Necesitamos una conversación honesta acerca de la enseñanza de la justicia social en las escuelas públicas
Cathy Young dice que las prohibiciones de enseñar la teoría crítica de la raza están mal concebidas, pero los progresistas necesitan enfrentar los aspectos más problemáticos de la doctrina “anti-racista”.

Por Cathy Young
Otro día, otra controversia sobre la supuesta indoctrinación “de izquierda” en las escuelas públicas y su reacción desde la derecha.
El nuevo gobernador Republicano de Virginia Glenn Youngkin emitió la semana pasada una orden ejecutiva prohibiendo los “conceptos divisivos”, incluyendo la “teoría crítica de la raza” (CRT), en las escuelas públicas del estado. Mississippi, también, se unió a una creciente lista de estados aprobando lo que son leyes que prohíben de facto la CRT, luego de una protesta por parte de los miembros negros del Senado del estado. Hubieron reportes acerca de las iniciativas en al menos una docena de estados que requerían que las escuelas publiquen todos los materiales de enseñanza en línea, algunas veces con la opción disponible a los padres de retirar a sus hijos de ciertas clases.
Estos esfuerzos liderados por los Republicanos, que incluyen medidas para prohibir libros no deseados acerca de la raza y el género de las bibliotecas en las escuelas y de las listas de lecturas, son ampliamente señaladas como un asalto a la libertad intelectual y como una reacción negativa y racista, escasamente velada. Los críticos en la izquierda dicen que el pánico en contra de la CRT es absurdo —la teoría crítica de la raza, que analiza la manera en que el racismo está incrustado en las estructuras sociales, es enseñada en gran medida en la educación superior, especialmente en las facultades de derecho— y también una estrategia cínica para dirigir todas las discusiones de racismo en la educación primaria y secundaria.
Los progresistas destacados han urgido a los escritores y académicos liberales que firmaron la “Carta Harper” de 2020 —que fue crítica de la intolerancia en la izquierda— para que se involucren en la “reflexión pública” sobre su supuesto papel en fomentar medidas anti-CRT (muchos de los firmantes de hecho han hablado en contra de estas leyes, pero sus detractores quieren más auto-crítica).
Mientras tanto, cualquier sugerencia que la revolución anti-CRT puede que refleje preocupaciones legítimas acerca de la manera en que el anti-racismo se enseña en las escuelas públicas es probablemente algo que le consiga acusaciones de ser un secuaz de la derecha —o, en el mejor de los casos, un centrismo hipócrita de llevarse bien con los dos bandos.
Pero, ¿qué tal si este es un caso en el que cada lado tiene quejas válidas y puntos ciegos tozudos?
No hay duda de que la reacción en contra de la CRT ha sido cruda, llena de hipérbole —como las afirmaciones por parte de activistas anti-woke que dicen que las iniciativas de equidad racial en las escuelas son una fachada para cubrir “la ideología marxista atea” o “los valores comunistas” —y muchas veces se ha conducido con mala fe. La figura más destacada en esta cruzada es el académico del Manhattan Institute Christopher Rufo, quien ha admitido libremente que participa en una estrategia de relacionar varias “locuras culturales” con la “marca” de la CRT e incluso trató de culpar al movimiento “woke” por el retiro desastroso de EE.UU. de Afganistán.
Mientras que algunas de las leyes en contra de la CRT han sido mal representadas en los reportes noticiosos, hay pocas dudas de que muchas de estas leyes —que incluyen prohibiciones de enseñar el Proyecto 1619 del New York Times— son o agresivamente iliberales o peligrosamente vagas.
Incluso las leyes ostensiblemente directas de “transparencia” respaldadas por el movimiento anti-CRT implican una cuestión difícil, dado que podrían atar las manos de los profesores en un sin fin de publicaciones en línea acerca de las lecturas en clase, sujetas al veto de un espectador cargoso o de una minoría de padres bulliciosos (Al mismo tiempo, hay una cierta ironía en el hecho de que la Unión Americana de Libertades Civiles —ACLU— que anteriormente respaldaba hacer públicos los materiales del currículum como un medio de remover influencias socialmente conservadoras o religiosas en las escuelas públicas, ahora se queja de dichas medidas por ser “intentos escasamente velados de silenciar a los profesores y estudiantes y disuadirlos de aprender y hablar acerca de la raza y el género”).
Muchas veces, el activismo anti-CRT suena como una versión de derecha de la mentalidad de “espacios seguros” que los conservadores desde hace mucho han ridiculizado entre la izquierda frágil como un “copo de nieve”.
Por ejemplo, los padres anti-CRT en un distrito escolar en Tennessee cuestionaron el libro Ruby Bridges Goes to School, escrito por la famosa activista Ruby Bridges acerca de su experiencia como la primera niña negra en una escuela que antes era solo de blancos en Nueva Orleans en 1960 —aparentemente debido a que la frase “una gran multitud de personas blancas molestas que no deseaban que los niños negros estén en una escuela blanca” fue considerada demasiado severa.
Es como si algunos conservadores están decididos a confirmar el estereotipo de “fragilidad blanca” acerca de las personas blancas que se sienten amenazadas por cualquier discusión del racismo en EE.UU.
Aún así no es menos cierto que la reacción anti-CRT ha expuesto algunos elementos tóxicos —al menos si usted cree que la concientización del racismo, histórico o actual, no debería incluir reducir a los individuos a su raza.
Los motivos y métodos de los guerreros culturales de la derecha como Rufo sin duda merecen escepticismo. Sin embargo, los reportes de Rufo —usualmente informados con legítimos documentos filtrados que son verificables, incluso descontando su interpretación poco caritativa de esos materiales— también han expuesto prácticas reales y preocupantes.
En una escuela de educación básica en Cupertino, California, un ejercicio en la clase en 2020 le pedía a los niños de tercer grado leer acerca de la identidad y el poder, identificar sus diversas “identidades sociales” y escribir ensayos cortos acerca de dos de sus identidades que “tienen poder y privilegio” y dos que no. Mientras que el director de la escuela le dijo al Washington Post que el ejercicio fue cancelado antes de ser iniciado, debido a quejas de padres en gran medida asiático-americanos que vieron las diapositivas, el superintendente luego confirmó que fue realizado una vez antes de que se diera la rebelión de los padres.
O considere el libro de imágenes Not My Idea: A Book About Whiteness elaborado por Anastasia Higginbotham, que se ha reportado que es utilizado para lecturas en los grados entre kindergarden y quinto grado de primaria en más de 30 distritos escolares. Este libro no solo le dice a los niños que sus parientes que dicen que “no ven color” son malas personas, sino que presenta la “blancura” como un diablo literal que ofrece “riquezas robadas” y “favores especiales” y que llega a obtener “su alma” y “a arruinar sin fin las vidas de…sus pares humanos de color” (Mientras que el libro señala que la “blancura” no es lo mismo que ser blanco, esta distinción matizada es muchas veces lo suficientemente difícil de comprender para adultos, mucho más para niños de 7 años).
Hay muchos otros ejemplos de lecciones de anti-racismo en las escuelas que se deslizan hacia culpar y avergonzar. El año pasado, una tarea de secundaria acerca del “privilegio blanco y la blancura” en Mancelona, una comunidad de clase media/baja en Michigan, le pedía a los estudiantes considerar “todo lo que podría estar haciendo para promover/mantener” el privilegio blanco y les informaba que “el mundo está establecido para la conveniencia de los blancos”. Aquellos en la izquierda que piensan que dichas lecciones son adecuadas deberían explicar abiertamente su posición en lugar de refugiarse en una negación y descalificación de cualquier diferencia de opinión como un acto de mala fe.
Si este tipo de educación anti-racista puede ser igualada a la “teoría crítica de la raza”, es indiscutible que las escuelas públicas han sido severamente influenciadas por programas de educación para profesores que perciben la “justicia social” como una misión clave. Es muy relevante que el sindicato de maestros más grande de la nación, la Asociación Nacional de Educadores, el último verano aprobó un “ítem de negocios” para oponerse a las prohibiciones de CRT, explícitamente respaldando a la teoría crítica de la raza como una de las “herramientas” necesarias para tener “honestidad racial en la educación” (Después, aparentemente temiendo una atención negativa, la NEA borró todos sus “ítems de negocios” de su página web).
Muchos progresistas no dudarían en afirmar que la educación enraizada en dicho activismo simplemente refleja la verdad acerca del privilegio y del “racismo sistémico”. Pero a pesar de la realidad continua de racismo y de desventajas basadas en la raza, EE.UU. en 2021 es mucho más diverso y complejo que los que esta perspectiva nos daría a entender.
En Not My Idea, por ejemplo, los negros existen solo como víctimas de la opresión y los blancos como perpetradores privilegiados o habilitadores (solo a los activistas antirracistas de cualquier raza se les permite existir fuera de esta dicotomía cruda).
De manera que sí, hay al menos dos lados en este asunto.
De los niños mayores ciertamente deberíamos esperar que discutan los asuntos y controversias actuales como parte de su educación. Pero estas discusiones deberían incluir una variedad de perspectivas a cerca de asuntos como el racismo, la opresión y el privilegio —en lugar una solo ortodoxia anti-racista que no admite disentimiento alguno.
De igual forma, la enseñanza de la historia estadounidense debería permitir que múltiples perspectivas siempre y cuando sean respaldadas por estudios respetados (lo que significa tanto el Proyecto 1619 y sus críticos tanto en la izquierda como en la derecha).
Si deseamos realizar progreso alguno, necesitamos un diálogo más honesto que permita “conceptos divisivos” —tales como la historia trágica de EE.UU. con la esclavitud y el racismo institucionalizado— sean honestamente explorados sin poner en un pedestal a una sola perspectiva y exigir ya sea el activismo o la penitencia.
Los periodistas de los medios de comunicación masivos podrían ayudar a superar la división al reportar de manera más precisa los conflictos en torno a las escuelas, en lugar de dejar en manos de Rufo o Fox News la cobertura de la extralimitación de los progresistas y su interpretación de las cosas como un marxismo en ascendencia.
Aquí hay una conversación que debemos tener, pero esta no puede suceder con la prohibición de discursos o con una educación rígidamente ortodoxa.
Este artículo fue publicado originalmente en The Daily Beast (EE.UU.) el 24 de enero de 2022.