¿Qué pasa con la National Geographic?
La revista National Geographic de ahora no es la que su padre alguna vez leía. Una publicación que alguna vez supo ser una muy buena revista para la mesa de sala, con increíbles fotos de personas, lugares y cosas, hoy se parece más a toda esa gama de revistas “políticas”, interesadas en publicar el tema popular del momento.
La historia de portada del número de agosto fue la gordura. ¿Qué tiene eso que ver con la geografía, aparte que algunas personas son flacas, otras grandes y que todas no viven en el mismo lugar? La obesidad es un tema bastante resbaladizo, sobretodo teniendo en cuenta que lo que hoy es visto como gordo era visto como saludable medio siglo atrás.
El tema de septiembre fue el calentamiento global, un tema que requiere de chequeos cuantitativos de los hechos, algo que aparentemente la National Geographic hizo muy poco.
La virtud y la objetividad desapasionada son pretensiones de todo grupo de presión. En su artículo introductorio, el editor Bill Allen nos informa que lo que está dentro de la revista no es “ciencia ficción” y que “no vamos a mostrar grandes olas derrumbando la Estatua de la Libertad” (refiriéndose a la película ridícula del verano sobre el calentamiento global titulada “El Día Después de Mañana”). Él reconoce que lo que está dentro puede herir la sensibilidad de muchos de nosotros infortunados que vivimos fuera de Georgetown, pero dice que “puede vivir con algunas subscripciones canceladas” con tal de poder contar “la mayor historia del momento en geografía”.
Su ensayo introductorio seguramante fue terminado antes que saliera la copia final de la revista, ya que el cuarto parrafo del primer artículo, de Daniel Glick, dice que los efectos del calentamiento global son de hecho “como ver la Estatua de la Libertad derretirse”.
Desgraciadamente, este tipo de metida de pata retórica es bastante común. Comenzaré por el primer ejemplo de mala representación de los hechos. Cuando llegue al límite de palabras impuesto para este artículo, todavía me quedará un 75% de ellos fuera.
Comienza con una foto de un campo de arroz inundado en Bangladesh, seguido por este comentario: “a medida que las temperaturas globales y el nivel del mar aumentan, [el cultivo del arroz] se convierte en un medio de subsistencia cada vez más precario”. En 2001, Cecile Cabanes calculó la subida en el nivel del mar alrededor del mundo durante el último medio siglo. En Bangladesh, hubo una caída neta en los 90. En los últimos 50 años ha subido allí por tan solo siete décimos de pulgada, demasiado poco para ser notado, sea en Bangladesh como en cualquier otro lado.
Los habitantes de Carolina del Norte se adaptan y prosperan, conviviendo con subidas en el nivel del mar de hasta 12 pies en 10 minutos, o con recurrentes tormentas huracanadas. Si siete décimos de pulgada en 50 años es un problema, es un problema social, no uno climático.
Dos páginas más tarde leemos que la “actividad humana fue la causante de la mayor parte del calentamiento global del último siglo”. Pero esto tampoco es verdad. Hubo dos periodos de calentamiento global durante el siglo XX, uno temprano y otro tardío, y los dos fueron de la misma magnitud. Pocos dudan que el primero fue “natural", principalmente debido al calentamiento del sol. Ocurrió antes de que los humanos pudieran influir el clima con sus emisiones industriales.
Haciendo mención a la influencia humana, el siguiente párrafo dice que "el calentamiento puede no ser gradual". Ahora bien, miles de millones de dólares en investigación científica llegan a la siguiente tendencia central: una vez que el calentamiento humano comienza en la atmósfera, se mantiene a una tasa constante. Al menos eso es lo que el promedio de todos nuestros modelos climáticos para el futuro dicen.
Por lo tanto, si la tendencia al alza de las temperaturas globales de fines del siglo XX está causada por humanos, lo cual es razonable, esa tasa ya está establecida. Lo más notable es su constancia y el hecho que está en el nivel mínimo absoluto de las projecciones por computadora.
El primer artículo comienza con el derretimiento del Glaciar Sperry, en el Parque Nacional Glacier de Montana, diciendo " Un cartel al borde del camino señala que, desde 1901, el Glaciar Sperry se ha reducido en más de 500 acres, pasando de más de 800 acres a 300". De hecho, eso ha ocurrido. Pero según los datos del Centro de Datos Climáticos Nacional, al que se puede acceder a traves de la página www.wrcc.dri.edu, las temperaturas veraniegas medias sobre el oeste de Montana no muestran variación alguna a lo largo del siglo XX. Los glaciares simplemente se derriten en verano.
Columna siquiente: "Las afamadas nieves del Kilimanjaro se han derretido en más del 80% desde 1912". Nuevamente, esto es verdad. Durante el calentamiento natural de la primera parte del siglo XX, el Kilimanjaro perdió el 45% de su capa. De 1953 a 1976, perdió otro 21%. Eso ocurrió mientras el planeta se enfriaba. Desde 1976, durante la era del calentamiento "humano", otro 12%, lo que fue la tasa más baja en los últimos 100 años. La National Geographic olvidó decirnos esto. Como también olvidó decir que entre 4000 y 11000 años atrás África era mucho más cálida de lo que es ahora, y la capa del Kilimanjaro era mucha más grande que ahora.
Siete afirmaciones engañosas en tres páginas. Hay otras 28 más. Cuando la verdad se estira de esta manera, necesariamente es un trabajo que requiere el aporte de más de una persona. Es un proceso a través del cual los científicos le dicen a los editores lo que quieren escuchar, los editores no chequean los hechos y, ultimadamente, todos pagamos con la implementación de malas políticas. Desafortunadamente, es predecible.
Distintas comunidades científicas compiten entre ellas por un monto finito (pero grande) de dólares de los contribuyentes y ninguno ganó por decir que su tema no era el tema candente del momento. Lo mismo ocurre con otros grupos de presión de Washington, como la National Geographic, ahora en cruzada contra la obesidad y el calentamiento global.
Traducido por Luis Zemborain para Cato Institute.