¿Qué significa censar?

Iván Alonso indica la diferencia entre los resultados de un censo y aquellos de un flash o encuesta electoral.

Por Iván Alonso

El censo del domingo pasado ya arrojó su primer resultado: cómo la gente puede quejarse y complacerse de lo mismo. En menos de veinticuatro horas, las críticas por la orden de inamovilidad decretada por el Instituto Nacional de Estadística —excediéndose, quién sabe, en sus atribuciones— se convirtieron en expresiones de júbilo por la falta de ruido y contaminación en un día sin tráfico.

Felizmente las variables que el censo mide no son tan volubles como el ánimo de la gente. Pero la idea de inmovilizarnos con la esperanza de tener un conteo exacto no deja de ser cuestionable. Primero, porque un conteo exacto nunca lo vamos a tener. Hay quienes nacen o mueren el día del censo; hay quienes salieron de viaje; hay quienes viven afuera, pero están de visita. La encuesta casa por casa no garantiza que todos seamos contados ni que todos los contados seamos… El resultado oficial está un poco por encima o por debajo del número efectivamente censado.

La Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido lo explica de la siguiente manera. ¿Quiere saber cuántas truchas hay en una laguna? Vaya un día con su caña de pescar. Si saca cien, póngales una marca y regréselas al agua. Vuelva al día siguiente. Ahora saque cincuenta. Si una mitad está marcada y la otra no, una buena inferencia es que el día anterior usted sacó solamente la mitad del total, lo que lleva a pensar que hay una población de 200.

Así llegamos a la segunda razón por la que no es necesario inmovilizar a la gente. En los días posteriores al censo se hace una encuesta más reducida para estimar qué porcentaje de la población no fue censado. Pesca y repesca, que le dicen. Los ingleses calculan que encuestando al 1% de hogares reducen el margen de error a 0.2%, que en un país de 30 millones como el nuestro significaría que el resultado oficial dista menos de 60,000 del número verdadero. Good enough.

No estamos cuestionando, en absoluto, la necesidad del censo. No solamente brinda información valiosísima sobre las edades y la distribución geográfica de la población, las características de la vivienda, el acceso a servicios etc.; sino que esa información sirve de base para hacer otros estudios, más detallados y profundos, usando muestras representativas.

¿Se acuerda usted del flash electoral? ¿Se acuerda de lo acertado que fue? Eso sólo es posible porque contando los votos en un número limitado de mesas (una muestra) podemos tener una idea de cómo votamos todos, a condición de que la muestra sea representativa de la población. En otras palabras, una muestra que represente correctamente la composición del electorado: cuántos hombres y mujeres hay, de qué edades, dónde viven. Como esa información se va desactualizando poco a poco, tenemos que hacer un censo periódicamente. Cada diez años es lo que recomiendan las Naciones Unidas.

Y no podemos terminar sin referirnos a la famosa pregunta 25. Mucho nos tememos que la formulación políticamente correcta de la pregunta vaya a dar un resultado científicamente inútil. No es solamente que la respuesta a la pregunta de cómo se siente uno sea subjetiva, sino que el grado de subjetividad y la distancia con respecto a ciertas características observables varían de una persona a otra. ¿Cuál de los dos es un mejor indicador de cómo actúa la gente, y no de cómo dice que actúa? Ése es el quid del asunto.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 27 de octubre de 2017.