad. es.: El orden sensorial. Los fundamentos de la psicología teórica, Unión Editorial, 2004]. El debate no se produjo nunca, pues Neurath murió en diciembre de 1945. La correspondencia se halla en los Hayek papers, caja 40, carpeta 7, Hoover Institution Archives.
[38]
Editorial, «Science and the National War Effort», Nature, vol. 146, 12 de octubre de 1940, p. 470.
[39]
Barbara Wootton, «Book Review: Marxism:A Post-Mortem», Nature, vol. 146, 19 de octubre de 1940, p. 508.
[40]
Comité Ejecutivo Nacional del Partido Laborista, The Old World and the New Society: A report on the Problems of War and Peace Reconstruction (Londres: Transport House, s.f.), pp. 3-4. El panfleto fue publicado por el Comité «para ser considerado por las distintas organizaciones afiliadas con anterioridad a las discusiones de una serie de conferencias regionales por todo el país, y en la conferencia anual del partido, que se celebraría en Londres en Whitsuntide (25-28 de mayo de 1942)».
[41]
Profesor H.J. Laski, «A Planned Economic Democracy», The Labour Party Report of the 41st Annual Conference (Londres: Transport House, Londres 1942), p. 111.
[42]
Aunque, como destaca el biógrafo de William Beveridge, «ya en junio de 1941… había una amplia opinión reformista interesada en —con puntos de vista consolidados al respecto— el conjunto de problemas que Beveridge y su comité iban a examinar detalladamente en los siguientes dieciocho meses».Véase Jose Harris, William Beveridge:A Biography, edición revisada en rústica (Oxford: Clarendon Press, 1997), pp. 367-368.
[43]
Brian Abel-Smith, «The Beveridge Report: Its Origins and Outcomes», en Beveridge and Social Security: An International Perspective, John Hill, John Ditch, y Howard Glennerster eds.), (Oxford: Clarendon Press, 1992), p. 14.
[44]
Janet Beveridge, Beveridge and His Plan (Londres: Hodder and Stoughton, 1954), p. 114. Quizá fuera la esposa de Beveridge la que informó sobre la longitud de la cola, o tal vez contaba una anécdota que había recibido de segunda mano.
[45]
Brian Abel-Smith, «The Beveridge Report», op. cit., p. 18.
[46]
Según el biógrafo de Beveridge, «el plan de la Seguridad Social formaba una mera punta de iceberg —y según Beveridge la punta menos importante— del mucho más ambicioso y trascendental programa de reconstrucción social que tenía en mente en esos tiempos… [que] comprendía objetivos tales como la nacionalización de la tierra y de la vivienda, la legislación sobre el salario mínimo nacional, la propiedad pública hasta el 75 por ciento de la producción industrial, la participación de empresas públicas para dirigir las inversiones públicas y privadas, y un control permanente del estado en la planificación de los ingresos, precios, y mano de obra». Véase Jose Harris, «Beveridge’s Social and Political Thought», en Beveridge and Social Security, op. cit., p. 29. Los cambios introducidos por el gobierno laborista de posguerra serían mucho menos dramáticos de lo que Beveridge, en privado, esperaba, y los niveles de asistencia, una vez cumplidos, eran menores de lo que se indicaba en su informe. Con todo, se estableció el estado de bienestar, y con él la presunción de que el estado sería responsable y capaz de mantener el «pleno empleo».
[47]
SirWilliam Beveridge, Social Insurance and the Allied Services (Nueva York: Macmillan, 1942), p. 6.
[48]
Carta de Fritz Machlup a F.A. Hayek, 23 de octubre de 1942, Hayek Papers, caja 36, carpeta 17, Hoover Institution Archives, cuyos derechos pertenecen a la Universidad de Stanford.
[49]
En una carta fechada el 13 de junio de 1943, Hayek informaba de que había enviado a Machlup copias de los capítulos 13 y 14 «hace unos dos meses» y le enviaba ahora el capítulo final (capítulo 15), así como un nuevo prefacio y un índice. Machlup confirmó la recepción en su carta del 9 de agosto de 1943. Ambas cartas se hallan en los Machlup Papers, caja 42, carpeta 15, Hoover Institution Archives. Quizá debamos constatar que son dieciséis, y no quince, capítulos en la versión final publicada, pero el último capítulo es sólo una conclusión de dos páginas que se añadió más tarde.
[50]
Machlup era consejero editorial de la casa editora académica Blakiston Company, y le dijeron que les agradaría publicar el libro cuando Hayek quisiese, pero al carecer de un departamento comercial, no podrían comercializar el libro de ninguna manera. Por lo que Machlup decidió intentar que se interesasen por el libro en otros lugares. 50. Carta de Fritz Machlup a F.A. Hayek, 21
[51]
Carta de Fritz Machlup a F.A. Hayek, 21 de enero de 1943, Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives, derechos de la Universidad de Stanford. Es difícil resistirse a añadir la frase con la que el correspondiente de Machlup, el señor Putnam, acabó su párrafo: «Sin embargo, si el libro lo publica algún otro y se convierte en un best-seller en el campo de la no ficción, lo apuntaremos a uno de esos errores de juicio que todos hacemos.» Desde luego.
[52]
Carta de Fritz Machlup a Harry Gideonse, 9 de septiembre de 1943, Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives, derechos de la Universidad de Stanford.
[53]
Carta de Ordway Tead a Fritz Machlup, 25 de septiembre de 1943, Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives. Tead añadía que «Asimismo, se sitúa de plano en la línea negativa como para dejar al lector que carece de claves sin saber qué dirección tomar en su pensamiento o política», queja de la que otros se harían eco.
[54]
53. Aaron Director (1901-2004) escribió su tesis en economía en Chicago,y enseñó allí brevemente antes de abandonar la enseñanza por un trabajo en el Departamento del Tesoro en 1933. Pasó también algún tiempo en los años 1930 en la LSE, donde conoció a Hayek. En 1946 Director pasó a la facultad de la Law School, en Chicago, y colaboró en la fundación del movimiento ley y economía durante su estancia allí. Su hermana Rose se casó con Milton Friedman.
[55]
Como el director de la editorial le contaba en una carta del 2 de mayo de 1945 a Hartley Grattan, «La idea de la editorial de publicar el libro en este país fue sugerida por un miembro del Departamento de Economía de la Universidad,que había conocido anteriormente a Hayek y sus trabajos; casi al mismo tiempo, otro amigo del autor, tiempo atrás en la Universidad pero en ese momento en Washington, en el gobierno, nos sugirió el libro y nos mandó las pruebas.» La carta de Scoon se halla en la Biblioteca de la Universidad de Chicago. Scoon y el director de la editorial, Joseph Brandt, se incorporaron a la editorial en enero de 1944, por lo que la versión de Scoon del proceso por el que el libro llegó a Chicago es indirecta. De todos modos, su carta está llena de información interesante (Milton Friedman utilizó incluso partes del libro en su «Note on Publishing History»), que se publica por primera vez en el Apéndice a este volumen.
[56]
Frank Knight, informe de lectura, 10 de diciembre de 1943, colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 1, Biblioteca de la Universidad de Chicago. El informe se publica por primera vez en el Apéndice.
[57]
Jacob Marschak, informe, 29 de diciembre de 1943, colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 1, Biblioteca de la Universidad de Chicago. El informe se publica por primera vez en el Apéndice.
[58]
Véase carta de Hayek a Machlup, 2 de febrero de 1944, Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.
[59]
Como se dijo en el prefacio editorial, el texto de la edición americana sirve de base a la presente edición.
[60]
En una carta fechada el 26 de junio de 1944, Hayek explicaba al editor Scoon por qué las citas eran importantes: «El tono general de un capítulo queda determinado a veces por el hecho de que la idea principal se resume en la cita del encabezamiento, y yo, a veces, omito deliberadamente una conclusión general porque ya se expresa en la cita. Consideraré una gran calamidad para el libro si se acaba omitiéndolas realmente…» La carta se encuentra en la colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 1, Biblioteca de la Universidad de Chicago.
[61]
Una anécdota editorial: el libro está lleno de citas de otros, y, por desgracia,Hayek solía equivocarse al incluir las citas, incluso las del comienzo de los capítulos. En una carta fechada el 26 de febrero de 1944, Hayek pidió a Machlup que le corrigiese una de sus citas, la famosa frase de Acton, «El poder tiende a corromperse, y el poder absoluto tiende a corromperse absolutamente.» Por desgracia, incluso en la corrección Hayek se equivoca, diciendo a Machlup que debería leer ¡«El poder tiende a corromper, y el poder absoluto tiende a corromper absolutamente»! Machlup pasó por alto la «corrección», como era de esperar, pero sin duda la cita real era lo suficientemente conocida como para que el corrector de manuscritos de la editorial de Chicago viese el error, pues el libro apareció con la frase correcta. La carta se encuentra en los Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.
[62]
Como Jeremy Shearmur, «Hayek, The Road to Serfdom, and the British Conservative Party», Journal of the History of Economic Thought, próxima aparición, informa, una edición británica abreviada la publicó Routledge utilizando papel que había sido transferido de la asignación proporcionada al Partido Conservador británico. La reducción del libro fue llevada a cabo por un miembro conservador del Parlamento, el comandante Archibald James, y en vez de las citas de Hume y de Tocqueville de la página del título, la versión abreviada llevaba una cita de ¡Winston Churchill, jefe del Partido Conservador!
[63]
F.A. Hayek, The Road to Serfdom (Dymock’s Book Arcade, Sydney 1944).
[64]
Para más detalles sobre los primeros momentos de la historia de su publicación en Estados Unidos, véase la carta de John Scoon del 2 de mayo de 1945 a C. Hartley Grattan, que se reproduce en el Apéndice.
[65]
Hayek mencionó a Eastman, que había simpatizado inicialmente con la Revolución rusa, pero que posteriormente se había retractado, en el capítulo 2. Véase el prólogo de la edición en rústica americana de 1956, en este volumen, p. 68.
[66]
El Reader’s Digest proporcionó cifras de circulación de 1945. Croswell Bowen, «How Big Business Raised the Battle Cry of “Serfdom”», PM, domingo, 14 de octubre de 1945, p. 13, estimó que los lectores del Reader’s Digest eran unos 10 millones, y es también la fuente para la cifra de reimpresiones del Book-of-the-Month Club. (Las ventas en quioscos y puntos de venta explican la discrepancia entre las cifras de circulación y lectura del Reader’s Digest.) En su «Note on Publishing History», Milton Friedman estimaba que la cifra de la reimpresión era de 600.000 ejemplares (en vez de «más de un millón»), pero se basaba probablemente en la estimación idéntica de John Scoon en su carta del 2 de mayo de 1945. Quizá el número aumentó entre mayo y octubre, cuando apareció el artículo de Bowen.
[67]
Hayek cuenta la historia de su viaje con más detalle en Hayek on Hayek, op. cit., pp. 103-5 [pp. 101-03 ed. esp.].
[68]
Tanto el texto condensado del Reader’s Digest como la versión cartoon de Look se reprodujeron en un opúsculo publicado por el Institute of Economic Affairs: F.A.Hayek, Reader’s Digest Condensed Version of The Road to Serfdom, Rediscovered Riches n.º 5 (IEA Health and Welfare Unit, Londres, 1999). El director del IEA, John Blundell me informó el 25 de febrero de 2005 respecto a que en el último año había habido más de 40.000 descargas de su página web de un PDF que contenía el texto de la versión condensada de Camino de servidumbre.
[69]
F.A. Hayek, «Planning and “The Road to Serfdom”: Friedrich Hayek Comments on Uses to Which His Book Has Been Put», Chicago Sun BookWeek, 6 de mayo de 1945.
[70]
F.A. Hayek, «The Road to Serfdom, an Address before the Economic Club of Detroit», 23 de abril de 1945, p. 6. Una transcripción del mensaje se encuentra en los Hayek Papers, caja 106, carpeta 8, Hoover Institution Archives.
[71]
Marquis W. Childs, «Apostle Hot Potato: Austrian for Whom Senator Hawkes Gave Party Embarrassed Republicans», Newark Evening News, 6 de mayo de 1945.
[72]
Esto lo tomamos de la frase final de la «Declaración de Objetivos» de la Sociedad, adoptada el 10 de abril de 1947, y reproducida en Fritz Machlup (ed), Essays on Hayek (Nueva York: New York University Press, 1976), p. XIII.
[73]
Como contaba más tarde Hayek en Hayek on Hayek, op. cit., p. 103 [p. 101 de la edición española], «prácticamente, todos los contactos que me condujeron a posteriores visitas y que finalmente me trasladaron a Chicago los establecí durante ese viaje».
[74]
En una carta a Machlup, del 20 de marzo de 1944, Hayek destacaba con cierta sorpresa la buena recepción inicial del libro en la prensa británica, y añadía: «Sin embargo, espero que los ataques empezarán pronto.» La carta se encuentra en los Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.
[75]
Véase el prólogo a edición americana en rústica de 1956, en este volumen, p. 67.
[76]
En las elecciones de 1945, Clement Attlee y Hugh Dalton, que pronto serían Primer Ministro y Ministro de Hacienda laboristas, respectivamente, acusaron a Winston Churchill de tomar sus ideas de Friedrich August von (con énfasis en el «von») Hayek. En un discurso (luego se le puso el mote de «discurso de la Gestapo»), Churchill había predicho que una victoria laborista habría conducido a serias restricciones de las libertades individuales. Para más información sobre todo esto, véase F.A. Hayek, Hayek on Hayek, op. cit., pp. 106-7 [p. 104 de la edición española]; cf. Jeremy Shearmur, «Hayek, The Road to Serfdom, y el Partido Conservador británico», op. cit.
[77]
Herman Finer, Road to Reaction (Little, Brown and Company, Boston 1945), p. IX.
[78]
Ibid., p. 36. Es cierto que Hayek creía que los límites constitucionales eran esenciales para proteger a los individuos contra la «tiranía de la mayoría». Pero se oponía a la planificación, no a la democracia. Y realmente, si su argumento es correcto, la democracia es más plausible que sea preservada bajo instituciones políticas y económicas liberales que bajo la planificación, sea cual fuere la forma que pueda adquirir.
[79]
Ibid., p. 210.
[80]
George Soule, «The Gospel according to Hazlitt: A Review of Economics in One Lesson», The New Republic, vol. 115, 19 de agosto de 1946, p. 202.
[81]
Croswell Bowen, «How Big Business…», op. cit., p.16.
[82]
F.A. Hayek, «Postscript», Hayek Papers, caja 106, carpeta 8, Hoover Institution Archives.
[83]
Véase el prólogo de 1956 para la edición americana en rústica en este volumen, pp. 41-42. Una atenta lectura del «postscriptum» de 1948 muestra que la respuesta inicial de Hayek fue menos comedida,y, al parecer, incluso la penúltima redacción de 1955 del «Prólogo» contenía algunas ideas sobre Rexford Tugwell y Wesley Clair Mitchell que incitaron el interés de un director de la editorial. Estas líneas se suprimieron en la versión final. Véase la carta de Alexandre Morin a Hayek el 18 de agosto de 1955, colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 4, Biblioteca de la Universidad de Chicago.
[84]
Véase John Blundell, «Introduction:Hayek, Fisher and The Road to Serfdom», en F.A.Hayek, Reader’s Digest Condensed Version of The Road to Serfdom, op. cit., pp. 16-25.
[85]
John Scoon a Hartley Grattan, 2 de mayo de 1945, op. cit., reproducido en el Apéndice.
[86]
Alvin Hansen, «The New Crusade against Planning», The New Republic, vol. 112, 1 de enero de 1945, pp. 9-10.
[87]
Carta de John Maynard Keynes a Hayek, 28 de junio de 1944, reproducido en John Maynard Keynes, Activities 1940-1946. Shaping the Post-War World: Employment and Commodities, edic. de Donald Moggridge, vol. 27 (1980) de The Collected Writings of John Maynard Keynes, op. cit., p. 385.
[88]
Ibid., p. 386.
[89]
F.A. Hayek, The Constitution of Liberty (University of Chicago Press, Chicago 1960) [trad. esp.: Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, 8.ª ed., 2008].
[90]
F.A. Hayek, Law, Legislation, and Liberty, 3 vols. (Chicago University Press, Chicago 1973-79 [trad. esp. en un volumen: Derecho, legislación y libertad, Unión Editorial, 2006].
[91]
Evan Durbin, «Professor Hayek on Economic Planning and Political Liberty», Economic Journal, vol. 55, diciembre de 1945, p. 360. Durbin tiene su propio libro sobre el socialismo democrático: véase Evan Durbin, The Politics of Democratic Socialism: An Essay on Social Policy (Londres: Routledge, 1940; reimpresión Nueva York: Kelley, 1969).
[92]
Ibid., p. 361.
[93]
F.A. Hayek, «Socialist Calculation: The Competitive “Solution”», op. cit., Hayek menciona la reseña en el capítulo 3, nota 4.
[94]
Ibid., p. 123.
[95]
Carta de Oskar Lange a Hayek, 31 de julio de 1940, incluida en Economic Theory and Market Socialism - Selected Essays of Oskar Lange, edic. de Tadeusz Kowalik (Cheltenham: Elgar, 1994), p. 298.
[96]
F.A.Hayek, «Postscript»,Hayek Papers, caja 106, carpeta 8, Hoover Institution Archives. En ese momento Durbin era miembro socialista del Parlamento y Secretario Parlamentario del Ministro de Trabajo.
[97]
Tadeusz Kowalik, «Oskar Lange’s Market Socialism:The Story of an Intellectual-Political Career» [1991], incluido en Why Market Socialism? Voices from Dissent, edic. de Frank Roosevelt y David Belkin (M.E. Sharpe, Armonk (N. York) 1994), pp. 137-54.
[98]
Véase Bruce Caldwell,«Hayek and Socialism», Journal of Economic Literature, vol. 35, diciembre de 1997, pp. 1.856-90, sobre los debates más recientes.
[99]
Durbin, op. cit. En su reseña, Durbin acusó repetidamente a Hayek de ser acientífico u hostil a la ciencia, ejemplificando claramente la visión del mundo positivista contra la cual Hayek tantas veces combatió.
[100]
Véase Barbara Wootton, Freedom under Planning, cit., pp. 28, 36-37, 50, y George Stigler, Memoirs of an Unregulated Economist (Nueva York: Basic Books, 1985), p. 146.
[101]
Paul Samuelson, Economics, 11 edición (Nueva York: McGraw-Hill, 1980), p. 827.
[102]
F.A. Hayek, prefacio a la edición de 1976, incluido en este volumen, p. 55. Obsérvese que Hayek dice «no es esto lo que dice el libro». Aquí puede haber querido decir implícitamente que las versiones condensadas y cartoon sobre este asunto eran responsables, al menos en parte, de tan difundido malentendido respecto a este mensaje. Y, efectivamente, en la versión condensada se omitió la insistencia de Hayek sobre que no describía tendencias inevitables, en tanto que parte de la frase siguiente, que no se subraya en el original, se escribe en cursiva: «Pocos reconocen que el surgimiento del fascismo y del nazismo [la versión de la IEA sustituye erróneamente, aquí, nazismo por marxismo] no fue una reacción contra las tendencias socialistas del periodo anterior, sino un resultado necesario de tales tendencias.» Véase F.A. Hayek, Reader’s Digest Condensed Version of The Road to Serfdom, cit., pp. 31-32.
[103]
Carta de Hayek a Paul Samuelson, 18 de diciembre de 1980, Hayek papers, caja 48, carpeta 5, Hoover Institution Archives. Hayek se equivocaba al afirmar implícitamente que Samuelson era la fuente del malentendido, pues era algo corriente. Los archivos contienen también la respuesta de Samuelson, en la que se disculpaba y prometía tratar de mostrar los puntos de vista de Hayek con mayor cuidado en sus trabajos futuros.
[104]
F.A. Hayek, «The Road to Serfdom, an Address before the Economic Club of Detroit», op. cit., p. 4.
[105]
En este volumen, capítulo X, p. 226.
[106]
F.A.Hayek,«Freedom and the Economic System» [1939], op.cit., p.205;[p. 245 de la trad. española]. Cuando he descrito la argumentación de Hayek en seminarios, más de una vez los miembros de la audiencia han notado sus semejanzas con el «Impossibility Theorem» de Arrow en la economía del bienestar.
[107]
Véase F.A, Hayek, prefacio a la edición de 1976, en este volumen, p. 83.
[108]
Agradezco a Steven Horwitz que me haya proporcionado estos ejemplos tan apropiados en sus colaboraciones para una sesión conmemorativa del 60 aniversario de la publicación de Camino de servidumbre, celebrado en 2004 en las reuniones de la History of Economics Society en Toronto, Canadá.
[109]
Numerosos ejemplos de la tesis de Hayek pueden verse en Robert Higgs, Crisis and Leviathan: Critical Episodes in the Growth of American Government (Nueva York: Oxford University Press, 1987). La presente introducción se ha escrito durante la presidencia de George W. Bush, que proporciona gran cantidad de pruebas adicionales.
[110]
John Maynard Keynes, The General Theory of Employment, Interest and Money [1936], reeditado como volumen 7 (1973) de los Collected Writings of John Maynard Keynes,. cit., p. 383 [trad. española de José Antonio de Aguirre: La teoría general del empleo, el interés y el dinero, Ediciones Aosta, 1998, p. 440].
[111]
[Este prefacio apareció en las ediciones británica, australiana y estadounidense. —Ed.]
[112]
[F.A. Hayek, «Freedom and the Economic System», Contemporary Review, abril de 1938, pp. 434-42; reimpreso como capítulo 8 de F.A. Hayek, Socialism and War: Essays, Documents, Reviews, op. cit., pp. 181-88. F.A. Hayek, Freedom and the Economic System (Chicago: University of Chicago Press, 1939), Public Policy Pamphlet N.o 29 en las series coordinadas por Harry D. Gideonse; reimpreso como cap. 9 ibid., pp. 189-211. —Ed.]
[113]
[Hayek fue profesor visitante en el Departamento de Economía en la London School of Economics and Political Science (LSE) durante el año académico 1931-32, al final del cual fue propuesto para la cátedra Tooke de Ciencia Económica y Estadística. La cátedra se fundó en el King’s College de Londres en 1859, al año de la muerte de Thomas Tooke. En 1919 la cátedra fue trasladada del King’s College a la LSE, ambas pertenecientes a la Universidad de Londres. Aunque la contratación de Hayek la hizo técnicamente la Universidad de Londres, sus clases las impartió en la LSE. —Ed.]
[114]
[Hayek se refiere a «La libertad y el sistema económico», cit., Véase el prefacio a las ediciones originales, n. 2.—Ed.]
[115]
[Es decir, la Unión Soviética. —Ed.]
[116]
[Véase mi introducción al presente volumen, nota 75. —Ed.]
[117]
El ejemplo más representativo de la crítica británica al libro desde un punto de vista de izquierda es probablemente el cortés y sincero estudio de B.Wootton, Freedom under Planning (George Allen & Unwin, Londres, 1946). Este libro se cita con frecuencia en Estados Unidos como una eficaz refutación de mi tesis, si bien, por mi parte, no puedo menos de pensar que más de un lector debe de haber tenido la impresión de que, como ha escrito un recensor americano, el mismo «parece que sustancialmente confirma la tesis de Hayek». Véase Chester I. Barnard, recensión de Freedom under Planning, en Southern Economic Journal, vol. 12, enero de 1946, p. 290.
[118]
[Hayek visitó Estados Unidos siendo estudiante desde marzo de 1923 a mayo de 1924. —Ed.]
[119]
No sabía entonces que, como luego admitió un consejero de una de esas editoriales, ese rechazo parecía deberse, no a dudas a propósito del éxito del libro, sino a prejuicios que llegaban a sostener que habría sido «inconveniente que lo publicara una editorial respetable» (véase a este respecto la afirmación de William Miller citada por W.T. Couch en «The Sainted Book Burners», The Freeman, abril de 1955, p. 423, y también W. Miller, The Book Industry: A Report of the Public Library Inquiry of the Social Science Research Council (Nueva York: Columbia University Press, 1949, p. 12). [La primera impresión del libro de Miller sobre la industria editorial contenía la siguiente afirmación: «Lo que la editorial universitaria hizo estaba sugerido por la publicación y promoción por la University of Chicago Press hace unos años del libro de Friedrich A. von Hayek The Road to Serfdom, un libro sensacionalista previamente rechazado por al menos una importante editorial comercial que era perfectamente consciente de sus posibilidades de venta.» Lo que la editorial universitaria «hizo» fue intentar incrementar sus beneficios buscando un provechoso bestseller, al margen desu calidad.W.T. Couch, entonces director de la University of Chicago Press, envió a Miller una carta el 7 de octubre de 1949 diciéndole que estaba equivocado. Couch ofreció una prueba documental en el sentido de que la University of Chicago Press no esperaba que el libro tendría una gran difusión, y pedía a Miller que rectificara en la próxima edición de su libro. En su respuesta a Couch, Miller prometió eliminar las líneas ofensivas, pero también calificaba el libro de Hayek de «producto despreciable », llegando a hacer la afirmación, reproducida en su artículo en The Freeman, a la que Hayek alude en su nota. —Ed.]
[120]
No poco de ese éxito debe atribuirse a la publicación de una versión reducida en Rider’s Digest, y debo expresar aquí públicamente mi reconocimiento a los editores de esta publicación por la excelente versión que se llevó a cabo sin mi asistencia. Es inevitable que la necesidad de condensar un tema tan complejo en una fracción de su extensión originaria produzca algunas simplificaciones excesivas, pero es un resultado notable haberlo hecho sin distorsiones y mejor de lo que lo habría hecho yo mismo. [Hayek expone este episodio más ampliamente en Hayek on Hayek, cit., 104-5 {p. 101 de la ed. española}; véase mi introducción, pp. 18-22. —Ed.]
[121]
Al lector que quisiera ver un ejemplo de insulto e invectiva, que tal vez sea único en la discusión académica contemporánea, recomiendo una lectura del profesor Herman Finer, Road to Reaction (Boston, 1945). [Hayek en un principio pensó presentar una demanda por difamación, pero finalmente le mandó una carta rompiendo sus relaciones con él. Para más información sobre el caso Finer, véase mi introducción en este volumen, p. 44. —Ed.]
[122]
[John Emerich Edward Dalberg-Acton, Primer Barón Acton, «The History of Freedom in Antiquity», en The History of Freedom and Other Essays (Londres: Macmillan, 1907; reimpreso Freeport, NY: Books for Libraries Press, 1967), p. 1 {trad. esp.: «La historia de la libertad en la Antigüedad», en Lord Acton, Ensayos sobre la libertad y el poder, Unión Editorial, 1999, p. 57}. Lord Acton (1834- 1902) fue un liberal Miembro del Parlamento desde 1859 a 1864, líder de los liberales católicos en Inglaterra, y fundador-editor de la Cambridge Modern History, a la cual contribuyó con los dos primeros volúmenes.Hayek pensaba llamar a la sociedad Mont Pèlering Sociedad Acton-Tocqueville, pero Frank Knight se opuso a denominar a un movimiento liberal con el nombre de dos católicos. El artículo citado fue originariamente un discurso pronunciado ante los miembros de la Bridgnorth Institution en el Agricultural Hall en Bridgnorth,Shropshire, el 26 defebrero de 1877. —Ed.]
[123]
[El Nacional Planning Board se creó dentro del Departamento del Interior para ayudar en la preparación de un plan global para obras públicas bajo la dirección de Frederick Delano, Charles Meriam, y Wesley Clair Mitchell. Su última agencia sucesora, la Nacional Resources Planning Board, fue abolida en 1943. —Ed.]
[124]
[El «eminente crítico» era el economista Alvin W. Hansen (1887-1975), un destacado expositor de la economía keynesiana, que como consejero político desempeñó un papel en el desarrollo del sistema de seguridad social y en la creación de la Ley sobre Pleno Empleo de 1946. El pasaje que cita Hayek está tomado de la recensión que Hansen hizo de Camino de servidumbre bajo el título «The New Crusade against Planning», op. cit., p. 12. —Ed.]
[125]
La más eficaz de éstas fue, indudablemente, 1984: A Novel, de George Orwell (Nueva York: American Library, 1949). El autor tuvo la amabilidad de publicar una recensión de The Road to Serfdon en The Observer el 9 de abril de 1944. [George Orwell, pseudónimo de Eric Arthur Blair (1903-1950) fue un novelista y ensayista inglés, autor de Animal Farm {La granja de los animales}. La breve nota de Orwell se publicó en el Observer del 9 de abril de 1944, junto a una recensión de un libro de Konni Zilliacus, The Miror of the Past, Lest It Reflect the Future (Londres:V. Gollancz, 1944. —Ed.]
[126]
[Sobre la distinción entre conservadurismo y liberalismo, véase F.A. Hayek, «Why I Am Not a Conservative», postscript a The Constitution of Liberty, cit., pp. 397-411 {en español: «¿Por qué no soy conservador?», Post-Scriptum a Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, 8.ª ed., 2008, pp. 506 ss.}. —Ed.]
[127]
F.A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948. [Entre los artículos incluidos en esta colección están «Individualism:True and False», «Economics and Knowledge», The Use of Knowledge in Society, «The Meaning of Competition» y tres ensayos sobre el cálculo socialista. —Ed.]
[128]
The Counter-Revolution of Science, Glencoe, III., 1952, cit. [Este volumen contiene tres ensayos: «Scientism and the Study of Society», «The Counter-Revolution of Science», y «Comte and Hegel». —Ed.] { [trad. esp. de Jesús Gómez Ruiz: La contrarrevolución de la ciencia, Unión Editorial, 2003}.
[129]
Un primer esbozo de la exposición del tema fue publicado por el Banco Nacional de Egipto, en la forma de cuatro conferencias tituladas The Political Ideal of Rule of Law (El Cairo, 1955). [La esencia de estas conferencias se incorporó a los capítulos 11 y 13-16 de The Constitution of Liberty, cit. [trad. esp.: Los fundamentos de la libertad. Unión Editorial, 8.ª ed., 2008].
[130]
[Economic Survey for 1947, Cmd. 7046 (Londres: HMSO, 1947), p. 5. —Ed.]
[131]
[Hayek se refiere a la Control of Engagement Order de 1947, dictada por el ministro de Trabajo y, como legislación delegada, no sujeta a enmienda por el Parlamento. Ivor Thomas, en The Socialist Tragedy (Londres: Latimer House Ltd., 1949), pp. 104-5, ofrece esta sucinta descripción: «En virtud de esta Orden, los hombres entre los 18 y los 50 años y las mujeres entre los 18 y los 40 no pueden ser contratados a no ser a través de un cambio de empleo del Ministerio de Trabajo, a parte de algunas ocupaciones exceptuadas. Los trabajadores de las minas de carbón y de la agricultura no pueden dejar su trabajo. Otras aplicaciones en el cambio de empleo ofrecen trabajos que en opinión del gobierno tienen una más alta prioridad. Si un aspirante se niega a aceptar un trabajo, puede ser dirigido en última instancia, y si esta dirección fracasa, puede ser castigado con una multa o con la cárcel.» —Ed.]
[132]
[Economic Survey for 1947, cit., p. 9. —Ed.]
[133]
L.J. Barnes, Youth Service in an English County: A Report Prepared for King George’s Jubilee Trust, (Londres, 1945), pp. 18-21. [El primer pasaje citado aparece en pp. 18-20; el segundo en la p. 20 y el último en la p. 21. —Ed.]
[134]
A. de Tocqueville, Democracy in America, Parte II, Libro IV, cap. VI. Debería leerse todo el capítulo para comprender la gran agudeza con que Tocqueville fue capaz de prever los efectos psicológicos del Estado asistencial moderno. Digamos, de pasada, que fue la frecuente referencia de Tocqueville a la «nueva servidumbre» la que me sugirió el título del presente libro. [En su aguda descripción de la democracia en América, el historiador francés Alexis de Tacqueville (1805-1859) observa que la búsqueda de la mayor igualdad se obtiene típicamente mediante una mayor centralización del gobierno y una correspondiente reducción de la libertad. El título del capítulo citado es, «¿Qué tipo de despotismo deben temer las naciones democráticas?» —Ed.]
[135]
[Hayek cita el capítulo 10 de Camino de servidumbre, p. 226. —Ed.]
[136]
Ivor Thomas, The Socialist Tragedy (Londres: Latimer House, Ltd.), 1949, pp. 241 y 242. [Escritor, periodista, miembro laborista del Parlamento, Ivor Thomas (1905-1993) escribió para The Times y The New Chronicle, y posteriormente fue editor del The Dailey Telegraph. Abandonó el Partido Laborista en 1948, pasando posteriormente al Partido Conservador. Thomas cambió su nombre por Bulner-Thomas. —Ed.]
[137]
En un artículo publicado en el número del 19 de junio de 1954, dedicado a discutir el Report on the Public Inquiry Ordered by the Minister of Agriculture into the Disposal of Land at Crichel Down (Cmd. 9176; Londres: H.M. Stationery Office, 1954), documento que merece un atento examen por parte de quienes están interesados por la psicología de una burocracia planificada. [El artículo del Economist a que se refiere Hayek es, «What is the Public Interest», vol. 171, 19 de junio de 1954, pp. 951-52. El artículo describe cómo, en 1937, el Ministerio del Aire compró con la oposición de sus propietarios una extensión de terreno para destinarlo a campo de bombardeo. El terreno, parte de tres granjas, estaba situado en Crichel Down, Dorset. Después de la guerra, el campo se transfirió a otros ministerios y finalmente, mejorado, se vendió a un nuevo comprador. Durante todo el periodo, los propietarios originarios intentaron sin éxito comprar o alquilar su terreno. El episodio lo tomaba The Economist como «prueba evidente que venía a confirmar la sospecha creciente entre la población de que la burocracia inglesa había crecido con arrogancia y sin preocuparse por los derechos de la población » (p. 951). El presidente de la Corte Suprema al que se refiere Hayek en el texto era a la sazón Gordon Hewart, Primer barón de Bury (1870-1943), que ocupó el cargo desde 1922 a 1940. En su libro The New Despotism (Londres: Ernest Benn Ltd., 1929; reimpreso,Westport, CT: Greenwood Press, 1975), Hewart criticaba las leyes que otorgaban una amplia discrecionalidad a los ministerios y departamentos responsables de ponerlas en práctica, discrecionalidad que les permitía interpretar las leyes come consideraran conveniente, sin revisión o apelación significativa, o incluso cambiar las propias leyes. Hewart pensaba que esto «tenía el efecto de establecer un campo amplio y creciente de la autoridad ministerial más allá del ámbito de la ley ordinaria» (p. 11). —Ed.]
[138]
G.W. Keeton, The Passing of Parliament (Londres: Ernest Benn Ltd., 1952), p. 33.
[139]
[Véase el prefacio a las ediciones originales, nota 2. —Ed.]
[140]
[El filósofo a quien alude es el positivista Rudolf Carnap; véase la cita completa en mi introducción al presente volumen, p. 18. —Ed.]
[141]
[Los volúmenes segundo y tercero aparecieron en 1976 y 1979 respectivamente. Véase F.A. Hayek The Mirage of Social Justice, vol. 2 (1976), y The Political Order of a Free People, vol. 3 (1979) de Law, Legislation, and Liberty, cit. —Ed.]
[142]
[El científico político Harold J. Laski (1893-1950) fue colega de Hayek en la LSE y antes del pacto de no agresión Moltov-Ribbentropp, fue un decidido defensor de Stalin y su política.Hayek destaca la proclividad «patológica» de Laski a mentir en Hayek on Hayek, op. cit., p. 82 {p. 81 de la trad. española}. El teórico del derecho, nacido en Austria, Hans Kelsen (1881-1973) dio clases en Viena, Colonia y, finalmente, en la Universidad de California-Berkeley. Kelsen desarrolló la «teoría pura del derecho» y fue conocido por su defensa del positivismo jurídico. —Ed.]
[143]
[Lord Acton, «Review of Sir Erskine May’s Democracy in Europe» [1878], reimpresión en The History of Freedom and Other Essays, cit., p. 62. —Ed. {en español: Lord Acton, «La democracia en Europa», Ensayos sobre la libertad y el poder, Unión Editorial, 1999, p. 295}]
[144]
[Hayek alude aquí a las tendencias que había identificado en su lección inaugural en la LSE, «The Trend of Economic Thinking,» op. cit. —Ed.] {En español: «La tendencia del pensamiento económico, cap. III del vol. III de Obras Completas de F.A. Hayek, cit.}.
[145]
[El estadista liberal del siglo XX, Sir William Vernon Harcourt (1827-1904) es el autor de la frase: «Ahora todos somos socialistas.» —Ed.]
[146]
Como algunas personas pueden considerar exagerada esta manifestación, será útil citar el testimonio de Lord Morley, quien en su Recollections da como «hecho sabido» que el principal argumento del ensayo On Liberty «no era original sino que procedía de Alemania».[Hayek cita a John,Primer Vizconde Morley, Recollections, vol. 1 (Nueva York: Macmillan, 1917), pp. 61-62. John Morley, Primer Vizconde Morley of Blackburn (1838-1923), fue un estadista y hombre de letras inglés.Escribió numerosas biografías, la más famosa de las cuales es una en cuatro volúmenes de William Gladstone. El poeta, dramaturgo y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) fue el autor de Fausto y Las desventuras del joven Werther. El filólogo y estadista Karl Wilhelm von Humboldt (1767-1835) fue el primer ministro prusiano de Educación y fundador de la Universidad de Berlín. El ensayista y hombre de letras Thomas Carlyle (1795-1881), quien, a través de varias publicaciones contribuyó a introducir la cultura y la literatura alemanas para los lectores ingleses, es más conocido entre los economistas por haber calificado a los clásicos como «los monótonos profesores de una ciencia deprimente». El autor y propagandista de origen inglés Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), que vivió en Alemania desde 1885 y que escribió principalmente de música y filosofía, era conocido por su apoyo a la doctrina de la supremacía aria. La nota de Hayek estaba colocada inicialmente después del nombre de «Humboldt.» —Ed.]
[147]
Hasta qué punto las opiniones corrientes en todos los sectores, incluso los más conservadores, de un país entero pueden estar teñidas por el izquierdismo predominante entre los corresponsales de su Prensa en el extranjero, lo ilustran bien las opiniones sostenidas, casi unánimemente, en los Estados Unidos acerca de las relaciones entre Gran Bretaña y la India. El inglés que desee ver los acontecimientos del continente europeo en su verdadera perspectiva debe meditar seriamente sobre la posibilidad de que sus opiniones hayan sido pervertidas precisamente de la misma manera y por las mismas razones. Esto no significa en modo alguno negar la sinceridad de las opiniones de los corresponsales norteamericanos e ingleses en el extranjero. Pero a nadie que conozca la índole de los círculos indígenas con los que es probable que establezcan estrecho contacto los corresponsales extranjeros, le será difícil comprender las fuentes de esta parcialidad.
[148]
Que existió un cierto parentesco entre el socialismo y la estructura del Estado prusiano, conscientemente ayudado desde arriba como en ningún otro país, es innegable, y ya lo reconocieron libremente los primeros socialistas franceses. Mucho antes de inspirarse el socialismo del siglo XIX en el ideal de dirigir el Estado entero conforme a los mismos principios que una fábrica cualquiera, el poeta prusiano Novalis había ya deplorado que «ningún Estado ha sido administrado jamás de manera tan semejante a una fábrica como Prusia desde la muerte de Federico Guillermo», en Novalis, Glauben und Liebe, oder der König und die Königin [1798] [El pasaje citado puede encontrarse en Novalis, Schriften, vol. 2 (Stuttgart: Verlag W. Kohlhammer, 1981, p. 494), y dice «Kein Staat ist mehr als Fabrik verwaltet worden, als Preussen, seit Friedrich Wilhelm des Ersten Tode.» Novalis era el pseudónimo del poeta y novelista prusiano Friedrich von Hardenberg (1772-1801), conocido como el «Profeta del Romanticismo». Novalis anticipaba en esta obra un futuro en el que la espiritualidad humana universal eliminaría la necesidad de gobierno. —Ed.]
[149]
[Franklin D. Roosevelt, «Recommendations to the Congress to Curb Monopolies and the Concentration of Economic Power», The Continuing Struggle for Liberalism, vol. 7 de The Public Papers and Addresses of Franklin D. Roosevelt (Nueva York: Macmillan, 1941), p. 320. El mensaje fue emitido el 29 de abril de 1938. Roosevelt lamentaba en su discurso la concentración de poder, o «colectivismo » en la América empresarial, e hizo un llamamiento por la reintroducción de un «orden democrático competitivo» por medio de una regulación federal adicional de las empresas.Hayek estaba más esperanzado en estas fechas respecto a la futura vía emprendida por los Estados Unidos de lo que lo estaba respecto a Gran Bretaña en lo que atañe a la libre empresa. Para más información sobre esto, véanse sus observaciones en «Planning, Science, and Freedom,» Nature, vol. 143, 15 de noviembre de 1941, pp. 581-82, reproducido en el capítulo 10 de F.A. Hayek, Socialism and War: Essays, Documents, Reviews, cit., p. 219.—Ed.] {Trad. esp.: «Planificación, ciencia y libertad», capítulo X de Socialismo y guerra, vol. X de Obras Completas de F.A. Hayek, cit.}.
[150]
Ya en aquel año, en Informe Macmillan pudo hablar de «el cambio de perspectiva del Gobierno de este país en los últimos tiempos, su creciente preocupación, con independencia de partido político, acerca de la dirección de la vida del pueblo», y añadía que «el Parlamento se encuentra comprometido crecientemente en una legislación que tiene como finalidad consciente la regulación de los negocios diarios de la comunidad e interviene ahora en cuestiones que antes se habrían considerado completamente fuera de su alcance». Y esto pudo decirse antes de que aquel mismo año el país, finalmente, se zambullese de cabeza y, en el breve e inglorioso espacio que va de 1931 a 1938, transformase su sistema económico hasta dejarlo desconocido. [Hayek se refiere al Committee on Finance and Industry Report, Cmd. 3897 (Londres: HMSO, 1931). Los dos pasajes que cita Hayek se encuentran en las páginas 4 y 4-5, respectivamente. El Comité, presidido por el jurista británico Hugo Pattison Macmillan (1873- 1952), estaba encargado de descubrir las causas y formular los remedios para la deprimida economía de Inglaterra; sirvió asimismo como lugar donde J.M. Keynes se opuso a la «Treasury View.» —Ed.]
[151]
[Para más información sobre Acton y Tocqueville, véase el prólogo de la edición americana en rústica de 1956, notas 10 y 22, respectivamente. —Ed.]
[152]
Incluso advertencias mucho más recientes, que han demostrado ser terriblemente ciertas, se olvidaron casi por entero. No hace treinta años que Mr. Hilaire Belloc, en un libro que explica más de lo que ha sucedido desde entonces en Alemania que la mayoría de las obras escritas después del acontecimiento, expuso que «el efecto de la doctrina socialista sobre la sociedad capitalista consiste en producir una tercera cosa diferente de cualquiera de sus dos progenitores: el Estado de siervos» (The Servile State, 1913, 3.ª ed., 1927, pág., XIV). [El escritor y poeta británico, nacido en Francia, Hilaire Belloc (1870-1953), amigo de G.K. Chesterton y escritor de versos para niños, fue autor también de The Servile State (1912; 2.ª ed.: Londres y Edimburgo:T.N. Foulis, 1913; reedición, Indianápolis: Liberty Classics, 1977), de donde se ha tomado la cita (p. 32). —Ed.
[153]
[Los políticos ingleses Richard Cobden (1804-1865) y John Bright (1811-1889), ambos importantes miembros de la Anti-Corn Law League, fueron defensores acérrimos del libre comercio en la Inglaterra del siglo XIX. El economista escocés Adam Smith (1723-1790) ensalzaba el sistema de la libertad natural y condenaba las restricciones mercantilistas al comercio en su obra clásica An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. El filósofo e historiador escocés (y amigo íntimo de Adam Smith) David Hume (1711-1776) fue autor de A Treatise of Human Nature, obra fundamental de la tradición empirista en la filosofía británica, y de una History of England, en varios volúmenes. El filósofo inglés John Locke (1632-1704), otro miembro de la tradición empirista británica, enunció la teoría del contrato social en su Two Treatises of Government. El poeta inglés John Milton (1608-1674), autor de Paradise Lost and Paradise Regained, escribió asimismo un panfleto en apoyo de la Commonwealth y de la libertad de prensa. —Ed.]
[154]
[El humanista renacentista Desiderio Erasmo (1466-1536), «Erasmo de Rotterdam», fue autor de Laus stultitiae. El escritor francés Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592) introdujo el ensayo como género literario. En sus ensayos adoptó una actitud escéptica hacia lo que podía saberse y criticó a quienes defendían puntos de vista dogmáticos. El estadista y hombre de letras romano Marco Tulio Cicerón (106-43 aC) fue famoso por su habilidad oratoria; sus Filípicas contra Marco Antonio acabó costándole la vida. En sus Anales e Historias, el historiador romano Publio Tácito (ca. 55—ca. 120) hizo la crónica del Imperio Romano en el siglo primero. Bajo el gobierno del estadista ateniense Pericles (490-429 aC), florecieron en Atenas la arquitectura, la escultura, y el teatro. El historiador griego Tucídides (ca. 460—ca. 400 aC) fue autor de la Historia de la guerra del Peloponeso.—Ed.]
[155]
[Hayek criticaba la opinión de que el individualismo se asocia necesariamente al egoísmo y al egotismo en su artículo «Individualism: True and False», op. cit. —Ed.]
[156]
El más fatal de estos acontecimientos, preñado de consecuencias todavía no extinguidas, fue la sumisión y destrucción parcial de la burguesía alemana por los príncipes territoriales en los siglos XV y XVI. [Los lectores de Hayek podrían haber visto analogías entre sus referencias históricas y la destrucción de la influencia de la burguesía en Alemania después de la I Guerra mundial, cuando la hiperinflación barrió los ahorros de los obligacionistas alemanes de clase media y ayudó a abrir el camino al surgimiento de Hitler. El exterminio de los kulaks en tiempo que Stalin, que consolidó su poder, fue otro caso análogo. —Ed.]
[157]
[Auguste Comte, Système de Politique Positive (1851-1854), vol. 4 (París: Librairie Positiviste, 1912), pp. 368-69. El filósofo positivista y teórico social francés Auguste Comte (1798-1857) afirmaba que había tres estadios de conocimiento —el teólogico, el metafísico, y el positivo— y que el positivo era el más elevado. El saber positivo se ha obtenido en muchas ciencias naturales, y Comte opinaba que el positivismo debe ser introducido en el estudio de la sociedad. Hayek explica y critica el punto de vista de Comte en sus ensayos «The Counter-Revolution of Science» y «Comte and Hegel», op. cit. —Ed.]
[158]
[Hayek expone un argumento semejante en «The Trend of Economic Thinking,» op. cit. —Ed.]
[159]
El autor ha hecho un intento de remontarse a los orígenes de este desarrollo en dos series de artículos sobre «Scientism and the Study of Society» y «The Counter-Revolution of Science,» que aparecieron en Economica, 1941-44. [Revisiones de estos ensayos aparecieron en The Counter-Revolution of Science: Studies in the Abuse of Reason, op. cit., en pp. 17-182 y 183-363, respectivamente. —Ed.]
[160]
Karl Mannheim, Man and Society in an Age of Reconstruction, 1940, p. 175. [El sociólogo húngaro Karl Mannheim (1893-1947) enseñó en Heidelberg y Francfort antes de huir a la LSE en 1933.Al haber sido uno de los primeros académicos que dimitieron debido a la ley de restablecimiento del servicio civil de Hitler en marzo de 1933, fue invitado como profesor visitante bajo los auspicios del Academic Freedom Committee creado por Beveridge y sus colegas de la LSE. Para más documentación sobre este asunto, véase Ralf Dahrendorf, LSE: A History of the London School of Economics and Political Science, 1895—1995 (Oxford: Oxford University Press, 1995), pp. 286-87. Mannheim es recordado hoy sobre todo por su contribución a la sociología del conocimiento.—Ed.]
[161]
[El filósofo idealista alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) articulaba el método dialéctico describiendo la evolución de la conciencia y del progreso en la historia, que el teórico social revolucionario Karl Marx (1818-1883) situó en un marco materialista para predecir el inevitable hundimiento del capitalismo. En su libro Sistema nacional de economía política, el economista alemán Friedrich List (1789-1846) propugnaba el proteccionismo económico. Muchas de sus recomendaciones para la adopción de una política fueron aceptadas también por la Escuela histórica de economistas alemana, cuyo líder era Gustav Schmoller (1838-1917). Schmoller participó en la batalla por el método (Methodenstreit) con el fundador de la Escuela austriaca de Economía, Carl Menger. El historiador del desarrollo del capitalismo,Werner Sombart (1863-1941), fue quizá el último economista de la escuela histórica.Hayek consideraría su paso de un socialismo de izquierdas hacia un anticapitalismo de la variedad fascista, ejemplificando una tendencia natural. —Ed.]
[162]
[Para más datos sobre la tradición socialista alemana, veáse M.C. Howard y J.E. King, A History of Marxian Economics, Vol. I 1883-1914 (Princeton: Princeton University Press, 1989). Uno de los objetivos de Hayek al publicar el volumen Collectivist Economic Planning, cit., era informar a sus lectores ingleses sobre algunos documentos básicos de la literatura socialista en alemán. —Ed.]
[163]
[Johann Christian Friedrich Hölderlin, Hyperion, oder der Eremit in Griechenland. Sämtliche Werke, vol. 3 (Stuttgart:W. Kohlhammer Verlag, 1957),Tomo 1, Libro 1, p. 31. La cita en alemán dice: «Immerhin hat das den Staat zur Hölle gemacht, daß ihn der Mensch zu seinem Himmel machen wollte.» —Ed.]
[164]
[Véase Henri Saint-Simon, «Letters from an Inhabitant of Geneva to his Contemporaries», en Henri Saint-Simon (1760—1825): Selected Writings on Science, Industry and Social Organization, trad. y ed. Keith Taylor (Nueva York: Holmes and Meier, 1975), p. 78, en la que Saint-Simon dice, «todo aquel que no obedezca las órdenes será tratado por los demás como un cuadrúpedo». El reformador social Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (1760-1825) fue fundador del socialismo francés. En su informe sobre los orígenes del «cientismo» y del «abuso de la razón» Hayek caracterizaba a Saint-Simon como «visionario megalómano». Véase F.A. Hayek, «The Counter-Revolution of Science,» en The Counter-Revolution of Science: Studies in the Abuse of Reason, op. cit., p. 222 {p. 192 de la edición española}. La frase que contiene el pasaje que Hayek cita fue suprimida, evidentemente, por los discípulos de Saint-Simon en algunas versiones posteriores del folleto. —Ed.]
[165]
Alexis de Tocqueville, «Discours prononcé à l’assemblée constituante le 12 septembre 1848 sur la question du droit au travail», OEuvres complètes d’Alexis de Tocqueville, volumen IX, 1866, p. 546. [El pasaje original dice: «La démocratie étend la sphère de l’indépendance individuelle, le socialisme la resserre. La démocratie donne toute sa valeur possible a chaque homme, le socialisme fait de chaque homme un agent, un instrument, un chiffre. La démocratie et le socialisme ne se tiennent que par un mot, l’egalité; mais remarquez la différence: la démocratie veut l’egalité dans la liberté, et le socialisme veut l’egalité dans la gêne et dans la servitude.» —Ed.]
[166]
La característica confusión de la libertad con el poder, con la que nos enfrentaremos una y otra vez en esta discusión, es un tema demasiado importante para poder examinarlo aquí por entero. Tan vieja como el propio socialismo, está tan estrechamente aliada con él, que hace casi setenta años un universitario francés, discutiendo sus orígenes saint-simonianos, se vio llevado a decir que esta teoría de la libertad «est à elle seule tout le socialisme» (P. Janet: Saint-Simon et le Saint-Simonisme, 1878, p. 26, nota). El defensor más explícito de esta confusión es, cosa significativa, el influyente filósofo del izquierdismo americano, John Dewey, para quien la «libertad es el poder efectivo para hacer cosas determinadas», de manera que «la demanda de libertad es la demanda de poder» («Liberty and Social Control», The Social Frontier, noviembre 1935, p. 41).
[167]
Max Eastman: Stalin’s Russia and the Crisis of Socialism (Nueva York:W.W. Norton, 1940), los pasajes citados se encuentran en las páginas 82 y 154, respectivamente. [Originariamente Hayek puso ambas notas en la p. 82. El americano Max Eastman (1883-1969) fue editor del órgano radical The Masses. Viajó a la Unión Soviética después de la Revolución rusa y se casó con una rusa. En los años 1930 se desilusionó del experimento soviético, estimando que la meta original de la revolución de Lenin había sido subvertida por Stalin. Como se dice en mi introducción, p. 41, Eastman condensó The Road to Serfdom para el Reader’s Digest.—Ed.]
[168]
W.H. Chamberlin, Collectivism: A False Utopia (Nueva York: Macmillan, 1937), pp. 202-3. [El autor y periodista William Henry Chamberlin (1897-1969) visitó Moscú en 1922 en calidad de periodista del Christian Science Monitor. Aunque en un primer momento sintió simpatía por la causa revolucionaria, pronto se desengañó del stalinismo. —Ed.]
[169]
F.A.Voigt, Unto Caesar (Nueva York: G.P. Putnam’s Sons, 1938), p. 95. [El periodista y autor inglés Frederick Augustus Voigt (1892-1957) fue corresponsal en Berlín del Manchester Guardian en los años de entreguerra. No he conseguido localizar el pasaje citado en el libro de Voigt, aunque las siguientes líneas, tomadas de la p. 35, expresan sentimientos similares: «El marxismo podría ser un fenómeno de un interés poco más que histórico, viendo cómo ha fracasado incluso en su principal plaza fuerte, si no fuese tan afín al nacionalsocialismo. El nacionalsocialismo habría sido inconcebible sin el marxismo.» Voigt constata en su libro semejanzas entre el marxismo y el nacionalsocialismo, lo mismo que entre las personas de Lenin y Hitler. —Ed.]
[170]
Walter Lippmann, «The Government of Posterity», The Atlantic, vol. 158, noviembre de 1936, p. 552. [El periodista, autor y comentarista social estadounidense Walter Lippmann (1889-1974) escribió para el New York Herald Tribune. Obtuvo el Premio Pulitzer de información internacional en 1962. —Ed.]
[171]
Peter Drucker, The End of Economic Man: A Study of the New Totalitarianism (Nueva York: The John Day Co., 1939), pp. 245-46. [En el original, Hayek da erróneamente como p. 230 la página en la que se encuentra la cita. El asesor empresarial americano, vienés de nacimiento, Peter Drucker (1909-2005) enseñó en el Bennington College y en la Universidad de Nueva York antes de ser nombrado profesor de ciencias sociales en la Claremont Graduate School, hoy Claremont Graduate University, en California. —Ed.]
[172]
Una instructiva exposición de la historia intelectual de muchos dirigentes fascistas se encontrará en R. Michels (él mismo, un fascista ex marxista), Sozialismus und Faszismus als politische Strömungen in Italien: historische Studien, vol. 2, Sozialismus un Fascismos in Italien (Munich: Meyer & Jessen, 1925), pp. 264-6 y 311-12.
[173]
[El político francés Pierre Laval (1883-1945) fue diputado del mariscal Petain y posteriormente primer ministro durante el régimen de Vichy. Fue ejecutado por colaborador tras la liberación. El diplomático noruego Vidkun Quisling (1887-1945) creó el partido Nasjonal Samlung, a imagen de partido Nacionalsocialista alemán en 1933, y fue primer ministro marioneta durante la ocupación de Noruega]. Su nombre se convirtió en sinónimo de colaboracionismo. Quisling fue juzgado y ejecutado al final de la guerra. —Ed.]
[174]
Eduard Heimann; «The Rediscovery of Liberalism», Social Research, vol. 8, noviembre de 1941, p. 479. Conviene notar a este respecto que, cualesquiera que fuesen sus motivos, Hitler consideró conveniente declarar en uno de sus discursos públicos, en febrero de 1941 sin ir más lejos, que «fundamentalmente nacionalsocialismo y marxismo son la misma cosa».Véase el artículo «Herr Hitler’s Speech of February 24», The Bulletin of International News (publicado por el Royal Institute of International Affairs, vol. 18, 8 de marzo de 1941, p. 269). [Eduard Heimann (1889-1967) dio clases en la Universidad de Hamburgo de 1925 a 1933, cuando huyó de Alemania y obtuvo un puesto en la New School for Social Research de Nueva York. —Ed.]
[175]
[Élie Halévy, L’Ère des tyrannies: Études sur le socialisms et la guerre (París: Gallimard, 1938), p. 208. Para una traducción inglesa del libro de Halévy, véase Élie Halévy, The Era of Tyrannies: Essays on Socialism and War, traducido por R.K.Webb (Nueva York: New York University Press, 1966). —Ed.]
[176]
Citado por Dugald Stewart en Memoir of Adam Smith, según unas notas escritas por Smith en 1755. [Una reimpresión del informe de Stewart de 1793 se publicó por Augustus M. Kelley in 1966; la cita de Smith se encuentra en la p. 68. —Ed.]
[177]
[El pasaje citado por Hayek se encuentra en Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, ed. de R.H. Campbell y A.S. Skinner, vol. 2 de The Glasgow Edition of the Works and Correspondence of Adam Smith (Oxford: Clarendon Press, 1976, 1979; reedición Liberty Press, Indianapolis 1981), libro 5, capítulo 1, parte 3, p. 723. —Ed.]
[178]
Es cierto que, recientemente, algunos socialistas universitarios, bajo el acicate de la crítica, y animados por el mismo temor a la extinción de la libertad en una sociedad de planificación centralizada, han imaginado una nueva clase de «socialismo competitivo», que esperan evitaría las dificultades y peligros de la planificación central y combinaría la abolición de la propiedad privada con el pleno mantenimiento de la libertad individual. Aunque en las revistas científicas han aparecido algunas discusiones sobre esta nueva clase de socialismo, tiene pocas probabilidades de atraer a los políticos prácticos. Pero si alguna vez lo lograse, no habría dificultad para demostrar (como el autor lo ha intentado en otro lugar: véase Economica, 1940) que tales planes descansan en una ilusión y sufren una contradicción interna. Es imposible intervenir todos los recursos productivos sin decidir asimismo por quién y para quién serán utilizados.Aunque, bajo este supuesto socialismo competitivo, la planificación por la autoridad central tomaría formas algo más indirectas, sus efectos no serían fundamentalmente diferentes y el elemento competitivo apenas pasaría de una ficción. [Hayek se refiere a su artículo «Socialist Calculation: The Competitive “Solution”», op. cit. En el artículo, Hayek reseña y critica las propuestas del libro de H.D. Dickinson, Economics of Socialism (Londres: Oxford University Press, 1939), y de Oskar Lange y Fred M.Taylor, On the Economic Theory of Socialism, cit. Para más datos sobre el significado de la referencia de Hayek al «socialismo competitivo,» véase mi introducción al presente volumen, pp. 49-52. —Ed.]
[179]
[La afirmación de que «Hay muchas señales respecto a que los dirigentes británicos se están acostumbrado a pensar en términos de desarrollo nacional por medio de monopolios controlados…» apareció en The Spectator, n.º 5774, 3 de marzo, 1939, p. 337. —Ed.]
[180]
[Benito Mussolini, Informe al Gran Consejo Fascista, 1929, citado en E.B.Ashton, The Fascist: His State and His Mind (Nueva York:William Morrow and Co., 1937), p. 63, nota 5. —Ed.]
[181]
Para una discusión más completa de estos problemas véase el ensayo del profesor L. Robbins sobre «La inevitabilidad del monopolio», en The Economic Basis of Class Conflict, 1939, pp. 45-80.
[182]
Final Report and Recommendations of the Temporary National Economic Committee, 77.º Congreso, 1.ª Sesión, Documento del Senado n.º 35, 1941, p. 89. [Discurso del presidente Roosevelt, extracto del que se toma la cita al comienzo del capítulo I, fue el impulso para la formación del Temporary National Economic Committee . —Ed.]
[183]
C,Wilcox, Competition and Monopoly in American Industry, Temporary National Economic Committee, Monografía n.º 21 (Washington, DC: Government Printing Office, 1941), p. 314. [En el original, Hayek indica la fecha de publicación como 1940, no 1941. —Ed.]
[184]
[Para más datos sobre Sombart, véase cap. 1, nota 13. —Ed.]
[185]
Reinhold Niebuhr, Moral Man and Immoral Society: A Study in Ethics and Politics (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1932), p. 182.
[186]
[En el verano de 1931 la crisis financiera inglesa llevó al hundimiento del gobierno laborista, a la creación de un «Gobierno Nacional» de coalición con Ramsey MacDonald a la cabeza, y al abandono del patrón oro. Una de las primeras decisiones del nuevo Gobierno nacional fue el establecimiento de la tarifa protectora general a la que se refiere Hayek. —Ed.]
[187]
Al corregir este texto me llega la noticia de haberse suspendido las obras de conservación de las autopistas alemanas.
[188]
[Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, ed. de R.H. Campbell y A.S. Skinner, vol. 1 de The Glasgow Edition of the Works and Correspondence of Adam Smith, op. cit., libro 4, capítulo 2, p. 456. —Ed.]
[189]
[En 1927 Hayek se convirtió en el primer director del recién creado Instituto Austriaco para la Investigación de los Ciclos Comerciales (Österreichisches Institut für Konjunkturforschung); una de sus tareas era recopilar datos económicos del tipo de los que incluye aquí. —Ed.]
[190]
S. y B.Webb, Industrial Democracy Londres, Nueva York,Bombay y Calcuta: Longmans, Green and Co., 1897), p. 800, n. [El reformista social inglés Sidney (1859-1947) y Beatriz (1858-1943) Webb fueron de los primeros miembros de la Sociedad Fabiana y cofundadores de la London School of Economics. En el pasaje citado, los Webb se lamentaban realmente de la «creciente incapacidad», más que de la «crecida incapacidad» de la Cámara de los Comunes para realizar su trabajo. —Ed.]
[191]
H.J. Laski, «Labour and the Constitution», The New Statesman and Nation, N.S., n.º 81, 10 de septiembre de 1932, p. 277. En un libro (Democracy in Crisis (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 1933), p. 87, donde el profesor Laski elaboró después estas ideas, expresa aún más claramente su determinación de no consentir a la democracia parlamentaria que constituya un obstáculo para la realización del socialismo. ¡Un gobierno socialista, no sólo «tomaría amplios poderes y legislaría bajo ellos por órdenes y decretos» y «suspendería las fórmulas clásicas de la oposición normal», y además, la «continuación del régimen parlamentario dependería de que [el gobierno laborista] recibiese del partido conservador garantías de no destrozar por derogación su labor transformadora en el caso de una derrota ante las urnas»!
Como el profesor Laski invoca la autoridad de la comisión Donoughmore, puede ser interesante recordar que el profesor Laski fue miembro de aquella comisión y probablemente uno de los autores de su dictamen. [El Comité Donoughmore sobre los Poderes de los Ministros fue creado para investigar las consecuencias de la expansión de la legislación delegada, es decir, la legislación establecida por los ministros con el fin de verificar la legislación primaria aprobada por el Parlamento. Hayek hace una ulterior referencia a sus hallazgos en la próxima nota. —Ed.]
[192]
Es instructiva a este propósito una breve referencia al documento del gobierno en el que se discutieron estos problemas no hace muchos años. Hace ya trece, es decir, antes de que Inglaterra abandonase por fin el liberalismo económico, el proceso de la delegación de facultades legislativas había llegado a un punto en que se sintió la necesidad de nombrar una comisión a fin de investigar acerca de «las garantías deseables o necesarias para asegurar la soberanía de la Ley». En su dictamen, el «Donoughmore Committee» (Report of the [Lord Chancellor’s] Committee on Ministers’ Powers, Cmd. 4060, 1932) demostró que ya en aquella fecha el Parlamento había recurrido a «la práctica de una delegación general indiscriminada»; pero lo consideraba (¡era antes de haber resbalado verdaderamente hacia el abismo totalitario!) como un desarrollo inevitable y relativamente inocuo. Y es probablemente cierto que esta delegación, como tal, no representara un peligro para la libertad. Pero lo interesante es el motivo de haberse hecho necesaria en tal escala la delegación. En primer lugar, entre las causas enumeradas, señala el dictamen que «el Parlamento aprueba ahora tantas leyes cada año» y que «tantos detalles son tan técnicos, que resultan inapropiados para la discusión parlamentaria ». Pero si esto fuera todo, no habría razón para que los detalles no se elaborasen antes, mejor que después de aprobar la ley el parlamento. Lo que en múltiples casos es probablemente una razón mucho más importante para explicar por qué, «si el Parlamento no estuviese dispuesto a delegar su facultad legislativa, sería incapaz de aprobar la clase y la cantidad de legislación que la opinión pública exige», se revela inocentemente en una breve frase: «muchas de las leyes afectan tan íntimamente a la vida de las gentes que es esencial la elasticidad.» ¿Qué significa esto sino el otorgamiento de un poder arbitrario, de un poder no limitado por principios fijos y que, según la opinión del Parlamento, no puede limitarse por reglas definidas e inequívocas?
[193]
Élie Halévy, «Socialism and the Problems of Democratic Parliamentarism», International Affairs, vol. 13, julio de 1934, p. 501. [El artículo fue un mensaje dado el 24 de abril de 1934, en Chatham House, que desde 1920 ha sido la base del Royal Institute of International Affairs. El historiador francés Élie Halévy (1870-1937) fue autor de The Growth of Philosophical Radicalism, que hacía la historia del utilitarismo británico, y The Era of Tyrannies, del que Hayek tomó la cita inicial con la que empieza el capítulo 3. El estadista inglés Lord Eustace Percy (1887-1958) escribió libros tales como Democracy on Trial y The Heresy of Democracy. El político inglés Sir Oswald Mosley (1896-1980) empezó siendo conservador y luego giró hacia el Partido Laborista, convirtiéndose en miembro del Parlamento y en miembro del gobierno laborista de 1929 y, finalmente, dimitió para convertirse en líder de la Unión Británica de Fascistas. El político laborista Sir Stafford Cripps (1889-1952) giró cada vez más hacia la izquierda en los años 1930, y acabó siendo expulsado del partido en 1939 por sus actividades con el Frente Popular. Percy, Mosley, y Cripps, pues, representan diferentes extremos del espectro político, aunque, como constataron Hayek y Halévy, en ciertos asuntos los tres habían expresado puntos de vista semejantes. —Ed.]
[194]
[El estadista alemán Heinrich Brüning (1885-1970) fue canciller de Alemania desde 1930 a 1932, pero fue forzado a dimitir por los nazis. Abandonó Alemania dos años más tarde. Franz von Papen (1879-1969) asumió el cargo de canciller en 1932, y sirvió con Hitler, brevemente, como vicecanciller, luego como embajador en Austria y Turquía. Kurt von Schleicher (1882-1934) fue el sucesor de von Papen en el cargo de canciller, pero Hitler tomó el poder de él en 1933. Él y su mujer fueron juzgados sobre la base de acusaciones inventadas y ejecutados por los nazis al año siguiente. —Ed.]
[195]
K. Mannheim: Man and Society in an Age of Reconstruction, op. cit., p. 340. [La segunda mitad de la cita aparece en la página 341. —Ed.]
[196]
[Lord Acton, «The History of Freedom in Antiquity», op. cit., p. 22 {p. 78 de la edición española, op. cit.}]. —Ed.]
[197]
[Karl Mannheim, Man and Society in an Age of Reconstruction, cit., p. 180. —Ed.]
[198]
De acuerdo con la clásica exposición de A.V. Dicey, en Introduction to the Study of the Law of the Constitution (8.ª ed. (Londres: Macmillan and Co., 1915), p. 198), rule of law «significa, en primer lugar, la absoluta supremacía o predominio del derecho común, como oposición al ejercicio del poder arbitrario, y excluye la existencia de arbitrariedades, prerrogativas y hasta de una amplia autoridad discrecional por parte del Estado». En gran parte como resultado de la obra de Dicey, esta expresión ha adquirido, sin embargo, en Inglaterra, un significado técnico más estrecho, que aquí no nos concierne. El más amplio y antiguo significado de este concepto de la supremacía o imperio de la ley, que en Inglaterra alcanzó el carácter de una tradición, más tenida por demostrada que discutida, fue objeto de la más completa elaboración en Alemania, precisamente porque levantaba lo que allí eran nuevos problemas, en las discusiones de comienzos del siglo XIX acerca de la naturaleza del Rechtsstaat. [Más datos sobre la última tradición en F.A. Hayek, The Constitution of Liberty, op. cit., capítulo 13; {en español: Los fundamentos de la libertad, cit., cap. XIII}. —Ed.]
[199]
[Hayek trata el declive del estado de derecho en The Constitution of Liberty, cit., capítulo 16. —Ed.]
[200]
[Sir Henry Maine, Ancient Law: Its Connection with the Early History of Society and Its Relation to Modern Ideas. Cuarta edición americana de la décima edición de Londres (Nueva York, Henry Holt, 1906), p. 165. El jurista e historiador inglés Sir Henry Maine (1822-1888), desde 1877 profesor Whewell de derecho internacional en Cambridge, escribió ampliamente sobre los orígenes y desarrollo de las instituciones jurídicas y sociales. La cita está tomada de la frase final del capítulo 5, titulada «Primitive Society and Ancient Law». —Ed.]
[201]
No es, pues, del todo falsa la oposición que el teórico del Derecho del Nacionalsocialismo, Carl Schmitt, establece entre el liberal Rechtsstaat (es decir, el Estado de Derecho, la supremacía de la Ley) y el ideal nacionalsocialista del gerechte Staat (el Estado justo); sólo que la justicia que opone a la justicia formal implica necesariamente la discriminación entre personas. [El jurista alemán Carl Schmitt (1888-1985) criticaba el parlamentarismo liberal y defendía el estado autoritario. En los años 1930 trató de reconciliar sus puntos de vista con los de los nazis, proporcionando justificaciones jurídicas de su toma del poder y defendiendo las Leyes de Nuremberg que excluían a los judíos de la vida pública y social. Pese a que perdió el favor de los nazis hacia 1936, fuera de Alemania fue considerado frecuentemente como teórico jurídico del Nacionalsocialismo. Hayek se refiere también a la Freirechtsschule, que es el término alemán de «realismo jurídico», doctrina que sostiene que el instinto más que el acatamiento de la ley es la base real de la interpretación judicial de la ley. —Ed.]
[202]
[No he podido localizar la cita atribuida a Kant, pero para la otra Hayek se refiere a François- Marie Arouet de Voltaire, Oeuvres Complètes de Voltaire, vol. 23 (París: Garnier, 1879), p. 526, donde Voltaire escribe: «La liberté consiste à ne dépendre que des lois». —Ed.]
[203]
El conflicto no está, pues, como a menudo se creyó equivocadamente, en las discusiones del siglo XIX entre libertad y ley. Como ya evidenció John Locke, no puede haber libertad sin ley. El conflicto está entre las diferentes clases de ley, tan diferentes que difícilmente pueden designarse con el mismo nombre: una es la ley del Estado de Derecho, principios generales sentados de antemano, «reglas del juego» que permiten al individuo prever cómo se utilizará el aparato coercitivo del Estado o lo que les está prohibido u obligado hacer, en determinadas circunstancias, a él y a sus conciudadanos. La otra especie de ley da de hecho poder a la autoridad para hacer lo que considere conveniente. Así, evidentemente, el Estado de Derecho no puede mantenerse en una democracia que decide resolver cualquier conflicto de intereses, no de acuerdo con las normas previamente establecidas, sino según «las circunstancias del caso». [Locke describía el estado de naturaleza como «un estado de libertad perfecta». Pero continuaba diciendo que los hombres forman sociedades civiles y se someten a las leyes con el fin de preservar mejor su libertad y propiedad. Véase John Locke, Two Treatises of Government, ed. Peter Laslett (Cambridge: Cambridge University Press, 1988), Tratado 2, capítulos 4, 9. —Ed.]
[204]
[El jurista inglés Charles John, Primer Barón Darling (1849-1936) fue miembro conservador del Parlamento, juez y miembro de varias comisiones reales. Para más datos sobre Lord Hewart, véase el prólogo a la edición americana en rústica de 1956, nota 25. —Ed.]
[205]
Otro ejemplo de infracción legislativa del Estado de Derecho es el bill of attainder, familiar en la historia inglesa. La forma que la supremacía de la ley adopta en el Derecho penal se expresa usualmente por el dicho latino nulla poena sine lege, no hay castigo sin ley que expresamente lo prescriba. La esencia de esta regla consiste en que la ley ha de tener existencia como norma general antes de que surja el caso individual al que se aplique. Nadie aseguraría que cuando, en una famosa causa durante el reinado de Enrique VIII, el Parlamento resolvió con respecto al cocinero del obispo de Rochester: «que el llamado Richard Rose será quemado vivo, sin atender al privilegio de su condición eclesiástica»,promulgó tal disposición bajo la supremacía de la ley. Pero si ésta ha llegado a ser una parte esencial del procedimiento penal en todos los países liberales, no puede mantenerse en los regímenes totalitarios. En éstos, como dijo muy bien E.B.Ashton, la máxima liberal se ha sustituido por el principio nultum crimen sine poena, ningún «crimen» quedará sin castigo, lo disponga o no la ley explícitamente. «Los derechos del Estado no terminan con el castigo de quienes quebrantan la ley. La comunidad tiene derecho a todo lo que considere necesario para la protección de sus intereses; y la observancia de la ley, tal como existe, es sólo una de las más elementales exigencias» (E.B. Ashton, The Fascist, His State and Mind, 1937, p. 119). Lo que haya de entenderse como infracción de los «intereses de la comunidad» son, por supuesto, las autoridades quienes lo determinan. [Hayek incorrectamente afirma que la cita de Ashton la encontró en la p. 119, no en la 127. —Ed.]
[206]
[El noveslita inglés H.G.Wells (1866-1946) es más conocido hoy por sus clásicos de la ciencia ficción The Time Machine y The War of the Worlds. En su época fue conocido asimismo por sus mordaces críticas sociales, contribuciones a la divulgación histórica, y por su compromiso con numerosas causas progresistas. En 1939 redactó una «Declaración de los Derechos Humanos» que fue publicada en The Daily Herald y en otros periódicos, y que provocó numerosos comentarios. Algunas de estas ideas se reelaboraron e incluyeron en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1948. La «Declaración» de Wells se reeditó con el título «Diez puntos para la paz mundial», Current History, vol. 51, marzo de 1940, pp. 16-18, de donde se han tomado las siguientes citas. —Ed.]
[207]
[Wells, «Ten Points for World Peace», op. cit., p. 18. —Ed.]
[208]
[Ibid. —Ed.]
[209]
[Ibid. —Ed.]
[210]
[Hayek cita el editorial titulado «True Democracy,» The Economist, vol. 87, 18 de noviembre de 1939, pp. 242-43. —Ed.]
[211]
[Hilaire Belloc, The Servile State, cit., p. 46. —Ed.]
[212]
[La cita de Chase, pero sin mención de la fuente original, se halla en Walter Lippmann, «The Collectivist Movement in Practice,» Atlantic Monthly, vol. 158, diciembre de 1936, p. 729. Contable, escritor freelance, y autor prolífico, Stuart Chase (1888-1985) fue un escritor popular en los años de entreguerras. Entre sus muchos libros sobre economía están The Tragedy of Waste (Nueva York: Macmillan, 1925) y A New Deal (Nueva York: Macmillan, 1934). —Ed.]
[213]
Cf. L. Robbins: The Economic Causes of War (Londres: J. Cape, 1939), Apéndice. [El economista británico Lionel Robbins (1898—1984) era amigo íntimo y colega de Hayek en la London School of Economics. En su apéndice, Robbins trata del significado del término «causación económica», y concluye, «Las causas de guerra deben ser consideradas económicas si el objetivo es meramente instrumental para garantizar para alguna persona o personas un mayor control sobre los recursos en general... Y deben ser consideradas como no económicas si el objetivo no es instrumental para ninguna otra cosa —si es que, en definitiva, es un fin en sí mismo más que medio para cierto número de fines.» Op. cit., p. 118. —Ed.]
[214]
En ninguna parte se ilustra mejor que en el ámbito de los intercambios con el exterior la extensión del control sobre la vida entera que confiere el control económico.A primera vista, nada parece afectar menos a la vida privada que la intervención oficial de las operaciones sobre el cambio exterior, y la mayoría de la gente consideraría su introducción con completa indiferencia.Y, sin embargo, la experiencia de la mayoría de los países continentales ha hecho que la gente culta considere este paso como un avance decisivo en el camino del totalitarismo y de la supresión de la libertad individual. Es, en efecto, la entrega completa del individuo a la tiranía del Estado, la supresión final de todos los medios de escape; no sólo para el rico, sino para todos. Cuando el individuo ya no tiene libertad para viajar, no tiene libertad para comprar libros o periódicos extranjeros; cuando todos los medios de contacto exterior pueden limitarse a los que aprueba la opinión oficial o son considerados por ella como necesarios, el dominio efectivo de la opinión es mucho mayor que el que jamás ejerció ninguno de los gobiernos absolutistas de los siglos XVII y XVIII.
[215]
Para justificar estas fuertes palabras pueden citarse las conclusiones siguientes, a las que ha llegado Mr. Colin Clark, uno de los más conocidos entre los jóvenes especialistas en estadística económica y hombre de opiniones indudablemente progresistas y de actitud estrictamente científica, en su Conditions of Economic Progress (Londres: Macmillan, 1940), pp. 3-4): Las «frecuentes afirmaciones acerca de la «pobreza en el seno de la abundancia» y de cómo los problemas de la producción estarían ya resueltos si entendiésemos los de la distribución, han dado lugar al más falso entre los modernos clichés... Sólo en los Estados Unidos es una cuestión de considerable importancia la escasa utilización de la capacidad productiva, aunque en ciertos años haya alcanzado también alguna importancia en la Gran Bretaña,Alemania y Francia, mas para la mayor parte del mundo aquélla está completamente dominada por el hecho, más importante, de que sea tan poco lo que puede producirse con un pleno empleo de los recursos productivos. La era de la plétora tardará aún mucho en llegar... Si el paro evitable se eliminara a lo largo del ciclo económico, ello significaría una mejoría notable en el nivel de vida de la población de los Estados Unidos, pero desde el punto de vista del mundo entero, sólo significaría una pequeña asistencia para la resolución del problema, mucho mayor, de elevar la renta real de la masa de la población del mundo hasta algo que se acerque a un nivel civilizado.» [El estadístico y economista británico Colin Clark (1905-1989) enseñó y mantuvo posturas favorables al gobierno en Inglaterra, los Estados Unidos y Australia. Militó en el Partido Laborista entre los años 1920 y los primeros 1930 (de aquí sus «firmes opiniones progresistas»), y fue pionero en la estimación de estadísticas sobre la renta nacional. —Ed.]
[216]
No es casualidad que en los países totalitarios, tanto en Rusia como en Alemania o Italia, se haya convertido en un problema de planificación el modo de organizar el ocio de las gentes. Los alemanes han llegado incluso a inventar para este problema el nombre horrible y en sí contradictorio de Freizeitgestaltung (literalmente: la configuración del tiempo libre), como si aún pudiera llamarse «tiempo libre» el que ha de gastarse de una forma dispuesta autoritariamente.
[217]
[Lord Acton, «The History of Freedom in Christianity,» en History of Freedom and Other Essays, cit., p. 57 {trad. esp.: «Historia de la libertad en el cristianismo», en Lord Acton, Ensayos sobre la libertad y el poder, cit., p. 111}. —Ed.]
[218]
Es probable que sobreestimemos habitualmente la parte que en la desigualdad de las rentas se debe principalmente a los ingresos derivados de la propiedad, y, por consiguiente, la proporción en que se reducirían las mayores desigualdades si las rentas de propiedad se aboliesen. La escasa información que poseemos acerca de la distribución de las rentas en la Rusia soviética no indica que las desigualdades sean sustancialmente menores que en una sociedad capitalista. Max Eastman (The End of Socialism in Russia, 1937, pp. 30-34) da alguna información procedente de fuentes oficiales rusas que sugiere que la diferencia entre los salarios más altos y los más bajos pagados en Rusia es del mismo orden de magnitud (del orden de 50 a 1) que en los Estados Unidos; y Leon Trotsky, según un artículo citado por James Burnham (The Managerial Revolution, 1941, p. 43), estimó, no más allá de 1939, que «el 11 ó 12 por 100 superior de la población soviética recibe ahora aproximadamente el 50 por 100 de la renta nacional. Esta diferencia es más aguda que en los Estados Unidos, donde el 10 por 100 más alto de la población recibe aproximadamente el 35 por 100 de la renta nacional». [En el original, Hayek incluye incorrectamente el pasaje de Trotsky como aparece en la página 43, no en la 46, del libro de Burnham. —Ed.]
[219]
Max Eastman en The Reader’s Digest, julio de 1941, p. 39. [La cita original de Hayek, en «Max Eastman in the Reader’s Digest, July, 1941, p. 39», presenta el número de la publicación y de la página equivocados, y Hayek se olvidó de intercalar guiones en «free-and-equalness» tal como Eastman había hecho. —Ed.]
[220]
Las palabras son del joven Disraeli. [La verdadera cita dice: «no public avenues to wealth and honor would subsist save through the Government», y está tomada del ensayo del político y novelista tory Benjamin Disraeli (1804-1881) «Vindication of the English Constitution in a Letter to a Noble and Learned Lord» (1835), reeditada en Benjamin Disraeli, Disraeli on Whigs and Whiggism, ed. de William Hutcheon (Nueva York: Macmillan, 1914), p. 216, trabajo que consagró «al joven Disraeli» como escritor y pensador político. Utilizó el ensayo para atacar a los utilitaristas y otros que podrían «formar instituciones políticas sobre principios abstractos de ciencia teórica, en vez de permitir que surjan del curso natural de los acontecimientos, y que sea creado de forma natural por las necesidades de las naciones» (p. 119). Sus críticas de aquellos que «revocarían las zafias y casuales instituciones de Inglaterra y las substituirían por sus propias invenciones a la moda, formadas sobre la base indiscutible de la Razón y de la Utilidad» (p. 134) evoca la posterior crítica de Hayek al «constructivismo racionalista ». —Ed.]
[221]
Véase. M. Muggeridge, Winter in Moscow, 1934; A. Feiler: The Experiment of Bolshevism, 930.
[222]
[El político americano Harold Lasswell (1902-1978) dio la ya clásica definición de la política en su libro Politics:Who Gets What,When and How? (Nueva York y Londres: McGraw-Hill, Whittlesey House, 1936). —Ed.]
[223]
J.S. Mill: Principles of Political Economy, libro II, capítulo I, § 4. [En el original, Hayek invirtió los números del libro y del capítulo, escribiendo Libro 1, capítulo 2. —Ed.]
[224]
G.Wieser, Ein Staat stirbt, Oesterreich, 1934-1938, París (París: Internationale Verlags-Anstalt, 1938), p. 41.
[225]
Los clubs de lectura («book clubs») públicos en Inglaterra proporcionan un paralelo no despreciable. [Balilla era el nombre de una organización fascista italiana para muchachos jóvenes, llamada así por el muchacho que inició la insurrección que expulsó a los austriacos de Génova en 1746. La Hitlerjugend, o Juventudes Hitlerianas, era la organización para el adoctrinamiento de la juventud en Alemania. Dopolavoro era el programa recreativo que comprendía actividades deportivas, culturales y turísticas. Su contrapartida alemana era Kraft durch Freude. Fundada en 1933 en el seno del Frente de Trabajo alemán, y copiada del Dopolavoro, estaba pensada para ganarse a las clases trabajadoras al Nacionalsocialismo, que era especialmente importante una vez abolidos los sindicatos. —Ed.]
[226]
Hace ahora doce años, uno de los intelectuales socialistas europeos más destacados, Hendrik de Man (que, consecuente consigo mismo, evolucionó e hizo las paces con los nazis), observaba que, «por primera vez desde los comienzos del socialismo, los resentimentos anticapitalistas se han vuelto contra el movimiento socialista» (Sozialismus und Nacional-Faszismus, Potsdam, 1931, pág. 6). [Hendrik de Man (1885-1953) fue presidente del Partido Socialista belga. Cuando Alemania invadió Bélgica en 1940 el partido fue disuelto y se declaró que la destrucción de la democracia parlamentaria en el «Nuevo Orden» impuesto por los nazis habría permitido liberar a las clases trabajadoras. En ausencia fue procesado en 1946 en Bélgica y acusado de colaboracionismo; los últimos días de su vida residió en Suiza. —Ed.]
[227]
[La cita está tomada de la más importante contribución a la teoría política marxista de Vladímir Lenin, «The State and Revolution: The Marxist Theory of the State and the Tasks of the Proletariat in the Revolution», cuya traducción puede hallarse en Robert Tucker, ed., The Lenin Anthology (Nueva York: Norton, 1975). La cita se encuentra en el capítulo 5, sección 4, p. 383. —Ed.]
[228]
[Leon Trotsky, The Revolution Betrayed:What Is the Soviet Union and Where Is It Going? Traducción de Max Eastman (Garden City,NY: Doubleday, Doran & Company, 1937), p. 283. —Ed.]
[229]
Si la simple ciudadanía de un país otorga el derecho a un nivel de vida más elevado que en cualquier otro, surgen también serios problemas en las relaciones internacionales, que no deben descartarse con demasiada ligereza.
[230]
[Hayek se refiere aquí a las políticas que luego se llamarían «keynesianas», políticas de gestión de la demanda. —Ed.]
[231]
Sugerencias muy interesantes para mitigar estos sufrimientos, dentro de una sociedad liberal, las ofreció recientemente el profesor W.H. Hutt en un libro que merece un estudio cuidadoso (Plan for Reconstruction, 1943).
[232]
D.C. Coyle, «The Twilight of National Planning», Harpers’ Magazine, octubre de 1935, p. 558. [El primer pasaje citado se encuentra en la página 559 del artículo. —Ed.]
[233]
W. Röpke, Die Gesellscbaftskrisis der Gegenwart, Zurich, 1942, p. 172. [El libro se tradujo más tarde; véase Wilhelm Röpke, The Social Crisis of Our Time (New Brunswick: Transaction Publishers, 1992). —Ed.]
[234]
[Beamtenstaat puede traducirse por «estado de servicio civil», pero si se usa peyorativamente, como Hayek sugiere aquí que es lo apropiado, deberá traducirse también por «estado burocrático». —Ed.]
[235]
H.J. Laski, Liberty in the Modern State (Pelican, 1937, p. 51): «Los que conocen la vida normal del pobre, su obsesionante sensación de una inminente desgracia, su vacilante persecución de una belleza que perpetuamente le escapa, comprenderán bastante bien que sin seguridad económica la libertad carece de valor.»
[236]
[Benjamin Franklin, «Pennsylvania Assembly: Reply to the Governor, November 11, 1755», que se encuentra en The Papers of Benjamin Franklin, ed. de Leonard W. Labaree, vol. 6 (New Haven y Londres : Yale University Press, 1963), p. 242. —Ed.]
[237]
[Lord Acton, Historical Essays and Studies, ed. de John Neville Figgis y Reginald Vere Laurence (Londres: Macmillan, 1919), p. 504. —Ed.]
[238]
[La lista de Hayek comprende una galería de sinvergüenzas, de infames, de «canallas y asesinos ». El periodista y político Julius Streicher (1885-1946), que inicialmente estuvo asociado a Hitler, es recordado por la vehemencia de su persecución de los judíos en su periódico Der Stürmer. Fue acusado de crímenes de guerra en el juicio de Nuremberg, y ahorcado. Manfred von Killinger (1886- 1944) se hizo un nombre en los primeros años 1920 por su papel en el asesinato de Matthias Erzberger, el político que firmó el armisticio. Miembro de las SA (Sturmabteilung), las tropas de asalto de camisa parda que sirvieron como primera fuerza armada del partido nazi, más tarde ingresó en la diplomacia. Killinger se suicidó en Bucarest en el momento en que el ejército soviético entraba en la ciudad. Robert Ley (1890-1945) fue el motor dirigente de la reorganización forzada de los sindicatos en un único frente laboral, y también, dentro de éste, del movimiento recreativo Kraft durch Freude. Se suicidó ahorcándose en Nuremberg antes de que comenzasen los juicios. Edmund Heines (1897—1934) era general de la SA e íntimo asociado de su primer dirigente, Ernst Röhm. Fue ejecutado en junio de 1934 durante la «Noche de los Cuchillos Largos» en la que Hitler purgó elementos de la SA. Tras la purga, las SS (Schutzstaffeln), de camisa negra, que había comenzado como guardia personal de Hitler, fueron colocadas por encima de las SA, y Heinrich Himmler (1900-1945) fue situado a la cabeza de las SS y de la Gestapo (Geheime Staatspolizei), o policía secreta del estado. Himmler expandió y transformó a las SS en una guardia de elite que, entre sus tareas, tenía la de la administración de los campos de concentración y exterminio. Principal artífice del holocausto,Himmler escapó a la ejecución ingiriendo una tableta de cianuro tras su captura por los británicos. Reinhard Heydrich (1904-1942), conocido por «el ahorcador», estaba bajo el mando de Himmler en la Gestapo. Fue asesinado por la resistencia checa en 1942: como represalia la aldea de Lidice fue arrasada y todos los hombres ejecutados. —Ed.]
[239]
Véase. sobre esto una instructiva discusión en Franz. Borkenau, Socialism, National or International? (Londres: Routledge and Sons, 1942.
[240]
Pertenece por entero al espíritu del colectivismo lo que Nietzsche hace decir a su Zarathustra: «Mil objetivos han existido hasta aquí porque han existido mil individuos. Pero falta todavía la argolla para los mil cuellos: el objetivo único falta. La humanidad no tiene todavía un designio.
Pero decidme, por favor, hermanos: si aún falta a la humanidad el designio, ¿no es la humanidad misma lo que falta?»
[Hayek cita del libro de Friedrich Nietzsche Also sprach Zarathustra; el pasaje aparece en el capítulo 15. —Ed.]
[241]
De un artículo del Dr. Niebuhr, citado por E.H. Carr, en The Twenty Years’ Crisis, 1941, p. 203. [El artículo que Carr cita es el de Reinhold Niebuhr, «A Critique of Fascism», Atlantic Monthly, vol. 139, mayo de 1927, p. 639. El teólogo protestante americano Reinhold Niebuhr (1892-1971) propugnaba el realismo cristiano. En su Moral Man and Immoral Society, cit., Niebuhr examinaba las implicaciones de la idea de que los grupos sociales llevan a cabo prácticas que pueden ser consideradas repugnantes a nivel individual. —Ed.]
[242]
Findlay MacKenzie (ed.), Planned Society,Yesterday,Today,Tomorrow: A Symposium, 1937, p. xx. [La reseña de Hayek, de 1938, del volumen de MacKenzie, se ha reeditado en F.A.Hayek, Socialism and War,. cit., pp. 242-44 {páginas 287-88 de la traducción española, cit.}. —Ed.]
[243]
E. Halévy, L’Ère des Tyrannies, París, 1938, p. 217, e History of the English People, Epílogo, vol. I, pp. 105-6. [El primer libro de Halévy se tradujo con el título de The Era of Tyrannies: Essays on Socialism and War, cit., y la discusión de los Webb y Shaw se encuentra en la página 271 de la traducción. El dramaturgo y ensayista irlandés George Bernard Shaw (1856-1950) fue uno de los primeros miembros de la Sociedad Fabiana. Su obra más famosa es Pygmalion, pero fue conocido también, en el periodo de entreguerras, por folletos como The Intelligent Woman’s Guide to Socialism and Capitalism (Londres: Constable, 1928). Para más datos sobre los Webb, véase capítulo 5, nota 3. —Ed.]
[244]
Véase K. Marx, Revolución y Contrarrevolución, y la carta de Engels a Marx el 23 de mayo de 1851. [Revolution and Counter-revolution es una historia de la revolución de 1848, escrita por Friedrich Engels y publicada en origen como artículos en el New York Tribune entre octubre de 1851 y septiembre de 1852. Se incluyó en Friedrich Engels, The German Revolutions (Chicago: University of Chicago Press, 1967), y la discusión de los polacos y los «checos» se halla en las pp. 174-81. Aunque escritos por Engels, los artículos se enviaban al periódico a través de Marx y publicados bajo el nombre de Marx, y por ello Hayek se refiere a Marx como autor, en vez de a Engels. Aquí reproducimos parte de lo que Engels escribió a Marx en su carta del 23 de mayo de 1851: «Cuanto más pienso sobre ello, más obvio se me hace que los polacos son une nation foutue [una nación acabada] que sólo sigue sirviendo para algo hasta que llegue el tiempo en que la propia Rusia se lance a la revolución agraria. A partir de ese momento Polonia ya no tendrá razón de ser absolutamente. La única contribución de los polacos a la historia ha sido caer en estúpidas travesuras a la vez valerosas y provocadoras. No se puede citar ni un solo momento en que Polonia, aun comparada solamente con Rusia, haya representado progreso o hecho algo de importancia histórica.» La correspondencia Marx-Engels puede verse online en http://www.marxists.org/archive/marx/. —Ed.]
[245]
[El historiador suizo Jacob Burckhardt (1818-1897) escribió principalmente sobre el Renacimiento italiano y la civilización griega, esperando que el conocimiento de los fundamentos de la cultura europea serviría de baluarte contra los trastornos sociales, políticos y culturales de los que fue testigo el siglo XIX. En su libro Force and Freedom: Reflections on History, trad. de James Hastings Nichols (Nueva York:Pantheon, 1943), basado en las lecciones que dio inmediatamente antes de la formación del Imperio alemán, proféticamente advirtió de la llegada de periodos de grandes guerras nacionales y de los peligros de los estados todopoderosos. El filósofo inglés Bertrand Russell (1872-1970), que hizo importantes aportaciones a los fundamentos de las matemáticas, a la lógica, y a la filosofía analítica, fue también una figura pública famosa por su sus actividades antibelicistas, sus frecuentes matrimonios e incluso sus numerosos negocios, y en los últimos años, por apoyar el desarme nuclear. —Ed.]
[246]
Bertrand Russell, The Scientific Outlook, 1931, p. 211.
[247]
B.E. Lippincott, en su Introducción a O. Lange y F.M.Taylor, On the Economic Theory of Socialism, cit., p. 35.
[248]
No debemos dejarnos engañar nosotros mismos por el hecho de que la palabra poder, además del sentido que recibe con respecto a las personas, se usa también en un sentido impersonal (o más bien, antropomórfico) para cualquier causa determinante. Siempre habrá, por supuesto, algo que determina cualquier cosa que suceda, y en este sentido la cuantía del poder existente será siempre la misma. Pero esto no es verdad para el poder ejercido conscientemente por los seres humanos.
[249]
[Véase este capítulo, nota 2, para más datos sobre la Gestapo, las SA, y las SS. —Ed.]
[250]
El profesor F.H. Knight, en The Journal of Political Economy, diciembre de 1938, p. 869.
[251]
[E.H. Carr, The Twenty Years’ Crisis, cit., p. 172. Carr usa realmente el término nacionalización de la opinión, en vez de nacionalización del pensamiento. —Ed.]
[252]
[Gleichschaltung suele traducirse por «coordinación», y es el término utilizado para describir los intentos de los nazis para coordinar todas las actividades políticas, económicas, culturales e incluso recreativas en apoyo del estado. La reorganización forzada de los diferentes sindicatos en un único «frente» de trabajo es un ejemplo típico. —Ed.]
[253]
[Blut und Boden, expresión introducida por primera vez por el historiador Oswald Spengler, era la doctrina de que el estado consiste en un pueblo de una raza uniforme en su propia tierra. Los nazis lo utilizaron para justificar cierto número de cambios en la política agrícola, incluida la confiscación de tierras a los no alemanes y el establecimiento de un Derecho agrícola hereditario destinado a preservar un campesinado exclusivamente alemán como fuente de linajes de sangre para el Volk alemán. —Ed.]
[254]
[Las «nobles mentiras» de Platón se refieren a las mentiras que los dirigentes de la república deben decir para conseguir que cada persona cumpla la función que los dirigentes crean que es más adecuada a su naturaleza, garantizando así una sociedad estable. El filósofo francés Georges Sorel (1847- 1922) afirmaba que para tener éxito, la oposición política deberá usar la violencia, y que los «mitos sociales» son necesarios para inspirar la necesaria acción colectiva. —Ed.]
[255]
Este es el título, New Liberties for Old, de una obra reciente del historiador norteamericano C.L. Becker. [Hayek se refiere a Carl Becker, New Liberties for Old (New Haven:Yale University Press, 1941). —Ed.]
[256]
Man and Society in an Age of Reconstruction, pág. 379. [Hayek, de forma incorrecta, incluyó la cita de Mannheim como aparece en la p. 377. —Ed.]
[257]
Mr. Peter Drucker (The End of Economic Man, cit., 74) observa correctamente que «cuanto menos libertad hay, más se habla de la “nueva libertad”. Pero esta nueva libertad es una simple palabra que cubre exactamente lo contrario de todo lo que Europa entendió siempre por libertad... La nueva libertad que se predica en Europa es, en realidad, el derecho de la mayoría contra el individuo». [La primera parte de la cita aparece en realidad en la página 79, y la última parte en la página 80. —Ed.]
[258]
Sidney y Beatrice Webb, Soviet Communism: A New Civilization?, cit., vol. 2, p. 1038. [La reseña de Hayek de 1936 del libro de Webb se ha reimpreso en F.A. Hayek, Socialism and War, op. cit., pp. 239-42 {pp. 283-287 de la trad. española]}. —Ed.]
[259]
[Ibid., p. 1.000. —Ed.]
[260]
[El físico alemán Philipp von Lenard (1862-1947) hizo cierto número de aportaciones a la física experimental, y durante el nazismo obtuvo el título de Jefe de la Física Alemana. La obra en cuatro volúmenes a la que se refiere Hayek es Deutsche Physik in Vier Bänden (Munich: J.F. Lehmann, 1936- 1937). —Ed.]
[261]
[El conferenciante era Nikolai V. Krylenko,Comisario Popular de Justicia, y lo dijo en el congreso de ajedrecistas de 1932. La cita se da completa en Boris Souvarine, Stalin:A Critical Survey of Bolshevism, traducido por C.L.R. James (Londres: Alliance, Londres 1939; reedición, Nueva York: Octagon, 1972), p. 575. —Ed.]
[262]
[Franz Gurtner fue Ministro de Justicia nazi desde 1933 hasta 1941 incluido. Franz Schlegelberger fue su sucesor como Ministro en Funciones, y Otto Georg Thierack fue Ministro de 1942 a 1945. No está claro quién es el responsable de la declaración del texto. —Ed.]
[263]
J.G. Crowther, The Social Relations of Science (Nueva York: Macmillan,1941), p. 333.
[264]
[Arthur Moeller van den Bruck, Das dritte Reich (Hamburgo: Hanseatische Verlagsanstalt, 1931), p. 102. Una traducción condensada autorizada apareció en 1934; véase Arthur Moeller van den Bruck, Germany’s Third Empire, trad. E.O. Lorimer (Londres: G.Allen and Unwin, 1934; reedic. Nueva York: Fertig, 1971). —Ed.]
[265]
[Para más datos sobre Carlyle y Chamberlain, véase la introducción del autor, nota 4. Sobre Comte y Sorel, véase el capítulo 1, nota 9, y el cap. 11, nota 4, respectivamente. —Ed.]
[266]
[Hayek se refiere aquí a Rohan Butler, The Roots of National Socialism (Nueva York: E.P. Dutton, N. York 1942). —Ed.]
[267]
[El filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) enseñó en Jena, Berlín, y Erlangen, y en 1810 fue el primer rector de la nueva Universidad de Berlín. En 1807-08 publicó una serie de lecciones con la intención de impulsar el nacionalismo alemán para oponerse a Napoleón; sus categorías filosóficas anticiparon el concepto nazi de Herrenvolk. El economista alemán Johann Karl Rodbertus (1805-1875) es conocido como fundador del socialismo científico y propuso un programa que habría conducido gradualmente a un estado socialista en el Imperio alemán. El autor político y panfletista alemán Ferdinand Lassalle (1825-1864) fundó la Allgemeiner Deutscher Arbeiterverein (Asociación General de los Trabajadores Alemanes), precursora del Partido Socialdemócrata. —Ed.]
[268]
Y sólo parcialmente. En 1892, uno de los jefes del partido socialdemócrata, August Bebel, fue capaz de decir a Bismarck: «el Canciller del Reich puede estar tranquilo; la socialdemocracia alemana es una especie de escuela preparatoria del militarismo.» [Ferdinand August Bebel (1840-1913) fue un dirigente del movimiento socialdemócrata alemán y uno de sus principales portavoces en el Reichstag. —Ed.]
[269]
[Werner Sombart, Händler und Helden: patriotische Besinnungen (Munich y Leipzig: Duncker & Humblot, 1915). Más sobre Sombart en el capítulo 1, nota 13. —Ed.]
[270]
[Sombart, Händler und Helden, cit., p. 19. —Ed.]
[271]
[Volksgemeinschaft podría traducirse como «comunidad del pueblo», si bien con los nazis fue llevada más allá con el fin de incluir algo parecido a una «comunidad racialmente pura». —Ed.]
[272]
[Los dos libros de Johann Plenge a los que se refiere Hayek son Marx und Hegel (Tubinga: H. Laupp, 1911), y 1789 und 1914: die symbolischen Jahre in der Geschichte des politischen Geistes (Berlín: J. Springer, 1916). Historiador y pensador político, Johann Plenge (1874-1963) enseñó en Leipzig y en Münster. Fue uno de los impulsores del «socialismo organizativo» y apoyó también un resurgir de la sociología, ciencia que pensaba que podía ser utilizada para adiestrar a los ejecutivos que dirigirían las organizaciones a gran escala. —Ed.]
[273]
[Hayek se refiere a la obra de H.G.Wells, Future in America:A Search after Realities (Londres y Nueva York: Harper & Brothers, 1906). —Ed.]
[274]
[Johann Plenge, 1789 und 1914,. cit., p. 20. —Ed.]
[275]
[Ibid., p. 82. —Ed.]
[276]
[Ibid., p. 120. —Ed.]
[277]
[Ibid., p. 121. —Ed.]
[278]
[Ibid. —Ed.]
[279]
[Ésta y la siguiente cita aparecieron evidentemente en el periódico socialista Die Glocke poco antes del final de la guerra. Los redactores de la edición alemana de los Collected Works no pudieron localizar la fuente exacta de la cita, y yo tampoco he podido. —Ed.]
[280]
[El químico alemán Friedrich Wilhelm Ostwald (1853-1932) dio clases sobre todo en Leipzig, donde fundó un periódico y un instituto; colaboró también en la fundación de muchas sociedades científicas. Sus muchos descubrimientos hicieron que se le concediera el Premio Nobel en 1909. —Ed.]
[281]
[El industrial y político alemán Walther Rathenau (1867-1922) aportó su experiencia como ex director del cartel de la electricidad en calidad de asesor en la obtención de materias primas para el Ministerio de la Guerra alemán durante la I Guerra mundial. En un influyente panfleto publicado después de la guerra propugnó la socialización de la economía prosiguiendo la planificación del tiempo de guerra en tiempos de paz. Internacionalista progresista, y judío, Rathenau fue asesinado en 1922 al poco tiempo de ser nombrado Ministro de Asuntos Exteriores. Sobre la influencia de Rathenau en Hayek, véase F.A. Hayek, Hayek on Hayek, cit., p. 47 {p. 50 de la edición española} —Ed.]
[282]
Un buen resumen de las ideas de Naumann, tan características de la combinación germana de socialismo e imperialismo como todas las que hemos citado en el texto, se encontrará en R.D. Butler, The Roots of National Socialism, 1941, pp. 203-9. [Hayek se refiere a Friedrich Naumann, Mitteleuropa (Berlín:G. Reimer, 1915). El libro fue traducido por Christabel Meredith con el título Central Europe (Nueva York: A.A. Knopf, 1917; reeditado en:Westport, CT: Greenwood, 1971). Periodista, escritor y dirigente político, Friedrich Naumann (1860-1919) fundó el Partido Democrático Alemán al final de la I Guerra mundial. En su libro Naumann propugnaba una reorganización económica y política de la Europa central bajo la hegemonía germano-prusiana. —Ed.]
[283]
[El economista y periodista alemán Paul Lensch (1873-1926) estaba asociado, antes de la guerra, al ala marxista del Partido socialdemócrata alemán, pero fue deslizándose cada vez más hacia la derecha durante la guerra. Sus críticas al partido le valieron la expulsión en 1922. Probablemente Hayek se refiere aquí a los libros de Lensch Die deutsche Sozialdemokratie under der Weltkrieg: eine politische Studie (Berlín: Singer, 1915) y Das englische Weltreich (Berlín: Singer, 1915). —Ed.]
[284]
Paul Lensch: Drei Jahre Weltrevolution, 1917. Una persona sagaz permitió disponer, todavía en curso la anterior guerra, de la traducción inglesa de esta obra: Three Years of World Revolution. Prólogo de J.E.M. (Londres: Constable and Co., Ltd., 1918).
[285]
[Ibid., pp. 25-26. En este pasaje Lensch decía en realidad: «desde el punto de vista del desarrollo histórico, ese país tiene que ser considerado revolucionario o no.» —Ed.]
[286]
[Ibid., pp. 67-68. —Ed.]
[287]
[Ibid., p. 204. —Ed.]
[288]
[Ibid., p. 208. —Ed.]
[289]
[Ibid., p. 210. —Ed.]
[290]
Lo mismo vale para otros muchos de los dirigentes intelectuales de la generación que produjo el nazismo, tales como Othmar Spann, Hans Freyer, Carl Schmitt y Ernst Jünger. Respecto a éstos, véase el interesante estudio de Aurel Kolnai, The War against the West, 1938, que padece, sin embargo, el defecto de pasar por alto a sus creadores socialistas por limitarse al periodo de la posguerra, cuando de estos ideales se habían apoderado ya los nacionalsocialistas. [El libro del historiador y crítico Arthur Moeller van den Bruck (1876-1925) Das dritte Reich («El Tercer Reich»), fue publicado originariamente en 1923, e influyó profundamente en Adolf Hitler. En el libro, del que un extracto proporcionaba la cita que introduce el capítulo, Moeller van den Bruck criticaba ideologías como el socialismo, el liberalismo y la democracia, y pedía la formación de una nueva conciencia propia de los alemanes y la institución de un estado autoritario con control centralizado estricto de la economía. El filósofo de la historia alemán Oswald Spengler (1880-1936), otro crítico de la democracia parlamentaria liberal, predijo la inevitable decadencia de la cultura europea, que sería sustituida por una nueva época de cesarismo (análoga a la sustitución de la cultura griega por la romana, siendo esta última «carente de inspiración, bárbara, disciplinada, práctica, protestante, prusiana»—p. 26), en su libro The Decline of the West, traducido por Charles Francis Atkinson, 2 vols. (Nueva York: A.A. Knopf, 1926-1928). El sociólogo y economista austriaco Othmar Spann (1878-1950) enseñó en la Universidad de Viena, donde Hayek fue uno de sus alumnos. Era el profeta del «universalismo intuitivo», que preparó el camino al austrofascismo, atacó la democracia, el liberalismo, el socialismo, y el individualismo en sus leccions. Más datos sobre Spann, y la reacción de Hayek contra él, en Caldwell, Hayek’s Challenge, cit, pp. 137-39. El filósofo y sociólogo alemán Hans Freyer (1887-1969) fue otro precursor intelectual de los nazis. En su libro Revolution von Rechts («Revolución en la Derecha»), publicado en 1931, propugnó el fin de la lucha de clases y, por medio de «reformas» educativas, el surgimiento de un «estado del pueblo» alemán nacionalista. En sus escritos, el escritor y ensayista alemán Ernst Jünger (1895-1998) glorificó los aspectos estéticos, espirituales, y heroicos de la guerra, y propugnó que la nación alemana hiciese suyo un ethos y una organización militarista. Su relato de primera mano de la guerra de trincheras en la I Guerra mundial, In Stahlgewittern, traducido al inglés como Storm of Steel por Michael Hofmann (Nueva York: Penguin Books, 2004). Sobre el jurista Carl Schmitt, véase cap. VI, nota 5. —Ed.]
[291]
[Hayek se refiere a Oswald Spengler, Preussentum und Sozialismus (Munich: Beck, 1920). —Ed.]
[292]
[Ibid., p. 4. —Ed.]
[293]
[Ibid., p. 7. —Ed.]
[294]
[Ibid., p. 62. Bajo su liderazgo, el estadista prusiano Karl August, Fürst von Hardenberg (1750- 1822) supervisó la abolición de la servidumbre, una reforma extensiva de los militares prusianos y, con Heinrich Stein, la reforma del sistema educativo prusiano. Para más datos sobre Humboldt, véase la introducción del autor, nota 4. —Ed.]
[295]
La fórmula spengleriana encuentra su eco en una frase, a menudo citada, de Carl Schmitt, la primera autoridad nazi en Derecho constitucional, según la cual la evolución del Estado se realiza «en tres etapas dialécticas: del Estado absoluto de los siglos XVII y XVIII, a través del Estado neutral del liberal siglo xix, al Estado totalitario, en el que Estado y sociedad son idénticos». (C. Schmitt, Der Hüter der Verlassung. Tubinga, 1931, p. 79.)
[296]
[Oswald Spengler, Preussentum und Sozialismus, cit., p. 15. —Ed.]
[297]
[Ibid., p. 34. —Ed.]
[298]
[Ibid., p. 43-44. —Ed.]
[299]
[Ibid., p. 60. —Ed.]
[300]
[Ibid., p. 97. —Ed.]
[301]
Arthur Moeller van den Bruck: Sozialismus und Aussenpolitik (Breslau:W.G Korn, 1933), pp. 87, 90 y 100. Los artículos aquí recogidos, particularmente el relativo a «Lenin y Keynes», que debate más detalladamente el tema discutido en el texto, se publicaron primero entre 1919 y 1923. [En el original, las tres referencias de Hayek son sobre las citas de van den Bruck, y las incluye incorrectamente como aparecen en las páginas 87, 90, y 100 respectivamente, y no donde aparecen realmente, en las páginas 100-102. —Ed.]
[302]
[Ibid., pp. 101-2. —Ed.]
[303]
K. Pribram: «Deutscher Nationalismus und deutscher Sozialismus», en el Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, volumen 49, 1922, pp. 298-99. El autor menciona como otros ejemplos de la misma vía de argumentación al filósofo Max Scheler, predicador de «la misión mundial socialista de Alemania», y al marxista K. Korsch, que escribía conforme al espíritu de la nueva Volksgemeinschaft. [El filósofo alemán Max Scheler (1874—1928), que escribió sobre ética, religión, metafísica, y sobre el lugar de la persona en la sociedad, pertenecía al movimiento fenomenológico con Husserl. Durante la I Guerra mundial elaboró textos de propaganda para el gobierno. El periodista y escritor marxista Karl Korsch (1886-1961) fue un dirigente del Partido Comunista alemán desde 1920 a 1926, que escribía con frecuencia para sus diarios y redactaba su periódico teórico, Die Internationale. Fue expulsado del partido bajo acusaciones de revisionismo en 1926, y abandonó Alemania en 1934, estableciéndose finalmente en los Estados Unidos. —Ed.]
[304]
[El periodista alemán Ferdinand Fried (1898-1967) escribió de economía para varios periódicos, y fue el teórico económico del Tatkreis, grupo de jóvenes revolucionarios conservadores. En su órgano Die Tat (traducido de varias maneras como «La Acción» o «El Hecho») se oponían a la democracia parlamentaria y al capitalismo, y propugnaban una economía nacional autárquica y planificada. —Ed.]
[305]
[«The Home Front,» The Times, 24 de febrero de 1937, p. 15. En las notas sobre las fuentes de los encabezamientos de este capítulo,Hayek se equivoca al dar la fecha del 24 de febrero de 1940. —Ed.]
[306]
The Spectator, 12 de abril de 1940, p. 523. [El diplomático y escritor Sir Harold George Nicolson (1886-1968) fue miembro de la delegación británica en la conferencia de paz de Versalles, ayudante del primer secretario general de la Sociedad de Naciones, y miembro del Parlamento por el Partido Laborista desde 1935 a 1945. —Ed.]
[307]
[A comienzos del siglo XX muchos miembros de la Sociedad Fabiana se alinearon con los conservadores y contra los liberales (lo mismo que otros socialistas) en temas tales como el apoyo a la guerra de los Boers, la reforma educativa, y la preferencia imperial. —Ed.]
[308]
[Hayek se refiere al historiador nacionalista alemán Heinrich von Treitschke (1834-1896), que propugnaba un fuerte imperio alemán cuyos intereses estuviesen guiados por un poderoso estamento militar. —Ed.]
[309]
[Sobre Morley, véase la introducción del autor, nota 4; sobre Acton, véase el prólogo a la edición americana en rústica de 1956, nota 10.Hayek tenía razón al mencionar al jurista de Oxford A.V. Dicey (1835-1922) en su discusión sobre el estado de derecho en el capítulo VI, nota 2. El filósofo de Cambridge Henry Sidgwick (1838-1900) escribió de ética y también de economía. Representaba la quintaesencia de la época victoriana, pese a que su vida coincide escasamente con el reinado de la reina Victoria. —Ed.]
[310]
[En los años posteriores a la I Guerra mundial, las astucias diplomáticas de Bismarck fueron consideradas con frecuencia una virtud: se pensaba que había sido tan hábil como para haber llevado a su país a una situación en la que la guerra era inevitable. Véase, por ejemplo, el contraste entre él y el Kaiser Guillermo II en Esme Howard, «Great Men and Small», The Atlantic Monthly, vol. 155, mayo de 1935, pp. 523-33. El político liberal William Ewart Gladstone (1809-1898), junto con su colega tory Benjamin Disraeli, dominaron la vida política británica durante gran parte de la era victoriana. El ataque a todas las virtudes de la época victoriana fue obra principalmente del compañero de John Maynard Keynes en el Grupo de Bloomsbury, Lytton Strachey, cuyo libro Eminent Victorians (Londres: Chatto and Windus, 1918; reedición Londres: Penguin, 1986) se convirtió en locus classicus del género. —Ed.]
[311]
Economic Journal, 1915, p. 450. [La reseña de Keynes es sobre tres ediciones de la revista Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik sobre el tema Krieg und Wirtschaft, que contenía los primeros artículos de economistas alemanes sobre la economía alemana durante la guerra. El artículo de Jaffé apareció en el número de marzo de 1915 y se titulaba «Die Militarisierung unseres Wirtschaftsleben.» —Ed.]
[312]
Especialmente cuando consideramos la proporción de antiguos socialistas que se hicieron nazis, es importante recordar que el verdadero significado de esta proporción sólo se ve si la referimos, no al número total de los antiguos socialistas, sino al número de aquellos cuya conversión no se hubiera hecho imposible, en todo caso, por su ascendencia. En efecto, uno de los rasgos sorprendentes de la emigración política procedente de Alemania es el número relativamente pequeño de refugiados de izquierdas que no son «judíos», en el sentido alemán de esta palabra. Con demasiada frecuencia hemos oído elogios del sistema alemán prologados por alguna afirmación como la que iniciaba en una reciente conferencia la enumeración de las «características de la técnica totalitaria de movilización económica, sobre las que sería bueno meditar», y que decía así: «Herr Hitler no es mi ideal; lejos está de serlo. Hay razones personales muy importantes por las que Herr Hitler no sería mi ideal; pero...»
[313]
[E.H. Carr, The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939, cit., y Conditions of Peace (Nueva York: Macmillan, 1942). —Ed.]
[314]
[E.H. Carr, The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939, cit., p. 84. —Ed.]
[315]
[La frase, «The realist cannot logically accept any standard of value save that of fact» [El realista no puede aceptar lógicamente cualquier criterio de valor salvo el de hecho] se halla en ibid., p. 28. No pude hallar la frase «who makes morality a function of politics,» [el que hace de la moralidad una función de la política] sino la frase «who regard ethics as a function of politics» [el que considera la ética una función de la política], que se halla en la p. 54. —Ed.]
[316]
[Ibid., p. 32. —Ed.]
[317]
[Ibid., p. 38. —Ed.]
[318]
[Ibid., p. 243. La frase latina pacta sunt servanda, o «los pactos deben respetarse», se refiere a un principio fundamental del derecho civil e internacional. —Ed.]
[319]
[Ibid., p. 100.Veinticinco años antes el presidente americano Woodrow Wilson (1856-1924) abogó por la Sociedad de Naciones en la conferencia de paz de París. El estadista inglés Robert, Primer Vizconde Cecil of Chelwood (1864-1958) colaboró en la redacción del acuerdo de la Sociedad de Naciones y fue presidente de la Sociedad de Naciones de 1923 a 1945. Le fue concedido el Premio Nobel de la Paz en 1937. El historiador inglés Arnold Joseph Toynbee (1889-1975), también delegado en la conferencia de paz de París, expresó sus puntos de vista en un documento titulado The World After the Pace Conference, Being an Epilogue to the «History of the Peace Conference of Paris» and a Prologue to the «Survey of International Affairs 1920-1923» (Oxford: Oxford University Press, 1925). —Ed.]
[320]
[Ibid., p. 269. Más información sobre Carl Schmitt en el capítulo VI, nota 5. Hayek omite una cláusula de la frase de Carr, que dice:«We can no longer find much meaning, within the national community, in the distinction familiar to nineteenth-century thought between “society” and “state.”» [Ya no podemos encontrar demasiado significado, en la comunidad nacional, en la distinción familiar al pensamiento del siglo XIX entre “sociedad” y “estado”]. Puede que Carr se refiriese a lo que la comunidad nacional creía, más que a lo que creía él mismo. —Ed.]
[321]
[Ambos pasajes se encuentran en ibid., p. 171. —Ed.]
[322]
[E.H. Carr, Conditions of Peace, cit., p. 8. —Ed.]
[323]
[Ibid., pp. 10-11.—Ed.]
[324]
[Ibid., p. 218. —Ed.]
[325]
[Ibid., p. 131. —Ed.]
[326]
[Ibid., p. 30. —Ed.]
[327]
[Para más información sobre Friedrich List, véase el cap. I, nota 13. —Ed.]
[328]
[E.H. Carr, The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939, cit., p. 155. Carr dijo en realidad que «la promoción artificial de cierto grado de autarquía es una condición necesaria para una existencia social ordenada». —Ed.]
[329]
[E.H. Carr, Conditions of Peace, cit., p. 237. —Ed.]
[330]
[Ibid., p. 237. Grossraumwirtschaft traduce literalmente «economía regional extensiva», y se refiere a la integración de otras economías de la Europa central y oriental en una economía alemana en expansión, visión de la Mitteleuropa articulada por Friedrich Naumann, que se describe en el capítulo XII, nota 19. —Ed.]
[331]
[La sección sobre «The Moral Function of War» comienza ibid., p. 116, y los tres pasajes se encuentran en las páginas 116, 119, y 119, respectivamente. —Ed.]
[332]
Cf. Franz Schnabel: Deutscbe Geschichte in neunzehnten Jahrhundert, vol. 2 (Friburgo in Br.,: Herder, 1933), p. 204.
[333]
Creo que fue el autor de Leviathan quien primero sugirió la supresión de la enseñanza de los clásicos, ¡porque inculcaba un peligroso espíritu de libertad! [Thomas Hobbes condenó las opiniones antimonárquicas de los griegos y de los romanos en el capítulo 21 del Leviathan, titulado «Of the Liberty of Subjects.» [Sobre la libertad de los súbditos]. Véase Thomas Hobbes, Leviathan (1651; Indianápolis: Hackett, 1994), parte 2, capítulo 21, pp. 140-141. —Ed.]
[334]
El servilismo de los hombres de ciencia hacia los poderes apareció primero en Alemania, a la par del gran desarrollo de la organización oficial de la ciencia, que hoy es objeto de tanto elogio en Inglaterra. Uno de los hombres de ciencia alemanes más famosos, el fisiólogo Emil du Bois-Reymond, no se avergonzó de proclamar, en un discurso pronunciado en 1870 en su doble condición de rector de la Universidad de Berlín y presidente de la Academia Prusiana de Ciencias, que «Nosotros, la Universidad de Berlín, situada frente al Palacio Real, somos, por los títulos de nuestra fundación, la guardia intelectual de la Casa de Hohenzollern» (A Speech on the German War (Londres: Bentley, 1870), p. 31. —Es curioso que Du Bois-Reymond considerase conveniente publicar una edición inglesa de su discurso.) [El fisiólogo alemán Emil du Bois-Reymond (1818-1896) enseñó en Berlín y es conocido por ser el descubridor de la neuroelectricidad. —Ed.]
[335]
Bastará citar un testimonio extranjero: R.A. Brady, en su estudio sobre The Spirit and Structure of German Fascism, concluye su detallada referencia de la evolución del mundo académico alemán afirmando que «en la sociedad moderna, el hombre de ciencia, per se, es quizá el más fácilmente utilizado y “coordinado” de todas las gentes con formación especializada. Los nazis, para decir verdad, destituyeron a muchos profesores universitarios y expulsaron de los laboratorios de investigación a muchos hombres de ciencia. Pero fue principalmente entre los profesores de ciencias sociales donde hubo una desconfianza más general y una crítica más persistente de los programas nazis, y no entre los de las ciencias de la Naturaleza, cuyo pensamiento se supone ser más riguroso. Los destituidos de este último campo fueron primordialmente judíos o excepciones a la generalización anterior, debidas a una aceptación igualmente acrítica de las creencias opuestas a las nazis. Por consecuencia, los nazis pudieron “coordinar” a universitarios y científicos con relativa facilidad, y con ello introducir en su esmerada propaganda el aparente peso y el apoyo de la mayor parte de la opinión docta alemana.»
[336]
[Hayek se refiere a Julien Benda, La trahison des clercs (París: Gasset, 1927, pp. 286-87. Escritor y filósofo francés, Julien Benda (1867-1956) comenzó su carrera escribiendo sobre el asunto Dreyfuss. En su libro más famoso, Benda afirmaba que en épocas pasadas los intelectuales (clercs) se comprometían en una búsqueda desinteresada de las verdades universales; buscaban ideales que trascendiesen las necesidades del estado o de la sociedad en que vivían. En los tiempos recientes, en cambio, los intelectuales se habían ido convirtiendo cada vez más en siervos de las causas políticas y nacionales. Resultado de esta traición de los clercs, las pasiones políticas extremistas se han hecho recientemente más universales, coherentes, continuas y preponderantes. —Ed.]
[337]
[Hayek cita según la traducción inglesa del libro de Benda. Véase Julien Benda, The Betrayal of the Intellectuals, trad. Richard Aldington (Nueva York:William Morrow, 1928; reedición, Boston: Beacon, 1955), p. 182. La edición original de 1928 llevaba el título de The Treason of the Intellectuals [La traición de los intelectuales], pero «betrayal», elegido para la reedición, se adapta mejor a los argumentos de Benda que la más literal traducción por «traición». —Ed.]
[338]
[Véase la declaración de J.G. Crowther, capítulo XI, nota 13. —Ed.]
[339]
[Hayek se refiere a C.H.Waddington, The Scientific Attitude (Harmondsworth: Penguin, 1941). El embriólogo y genetista inglés Conrad Hal Waddington (1905-1975) hizo aportaciones a la teoría evolucionista y fue autor asimismo de cierto número de textos populares sobre la ciencia En los primeros días de la guerra los directores de Nature avalaron con frecuencia la utilización de la planificación científica tanto para el esfuerzo de guerra como para la posguerra, como ya destaqué en mi introducción, pp. 31-32. —Ed.]
[340]
[C.H.Waddington, The Scientific Attitude,. cit., p. 101. —Ed.]
[341]
[Ibid., p. 27. La edición del 6 de septiembre de 1941 de Nature incluía un trabajo de Waddington titulado «The Relations between Science and Ethics» [Las relaciones entre ciencia y ética] junto con comentarios sobre el artículo por otros ocho autores. Ediciones sucesivas incluían ulteriores intercambios entre Waddington y varios otros.Todo esto fue reunido en un libro por C.H.Waddington et al., Science and Ethics (Londres: Allen and Unwin, 1942). —Ed.]
[342]
[Julien Benda, The Betrayal of the Intellectuals, cit., más de una vez critica a los intelectuales alemanes por haber iniciado la traición de los clercs y por haber facilitados que otros pudiesen seguir. Y esto es lo que afirma en las pp. 42-43: «El “intelectual” nacionalista es esencialmente una invención alemana. (…) Es innegable que desde el momento en que Alemania posee un Mommsen, Francia se ve especialmente obligada a tener un Barrès, para no verse penalizada viéndose obligada a situarse en una posición de gran inferioridad en el fanatismo nacionalista...» —Ed.]
[343]
[C.H.Waddington, The Scientific Attitude, cit., p. 110. —Ed.]
[344]
[Ibid., p. 112. —Ed.]
[345]
[Ibid., p. 125. —Ed.]
[346]
[Entre las referencias que Waddington citaba ibid., pp. 89-91, se hallan las panorámicas sociales de la revista Time, y libros como el de Frank Verulam, Production for the People (Londres: Gollancz, 1940) y John Boyd Orr, Food, Health and Income: Report on a Survey of Adequacy of Diet in Relation to Income (Londres: Macmillan, 1936). —Ed.]
[347]
[C.H.Waddington, The Scientific Attitude,. cit., p. 81. —Ed.]
[348]
[Ibid., p. 84. —Ed.]
[349]
[Ibid., p. 14. —Ed.]
[350]
[Ibid., p. 124. —Ed.]
[351]
[Ibid., p. 19. —Ed.]
[352]
Otro elemento que después de esta guerra reforzará probablemente las tendencias en esta dirección lo constituirán algunos de los hombres que durante la guerra saborearon el poder de la intervención coercitiva y encontrarán difícil volver a los humildes papeles que habían desempeñado hasta entonces. Aunque después de la anterior guerra los hombres de esta clase no fueron tan numerosos como lo serán probablemente en el futuro, ejercieron, sin embargo, entonces una influencia no despreciable sobre la política económica de Inglaterra. En la compañía de algunos de estos hombres, hace ya diez o doce años, experimenté por vez primera en este país la entonces inusitada sensación de ser transportado repentinamente a lo que estaba acostumbrado a considerar como una atmósfera intelectual completamente «alemana». [«Diez o doce años» antes Hayek acababa de incorporarse a la facultad en la London School of Economics. Como expongo en mi introducción, pp. 20-21, Hayek difundió la afirmación de que ciertos puntos de vista que entonces eran corrientes entre el público británico recordaban los que existían anteriormente en Alemania en su lección inaugural, «The Trend Economic Thinking,». cit. —Ed.]
[353]
[Sir Richard Acland, Bt. (1906-1990) formó el Partido socialista de la Commonwealth en 1942 junto con el escritor y comentarista político John Boynton Priestly (1894-1984). El partido tuvo escaso éxito en las elecciones y fue disuelto en 1945. Priestly fue presidente del «Committee of 1941» [Comité de 1941] del que era miembro Acland. El Comité reclamaba una planificación central más amplia durante el esfuerzo de guerra, y para que continuase después de que terminase la guerra.Acland fue autor de Unser Kampf: Our Struggle (Harmondsworth: Penguin, 1940) y The Forward March (Londres: George Allen and Unwin, 1941). En el segundo argumentaba que en la nueva edad de abundancia hacia la que marchábamos, los hombres sentían que debían servir a una causa más elevada y participar en algo más grande que ellos mismos. Acland esbozó una nueva «economía de servicio» en la que todo esto podía darse. —Ed.]
[354]
Véase sobre este punto el instructivo y reciente artículo de W. Arthur Lewis titulado «Monopoly and the Law», en The Modern Law Review, vol. VI, núm. 3, abril de 1943.
[355]
Aún más sorprendente, quizá, es la notable ternura que muchos socialistas están dispuestos a mostrar hacia el rentista, el tenedor de obligaciones, a quien la organización monopolista de la industria garantiza frecuentemente una renta segura. Uno de los más extraordinarios síntomas de la perversión de valores que se ha producido durante la última generación es que la ciega enemistad hacia los beneficios lleve a la gente a representarse una renta fija obtenida sin esfuerzo como más deseable social o moralmente que aquéllos, y a aceptar incluso el monopolio para asegurar una renta así garantizada a los tenedores, por ejemplo, de obligaciones ferroviarias.
[356]
[Hayek se refiere aquí a la política del Partido Laborista británico tal como había sido enunciada en un opúsculo del Partido Laborista, The Old World and the New Society: A Report on the Problems of War and Peace Reconstruction, cit., o en el mensaje de Harold Laski ante la Conferencia del Partido Laborista en 1942. —Ed.]
[357]
El profesor H.J. Laski, en su discurso en la 41 Asamblea anual del partido laborista, Londres, 26 de mayo de 1942 (Report, p. 111). Merece la pena señalar que para el profesor Laski es «este absurdo sistema de la libre competencia el que extiende la pobreza por todos los pueblos, y la guerra como consecuencia de esta pobreza»: curiosa interpretación de la historia de los últimos ciento cincuenta años. [Hayek se refiere al mensaje de Laski de mayo del 26 de mayo de 1942, en apoyo de una resolución, que se halla en la p. 110, que dice así: «Esta conferencia afirma que no debe haber vuelta atrás, después de la guerra, a una economía competitiva no planificada, que inevitablemente produce inseguridad económica, ineficacia industrial y desigualdad social. Se constata que la presión de la guerra ha necesitado ya un control de largo alcance de la industria, una planificación central de la vida económica de la nación, y la subordinación de muchos intereses privados al bien común, e insta a que este proceso sea llevado más allá con el fin de conseguir una victoria rápida y total. Declara que las medidas de control gubernamental que se necesitaron para movilizar los recursos nacionales en la guerra no son menos necesarias para garantizar su mejor uso en tiempo de paz, por lo que deben ser mantenidas hasta que se consiga la victoria final. Contempla la socialización de las industrias y servicios básicos del país, y la planificación de productos de consumo para la comunidad, como único fundamento duradero para un justo y próspero orden económico en el que la democracia política y la libertad personal puedan combinarse con un razonable nivel de vida para todos los ciudadanos.
«Por ello, la Conferencia afirma que es urgente emprender sin dilación la preparación necesaria para los cambios vitales que se han propuesto aquí.» La resolución, tal como se ha dicho, fue aprobada por la asamblea. —Ed.]
[358]
The Old World and the New Society, cit., pp. 12 y 16.
[359]
[John Milton, «The Ready and Easy Way to Establish a Free Commonwealth», in Areopagitica and Other Prose Works (Londres: J.M. Dent and Sons, Everyman’s Edition, 1927), p. 181. —Ed.]
[360]
[En este párrafo Hayek se refiere a temas que encontramos en la obra de Peter Drucker The End of Economic Man: A Study of the New Totalitarianism, cit. Drucker sostenía que los europeos han buscado la libertad y la igualdad durante siglos, primero en la esfera espiritual y, posteriormente, en la intelectual, la política y la económica. El fascismo surgió debido a los fallos del capitalismo y del socialismo por sus promesas de libertad e igualdad en la esfera económica. Las «Sociedades Noeconómicas Fascistas» surgieron en las que la autoridad de mando sustituye al privilegio económico y donde se abandonaron todas las esperanzas de un crecimiento económico y de creación de riqueza. Bajo el fascismo el individuo sirve a una sociedad corporativa más amplia, y aunque se alcanza la igualdad, se ha renunciado a la libertad individual y a la iniciativa. Drucker pronosticaba un enfrentamiento entre los estados totalitarios y las democracias occidentales, y recomendaba que éstas últimas creasen sus propias sociedades no económicas que conservasen la búsqueda de la libertad y de la igualdad de los individuos. —Ed.]
[361]
El uso frecuente que, como argumento contra la libre competencia, se hace de la ocasional destrucción de trigo, café y otras materias primas es un buen ejemplo de la deshonestidad intelectual contenida en mucha parte de este argumento, pues un poco de reflexión mostraría que en un mercado en régimen de libre competencia nadie que poseyese tales stocks ganaría con su destrucción. El caso de la supuesta exclusión de patentes útiles es más complicado y no puede discutirse adecuadamente en una nota; pero las condiciones en que sería ventajoso congelar una patente que el interés social aconsejaría utilizar inmediatamente son tan excepcionales, que surgen muchas dudas acerca de si se han producido en algún caso importante.
[362]
Quizá sea este el lugar para subrayar que, por grande que pueda ser nuestro deseo de un rápido retorno a una economía libre, esto no puede llevarnos a suprimir de un plumazo la mayoría de las restricciones de guerra. Nada desacreditaría más al sistema de libre empresa que la aguda, aunque probablemente breve, dislocación e inestabilidad que semejante intento provocaría. El problema está en saber hacia qué tipo de sistema debemos apuntar durante el proceso de desmovilización, y no en si debe transformarse el sistema de guerra en una organización más permanente mediante una política cuidadosamente pensada de gradual aflojamiento de los controles, que puede tener que extenderse a varios años.
[363]
John Milton, «Areopagitica», reedición como Areopagitica and Other Prose Works, cit., p. 18. —Ed.]
[364]
Esto se muestra tanto más claramente cuanto más se aproxima el socialismo al totalitarismo, y en Inglaterra se afirma más explícitamente que en ningún otro lugar en el programa de la última y más totalitaria forma del socialismo inglés: el movimiento de la «Common Wealth» de Sir Richard Acland. El principal rasgo del nuevo orden que promete es que, en él, la comunidad «dirá al individuo: “No te preocupes de la manera de ganarte tu propia vida”». En consecuencia, como es lógico, «tiene que ser la comunidad en cuanto tal la que decida si un hombre será empleado o no, con nuestros recursos, y cómo, cuándo y de qué manera trabajará», y la comunidad tendrá que «establecer campos para vagos, en condiciones muy tolerables». ¿Es extraño que el autor descubra que Hitler «se ha encontrado por casualidad (o por fuerza) con algo, o quizá, se diría, con un aspecto particular de lo que, en última instancia, necesita la Humanidad»? (Sir Richard Acland, Bt., The Forward March, 1941, pp. 127, 126, 135 y 32).
[365]
[En este pasaje Hayek compara los escritos de pensadores conservadores como Carlyle y Disraeli, y los de socialistas como los Webb y H.G.Wells, con los de los escritores de la tradición liberal inglesa. Nosotros hemos encontrado a algunos de estos hombres con anterioridad: Carlyle y Morley en la introducción del autor, nota 4; los Webb en el capítulo V, nota 3;Wells en el capítulo VI, nota 10, Disraeli en el capítulo VIII, nota 4, y Gladstone en el capítulo XIII, nota 6, aunque hay que añadir que los trabajos más relevantes de Carlyle en el presente contexto son probablemente sus textos sobre los héroes y la admiración por el héroe (en los que se propugna la necesidad de dirigentes fuertes para forjar la historia de la nación), y su historia en numerosos volúmenes del rey prusiano Federico el Grande. Del lado liberal, la obra del autor, historiador y miembro del Parlamento Thomas Babington Macauley (1800-1859), History of England, suele considerarse ejemplo de la «historia whig». En su libro On Liberty, el filósofo John Stuart Mill (1806-1873) defendía la libertad del individuo frente al control político y social. —Ed.]
[366]
Aunque el tema de este capítulo ha invitado ya a más de una referencia a Milton, es difícil resistir la tentación de añadir aquí una más, una muy familiar, aunque tal, al parecer, que nadie sino un extranjero se atrevería hoy a citar: «Que no olvide Inglaterra su prioridad en enseñar a vivir a las naciones.» ¡Es quizá significativo que nuestra generación haya conocido toda una hueste de detractores de Milton, americanos e ingleses, y que el primero de ellos, Mr. Ezra Pound, ha hablado durante esta guerra desde la radio de Italia! [La cita en el texto es del poema de William Wordsworth que comienza: «It Is Not To Be Thought Of,» que se encuentra en The Poetical Works of William Wordsworth, ed. de E. Selincourt y Helen Darbishire (Oxford: Clarendon Press, 1946), volumen 3.º, p. 117. El pasaje completo dice: «debemos ser libres o morir, quien habla la lengua que Shakspeare habló; que sostiene la fe y la moral que Milton sostuvo.» La cita de Milton es de «The Doctrine and Discipline of Divorce», reedición en Areopagitica and Other Prose Works, cit., p. 193.Al poeta y crítico americano Ezra Pound (1885-1972) le atribuyó T.S. Eliot el ser la fuerza impulsora de la poesía «moderna». Pound vivió en Italia de 1924 a 1945, donde se entusiasmó con las ideas fascistas. En la última parte de la guerra lanzó mensajes por la radio criticando la democracia. Después de la guerra fue acusado de traición, pero en vez de ser llevado ante los tribunales, fue declarado loco y pasó más de un decenio en un manicomio. Fue liberado en 1958. —Ed.]
[367]
[Lord Acton, «Review of Sir Erskine May’s Democracy in Europe», cit., p. 98 {p. 330 de la edición española, citada}. Acton dijo en ralidad: «De todas las pruebas de la democracia, el federalismo ha sido la más eficaz y la más apropiada.» —Ed.]
[368]
Sobre todos estos y los puntos siguientes, que aquí sólo podemos tocar de manera sucinta, véase el libro del profesor Lionel Robbins, Economic Planning and International Order (Londres: Macmillan, 1937), passim.
[369]
Véase en particular el significativo libro de James Burnham, The Managerial Revolution, 1941.
[370]
La experiencia en la esfera colonial, de Inglaterra tanto como de cualquier otro país, ha mostrado muy ampliamente que incluso las formas moderadas de planificación que denominamos desarrollo colonial envuelven, lo queramos o no, la imposición de ciertos criterios a aquellos a quienes tratamos de ayudar. Es justamente esta experiencia la que ha hecho que los técnicos coloniales, incluso los de mentalidad más internacional, sean tan escépticos acerca de la posibilidad de una administración «internacional» de las colonias.
[371]
Si todavía hay alguien que no ve las dificultades o abriga la creencia de que con algo de buena voluntad podrían dominarse todas ellas, le convendrá tratar de representarse las consecuencias de una dirección centralizada de la actividad económica aplicada a escala mundial. ¿Es muy dudoso que ello significaría un esfuerzo más o menos consciente para asegurar el dominio del hombre blanco, y que así sería considerado rectamente por todas las demás razas? Mientras yo no encuentre una persona normal que crea seriamente en la sumisión voluntaria de las razas europeas para que su nivel de vida y su grado de progreso fuesen determinados por un Parlamento mundial, seguiré considerando absurdos esos planes. Pero esto no impide, desgraciadamente, que se propugnen en serio medidas particulares que sólo podrían justificarse si el principio de la dirección mundial fuese un ideal asequible.
[372]
[Hayek puede haber tenido presentes estudios tales como el de C.A. Macartney, Problems of the Danube Basin (Cambridge: Cambridge University Press, 1942), o Antonin Basch, The Danube Basin and the German Economic Sphere (Nueva York: Columbia University Press, 1943). —Ed.]
[373]
[La Tennessee Valley Authority era una agencia creada durante el New Deal para generar electricidad y controlar las inundaciones en una región formada por los siete estados situados en torno a la cuenca del río Tennessee. —Ed.]
[374]
El profesor C.A.W. Manning, en una reseña del libro Conditions of Peace, del profesor Carr, en el International Affairs Review Supplement, junio de 1942, p. 443.
[375]
Es significativo en más de un aspecto que, como se ha observado recientemente en un semanario, «se había ya comenzado a esperar algo del estilo de Carr lo mismo en las páginas del New Statesman que en las de The Times» («Four Winds», en Time and Tide, 20 de febrero de 1943). [Time and Tide comenzó como una revista y luego se convirtió en un periódico semanal independiente. Editado en el n.º 38 de Bloomsbury Street, estaba dirigido por mujeres y escrito para ellas. —Ed.]
[376]
Es una gran lástima que la inundación de publicaciones federalistas que no hace muchos años cayó sobre nosotros haya privado de la atención que merecen a unas cuantas obras, entre ellas, importantes y sagaces. Una que en particular debe ser cuidadosamente consultada cuando llegue el tiempo de elaborar una nueva estructura política de Europa, es el librito del doctor W. Ivor Jennings, A Federation for Western Europe (Nueva York: Macmillan, y Cambridge: Cambridge University Press, 1940. [Tanto Hayek como Lionel Robbins estaban a favor de alguna forma de federación para Europa; véanse las cartas de Hayek a The Spectator tituladas «War Aims» y «An Anglo-French Federation», incluidas en la obra de F.A. Hayek, Socialism and War, cit., pp. 161-64 {pp. 193-197 de la edición española}. —Ed.]
[377]
Véase sobre esto el artículo del autor: «Economic Conditions of Inter-State Federation», The New Commonwealth Quarterly, vol.V, septiembre de 1939. [Este artículo se publicó posteriormente en F.A. Hayek, Individualism and Economic Order, cit., pp. 255-72. —Ed.]
[378]
[Hayek se refiere al poema de Lord Alfred Tennyson «Locksley Hall.» Véase The Poetical Works of Alfred Lord Tennyson (Boston y Nueva York: Houghton Mifflin, 1892), p. 60, donde una batalla en el cielo termina con las siguientes frases:
Till the war-drum throbb’d no longer, And the battle flags were furl’d In the Parliament of man, the Federation Of the world.
El poema comienza con el amargo lamento de un joven que ha sido separado de su primer amor, su prima, que se ha casado con otro. Existe un paralelo con la propia vida de Hayek; véase Bruce Caldwell, Hayek’s Challenge, cit., p. 133, nota 1. —Ed.]
[379]
Véase sobre esto el libro del profesor Robbins, ya citado, pp. 240-57.
[380]
Ya en los años finales del siglo XIX, Henry Sidgwick pensaba que «no estaría fuera de los límites de una previsión prudente el contar con una cierta integración de los Estados de la Europa occidental; y si esto ocurre, parece probable que se seguirá el ejemplo de América y que el nuevo conjunto político se formará sobre la base de una constitución federal» Véase Henry Sidgwick, The Development of European Polity (Londres: Macmillan, 1903), p. 439), publicado póstumamente. Sidgwick dijo realmente que no está fuera de los límites de una sobria previsión el que pueda tener lugar una ulterior integración en los estados de Europa occidental...» —Ed.]
[381]
[La frase «reculer pour mieux sauter» es una recomendación de recular un poco antes de iniciar nuestro ataque. El consejo «Drop back and punt» [aproximadamente, «coger impulso para dar el puntapié »] puede servir más o menos como el equivalente americano. —Ed.]
[382]
[Hayek se refiere aquí a Élie Halévy, «The Age of Tyrannies» (trad. de May Wallas), Economica, N.S., vol. 4, Febrero de 1941, pp. 77-93, y Élie Halévy, «Socialism and the Problem of Democratic Parliamentarianism», International Affairs, vol. 13, julio-agosto de 1934, pp. 490-507. —Ed.]
[383]
Estos documentos han sido traducidos al español para la presente edición por Carlo A. Caranci, quien también ha traducido las «notas del editor» en el texto principal.
[384]
[El informe se encuentra en los Hayek Papers, caja 105, carpeta 10, Hoover Institution Archives. En el informe original las comillas encierran «Nazi» al estilo alemán, y Socialismo se escribió originariamente «Sozialism» pero se corrigió. —Ed.]
[385]
[Gottfried Feder (1883-1941) fue uno de los primeros consejeros económicos de Hitler. Elemento fundamental de sus enseñanzas económicas era el concepto de «esclavitud del interés» y su recomendación de que el interés debe ser abolido. Una vez en el poder, Hitler abandonó el programa de Feder con el fin de atraerse mejor el apoyo de los industriales alemanes. —Ed]
[386]
[Para más información sobre Die Tat, véase capítulo XII, nota 41. —Ed.]
[387]
[Las protestas estudiantiles de Berlín culminaron en una quema de libros en la Operaplatz en la noche del 1.º de mayo de 1933. —Ed.]
[388]
[Karl Mannheim era uno de los principales defensores de la «sociología del conocimiento»; véase especialmente su Ideology and Utopia: An Introduction to the Sociology of Knowledge, trad. inglesa de Louis Wirth y Edward Shils, volumen de la serie The International Library of Psichology, Philosophy, and Scientific Method (Nueva York: Harcourt, Brace, 1936) —Ed.]
[389]
[En los primeros meses de régimen nazi los autonombrados radicales del partido nazi marcharon sin más contra ciertas empresas y se apoderaron de ellas, concediéndose a sí mismos y a sus cómplices, por lo general, sustanciosos salarios y otras gratificaciones. Göring y los demás líderes nazis consideraban peligroso a estos supuestos Kommisars y para finales de 1933 habían sido expulsados la mayoría de ellos. —Ed.]
[390]
[Frank Knight, informe de lectura, 10 de diciembre de 1943, puede verse en la University of Chicago Press Collection, caja 230, carpeta 1, University of Chicago Library. —Ed.]
[391]
[Jacob Marschak, informe de lectura, 20 de diciembre de 1943, puede verse en la colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 1, University of Chicago Library. —Ed.]
[392]
[La numeración de las páginas en el informe de Marschak se ha tomado del manuscrito original de Hayek, por lo que no corresponde a la numeración del presente texto. —Ed.]
[393]
[Contable, escritor freelance y autor estadounidense Stuart Chase (1888-1985) fue un escritor popular en el periodo de entreguerras. Fue autor del libro The Tragedy of Waste (Nueva York: Macmillan, 1925) y escribió el prólogo para el libro de Thorstein Veblen, The Theory of the Leisure Class (Nueva York: Modern Library, 1934). Para más información sobre Walter Lippmann, véase capítulo II, nota 8. —Ed.]
[394]
[Para más información sobre Walter Rathenau, véase capítulo XII, nota 18. —Ed.]
[395]
[Para más información sobre Drucker, véase capítulo II, nota 9. The End of Economic Man, de Drucker,. cit., se discute en el capítulo XIV, nota 2. —Ed.]
[396]
[Para más información sobre Sidney y Beatrice Webb, véase capítulo V, nota 3. —Ed.]
[397]
[La carta de Scoon se encuentra en la colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 3, University of Chicago Library. —Ed.]
[398]
[Frank Knight. —Ed.].
[399]
[Aaron Director. —Ed.]
[400]
[Fritz Machlup. —Ed.].
[401]
[Scoon se equivoca sobre el origen del título. Como explicó una vez Hayek en una entrevista, «La idea vino de Tocqueville, que habla del camino hacia la servitud; me habría gustado elegir ese título, pero no sonaba bien. Por lo que cambié “servitud” por “servidumbre”, por meras razones fonéticas.» F.A, Hayek, «Nobel Prize Winning Economist», edic. de Armen Alchian. Transcripción de una entrevista realizada en 1978 bajo los auspicios del Oral History Program, University Library, UCLA, copyright Regents of the University of California, p. 76. —Ed.].
[402]
[Scoon se refiere a Ludwig von Mises, Omnipotent Government.The Rise of Total State and Total War (New Haven:Yale University Press, 1944). —Ed.]. {Trad. española: Gobierno omnipotente, Unión Editorial, 2002}.
[403]
Gran parte de esta sección se basa en la investigación realizada por Alex Philipson, director de promociones en la University of Chicago Press.
[404]
Véase prólogo de Hayek para la edición americana en rústica de 1956.
[405]
[Véase mi introducción a este volumen, p. 41, para una ulterior discusión sobre la cifra de 600.000 ejemplares. —Ed.]