El Neo-McCartismo progresista: ¿una amenaza seria a la Primera Enmienda?

Ted Galen Carpenter considera una ironía que los descendientes políticos de los progresistas, quienes fueron las principales víctimas del McCartismo original, ahora estén usando esas mismas tácticas para silenciar a sus opositores.

Por Ted Galen Carpenter

La sofocante intolerancia que el Senador Joseph R. McCarthy (Republicano en representación de Wisconsin) y sus aliados ideológicos fomentaron durante la década de 1950 fue más allá del esfuerzo de purgar a los empleados públicos sospechosos de ser parte del movimiento comunista internacional. La campaña también ejercía presión sobre los medios de noticias, las universidades, y la industria del entretenimiento para excluir a individuos que fuesen considerados, de manera subjetiva, como desleales. 

Hay más de algunas similitudes perturbadoras entre los abusos cometidos durante ese periodo y los actuales llamados a investigar y cancelar (purgar) a los individuos en esas mismas ocupaciones y profesiones quienes rechazan las posturas ideológicas hacia la izquierda del centro en torno a una serie de asuntos. En esencia, EE.UU. parece estar presenciando las primeras etapas del reflejo en el espejo del McCartismo, conforme los izquierdistas abusan a sus opositores. Si esta tendencia no se detiene, es probable que suframos efectos perjudiciales similares. La era original de McCarthy asfixió la expresión de opiniones iconoclastas, incluso no ortodoxas, acerca de varios asuntos, especialmente aquellos relacionados con la política exterior, y la corrosión persistió bien hasta la década de 1960. 

Dada la historia, deberíamos advertir cualquier nuevo intento de demonizar una facción política y buscar silenciar el debate. Sin embargo, las manifestaciones del neo-McCartismo ahora están dándose en múltiples frentes. Los ecos del McCartismo son bulliciosos y están volviéndose todavía más bulliciosos. 

Asimismo, se encuentra una campaña para obligar a la conformidad ideológica y ubicar en lista negra a los disidentes en torno a una amplia gama de asuntos de políticas públicas. Una de las características de la era de McCarthy era la plaga de audiencias de investigación que dirigían los comités en el Congreso para extirpar a los “subversivos” en las profesiones que formaban la opinión, incluyendo tanto la industria de cine como la prensa. Ese mismo patrón se está repitiendo hoy, como lo ilustraron las audiencias del subcomité de Energía y Comercio a fines de febrero de 2021 acerca de “la desinformación y el extremismo en la prensa”.

Justo como las audiencias de la era de McCarthy estaban diseñadas para intimidar más que para iluminar, las nuevas investigaciones muestran motivos similares. Kimberley A. Strassel del Wall Street Journal señaló un aspecto especialmente desagradable del esfuerzo del subcomité del Congreso. “El antecedente de la audiencia fue una carta reveladora enviada el día lunes por parte de los demócratas de California, los Representantes Anna Eshoo y Jerry McNerney. El duo exigió que los gerentes generales de una docena de proveedores de cable, satélite y banda ancha expliquen que ‘respuesta’ pretendían dar al ‘ecosistema de prensa del ala derecha’ que está esparciendo ‘mentiras’ y ‘desinformación’ que alientan una ‘insurrección’ y provocan ‘la desobediencia con las recomendaciones de salud pública’. Específicamente, pidieron a cada gerente general: ‘¿Continuará transmitiendo Fox News, Newsmax y OANN…? Si la respuesta es sí, ¿por qué?’”

Jonathan Turley, el profesor Shapiro de Interés Público de Derecho en George Washington University, estaba profundamente preocupado por el comportamiento de los otros miembros democráticos del subcomité también. “Lo que fue más decepcionante fue ningún miembro Democrático usó la audiencia para ofrecer una expresión sencilla y unificadora: nos oponemos a los esfuerzos para remover a Fox News y a estos otros canales de la programación de cable. Ni un solo miembro demócrata dijo eso, lo cual (desde mi punto de vista) debería ser fácil para cualquiera que cree en la libertad de expresión y la libertad de prensa”. Ese silencio, concluyó, fue “escalofriante como un frío glaciar”.

Los tres comités jugaron un papel especialmente activo durante la era original de McCarthy. El más conocido fue el Comité del Congreso de la Actividades No-Americanas —o como sus críticos alteraron su nombre para reflejar el comportamiento feo y arbitrario, el “HUAC”. Una vez que se desató la Guerra Fría, el comité se convirtió en un enemigo implacable de la izquierda política, especialmente de aquella que se oponía a la guerra. HUAC dedicaba una cantidad de tiempo desproporcionada a investigar la penetración comunista de Hollywood. El escrutinio condujo a la ubicación en lista negra de destacados escritores y actores —especialmente de los conocidos Diez de Hollywood— pero algunos periodistas y académicos también capturaron la atención hostil del comité. 

Otro cuerpo influyente de investigaciones fue el Subcomité de Investigaciones del Comité Permanente de Operaciones Gubernamentales del Senado. McCarthy tenía un puesto en ese subcomité cuando los republicanos estaban en la minoría (1947-53) y dirigió el cuerpo desde enero de 1953 hasta enero de 1955, cuando el Partido Republicano controló con una ligera mayoría el Senado. McCarthy se enfocó más en el Departamento de Estado y otras agencias del estado que en la prensa, la industria de cine, o las instituciones académicas, pero estas estaban lejos de ser inmunes. El ambiente cargado de sospechas que McCarthy generó maduró y persistió mucho después de que su estrellato político hubiera pasado. 

La tercera cabeza de esta hidra investigadora del Congreso era el Comité sobre Seguridad Interna del Senado, el cual el Senador ultra-conservador James Eastland (Demócrata de Mississippi) dirigió durante la mitad y el fin de la década de 1950. Entre 1952 y 1957, el comité Eastland compiló una lista de más de quinientos periodistas sospechosos. En una serie de audiencias principalmente realizadas durante 1955, más de cien periodistas fueron citados e interrogados acerca de supuestos nexos entre el Partido Comunista de EE.UU. y la industria de periódicos. El comité incluso investigó las supuestas afiliaciones comunistas de algunos de los periódicos más importantes de EE.UU.

En su descripción detallada de las audiencias del Comité Eastland, Edward Alwood, profesor asociado de periodismo en Quinnipiac University, señala que mientras que el razonamiento oficial era preguntarle a los reporteros y editores acerca de cualquier involucramiento que hayan tenido con el Partido Comunista de EE.UU., “las interrogaciones iban mucho más allá. El comité preguntaba acerca de sus intereses políticos y pensamientos y creencias personales. Los miembros cuestionaban las políticas editoriales de los periódicos y prácticas de contratación, áreas que se pensaba que eran sagradas en virtud de la Primera Enmienda”.

Victor Navasky, desde hace mucho editor de Nation, observa que las consecuencias de las audiencias y otras investigaciones fueron de largo alcance. “En los periódicos propiedad de conservadores como William Randolph Hearst o la cadena de Scripps-Howard, se realizaban sus propias purgas de supuestos subversivos”. Los procedimientos también incluían la firma de “juramentos de lealtad” como una condición para continuar en el empleo. En algunos casos, los reporteros eran despedidos simplemente porque un testigo en una de las audiencias los había señalado como comunistas.

Incluso cuando no resultaron unas purgas o listas negras explícitas, el impacto escalofriante sobre la disidencia en la prensa fue palpable. Navasky resalta el comentario de John B. Oakes, el editor de la página editorial del New York Times: “El McCartismo tiene un efecto profundo sobre todos nosotros —en lo que escribimos, lo que decimos e incluso en lo que pensamos”. Dado el uso extenso de la intimidación a través de investigaciones, audiencias públicas kafkianas, o llamadas telefónicas “fuera de registro” por parte de funcionarios del gobierno a organizaciones privadas, dicho efecto escalofriante no fue sorprendente. 

Es más que un poco perturbador que ahora hay un esfuerzo concertado similar para conducir investigaciones en el congreso de grupos e individuos “extremistas”. La presión para tomar tales acciones era notable incluso antes de los disturbios del 6 de enero del 2021 en el Capitolio de EE.UU., pero desde ese episodio, las demandas de audiencias se han disparado. El Senador Mark Warner (Demócrata de Virginia), director del Comité Selecto del Senado sobre Inteligencia, fue el primero en anunciar que su comité realizaría audiencias para investigar “extremistas anti-gobierno”.

El Comité de Warner ya había logrado una preocupante fama debido a audiencias anteriores desde 2018 cuando se enfocó en una posible “influencia extranjera” en las plataformas de redes sociales. Warner y varios de sus colegas advirtieron a los gerentes generales de esas empresas que si no tomaban acciones más vigorosas para remover la “desinformación” de las “noticias falsas”, y el “discurso de odio”, el gobierno bien podría intervenir e imponer regulaciones de contenido. Los legisladores resaltaron las recientes campañas de influencia operadas desde países tales como Rusia e Irán, así como también el potencial más amplio de difundir información en redes sociales para incitar a la violencia y “fomentar el caos”.

Cuando los miembros de un poderoso comité del Senado emiten advertencias, no es lo mismo que cuando un ciudadano ordinario se queja acerca de la “mala conducta” de la prensa. Los intentos de la jefa de operaciones de Facebook Sheryl Sandberg de apaciguar a los legisladores reflejó esta realidad. Ella inició su testimonio diciendo que la empresa había sido demasiado lenta para detectar el abuso de la plataforma y “demasiado lenta para actuar” en el pasado. Esa actitud defensiva era casi idéntica a aquella de los ejecutivos de los periódicos tradicionales, las revistas, y los canales de televisión durante las audiencias en el Congreso acerca de la “subversión” y la “deslealtad” durante la década de 1950. El efecto escalofriante causado por la intimidación del Congreso es muy real, y el comportamiento cada vez más intolerante, ideológicamente sesgado por parte de Facebook, Twitter y otras plataformas muy buen puede ser en parte una respuesta a los miedos acerca de la acción preventiva del estado. 

Es especialmente preocupante que los estándares que usan quienes proponen las audiencias (y las acusaciones criminales) son excesivamente imprecisos. Lo que ellos consideran “extremismo”, “incitación”, y “sedición” es al menos igual de vago como lo eran los conceptos de “subversión” y “deslealtad” durante la era de McCarthy. Hoy una facción estridente parece dispuesta a definir esas ofensas de la manera más amplia posible. De hecho, la demanda de conformidad ideológica perece ser incluso más amplia y más comprensiva que aquella del McCartismo original. Un editorial del Wall Street Journal lamentaba que “los progresistas parecen creer que ellos están en una posición de dictar los términos de lo que es un discurso aceptable en un ambiente de una prensa más controlada”.

“Ahora mismo, la principal amenaza a la libertad de expresión en este país no es cualquier ley aprobada por el gobierno —la Primera Enmienda permanece como un baluarte”, señala el Comisionado de Comunicación Federal Brendan Carr. “La amenaza viene en la forma de la práctica de legislar mediante membretes. Los políticos se han dado cuenta de que ellos pueden silenciar el discurso de aquellos con opiniones políticas distintas a través del acoso público”.

Pero la actual camada de políticos en cruzada que son ideológicamente intolerantes no es el primer contingente de aspirantes a censores que descubren dicho poder. Joe McCarthy y sus aliados políticos fueron ávidos practicantes de esa técnica hace siete décadas. Es tan solo una amarga ironía que los descendientes políticos de los progresistas, quienes eran las principales víctimas del McCartismo, ahora estén usando las mismas tácticas en una campaña para silenciar a sus opositores. 

Este artículo fue publicado originalmente en National Interest (EE.UU.) el 8 de marzo de 2021.