EE.UU. obliga a conseguir armas nucleares

Por Ted Galen Carpenter

El objetivo de Washington de no-proliferación nuclear ha sufrido dos serios retrocesos en meses recientes. Corea del Norte ha admitido tener un programa encubierto de enriquecimiento de uranio, y pretende reactivar un reactor nuclear en violación con el acuerdo que firmó en 1994 para congelar su programa de armas nucleares. Y en diciembre, las fuentes de inteligencia estadounidenses reportaron actividades sospechosas en dos posible sitios nucleares en Irán.

Lo que las autoridades en Washington no reconocen es que tales acciones son una respuesta lógica, quizás inevitable, a la política exterior de Estados Unidos después del fin de la Guerra Fría.

Consideremos la amplitud de la acción militar de Estados Unidos desde la caída del Muro de Berlín en 1989: Estados Unidos invadió Panamá y derrocó al gobierno; devastó Irak en la Guerra del Golfo Pérsico; sacó a la fuerza al gobierno de Haití al amenazarlo con invadir el país; bombardeó a los serbios de Bosnia hasta que éstos aceptaron un acuerdo de paz; bombardeó a Yugoslavia y la obligó a renunciar al control de su provincia de Kosovo; invadió y ocupó a Afganistán; y ahora está amenazando a Irak con atacarlo y derrocar a su gobierno.

Además, en su discurso del Estado de la Unión del 2002, el presidente Bush asoció explícitamente a Corea del Norte y a Irán con Irak en un "eje del mal."

No es de sorprenderse que Pyongyang y Teherán llegaran a la conclusión de que, al menos que pudieran disuadir efectivamente un ataque, ellos serían los siguientes objetivos en la lista de Washington. Y aún así, ninguno de estos países podría esperar igualar las capacidades militares convencionales de una superpotencia.

El factor disuasivo más confiable—quizás el único confiable—es tener armas nucleares.

En otras palabras, el comportamiento de Estados Unidos podría desapercibidamente haber creado un incentivo poderoso para la proliferación de armas nucleares-lo último que Washington quería que sucediera.

Las autoridades estadounidenses desestiman los temores de Corea del Norte e Irán como manifestaciones de paranoia. Eso es cierto hasta cierto punto. Cuando el Creador repartió la paranoia, las elites políticas de Corea del Norte e Irán hicieron fila dos veces. Pero tal y como lo dijera Henry Kissinger, incluso los paranoicos tienen enemigos verdaderos. Y quedan muy pocas dudas de que Estados Unidos es enemigo de ambos países.

Pyongyang y Teherán probablemente notaron que Estados Unidos trata de manera muy diferente a los países que poseen armas nucleares de los que no las tienen. Este no es un fenómeno reciente.

Tan sólo seis años después de que China empezó a desarrollar sus armas nucleares, Estados Unidos buscó normalizar las relaciones, revirtiendo una política de aislamiento que había durado más de dos décadas.

Los líderes estadounidenses muestran muchísimo más respeto a una Rusia nuclear a pesar de que dicho país se ha convertido en una potencia militar convencional de segundo grado y en una económica de tercer grado.

Y Washington trata a Pakistán e India con mucho más respeto desde que esos países ingresaron al club global de armas nucleares en 1998.

Contrastemos dichas acciones con la conducta de Washington hacia otras potencias no-nucleares, tales como Irak y Yugoslavia.

Los líderes estadounidenses necesitan enfrentar la realidad de que la política exterior de Estados Unidos podría tener consecuencias no deseadas (y algunas veces poco placenteras).

Aquellas personas que celebraron iniciativas tales como la expulsión de las fuerzas iraquíes de Kuwait, el fin de la dictadura en Haití y la cruzada por construir naciones en los Balcanes, y quienes ahora están sedientos de una guerra con Irak, necesitan preguntarse asimismo si las crecientes iniciativas de proliferación nuclear eran un precio por el que valía la pena pagar. Porque una mayor proliferación es el precio que seguramente vamos a pagar.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.