¿Quién debe pagar los platos rotos?
Alfredo Bullard considera que cobrar una tasa de congestión como se hace en Londres, Singapur o Estocolmo es una alternativa superior al nefasto sistema de "pico y placa".
Por Alfredo Bullard
En la sabiduría popular, el título lleva implícita, como moraleja, la respuesta: debe pagarlos quien los ha roto. Pero no siempre somos consistentes con esa sabiduría.
En mi columna de la semana pasada planteaba como alternativa al nefasto sistema de ‘pico y placa’ aplicar el sistema que se usa (entre otros lugares) en Londres, Singapur o Estocolmo: cobrar a los conductores una tasa de congestión. Si quieres usar la vía, debes pagar por su uso. Como explicaba, ese sistema ya existe en la ley peruana, pero nadie lo ha implementado.
Muchas reacciones apoyaron la idea. Otras fueron muy críticas. Algunas constructivas. Otras, sin embargo, muy desenfocadas, basadas en ideología irreflexiva o en reacciones emocionales.
Las más ácidas se dirigían a que la propuesta era discriminatoria y atentaba contra la libre circulación, porque llevaba a que solo usaran la calle los carros de quienes pueden pagar. Veamos por qué están equivocadas.
La congestión es causada, nos guste o no, antes que por el caótico sistema de transporte público, por los vehículos particulares. Mientras que una combi o un bus llevan varios pasajeros, un vehículo particular lleva uno o dos, ocupando mucho más espacio por persona. Cuando usted maneja su carro, está quitando espacio en la vía a vehículos de transporte más eficientes que su automóvil.
Ese solo hecho ya beneficia a quienes más tienen: quienes tienen vehículo propio suelen tener más capacidad adquisitiva que quienes viajan en transporte público.
Y quizás el punto más importante es que el costo de circular ya existe así no lo estemos pagando en una tasa. La congestión (y la contaminación asociada) es un costo derivado del uso del espacio público. Cuando un vehículo entra a la vía, quita espacio a otros. Si demasiados entran, ese espacio se vuelve escaso y reduce la velocidad de circulación, generando una externalidad, es decir, un costo que no es pagado por quien lo genera (el plato roto no es pagado por quien lo rompió) por medio de pérdida de tiempo, combustible, accidentes y contaminación. No es, por tanto, que no se esté pagando. Lo que ocurre es que lo está pagando alguien distinto a quien lo genera. Difícil imaginar algo más discriminatorio y regresivo como política pública.
Ocupar el espacio público para transporte particular reduce espacios para vías especiales para transporte público, ciclovías o vías para scooters (perseguidos en Lima por las autoridades, pero promovidos en la publicidad de la autoridad en Inglaterra o EE.UU. para fomentar el transporte sostenible).
Por tanto, el sistema de acceso gratuito es doblemente discriminatorio (además de ineficiente): beneficia a quienes tienen más ingresos (tienen carro propio y no pagan), y hace pagar a quienes no generan el problema.
Esos costos sí afectan la libre circulación. Pagar por el uso de los recursos necesarios para circular (incluida la infraestructura vial) es, por el contrario, justo. Si no, los pasajes deberían ser gratuitos porque hay que pagar para movilizarse.
En síntesis, para criticar y comer pescado, hay que tener mucho cuidado.
Este artículo fue publicado originalmente en Perú 21 (Perú) el 28 de julio de 2019.