Quien quiera casarse que se case

Luis Espinosa Goded comenta la decisión de la Corte Constitucional de Ecuador que legalizó el mes pasado en dicho país el matrimonio para parejas del mismo sexo.

Por Luis Espinosa Goded

Soy un firme defensor del matrimonio igualitario, o de que cada uno se pueda casar con quien desee (si es que todavía hoy alguien se quiere casar más allá de por efectos legales, algo que supera mi comprensión). O mejor aún, de que se desregularice el contrato del matrimonio.

Todos tenemos derecho a nuestro propio proyecto vital. Tenemos derecho a convivir con quienes queramos (siempre que la contraparte también quiera) y a no ser discriminados ante la ley en ese ni en ningún aspecto de nuestra vida. Una norma es justa cuando permite que más personas puedan llevar a cabo su proyecto de vida sin menoscabar los de los demás. Para eso debe(ría) estar el derecho.

El problema en estas circunstancias en Ecuador es que en el Estado de Derecho las formas también cuentan. Y mucho. La institucionalidad es una formalidad solemnizada e interiorizada. Y en este caso hay un dilema grave. ¿Puede la Corte interpretar la Constitución aún por encima de la propia Constitución?

Un dilema legal espinoso que la Corte ha resuelto con altura jurídica digna de celebrar, con dos posiciones enfrentadas (5 votos a 4), y con un Presidente que ha actuado con lealtad institucional defendiendo y explicando una sentencia de la que él mismo votó en contra, y que genera muchas suspicacias a muchos juristas, pues se puede estar menoscabando la seguridad jurídica en Ecuador. Han sido muchas las voces en contra de esta sentencia.

Me resulta difícil encontrar motivos para oponerse al matrimonio igualitario en sí. Cada uno se casa o no con quien desea o se divorcia o tiene los hijos que quiere, que este derecho lo tengan más personas no altera en nada los matrimonios de los demás.

La institución de la familia se configura por lo que cada familia hace. Cada familia es única, distinta a las demás familias, no hay familias perfectas ni familias ideales, hay familias. De hecho lo que se ha logrado es que haya más familias reconocidas legalmente. Y han sido muchos quienes se han alegrado, a pesar de que en Ecuador la mayoría de la población no apoya el matrimonio igualitario, según las encuestas. Algunos, en mi opinión, con una retórica inadecuada.

Esto no es “una conquista de la lucha LGBTI”, pues es simplemente el reconocimiento de derechos iguales para todos, y todos ganamos viviendo en una sociedad con iguales derechos. Tampoco conviene ponerse cursi con eslóganes como “gana el amor” pues estamos hablando del matrimonio, que es un contrato, no de “amor”. 

Se ha producido en redes y en parte de la sociedad agrias polémicas. Muchos auto-proclamados “defensores de los derechos humanos” denigran, menosprecian o insultan a quienes se oponen al matrimonio igualitario, y muchos que se oponen han insultado a quienes lo defienden o a las personas LGBTI.

Las sociedades son plurales y es imperativo reconocer que convivimos con otras personas que piensan y viven distinto, y el mejor derecho nos garantiza esta convivencia, que cada uno persiga su propio proyecto y dejemos a los demás que persigan el suyo, pero respetando las opiniones y opciones de los demás. Quien quiera casarse, que se case.

Este artículo fue publicado originalmente en Primicias (Ecuador) el 17 de junio de 2019.