Una depresión sostenible

Patrick J. Michaels señala que la industria de energías renovables está atravesando una depresión a nivel mundial que será sostenible puesto que los gobiernos insisten en promover, imponer o subsidiar su uso.

Por Patrick J. Michaels

Si el índice Dow Jones cayera 85%, la mayoría de las personas lo catalogaría como una depresión. Entonces, ¿por qué dicho término no aplica a la industria de la energía “sostenible” —principalmente solar y eólica— donde las acciones han caído de 85% a 90% en promedio, incluso excluyendo la quiebra de las empresas Solyndras, Evergreens y Solons? Esta depresión es mundial, y ha golpeado también a Chinese Suntech, el mayor productor de paneles solares en el mundo. Suntech ha visto sus acciones derrumbarse en un 88%.

Como en otras depresiones, se ha perdido una enorme cantidad de dinero, todo bajo la idea de que el calentamiento global es una amenaza tan peligrosa para todos nosotros que no solo debemos promover, sino exigir de forma legal, que las personas instalen la forma más económicamente ineficiente de generación eléctrica del planeta —la energía solar, y su hermano en inestabilidad, la energía eólica. En varios estados y alrededor del mundo, estas su uso ha sido hecho obligatorio mediante “estándares de renovación”. El resultado es una depresión sostenible.

El ímpetu para esto tiene su origen en Alemania con la Stromeinspeisungsgesetz de 1990, que se puede traducir como “Ley Generación Eléctrica para la Red”. Esta ley inicialmente requería que las empresas de servicios públicos compraran energía “renovable” (solar y eólica) a precio del mercado.

A la industria eléctrica no le sorprendió que esto no funcionara. Las energías solar y eólica eran muy caras, así que en el año 2000, la ley fue modificada para convertirse en un programa de beneficencia a cualquiera que colocase un panel solar en el techo. La ahora llamada “Ley de Prioridad Garantizada a las Fuentes de Energía Renovable”, garantiza una ganancia final, algo similar a comprar su propia máquina tragamonedas e invitar a sus vecinos.

Al principio, los alemanes pagaban una “tarifa por abastecimiento” de 65 centavos por kilovatio/hora por obtener energía, el costo total comparable por adquirir energía de una nueva planta de gas en EE.UU. es cercano a los 6 centavos. Los paneles solares proliferaron por doquier. Q-Cells Corp. se convirtió en el productor más grande del mundo. Los inversionistas se amontonaron. El precio de una acción de Q-Cells se disparó de $30 en octubre del 2006 a un máximo de $97,60 en 13 meses. Hoy se cotiza en 55 centavos.

Un gran total de 1,9% de la energía de Alemania proviene de paneles solares.

Alemania redujo gradualmente la tarifa en alrededor del 50%, lo que alargó substancialmente el tiempo en que un panel se pagaba a sí mismo. Una enorme oferta de paneles solares aglutinó el mercado y la carnicería se expandió por toda la industria. Una persona que invirtió $2.500 en el Guggenheim Solar Energy Fund en 2008 (símbolo bursátil: TAN) hoy tendría $267, algo típico en este sector.

Ver a alemanes millonarios bronceándose en Cádiz le dio a España la idea, así que el Decreto Real 661 en 2007 creó un pago por abastecimiento al dueño de un panel solar o un molino eólico de alrededor de 58 centavos por kilovatio/hora, garantizado por 25 años. ¿Para qué trabajar cuando se pueden llenar los campos de fuentes de dinero fácil? Enormes granjas solares se alzaron por toda España. Los precios de los terrenos aumentaron y el gobierno Español se dio cuenta de que muchas de estas instalaciones jamás se pagarían a sí mismas.

El programa de subsidios masivos en España pronto se salió de las manos, llevando al país cada vez más hacia el abismo, hasta que el gobierno finalmente se echó para atrás, lo que provocó el derrumbe de la industria solar, que nunca se tuvo que haber expandido tanto en primer lugar.

¿Pero no estimuló todo esto los llamados “empleos verdes”? Al final de cuentas alguien tenía que subir al techo en Alemania y alguien tenía que mantener los paneles limpios en España.
Robarle a Pedro, en efecto perjudicó a Pablo, al precio de $800.000 por empleo “verde”, de acuerdo a Gabriel Calzada, profesor de economía de la Universidad Rey Juan Carlos. Dos personas fueron despedidas por cada una que fue contratada.

Luego el contagio por la sostenibilidad llegó al Reino Unido, que hizo para el viento lo que España hizo para el sol. El gobierno castigó a las empresas de servicios públicos con una “obligación renovable” del 15% de su generación total en no más de tres años (el porcentaje actual es de 4%). Los consumidores pagaban tanto los pagos por abastecimiento para los molinos de viento, como los costos de capital por transmisión y respaldo de energía. La rebelión política en el Reino Unido es palpable, y en respuesta, el Primer Ministro David Cameron, quien prometió “el gobierno más verde que jamás ha habido”, recientemente recortó en un 50% el pago por abastecimiento a los paneles solares en la muy nublada Gran Bretaña.

El punto es que las energías eólica y solar simplemente no son competitivas. Debido a la inconsistencia del viento y a la rotación de la tierra, para preservar la estabilidad energética debe existir la capacidad de respaldo de más del promedio de la producción de fuentes “renovables”.

Cada vez más esta capacidad se encuentra en la forma de gas natural. El descubrimiento de cientos de años de gas natural alrededor del mundo da garantías de que las fuentes solar y eólica jamás llegarán a producir mucho de la energía mundial. La electricidad producida con gas natural ahora cuesta cerca de 84% menos que la producida con energía solar y reduce las emisiones de dióxido de carbono en comparación con el carbón convencional, de 30% a 50%.

Todo indica que la depresión sostenible de la energía “renovable” será permanente.

Este artículo fue publicado originalmente en The Washington Times (EE.UU.) el 6 de enero de 2012.