Viva la gentrificación
Juan Ramón Rallo indica que la gentrificación apenas provoca la salida del 3% de los residentes tradicionales, contribuye a reducir la pobreza e incrementa el valor de las viviendas, todo lo cual contribuye a fomentar la movilidad económica.
Por Juan Ramón Rallo
Por gentrificación entendemos el proceso de transformación de un vecindario previamente deteriorado merced a la atracción de nuevos residentes con unos niveles de renta o de estudios superiores a los de los residentes tradicionales. En otras palabras, nuevos residentes “ricos” mejoran las edificaciones del barrio, lo que atrae a más residentes “ricos” que continúan rehabilitando la zona hasta completar su modernización.
En principio, la gentrificación debería ser celebrada y no repudiada, puesto que en última instancia supone 'mejorar' un barrio. Sin embargo, desde la izquierda han solido demonizar los procesos de gentrificación por cuanto —según dicen— van asociados a un encarecimiento generalizado de los alquileres —mejores viviendas y entornos urbanos, inmuebles más caros— que termina expulsando a los vecinos castizos.
Sin embargo, la evidencia no parece respaldar los prejuicios de la izquierda contrarios a la gentrificación. No en vano, los economistas Quentin Brummet y David Reed acaban de publicar un estudio analizando los procesos de gentrificación experimentados por EE.UU. entre el año 2000 y el 2014, y los resultados no avalan precisamente los clichés que suelen airearse al respecto.
Primero, la gentrificación (entendida como el incremento en la proporción de universitarios que residen en barrios céntricos de las ciudades) es un proceso que tiene lugar esencialmente por la atracción de 'nuevos' residentes —con un nivel educativo y económico elevado— y no tanto por la 'expulsión' de residentes tradicionales. Más en particular, entre 2000 y 2014, la gentrificación solo aumenta en un 10% la probabilidad de que abandonen el barrio los vecinos con menores niveles de estudio; de hecho, en agregado, la gentrificación apenas provoca la salida del 3% de los residentes tradicionales.
Además, el estudio no detecta perjuicios relevantes entre quienes cambian de barrio en términos de empleabilidad, pobreza o pérdida de tiempo en desplazamientos, es decir, que quienes se marchan no salen perdiendo en esas variables (cuestión distinta son los perjuicios no económicos que puedan sufrir, como la tristeza por abandonar el barrio donde uno mantiene su familia, sus amigos o sus redes sociales). En suma, si el barrio se gentrifica es esencialmente porque su población total aumenta merced a la atracción de nuevos residentes con una formación y un estatus económico superior.
Segundo, la gentrificación resulta altamente beneficiosa para la inmensa mayoría de residentes tradicionales que no se ven desplazados del barrio. Por un lado, contribuye a reducir la pobreza: la exposición a la pobreza del residente tradicional medio se reduce en 3,5 puntos para aquellas personas con menores estudios. Por otro, incrementa el valor de las viviendas de los propietarios que originalmente residían en el barrio —incluyendo a los propietarios con menor formación—, lo que mejora su situación patrimonial (también si deciden vender a los mayores precios y mudarse a otro barrio no gentrificado).
Es más, los principales beneficiados de los procesos de gentrificación parecen ser los niños: y es que los menores que han nacido en un barrio que experimenta una fase de gentrificación crecen dentro de un vecindario que sufre de menor pobreza y que disfruta de un mayor número de residentes universitarios, todo lo cual contribuye a aumentar la probabilidad de que aquellos niños que han nacido en familias con baja formación acudan a la universidad y finalicen exitosamente sus estudios. Es decir, el entorno social gentrificado impulsa la movilidad económica de los adolescentes de hogares más pobres.
En definitiva, la gentrificación beneficia a los residentes tradicionales merced a la atracción de capital humano y capital social a barrios desfavorecidos: menor pobreza, mayor movilidad social y mejor situación financiera. Tales beneficios, conviene insistir, no dependen de que las personas pobres o sin estudios sean expulsados de tales barrios (algo que, además, tiende a ocurrir en un porcentaje bastante modesto), sino más bien de que permanezcan en un barrio que pasa a acoger a muchas más personas con rentas y niveles formativos más altos. De ahí que sea posible preservar las ganancias de la gentrificación incrementando el número de viviendas disponibles dentro de tales barrios y, por tanto, dando acomodo a los nuevos residentes sin necesidad de ahuyentar a los vecinos tradicionales.
Quien realmente expulsa a algunos de esos vecinos y, en consecuencia, 'les impide' beneficiarse de la gentrificación del barrio en el que nacieron, no son los nuevos residentes que acuden a tales barrios, sino las políticas urbanísticas municipales que constriñen la oferta de vivienda y, por tanto, incrementan artificialmente la escasez de inmuebles. Gentrificación más aumento de la oferta de vivienda sería una combinación absolutamente ganadora para revitalizar, modernizar y hacer progresar nuestras ciudades sin dificultar que aquellos que deseen permanecer en sus barrios puedan hacerlo sin padecer ningún quebranto económico.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Laissez Faire de El Confidencial (España) el 19 de julio de 2019.