Guerra y economía
Carlos Rodríguez Braun dice que si bien la guerra afecta a todos (no solo a la Rusia invasora y la Ucrania invadida), no todos nuestros problemas se deben a ella y muchos políticos la utilizarán como chivo expiatorio.
Cuando cientos de personas están muriendo en una nueva guerra en suelo europeo, hablar de economía parece irrespetuoso y absurdo. Sin embargo, la economía forma parte del problema, y quizá también de su solución.
Las ansias imperiales de Vladimir Putin han sido copiosamente financiadas por unos países europeos que han pasado a comprarle a Rusia cada vez más petróleo y gas, mientras prohibían el carbón, cerraban sus centrales nucleares, y pretendían realizar una transición energética pura, limpia y barata. Era todo un peligroso espejismo.
Las sanciones económicas, incluyendo el veto del presidente Biden a la energía rusa, podrán dañar al régimen de Moscú, y también animar las protestas internas contra Putin. Todo ello, más las víctimas de la guerra y el aislamiento internacional, podría deteriorar su imagen y socavar su poder.
Pero mientras ansiamos que Putin se debilite y que no aumente la lista de muertos en Ucrania, hay que reconocer que la guerra, como siempre, impone también costes económicos a todos los países, no solo a la Rusia invasora y la Ucrania invadida, sino sobre el mundo, desde los países subdesarrollados compradores del trigo ucraniano, hasta los países europeos cuyos ciudadanos, como sucede ahora en España, comprueban inquietos que los precios, en particular los de la energía y los combustibles, suben sin cesar.
Es lógico que la guerra tensione los mercados. Y es también esperable que los Gobiernos la utilicen como chivo expiatorio para contener el descontento de los ciudadanos. Así, nuestras autoridades insisten en que nuestro empobrecimiento es culpa de Putin. Como siempre, la primera víctima de la guerra es la verdad: no es cierto que nuestros problemas económicos deriven exclusivamente de Putin, dado que antes de la invasión ya teníamos una elevada inflación y un crecimiento que parecía desacelerarse.
Ignoramos, por supuesto, y hablando de costes, a cuánto ascenderán finalmente los costes económicos que deberemos pagar, y los costes políticos que afrontarán nuestros gobernantes, en la medida en que no consigan convencernos de que ellos no son en absoluto culpables de nuestro desasosiego cuando pagamos la luz, la gasolina, y todo lo demás.
Este artículo fue publicado originalmente en El Periódico de Sotogrande (España) el 22 de marzo de 2022.