El efecto espejo

Alfredo Bullard señala que para los políticos más importa su imagen que lo que realmente piensan o creen.

Por Alfredo Bullard

Cuando está en una reunión por Zoom, posiblemente ha sido víctima de un curioso efecto: le cuesta dejar de mirar, de todos los cuadraditos con las caras de los participantes, su propia imagen. Hará muchos esfuerzos por evitarlo, pero al rato se encontrará mirándose a usted mismo. Es un hecho que la recomendación que hacen los expertos en comunicación virtual de mirar todo el tiempo a la cámara de su computadora es casi imposible de cumplir.

Pero ese efecto no nació con la pandemia y la virtualidad. Si usted entra en un salón en el que hay un espejo, es posible que su imagen reflejada en él le jale la vista. Y si permanece en el salón, se encontrará también, varias veces, mirándose a sí mismo.

Nos miramos en el espejo no solo cuando necesitamos peinarnos, afeitarnos o ver cómo combina la ropa o si el vestido o la camisa están bien puestos. Es usual que incluso nos animemos a hablarle a nuestra imagen, ensayando una conversación o discurso que tendremos más tarde e, incluso, ensayemos el lenguaje corporal que usaremos.

¿Por qué reaccionamos así? Nos gusta dar una buena imagen y los espejos nos dan una idea de cómo nos ven los demás. Pero es más que eso. Somos naturalmente egocéntricos y, por tanto, nos gusta vernos como el centro del mundo. Una forma es concentrándonos en nuestra imagen.

Hay algunos en el que el efecto espejo se exacerba. Los políticos pertenecen a esa categoría. Ellos se ven todo el tiempo actuando al frente de los ciudadanos, y, por tanto, se preocupan mucho en cómo se ven. Por supuesto que en las plazas públicas o en el Congreso no hay espejos al frente. Pero observe al político y verá que su forma de comportarse se asemeja mucho a quien se mira en un espejo.

Para los políticos, su imagen es más importante de lo que son en realidad. Por ello sus discursos y declaraciones no reflejan lo que piensan o creen, sino lo que, entienden, se ve mejor. Ello los conduce a privilegiar la forma sobre el contenido y, lamentablemente, lo falso sobre lo cierto. Todos mentimos, de alguna manera, para transmitir la mejor imagen posible (nos arreglamos mucho para vernos en el espejo de manera distinta a cuando recién nos levantamos). Pero los políticos lo hacen de manera grosera.

Escuchar el discurso de Bellido en el Congreso es un excelente ejemplo. Todo lo que dijo es solo una imagen en un espejo. Es una imagen creada para verse mejor de lo que es. Fue exagerado en las formas y en los mensajes sin contenido real, y fue ambiguo en los contenidos relevantes, evitando que se le vea “como realmente es” sin la corbata y el saco disfrazando su verdadera ideología y su forma de pensar.

Cuando actuamos para la imagen en el espejo, creamos, valga la redundancia, espejismos, reflejos ficticios con apariencia de realidad, pero que se quiebran si uno intenta pasar a través de ellos.

Creo que estamos condenados a varios años de vivir en una casa de espejos parecida a la que hay en las ferias o en los parques de diversiones, en las que la realidad se distorsiona para hacernos ver lo que no hay y, peor aún, para que no veamos lo que hay.

Este artículo fue publicado originalmente en Perú 21 (Perú) el 29 de agosto de 2021.