Las opciones de política comercial de Biden están limitadas por la política doméstica y la geopolítica

Daniel J. Ikenson explica que aunque la administración de Biden podría querer devolver alguna sensación de normalidad a la política comercial de EE.UU. tanto la política doméstica como las consideraciones geopolíticas lo limitan.

Por Daniel J. Ikenson

La política comercial del presidente Donald Trump se han caracterizado por el proteccionismo, el compadrazgo, y la mala fe. Las del presidente Biden tendrán mejores modales. 

En pocas palabras, la geopolítica y la política doméstica ciertamente desplazarán las consideraciones económicas al momento de determinar la política comercial de EE.UU. Lo mejor que podemos esperar es que el equipo de Biden tendrá determinación y más competente administrando una relación cada vez más antagónica con China —una prioridad que influirá todas las principales decisiones de política comercial de EE.UU. durante los próximos años. 

Por supuesto, al presidente Biden le aconsejarán restaurar alguna sensación de normalidad comercial. Pero no olvidemos qué tan disfuncional era esa normalidad antes de que el nacionalismo de “EE.UU. primero” llegase a dominar el escenario e hiciera que lo normal luciera idílico. Volver a esa viaje normalidad disfuncional, cuando los Demócratas en el congreso y sus partidarios en gran medida se oponían a los acuerdos comerciales y los Republicanos en el congreso y sus partidarios en gran medida los respaldaban no sería ideal. Pero si sería preferible al status quo, en el que ambos partidos favorecen las provisiones de “Buy American”, la repatriación de las cadenas de suministro, los aranceles, la política industrial, y los acuerdos comerciales que priorizan por sobre la liberalización. 

Ciertamente, Biden no nos devolverá a los días felices de la liberalización comercial. Francamente, esos días hace mucho se esfumaron. La liberalización comercial ha sido en gran medida “mucha ruido, pocas nueces” durante más de un cuarto de siglo. La Ronda de Uruguay de negociaciones multilaterales de comercio terminaron en 1994, estableciéndose la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995. Ese fue el punto máximo de medio siglo de liberalización comercial. Desde ese entonces los esfuerzos de avanzar y profundizar en esa agenda—la Ronda de Doha dentro de la OMC, las varias negociaciones multilaterales dentro de la OMC, la Alianza Transatlántica Comercial y de Inversión con la Unión Europea, la Alianza Frans-Pacífica con otros 11 países, y otras iniciativas— han fracasado en un punto u otro del proceso. 

Durante la presidencia de George W. Bush, hubo una ráfaga de actividad de negociación en el breve periodo entre 2003 y 2006, la cual produjo acuerdos comerciales bilaterales con 17 países, en gran medida pequeños. Prácticamente cada uno de esos acuerdos fueron aprobados por el congreso en torno a una división claramente partidista. Pero el año pasado presenciamos un retorno del bi-partidismo comercial en Washington. El Acuerdo Comercio entre EE.UU.-México-Canadá atrajo amplio respaldo por parte de ambos partidos, pero por razones no liberales, incluyendo la promesa de menos comercio regional. En el mejor de los casos, los observadores de la política comercial esperan que Biden revierta algunas de las travesuras de Trump. Entre las acciones que Biden podría tomar están la eliminación de los aranceles al acero y aluminio impuestos a las importaciones de la mayoría de países en virtud de la Sección 232 de la Ley de Expansión Comercial de 1962; revocar al menos algunos de los aranceles impuestos a las importaciones provenientes de China bajo la sección 301 de la Ley de Comercio de 1974; iniciar el proceso de unirse al TPP (ahora llamado la Alianza Trans-Pacífica Progresiva y Comprensiva), de la cual Trump retiró a EE.UU. días antes de su inauguración; y reafirmar los compromisos de EE.UU. con el multilateralismo y la OMC. Pero cada una de estas movidas, que tienen obvias ventajas económicas y diplomáticas, serían difíciles políticamente para Biden —al menos en el corto plazo. Ambos grupos de aranceles han creado intereses domésticos en la región del “Rust Belt”, grupos que están comprometidos con que estos continúen. Retóricamente, por décadas, los políticos del Partido Demócrata han hecho campaña a favor de las preocupaciones del “Rust Belt” —reales o imaginarias— acerca del comercio: el comercio “injusto”, la capacidad global para producir acero en exceso, el “declive” de las manufacturas, las actividades ilícitas de China, los déficits comerciales, la pérdida de empleos a empleos a distancia en el extranjero, entre otras.

Luego llegó Trump, quien promovía las posturas del Partido Demócrata en cuanto al comercio, cumpliendo lo prometido por los Demócratas en el pasado. A Biden, quien hizo campaña como el candidato que sería “más duro con China”, prometiendo expandir las provisiones de “Buy American” para obligar a repatriar las cadenas de suministro, y enfatizando sus raíces de clase media en Scranton, le resultará muy difícil eliminar cualquier arancel de Trump en cualquier momento cercano. La región del “Rust Belt” se volcó a favor de Biden y, de hecho, el giro azul de Pennsylvania, Ohio, Wisconsin, y Michigan no puede darse por sentado.

Mientras tanto, por si acaso alguien se ha olvidado, el presidente Obama luchó intensamente para lograr una pizca de respaldo del Partido Demócrata en el congreso por el TPP. Volverse a unir al TPP es integral para cualquier estrategia que surja durante los próximos meses para la reinserción de EE.UU. en Asia como un contrapeso frente a China. El equipo de Biden entiende esto. Solo necesitan descifrar cómo venderle a los Demócratas un acuerdo comercial profundamente impopular como una necesidad geopolítica. Obama trató y fracasó con su estrategia en 2016, pero los asuntos con China no estaban tan mal como se encuentran ahora. Biden podría tener éxito aquí, pero probablemente no en 2021.

Dejando a un laso las tácticas cuestionables, los esfuerzos de la administración de Trump para concentrar la atención en los muchos defectos de la OMC han tenido éxito. Desafortunadamente, el equipo de Trump no ofreció algo para ayudar a resolver esos problemas y en cambio los exacerbó inhabilitando el Cuerpo de Apelaciones, desentendiéndose de los esfuerzos para reformar el sistema, y negándose a respaldar el candidato (de otra manera) consensuado para la posición disponible de director general. 

Biden podría remover algunos de esos impedimentos rápidamente —y puede que lo haga— pero la pregunta más importante es si es que y cómo EE.UU. y China pueden co-existir dentro de la OMC. Ambos han demostrado su preferencia por ignorar las normas de la OMC cuando resulta conveniente para sus objetivos, y para ambos países, el objetivo de la seguridad y de lograr o mantener la supremacía tecnológica, lo cual sin duda promoverá violaciones continuas a las normas de la OMC, tendrá prioridad. Esto es un mal presagio para el futuro de la OMC, y cualquier iniciativa importante por parte de la administración de Biden ante la OMC probablemente tendrá que ser consistente con los objetivos de una política china comprensiva que pronto surgirá de la administración. 

La clave es que la política comercial de Biden es probable que sea un componente de una estrategia geopolítica más amplia. Los acuerdos comerciales, la retirada del proteccionismo, y respetar las normas del comercio internacional todavía son opciones que están sobre la mesa, siempre y cuando estén alineadas con los objetivos de la seguridad nacional y la predominancia tecnológica, y siempre y cuando lo permita la política doméstica.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (EE.UU.) el 10 de noviembre de 2020.