Cataluña: secesión, constitución y libertad
Javier Fernández-Lasquetty considera que el intento independentista de los nacionalistas catalanes no se justificaba por violar la Constitución, hecho que no se justificaba dado que los catalanes no se encontraban en un estado de opresión y falta de libertades individuales.
Por Javier Fernández-Lasquetty
El gobierno regional de Cataluña ha emprendido en las últimas semanas la fase final de ruptura con el resto de España. Se trata de una división que el gobierno y el parlamento catalanes ya habían iniciado en 2013. Una secesión en un país de Europa Occidental en el siglo XXI es algo que llama mucho la atención. Gente de todo el mundo siente repentino interés, y a veces esa inexplicable simpatía que muchas veces se siente por los movimientos de tipo revolucionario que ocurren en algún país distantes. Pero no es la repetición de algo que ya hayamos visto en los siglos XVIII, XIX o XX, sino algo mucho más complejo.
Tenemos que hacernos tres preguntas para analizar la secesión de Cataluña en toda su dimensión. La primera es si existe o no una opresión a las libertades y derechos individuales de los catalanes. La segunda es si como principio general tenemos que creer que toda secesión es favorecedora de la libertad individual. Y la tercera nos lleva a cuestionarnos si en el caso específico de Cataluña hay elementos para suponer que la secesión favorecería una mayor libertad de las personas.
Se trata de la libertad, y de nada más que de la libertad. Libertad de los individuos para cuya protección existen o deberían existir los estados. Libertad protegida por el Derecho en su máxima expresión, que es la Constitución. Al llegar a este punto debo adelantar mi conclusión: en el caso de Cataluña, en la España constitucional, la secesión no significa libertad, sino arbitrariedad e imposición mediante la fuerza.
Vayamos con la primera pregunta: ¿está el gobierno de Cataluña intentando liberarse de una situación de opresión y de despótica limitación de las libertades individuales? ¿Esta secesión tiene algún parecido con la independencia norteamericana de 1776, o la emancipación de una colonia de un dominante poder externo? Lo cierto es que Cataluña forma parte de España desde el mismo origen histórico de ésta, muchos siglos atrás. Cataluña nunca fue invadida ni anexionada por la fuerza.
Veamos qué ha ocurrido en tiempos más cercanos. La Constitución española de 1978 puso fin al régimen autoritario de Franco. Estableció un extenso reconocimiento de los derechos y libertades individuales, a los cuales ella misma garantiza. Organizó el poder público sobre la base del consentimiento expresado en elecciones libres. Dividió los poderes mediante pesos y contrapesos. Y además de todo ello creó un sistema de poderes autonómicos en cada región española, empezando por Cataluña.
Emanado de la Constitución, Cataluña tiene desde 1979 gobierno propio —llamado Generalitat de Cataluña—, parlamento propio y atribuciones establecidas en la Constitución y en el Estatuto de Autonomía de Cataluña que configuran a Cataluña como un régimen mucho más poderoso que la mayoría de los sistemas federales. El franquismo, fuera como fuera, ya no puede servir como explicación ni como excusa. Han pasado 37 años y nada queda de aquel sistema político que ahora se agita como coartada para quebrantar la Constitución.
Hay innumerables confusiones sobre la realidad actual de Cataluña. El gobierno español no ha sido especialmente activo ni brillante en aclararlas. Recomiendo leer lo que han publicado think tanks como la Fundación FAES para tener suficiente información.
Cataluña utiliza con toda normalidad sus símbolos (bandera, usos y costumbres, etc.). La lengua catalana es cooficial y de uso normal, excepto en todo lo relacionado con la Administración, en la cual solo se puede usar el catalán, mientras que el español queda en la práctica suprimido, o al menos muy limitado en el ámbito oficial, educativo y cultural que controla directa o indirectamente el gobierno catalán.
Once veces en estos 37 años han celebrado elecciones libres para elegir su parlamento regional. Siempre han gobernado partidos nacionalistas, solos o en coalición con los socialistas. Hasta el momento no ha existido nunca un gobierno no nacionalista en Cataluña. La reclamación creciente de poderes ha sido constante, hasta llegar a la petición directa de la secesión en 2013. Los gobernantes catalanes plantearon las últimas elecciones (2015) como un plebiscito a favor o en contra de la secesión. Los partidos favorables a la secesión recibieron el apoyo del 35% de los ciudadanos con derecho a votar.
El gobierno catalán maneja una parte muy importante de los impuestos y del gasto público. Recibe el 50% del impuesto sobre la renta de las personas, el 50% del impuesto sobre el valor añadido, el 100% del impuesto de sucesiones y un porcentaje variable de impuestos especiales (combustibles, etc.). En total el gobierno de Cataluña extrae de los ciudadanos más de 23.000 millones de dólares, que gasta en lo que la misma Generalitat decide. Pero ni con eso es suficiente para pagar el exceso de gasto del gobierno catalán. En los últimos años los demás españoles han tenido que añadir más de 75.000 millones de dólares que el gobierno catalán ha recibido adicionalmente para poder pagar sus gastos. No son los demás españoles los que viven a expensas de Cataluña, sino que es el gobierno catalán el que se queda con dinero del resto de España.
Desde hace 37 años el gobierno catalán decide totalmente sobre la educación, tanto en los colegios públicos como privados. Los sucesivos gobiernos nacionalistas catalanes han usado a fondo esta capacidad para imponer una educación dirigida a formar futuros nacionalistas catalanes. Dos generaciones enteras de catalanes se han educado en un sistema escolar en el que está prohibido enseñar en español. Los colegios privados o públicos tienen clase de español, lo mismo que de inglés, pero les está severamente prohibido usar el español como lengua de comunicación en las aulas. En ese punto el gobierno catalán ha sido siempre inflexible.
Hay siete canales de televisión pública catalana y otros cuatro de radio, que reciben cerca de 300 millones de dólares anuales del gobierno catalán y que están funcionando como instrumento de promoción del secesionismo a gran escala. No son los únicos. Muchos medios de comunicación privados reciben subvenciones del gobierno catalán, de manera que su influencia se amplifica.
Numerosas voces llevan años diciendo que la libertad de expresión en Cataluña está limitada. No es solo que una ley regional imponga multas a las tiendas que tengan su rótulo escrito en español (68 empresas multadas en 2016), sino que muchas personas sienten una fuerte presión que les desanima a expresar con libertad su opinión, si ésta no es nacionalista.
No le falta poder efectivo al gobierno catalán. Desde el año 2000 la policía está bajo su mando. Son 16.654 policías, que ejercen o no ejercen el uso de la fuerza según las instrucciones del gobierno regional. Hace pocos meses éste relevó a su director general porque el anterior, Albert Batlle, les parecía poco comprometido con el secesionismo.
Con esta configuración del poder es difícil sostener que España mantiene un poder opresor en Cataluña. Los procesos de independencia o de emancipación suelen tener históricamente un momento culminante, cuando el gobernante supremo es expulsado de su palacio por los que de ese modo liberan su patria del dominio extranjero. La secesión catalana a la que estamos asistiendo sencillamente no puede hacer eso porque el que la declara, el presidente de la Generalitat Sr. Puigdemont, es quien habita en el palacio de gobierno. Él mismo es cabeza del gobierno regional y supremo representante del estado en Cataluña.
Veamos ahora si como principio general toda secesión debe ser celebrada como un triunfo de la libertad. Eso parecen opinar algunos escritores que suelen defender ideas de libertad. Hay distintas posiciones de escritores liberales clásicos. No existe una posición unánime. Friedrich Hayek lo dijo en Los fundamentos de la Libertad (1960): “aunque la concepción de libertad nacional es análoga a aquella de la libertad individual, esta no es la misma; y la lucha por la primera no siempre ha fortalecido la segunda".
James Buchanan fijaba en la unanimidad la regla para las normas constitucionales. La Constitución española de 1978 puede decirse que de facto fue unánime en Cataluña, ya que recibió un 91% de votos favorables.
La secesión no está admitida en la Constitución. Eso no significa que sea imposible. Significa que para hacerla posible se debe reformar la Constitución previamente. Eso es lo que el gobierno catalán ha eludido. No ha querido plantear una propuesta de reforma, para la cual tiene capacidad. Ha preferido anunciar durante cuatro años su intención de incumplir la Constitución, a pesar de que ha recibido decisiones y advertencias en sentido contrario por parte del Tribunal Constitucional. Sencillamente, el gobierno catalán ha decidido romper la Constitución para cumplir sus objetivos políticos.
Y así llegamos a la raíz del problema. ¿Quién ha concedido a nadie el derecho a decidir qué parte del Derecho va a cumplir y cuál no? Admitir que la Constitución puede ser incumplida por un órgano de gobierno deja a cada individuo a merced de la arbitrariedad y la imposición del poder público. Si se salta por encima de los límites que la Constitución pone al poder, deja de haber límites para el gobernante. Ya no puede haber nada que le detenga. Ni la libertad, ni la propiedad, ni siquiera la vida de las personas.
Se dice: “déjenles votar y que decidan”. ¿Los votos lo pueden todo? ¿Es admisible un referéndum que decida si se cumple la Constitución o se incumple?
No es válido oponer votos contra Derecho, ni tampoco es admisible invocar supuestas mayorías. La multitud nunca ha hecho que fuera admisible lo liberticida. ¿Y qué multitud? ¿Los que acuden a manifestaciones que ordenan a los asistentes por colores al estilo de las de Corea del Norte, como la última convocada por el gobierno catalán? ¿O esto es simplemente una cuestión de juntar a muchos? Pues entonces algo habrá que decir de las casi un millón de personas que se manifestaron el pasado día 8 en Barcelona para decir, simplemente, que nadie tiene derecho a privarles de su país, de su Constitución y de su libertad.
No existe un derecho a actuar contra el Derecho, pues ello impone a los demás obligaciones o privaciones no pactadas ni consentidas. La libertad individual no puede depender de dónde quiera detenerse un gobierno en su incursión por fuera de la Constitución.
En el caso específico de Cataluña se añade, además, una tendencia anti-libertad que es fácilmente reconocida. Las empresas no son valientes en ningún sitio, y menos en Cataluña, porque saben cuánto puede molestarles el gobierno. Pues bien, cuando el gobierno catalán ha dado los pasos finales hacia la secesión, centenares de empresas —grandes, medianas y pequeñas— han corrido a trasladar su sede fuera de Cataluña. Hablamos de empresas muy catalanas, como CaixaBank, Banco de Sabadell, Aguas de Barcelona, la aseguradora Catalana Occidente, la editorial Planeta, y muchas otras. En menos de una semana se han trasladado empresas cuyo valor en bolsa supera el 50% del PIB de Cataluña.
Las consecuencias económicas de la secesión de Cataluña serán devastadoras para la propia Cataluña, y para toda España y toda Europa. No solo porque dañaría profundamente un tejido comercial y empresarial absolutamente conectado, sino porque el gobierno catalán y sus aliados parlamentarios han demostrado muy poco respeto por la propiedad privada y la libertad de mercado.
Cataluña está en la parte alta del ranking de impuestos de las regiones de España. Y ya vimos antes que ni con eso llega para todo lo que gasta su gobierno, cuyo déficit sufragan todos los españoles.
Añadamos a eso lo que ya han advertido los aliados estratégicos del gobierno catalán en el asalto secesionista, las Candidaturas d’Unitat Popular (CUP). En estos días ya han avanzado como resolverán el problema financiero que tendrá la Cataluña secesionada: imponiendo controles a la retirada de depósitos en los bancos.
Las CUP están más a la izquierda que la extrema izquierda. Su apoyo es decisivo para la estabilidad del gobierno catalán. Su línea de actuación es declaradamente anticapitalista. En agosto pasado, cuando un comando terrorista cometió un terrible atentado en Las Ramblas de Barcelona, su posición fue que la culpa del atentado era de “todas las formas de terrorismo fascista fruto de las lógicas internacionales del capitalismo".
Para muchos, la secesión no es el objetivo final. El objetivo es la revolución. Lo demuestra una de las previsiones de la llamada Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República. Esta ley, anulada momentáneamente por el Tribunal Constitucional, contiene una constitución provisional para la Cataluña secesionada. A pesar de ello fue aprobada en menos de un día en el parlamento catalán por la mayoría nacionalista. Esta ley crea un Foro Social Constituyente formado por representantes de la sociedad civil y de los partidos políticos. Formado: es decir, no elegido. Y ese "foro social constituyente" tiene encomendado nada menos que debatir y formular un conjunto de preguntas sobre los principios y cuestiones generales de la futura Constitución catalana, las cuales constituirán "un mandato que vincula políticamente a la Asamblea constituyente".
Es el mismo punto de partida que los regímenes populistas: un poder de facto no elegido dibujará una constitución que dejará atrapados a los catalanes. Por tanto, la respuesta al interrogante es negativa: en el caso específico de Cataluña una secesión no va a hacer más libres a las personas.
Ya solo queda una pregunta, tal vez la más difícil de contestar: ¿qué va a pasar? En realidad ya está pasando: en Cataluña se está dando un golpe de estado revolucionario.
El rey Felipe VI hizo algo inusual en la monarquía española. Su discurso logró fortalecer el ánimo de millones de españoles. Pero el rey, aunque es constitucionalmente el símbolo de la unidad y continuidad de España, no tiene poderes de gobierno, ni debe tenerlos en un régimen parlamentario democrático.
Es el gobierno español quien tiene las atribuciones ejecutivas, aunque en los últimos años haya tratado de todas las formas posibles de pasar a los jueces la patata caliente de tomar medidas ejecutivas, incluso policiales, contra el gobierno catalán. Pero el poder judicial no es poder ejecutivo, ni debe serlo. Bastante tarea tiene con juzgar y señalar lo que se sale de la Constitución. Algo podemos tener por cierto: la secesión de Cataluña no se hará para la libertad, sino contra la libertad. Leonard P. Liggio dijo que "la auto-determinación tenía sentido no como un concepto colectivo, sino como un concepto individualista".
La libertad es de los individuos, no de los colectivos, ni siquiera aunque estos sean pequeños o los rompamos en pequeños fragmentos, a ver si de entre ellos queda algo de libertad individual. ¿Solo es libre lo que es pequeño o se rompe para hacerlo pequeño? ¿Por qué subsiste entonces la libertad en EE.UU.? ¿No es más bien por su Constitución? Pues eso es lo que se está jugando ahora mismo en Cataluña. Si hay Constitución o no. Si pervive la libertad o no.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Law and Liberty (EE.UU.) el 24 de octubre de 2017.
Post Scriptum: En los pocos días transcurridos desde la publicación original de este artículo han sucedido muchas cosas que se pueden resumir del siguiente modo: la Constitución ha prevalecido sobre el golpe… y no se ha producido ningún fenómeno de masas como el Maidan ucraniano o el Tahrir egipcio. Sencillamente, porque en el caso de Cataluña no hay opresión a las libertades individuales, mientras que en los de Ucrania o Egipto sí las había.
El día 27 de octubre los diputados secesionistas del Parlamento de Cataluña votaron la declaración de independencia. La mitad de los diputados, no secesionistas, abandonaron antes la sala. No fueron los únicos, también lo hicieron los asistentes jurídicos del Parlamento, después de advertir que se iba a cometer un delito. Ese mismo día el Senado de España autorizó por amplísima mayoría al Gobierno español a ejercer los poderes previstos en el artículo 155 de la Constitución. No se trata de algo inédito. Gran Bretaña suspendió hasta cuatro veces la autonomía de Irlanda del Norte. El gobierno español no ha llegado tan lejos. Se ha limitado a tomar el control de la Generalitat, destituir a sus principales responsables políticos, y convocar elecciones en Cataluña que se celebrarán el 21 de diciembre.
Lo sucedido después es difícil de explicar: mientras el destituido gobierno secesionista anunciaba que seguiría ejerciendo el poder y llamaba a la resistencia, el Sr. Puigdemont y la mitad de sus concelleres emprendían un original viaje por carretera a Marsella con destino final en Bruselas, donde protagonizó lo que Financial Times describió como una caótica conferencia de prensa.
En el momento de escribir este Post Scriptum la mitad del anterior gobierno catalán se encuentra en prisión preventiva por orden de la Audiencia Nacional, y la otra mitad está en dependencias de las autoridades belgas, en espera de que estas adopten decisión sobre su extradición a España. La querella de la Fiscalía española contiene el relato argumentado y documentado de lo que considera son delitos de rebelión, sedición y malversación de fondos públicos. Corresponde ahora a los jueces, que obviamente son en España un poder separado del Ejecutivo –y a menudo enfrentado con él–, determinar lo que haya de punible en las conductas de los que políticamente se han comportado como unos temerarios manipuladores.
Casi todo el daño ya está hecho. Al final de la escapada, los hombres y mujeres de Cataluña han visto cómo su vida se llenaba de una tensión que incluso ha enfrentado internamente a familias, cómo sus instituciones se han puesto al servicio de un proyecto político de exclusión, y cómo su tierra es ahora más pobre, con menos empresas y menos turistas, con las lógicas consecuencias en aumento del desempleo.
El presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, ha decidido, una vez más, no decidir nada. Por eso ha convocado unas elecciones regionales que muchos consideran innecesariamente precipitadas. El resultado, probablemente, será de una fragmentación extrema de la sociedad catalana, cumpliendo así lo que el expresidente José María Aznar vaticinó hace cinco años: que quien quisiera dividir España, dividiría antes a la propia Cataluña.