Un código laboral para hoy

Gabriela Calderón de Burgos dice que el código laboral ecuatoriano que fue creado hace más de 80 años, todavía retiene su esencia original y es obsoleto para la economía del siglo XXI.

Por Gabriela Calderón de Burgos

Según el Reporte de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, Ecuador se encuentra entre las cinco economías con más obstáculos para contratar trabajadores. Según datos del índice de libertad económica para 2017, Ecuador se ubicaba en la posición 137 de 162 economías en cuanto a la rigidez de su mercado laboral. En los primeros lugares de ambos índices se encuentran economías como Hong Kong, EE.UU., Reino Unido, y Nueva Zelanda.

La Cámara de Comercio de Guayaquil señaló que el empleo de calidad (adecuado) pasó de 47% de la Población Económicamente Activa (PEA) en 2008 a 38% en 2019. Por otro lado, el empleo inadecuado ha aumentado de 44% de la PEA en 2008 a 57% en 2019, un aumento de 13 puntos porcentuales en 10 años. Es decir, 6 de cada 10 ecuatorianos no forman parte del paraíso laboral.[3]

Nuestro código laboral retiene la esencia que tuvo desde que fue creado hace más de 80 años y es obsoleto para la economía del siglo XXI. La economía colaborativa destruye el paradigma de “relaciones de dependencia” dado que hoy todo individuo es un emprendedor en potencia, un “free-lancer”. Así sucede, por ejemplo, que muchos conductores de Uber también conducen para Cabify o para Lyft. No dependen de ninguno de estos “empleadores”, son agentes libres de fluctuar entre distintos empleadores según cuál le ofrezca lo que más le agrade en determinado momento. Lo mismo sucede con los pasajeros que usan estas plataformas.

Asimismo, otras plataformas destruyen paradigmas antiguos. Airbnb amenaza la regulación estatal de hospedaje vacacional y de alquileres de corto plazo, Turo amenaza al mercado tradicional de alquiler de autos, EatWith pone en jaque la regulación estatal de restaurantes, convirtiendo cada hogar en un restaurante en potencia.

Lo que se viene es un mundo en el que el trabajo y el consumo serán radicalmente distintos. Existirán profesiones y formas de trabajo que hoy a duras penas alcanzamos a concebir. Hace 30 años pocos se imaginaron la velocidad a la que se difundiría el trabajo en casa y las opciones disponibles para cualquier ciudadano alrededor del mundo para vender y competir a nivel global.

Por eso hay que reformar el código laboral. De todas las propuestas considero que la más sencillas serían las 4 expuestas por economistas de Cordes: (1) disminuir los costos de despido y crear un fondo de ahorro con un tope de 3 meses de sueldo que sería financiado por el empleador para la transición del trabajador hacia otro empleo; (2) ampliar al máximo las opciones de contratación, permitiendo que las contribuciones al IESS sean proporcionales a las horas trabajadas; (3) sustituir la jubilación patronal por un aporte de la empresa a una cuenta individual de ahorro para la vejez del trabajador; y, (4) establecer salarios mínimos diferenciados por edad y por sectores.[4] Aunque varias de estas no son soluciones óptimas, si son mejor que lo que tenemos ahora.

No podemos pretender regular el mercado laboral del siglo XXI con legislación que data del mundo anterior a la Internet y las plataformas digitales que conectan a consumidores y vendedores alrededor del mundo, ofreciéndoles opciones cada vez más diversas y flexibles de trabajo. Además, no es deseable bloquearnos a estas nuevas formas de generar riqueza.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 19 de septiembre de 2019.