Un medida de seguridad innecesaria y entrometida

Por Charles V. Peña y Ted Galen Carpenter

Ted Galen Carpenter es vicepresidente de Estudios de Defensa y Política Exterior del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).

La respuesta estadounidense a los ataques terroristas del 7 de julio en el sistema de transporte subterráneo de Londres ha sido predecible: más medidas de seguridad apresuradas. El 21 de julio, la policía comenzó a buscar al azar las carteras y paquetes que llevaban las personas en el transporte subterráneo de la ciudad de Nueva York; aquellos que no se dejen examinar no podrán usar el transporte.

De acuerdo al alcalde Michael Bloomberg, “Este tipo de medidas de seguridad son necesarias”. Pero cualquier medida de seguridad debe satisfacer dos requisitos. Primero, debe ser comprobada como efectiva. Segundo, no debe violar los derechos constitucionales. La seguridad “necesaria” del alcalde Bloomberg no satisface estos criterios.

Las probabilidades de agarrar a un potencial terrorista no son muy altas. Los transportes subterráneos de Nueva York transportan en un día promedio de entre semana alrededor de 4.5 millones de pasajeros, de acuerdo a la Autoridad Metropolitana de Transportación. Si en cualquier día determinado hubiese un solo terrorista dentro del transporte, y la mitad de los pasajeros estuviesen cargando algún tipo de bolsa, la probabilidad de encontrarlo a el o a ella en cualquier búsqueda particular usando un modelo de búsqueda verdaderamente al azar sería de cerca de una en 2.25 millones o aproximadamente de una millonésima de un por ciento. Tales probabilidades son tan solo un poco mejores que las de ganar la lotería de los Mega Millones de Nueva York (una probabilidad de cerca de una en 175 millones). Aún multiplicada por miles de búsquedas entrometidas aquello es una apuesta a perder—y aquello asume que los terroristas son tan torpes para adaptarse a la situación ya sea, por ejemplo, atándose las bombas a sus cuerpos.

Las búsquedas al azar en el transporte subterráneo son innecesarias como lo son las búsquedas al azar de los pasajeros de aviones en las salas de abordaje—una práctica que afortunadamente ha sido eliminada por la Agencia de Seguridad de Transporte (TSA por sus siglas en inglés) luego de que su administrador James A. Loy decidió que era una “regla estúpida”. El espectáculo del personal de seguridad toqueteando abuelas y niños merecía ser ridiculizado como lo fue. Además, el procedimiento agarró exactamente cero terroristas. También cabe recalcar que las autoridades británicas no están estableciendo búsquedas al azar en el sistema de transporte subterráneo de Londres—un testimonio al hecho de que hacerlo sería inefectivo e incapacitaría un sistema de transportación que transporta a siete millones de personas diariamente.

Dejando a un lado la futilidad de estas búsquedas al azar, la panacea de Bloomberg debería ser rechazada porque la Cuarta Enmienda a la Constitución estadounidense garantiza el derecho de las personas a “la seguridad en sus personas, domicilios, papeles y efectos, contra incautaciones y cateos arbitrarios”. Sin causa de probabilidad—como la de una persona encajando en la descripción física de un terrorista en cuestión—una búsqueda al azar de los pasajeros del transporte subterráneo es la antitesis de la Cuarta Enmienda.

Aquella enmienda está ya agonizando gracias a las numerosas excepciones realizadas en nombre de la guerra contra las drogas, como también en nombre de algunas provisiones del Acto Patriota. Si las medidas del alcalde Bloomberg son aplicadas a nivel nacional, la prohibición en contra de incautaciones y cateos arbitrarios estará en peligro de extinguirse por completo.

De acuerdo al director de la Policía de Nueva York, Raymond Nelly, los pasajeros son libre de “voltearse e irse” para evitar ser cateados y dejar sus derechos ser violados. Pero esto no es, ni remotamente, proveer la protección de la Cuarta Enmienda. Para comenzar, es una solución impráctica. Presumiblemente, las personas están usando el transporte subterráneo para ir a algún lugar—seguramente a su trabajo. Es altamente improbable que muchos empleadores reciban bien la excusa de no querer dejar que sus derechos de la Cuarta Enmienda sean violados como una razón por la cual sus empleados están llegando tarde o no llegan al trabajo. También, una decisión de voltearse e irse probablemente será vista como comportamiento sospechoso ante los ojos de los oficiales de policía y podría ser usado como “causa probable” para realizar un cateo aún más profundo.

Los oficiales de Washington, DC y San Francisco están esperando a ver que pasa en Nueva York antes de decidir implementar las búsquedas al azar en su Metro y en su BART, respectivamente. Pero la deliberación no cambiará el hecho de que las búsquedas al azar son tanto inefectivas como una violación total de los derechos constitucionales. La decisión no debería ser difícil.

El escándalo en EE.UU. luego de los ataques en Londres es seguramente comprensible—como lo es el deseo de que los estadounidenses se sientan seguros. A lo mucho, eso es todo lo que las búsquedas al azar en los transportes subterráneos harán: hacer que las personas se sientan más seguras. Pero tales medidas no los harán más seguros en realidad. Es demasiado fácil tomar la actitud de un pasajero del transporte subterráneo de Nueva York: “Es solo una parte y una característica del mundo en el que vivimos”.

Pero nada podría estar más lejos de la verdad. El mundo en el que vivimos está representado por la Constitución y los principios por sobre los cuales la sociedad estadounidense está fundada. Como tal, deberíamos prestar atención a la admonición de Benjamín Franklin de que aquellos que “renunciarían a la libertad esencial para obtener un poco de seguridad temporánea no merecen ni libertad ni seguridad”. Las búsquedas al azar en el transporte subterráneo últimamente significan que no tenemos ninguna de las dos cosas.

Este artículo apareció originalmente en Reason online el 26 de julio del 2005.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.