Por qué los clientes extranjeros de EE.UU. colapsan rápido

Ted Galen Carpenter dice que Washington no es capaz de instalar y mantener gobiernos clientes dado que estos suelen ser corruptos y ejeficaces y/o suelen carecer de suficiente respaldo doméstico.

Por Ted Galen Carpenter

Los estadounidenses que observaron el colapso del gobierno del Sur de Vietnam durante los primeros meses de 1975 están experimentando un déjá vu frente al ataque del Taliban en Afganistán. En cuestión de semanas después de que EE.UU. empezara a retirar sus tropas del país, las fuerzas del gobierno afgano se han desintegrado con una velocidad impresionante. De hecho, las fuerzas armadas del Sur de Vietnam lograron un retiro ordenado comparado con lo que ha sucedido en Afganistán. El Presidente Ashraf Ghani, ha huido a Tayikistán, efectivamente confirmando el triunfo definitivo del Taliban. Días atrás, los líderes estadounidenses se vieron reducidos a rogarle a los combatientes del Taliban que no ataquen la Embajada de EE.UU. dado que Washington anticipaba la caída de la capital, Kabul.

En EE.UU., el juego de trasladar la culpa por haber “perdido a Afganistán” ya ha comenzado, con muchos sospechosos usuales acusando al Presidente Biden y a cualquier otro que no deseaba que EE.UU. permanezca en dicho país hasta el fin de los tiempos por haber causado el desastre actual. Un juicio más somero y honesto es esencial.

Washington tiene una larga historia de respaldar a clientes extranjeros que carecen de poder permanencia (para decirlo de manera sutil). Muchas de las mismas recriminaciones dirigidas ahora hacia la administración de Biden fueron dirigidas contra la administración de Harry Truman por “perder” China ante la revolución comunista en 1949.

Pero China nunca fue nuestra como para poder perderla, y tampoco lo fue Afganistán. Esos resultados desagradables tuvieron lugar porque los clientes que Washington eligió respaldar eran desorganizados, corruptos y muchas veces ineptos. Ese ciertamente fue el caso con el régimen Kuomintang de Chiang Kai-shek en China, y virtualmente ningún historiador serio ahora cuestiona ese punto. La situación en Afganistán era terriblemente similar, conforme los “líderes” domésticos que Washington respaldo pasaron más tiempo involucrados en el sumamente rentable tráfico de drogas y en servirse del dinero de ayuda externa de EE.UU. que lo que hicieron tratando de crear y fortalecer las instituciones que podrían recibir un amplio respaldo público y mantener bajo control al Taliban. 

Esos dos episodios difícilmente son los únicos casos en los que EE.UU. ha intentado sostener clientes extranjeros que carecían de un respaldo doméstico significativo. El colapso del Shah de Irán en 1979 fue casi igual de rápido que la caída de los regímenes en China y Afganistán, y las autoridades estadounidenses fueron de igual forma tomadas por sorpresa. Aunque los analistas de la CIA en el campo habían identificado unas tendencias muy preocupantes en Irán, el análisis oficial apenas un año antes era que el status del Shah era seguro

Los intentos de Washington de respaldar a los movimientos pro-EE.UU. en contra de los regímenes en el poder han acumulado un récord igual de lúgubre. Bajo la tal llamada Doctrina de Reagan en la década de 1980, EE.UU. financió y equipó a una serie de organizaciones rebeldes anti-comunistas que estaban tratando de remover del poder a regímenes de izquierda en el Tercer Mundo. Los casos más conocidos incluían a los Contras de Nicaragua y la facción de Jonas Savimbi UNITA en Angola. Ambas insurgencias últimamente no lograron tomar el poder. 

En tan solo un caso fue el respaldo de Washington de una insurgencia exitoso durante esa era —el respaldo del muyahidín en contra las fuerzas de ocupación de la Unión Soviética en Afganistán. Sin embargo, ese resultado fue especialmente irónico, dado que muchos graduados del muyahidín luego aparecieron en el Taliban. Además, el colapso del régimen cliente de Moscú en Afganistán era un presagio de lo que sucedería con el cliente de EE.UU. en ese país. En ambos casos, un gobierno que un poder extranjero ayudó a instalar y mantener eventualmente colapsó debido a una ausencia de raíces domésticas significativas. 

Tal vez el caso más patético fue el intento de la administración de Obama de crear una facción rebelde secular y democrática para luchar contra el dictador sirio Bashar al-Assad. El motivo aparente fue la incomodidad entre algunos funcionarios estadounidenses acerca de continuar respaldando facciones anti-Assad que eran inquietantemente musulmanas en su orientación. La administración formalmente adoptó la estrategia de identificar, entrenar y equipar a una fuerza totalmente nueva en 2014, pidiéndole al Congreso autorizar para esto $500 millones. Los funcionarios gastarían todos esos fondos durante los próximos 14 meses. 

Contrario a las expectativas de que la nueva aventura de entrenamiento y equipamiento del Pentágono produciría miles de combatientes leales a favor de una Siria democrática, solo 54 graduados surgieron para crear una defensa moderada dentro de la rebelión anti-Assad. Para septiembre de 2015, los funcionarios de la administración tuvieron que informarle al Senado que solo “cuatro o cinco” combatientes permanecían activos en el campo. El esfuerzo de entrenamiento y equipamiento en Siria demostró ser todavía más derrochador e ineficaz que la mayoría de los programas estatales.

Muchas experiencias decepcionantes de este tipo deberían crear una lección imborrable para las futuras autoridades a cargo la política exterior estadounidense. EE.UU. usualmente no puede identificar e instalar de manera exitosa gobiernos en países extranjeros. Esto es especialmente cierto en sociedades que son muy diferentes a la cultura estadounidense en prácticamente cada aspecto. No podemos entender totalmente factores claves como sus singulares historias, religiones, economías, y política. En pocas palabras, no entendemos estas culturas extranjeras y ni siquiera podemos empezar a darles forma de manera eficaz como para que sirvan a los objetivos de la política exterior de EE.UU. Los líderes de EE.UU. continúan eligiendo clientes que envían una señal que hace eco de los valores estadounidenses. Incluso en aquellos casos raros en los que los clientes son sinceros, estos tradicionalmente tienen poco respaldo doméstico y tienen incluso menos capacidad de organizar su facción de manera efectiva. El desastre de Afganistán es solo la última confirmación de esa realidad.

Este artículo fue publicado originalmente en Antiwar.com (EE.UU.) el 17 de agosto de 2021.