¿Podría Trump desafiar abiertamente una decisión del Tribunal Supremo?
Clark Neily considera que es razonable que Donald Trump suponga que no habrá consecuencias prácticas si manda de paseo al presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, y compañía.
Por Clark Neily
Como la mayoría de los libertarios, suelo ver poca diferencia entre los candidatos presidenciales de los principales partidos. Rojo o azul, él o ella expandirá el gobierno, aumentará la deuda, se peleará en el extranjero y, en general, despreciará la asignación de poder de la Constitución.
Sin embargo, este ciclo, Donald Trump me parece categóricamente peor debido a su mezcla de narcisismo y desdén por las normas. En pocas palabras, Trump ve todo a través de la lente de cómo le afecta o se refleja en él, y valora –o denigra– instituciones, costumbres y personas en consecuencia.
Comparto las preocupaciones de otros sobre las muchas formas en que Trump podría abusar de los poderes de ese cargo en un segundo mandato, incluyendo la utilización del Departamento de Justicia como arma contra los opositores políticos, el despliegue de tropas para reprimir la disidencia en virtud de la Ley de Insurrección, e incluso negarse a dimitir al final de su mandato con un pretexto u otro. Pero otro escenario ha recibido menos atención de la que creo que merece: la posibilidad de que el presidente Trump desafíe abiertamente una decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos.
El poder judicial carece del poder de la bolsa o de la espada. Su capacidad para servir como árbitro final de las disputas sobre los límites constitucionales del gobierno fluye enteramente de la aquiescencia de los actores políticos que obedecen esas decisiones por costumbre, no por obligación. Veo tres razones para temer que Donald Trump pueda ser el primer presidente que repudie explícitamente esa norma.
En primer lugar, es probable que las recientes experiencias de Trump como demandado civil y penal hayan consolidado su opinión de que el sistema judicial es una institución fundamentalmente podrida, sin más autoridad ni legitimidad que la de una junta de urbanismo que se interpone entre él y su último proyecto inmobiliario. En segundo lugar, Trump sería un presidente maniatado con buenas razones para creer que puede volver a ganar una partida de intento de destitución con el Congreso. Es razonable que suponga que no habrá consecuencias prácticas si manda a pasear al presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, y compañía.
Por último, Trump aprendió dos lecciones importantes de su primera administración y, en particular, del 6 de enero: la importancia de rodearse de pícaros intrigantes que valoran sus propias ambiciones políticas más que la Constitución, y cuántos hay para elegir en esta ciudad.
Este artículo fue publicado originalmente en The Dispatch (Estados Unidos) el 29 de octubre de 2024.